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martes, 21 de agosto de 2018

EL RETABLO DE LOS ÁVILA-MONROY DE LA IGLESIA DEL SALVADOR DE ARÉVALO (Juan e Isaac de Juni, 1573-1581)


El otro día estuve visitando la maravillosa villa de Arévalo de la mano de su cronista, Ricardo Guerra, y entre las numerosas obras de arte que me impresionaron sobresalieron dos, una magnífica escultura románica pétrea que representa a San Zacarías (siglo XII) realizada por algún maestro borgoñón, y que parece que pudo llegar a contemplar el mismísimo Maestro Mateo; y el retablo de la capilla de los Ávila Monroy de la iglesia del Salvador (1573-1581), obra de Juan e Isaac de Juni. Hoy me propongo dar a conocer esta segunda obra, aunque no con mis palabras, sino explicada por una de las grandes expertas en el genial escultor franco-pucelano, María Antonia Fernández del Hoyo, texto que podéis encontrar en su libro sobre Juan de Juni, y que desde aquí recomiendo a todo el mundo.
Comenzamos:
Fue el propio Juni, en su testamento otorgado dos días antes de morir, quien dio noticia de que tenía “comenzado a hacer un retablo” para la capilla que don Alonso de Ávila Monroy y doña Luisa de Briceño poseían en la iglesia de San Salvador, de Arévalo (Ávila), añadiendo que “hasta agora está hecha más de la mitad de la talla y escultura” y que había recibido 750 ducados a cuenta del total de 2.000 que debía pagársele, en que se comprendía también la pintura, y mandado “que se prosiga y acabe” y se cobre el resto. Es probable que el escultor estuviese retrasado en la entrega de la obra porque el retablo no es muy grande y el contrato se había firmado el 27 de 1573.

A pesar de ello todavía pasarían tres años más hasta que el 24 de agosto de 1580 su hijo Isaac de Juni firmase una nueva escritura dada a conocer parcialmente por Martí y Monsó. Por este documento sabemos que el 1 de abril de 1579, a requerimiento del dicho don Alonso, se habían declarado “todas las piezas que dejó hechas el dicho Juan de Juni a su muerte” aunque -añade Isaac- “yo he acabado y puesto en perfección algunas de ellas y principalmente hice del todo una figura de San Andrés e una caja donde se ha de asentar la historia d San Ildefonso”. Deseando el comitente se finalizase la obra, Isaac de Juni se comprometió a “acabar el dicho retablo en lo que toca a ensamblaje talla y escultura en todo lo tocante a madera en blanco” conforme a la traza y modelos de la primera escritura, pero dejando la policromía a costa y voluntad de don Alonso de Ávila. Asimismo se excluían de su trabajo “las dos historias de sacrificios que para las dos pechinas de la capilla se habían de hacer de madera”. En buena lógica al ser considerablemente menor el trabajo el precio disminuyó hasta 1.030 ducados lo que, teniendo en cuenta los 750 ya cobrados por su padre, dejaba la suma que debía percibir Isaac en 280 ducados.
 
Inmaculada Concepción
Se comprometía Isaac de Juni a asentar el retablo provisionalmente en el lugar de Montejo de la Vega, pueblo de la provincia de Segovia pero limítrofe a las de Ávila y Valladolid, donde sería tasado por dos expertos, y “después que esté dorado y pintado” a acudir allí, desarmarlo y volverlo a asentar en la capilla de Arévalo; el transporte entre estos lugares correría por cuenta de los comitentes. Entretanto, declaraba que “toda la obra contenida en el dicho requerimiento -es decir la hecha por su padre- y lo que más yo he hecho para el dicho retablo queda en mi poder”, obligándose a no darlo a nadie- Además apartaba a los demás hijos y herederos de Juni de cualquier reclamación por lo que su padre dejó hecho. Por sus fiadores en el cumplimiento de todo lo acordado daba al pintor Gaspar de Palencia y al escultor Sebastián de Burgos, vecinos de Valladolid. Todos ellos suscribieron como plazo de entrega del retablo, asentado en Montejo, el día de Navidad de 1581.

