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domingo, 8 de enero de 2012

ARTURO MONTERO Y CALVO (1859-1887), pintor vallisoletano

Montero y Calvo no es sólo una calle de Valladolid, Arturo Montero y Calvo fue sin duda el pintor vallisoletano más dotado del siglo XIX, cuya prometedora carrera truncó la muerte en plena juventud. Fue asimismo el pintor local más al tanto de las novedades que por entonces se impusieron en la pintura española desde mediados de siglo y quien más contactos muestra con la obra de la gran figura del momento, el madrileño Eduardo Rosales (1836-1873).

Arturo Montero Calvo
Nacido en Valladolid en 1859, realizó sus primeros estudios en la Escuela de Bellas Artes de Valladolid, en donde permaneció muy poco tiempo, pasando enseguida a la de San Fernando de Madrid. En Valladolid debió de recibir lecciones del valenciano Martí y Monsó, quien es posible que, antes las aptitudes del joven pintor, le recomendase a su amigo D. Federico de Madrazo. Lo cierto es que debió de vivir muy poco tiempo en la ciudad, trasladándose muy joven con su familia a Madrid en donde tuvo efecto su verdadera formación.
En Madrid asistió a las clases de dibujo y escultura de la Escuela en donde se distinguió como uno de los mejores alumnos. En el tiempo que duró su aprendizaje obtuvo catorce premiso en las asignaturas de Dibujo Natural, Perspectiva, Anatomía y Modelado. En la Academia de San Fernando estudió escultura y pintura con José Piquer y Federico de Madrazo respectivamente. Aunque nunca llegó a exponer en público, cultivó también con acierto la escultura, por la que sintió siempre gran afición. No obstante se vería obligado a renunciar a ella, absorbido totalmente por la pintura, su auténtica vocación. En su abandono de la escultura jugó un importante papel el fallecimiento de su primer maestro en la Academia de San Fernando, el escultor valenciano José Piquer quien, viendo sus facultades, trató de orientarle hacia el cultivo de este arte. Precisamente, en la Escuela de San Fernando dejaría Montero algunos altorrelieves en yeso de tema mitológico que por su calidad servirían de modelo para los estudiantes más jóvenes de dicho centro.
Flores de Ávila
En las clases de pintura, su maestro será sin embargo D. Federico Madrazo, una de las figuras más relieves del panorama pictórico español de entonces y sin duda el más prestigioso profesor de la Escuela, quien enseñaría al pucelano su seguridad y exquisitez en el dibujo. Además de ambos artistas, el joven pintor iba a dirigir su atención de una manera especial hacia la obra de Eduardo Rosales, figura clave del momento, a quien se debe una nueva orientación de la pintura española hacia un mayor realismo que entroncaba con la mejor tradición de la pintura española.
A lo largo de su breve carrera, Montero y Calvo sintió una profunda estimación por la pintura de Rosales, a quien siempre consideró como el mejor modelo a imitar. En los escasos cuadros que llegó a pintar Montero Calvo se nos mostrará en todo momento como un fiel seguidor del célebre autor del Testamento de Isabel la Católica. Su factura abocetada, su pincelada suelta, esa pintura “inacabada”, esa sobriedad e ideal de sencillez que los contemporáneos apreciaban en las obras de Montero procedían indudablemente de Rosales, que debe ser considerado como su verdadero maestro. Incluso su misma biografía –como veremos– guarda alguna semejanza con la del pintor madrileño. También fue Montero hombre frágil, constantemente enfermo, que moriría joven, victima asimismo de una cruel dolencia. Sin llegar siquiera a rozar la altura de Rosales, Montero fue como él un malogrado, cuya carrera se truncó cuando apenas si se había iniciado.
El Rapto
Vivió los años de mayor auge de la pintura de historia, género que tiene especial representación dentro de su obra, aunque tampoco desdeñó otros temas como la pintura de género y el paisaje. Asimismo le atrajeron los asuntos literarios. Aficionado a la lectura de Cervantes, especialmente del Quijote, en ocasiones tomaría como tema de sus obras algún pasaje de la célebre novela, así como de las Novelas Ejemplares.
En 1878, residiendo en Madrid, oposita, sin conseguir superar las pruebas, a una plaza vacante en la Academia Española en Roma, en la Sección de Pintura de Historia. Montero hubo de competir con otros treinta aspirantes, finalmente no conseguiría la plaza, la cual iría a parar al jienense Manuel Ramírez. En este mismo año se dará a conocer plenamente en la Exposición Nacional de Bellas Artes de dicho año con una escena del Quijote titulada ¿Señor Quijada quien ha puesto a vuestra merced de esta suerte?, no obteniendo ningún premio. Presentó además otros dos cuadros: el retrato de la señorita C.M.C. (por las iniciales posiblemente fuese una hermana del pintor), y un Estudio de una cabeza. También en este año acude al certamen artístico organizado por la prestigiosa revista “La Ilustración Española y Americana”, presentando el dibujo al temple titulado El rapto, que narraba un episodio de la Novela Ejemplar de Cervantes “La fuerza de la sangre”, que mereció el segundo accésit. Según el jurado: “… el grupo principal está muy bien entendido; la elección del asunto es acertada; hay en él un sentimiento poético que le hace merecedor de encomio, y es acreedor, por tanto, a la recompensa…”.
Rinconete y Cortadillo