San Pedro
Cumplió el escultor su parte acabando el retablo en la fecha estipulada pero no así los comitentes. Así se refleja en los requerimientos que desde la muerte del escultor, a fines de 1597, realizó su viuda Juana Martínez para intentar cobrar los 250 ducados que todavía le adeudaban y, sobre todo, para lograr que doña Luisa Dávila Briceño, monja en el monasterio de Santa Catalina de Ávila, única hija y heredera de don Alonso de Ávila Monroy de doña Luisa Briceño, reclamase la obra para hacerle dorar y asentar en la iglesia de Arévalo. Alegó la viuda las veces que el propio Isaac intentó en vano entregar el retablo y cómo éste se hallaba todavía en su casa, con el consiguiente perjuicio para la familia y con peligro de deterioro, amenazando incluso con vender la obra a tercero. En 1598 la propia Juana Martínez se trasladó a Ávila presentando requerimiento ante la heredera y sus administradores, con escaso éxito. Las gestiones se repitieron en 1601, comisionando entonces la viuda a su yerno, el ensamblador Juan de Muniátegui para representarle en su justa reclamación. La respuesta fue desalentadora: los bienes de la familia Ávila estaban embargados y la heredera no podía cumplir lo concertado. A pesar de tan malas perspectivas, se llegaría a una solución satisfactoria, como evidencia que el retablo esté colocado en la capilla para la que fue hecho.

San Andrés
De todo lo anterior podría deducirse que la traza del retablo y parte de su escultura fueron hechas personalmente por Juan de Juni pero, admitiendo su diseño par la primera es claro que la segunda parece obra de otras manos, por lo que hay que suponer que el maestro confió la ejecución de las figuras a su taller, en especial, como se ha visto, a su hijo Isaac.
La arquitectura del retablo muestra claramente la evolución hacia el clasicismo manifiesta ya antes en otras obras suyas como el retablo de San Francisco, en el Convento de Santa Isabel de Valladolid, o el retablo de la capilla de la Piedad, de la catedral de Segovia. Se mantienen sin embargo algunas de las constantes propias de su peculiar concepto como la tendencia a utilizar formas próximas a la serliana, la diferencia de altura entre la calle central y las laterales, la presencia de motivos decorativos como las volutas, los mascarones y, especialmente, los angelitos, que en este caso se distribuyen en el entablamento que separa el primer y segundo cuerpo con posturas de clara influencia miguelangelesca.

Es extraña la composición del primer cuerpo de la calle central, bajo la escultura de la Inmaculada, que sigue toscamente modelos de Juni y está escoltada por relieves representando un árbol y una palmera, se dispone la caja horizontal que hizo Isaac de Juni para contener el relieves de la Imposición de la casulla a San Ildefonso -que sin embargo no parece obra suya-, alusivo sin duda al nombre del comitente; quizá, como sospecha Martín González, sustituiría a un tabernáculo proyectado inicialmente por su padre. En las hornacinas de las calles laterales se sitúan esculturas de San Pedro y San Andrés; Isaac de Juni se declara en 1580 autor de la segunda y lo será también de la primera dada la identidad de su factura.
 
Imposición de la casulla a San Ildefonso
Más próximas a Juni está la escultura del segundo cuerpo que se organiza con el Calvario ocupando la gran caja central, y las imágenes de Santa Ana con la Virgen y San Antonio con el Niño Jesús en las cajas laterales. Todas ellas responden a modelos juniano aunque no sean de su mano.

Calvario
Santa Ana enseñando a laeer a la Virgen
San Antonio con el Niño
Rematando el conjunto se dispone un ático en cuyo encasamiento hay un relieve del Bautismo de Cristo, muy lejano del maestro. Sin embargo el frontón que lo cobija y que se rompe caprichosamente para albergar la representación del Espíritu Santo participa de la fantasía juniana.

Bautismo de Cristo

BIBLIOGRAFÍA
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Juni de Juni, escultor, Universidad de Valladolid, Valladolid, 2012.