En la Exposición Nacional de 1881 obtendrá su primer, aunque modesto, triunfo. A ella acude con Muerte de Abel, Una caricia, Callejón de los muertos en Toledo y Rinconete y Cortadillo. Con esta última obra, inspirada en una escena cervantina, obtuvo una Medalla de Tercera Clase. Montero situó la acción en el Patio de Monipodio, verdadera escuela del hampa sevillana, donde los dos pícaros recibieron sus primeras lecciones. A raíz de este galardón, la prensa madrileña comenzó a fijarse en el pintor, comentado su cuadro en términos bastante elogiosos. Así los críticos de entonces alababan la corrección del dibujo, el realismo de los tipos, la fidelidad en la indumentaria y la perfecta ambientación del cuadro.
No obstante, iba a ser el cuadro de historia, tan de moda por esos años, lo que más interesara a Montero Calvo. Así, en la Exposición de Bellas Artes de 1884, presentó un célebre tema de historia medieval, La muerte del Rey Don Pedro I de Castilla, su obra más ambiciosa hasta ese momento. La escena narra la lucha cuerpo a cuerpo entre Don Pedro el Cruel y su hermano bastardo Don Enrique de Trastámara y el momento en que el caballero francés Beltrán Duguesclin sujeta al monarca castellano para que Don Enrique pueda clavarle la daga, poco después de haber pronunciado la conocida frase: “Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”. La composición, largamente meditada por el pintor y el efecto dramático de la terrible escena, gustó tanto al tribunal que le concedió una Medalla de Tercera Clase. El lienzo, adquirido por el Estado, fue cedido a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, en donde se encuentra en la actualidad.
La muerte del Rey Don Pedro I de Castilla
En la Exposición Artístico-Literaria de Madrid de 1885 participa con tres cuadros: una composición titulada Flores de Mayo, un paisaje, Desembocadura del Cifuentes, y un estudio de una Cabeza de Mujer. La primera, por la que obtuvo Diploma de Mérito, fue enviada en depósito de nuevo a Zaragoza, ignorándose su paradero.
La prensa vallisoletana se hace eco de los rápidos avances del joven pintor, congratulándose todos los periódicos de sus primeros triunfos. En consecuencia, la opinión pública pide a las autoridades ciudadanas protección y ayuda para el artista vallisoletana, que en 1885 consigue de la Diputación Provincial la anhelada pensión para estudiar en Roma. En noviembre de ese año marcha a Roma, instalando su modesto taller a orillas del Tiber, en Vía Ripetta. Con su amigo, el pintor vallisoletano Luis de Llanos, recorrió todos los museos, iglesias y ruinas de la capital italiana, admirando con entusiasmo el arte romano. De carácter bondadoso y afable, se sabe que era muy querido y estimado por sus compañeros de la colonia española de artistas, quienes le apodaron como “Beato Arturo”.
Estudio
En 1886, y precisamente en Zaragoza, se celebró una importante Exposición artística organizada por el Ayuntamiento zaragozano a la que concurrieron los más prestigiosos pintores del país. A ella concurrió con un cuadro titulado Futuros artistas, con el que consiguió medalla de primera clase. El pequeño lienzo se conserva en el Museo de Bellas Artes de Zaragoza, en donde figura con el título de Estudio.
En noviembre de ese mismo año mandó a la Exposición que anualmente organizaba la Academia de Bellas Artes de Valladolid, un cuadro al óleo de un Gladiador romano, que fue calificado como de “mérito relevante”. Era su primer envío como pensionado, y con él quería dar a conocer a sus paisanos toda la medida de su aplicación e interés. Para este cuadro, elige un desnudo de tamaño mayor del natural en el que estudia con acierto la musculosa anatomía de un atleta. La pintura obtuvo un premio especial del jurado.
Gladiador romano
Al poco de su estancia en Roma, el pintor enferma gravemente de asma, dolencia que le llevaría a la muerte en plena juventud. En 1887 Montero se afanaba en Roma por acabar la que iba a ser su obra póstuma y la que mayor prestigio le llegaría a proporcionar: Nerón ante el cadáver de su madre Agripina. Pintada con destino a la Exposición Nacional d ese mismo año y cuando ya la enfermedad minaba su cuerpo, puso en ella todas sus esperanzas. Su compañero, Luis de Llanos, escribía desde allí, refiriéndose al cuadro de Montero: “Es el que más se acerca de todos los de estos tiempos a la manera sincera, saludable y franca de Rosales, en el pensar, en el componer y hasta en la pincelada larga y potente del gran maestro contemporáneo”. Cuando le faltaba muy poco para terminarlo, el pintor empeoró en su enfermedad, siendo necesario trasladarle en junio de ese mismo año a Madrid. Con él vino su cuadro que amigos y parientes se encargaron de presentar al certamen nacional.
Nerón ante el cadáver de su madre Agripina
Para el tema se inspiró en el relato del historiador romano Suetonio, cuando Nerón en la Domus Aurea destapa con cinismo el cuerpo de su madre muerta, mostrándolo a sus compañeros de bacanal. El rostro del emperador lo copió directamente de un conocido busto de Nerón conservado en el Museo Capitolino de Roma. Montero buscaba en esta obra, pintada bajo la sugestión de la “Muerte de Lucrecia”, lo mismo que Rosales había pretendido con el célebre lienzo: un tema dramático tratado con sobriedad, que hiciese estremecer e impresionase al  público. Su estilo “poco concluido” –como decían los críticos de la época– pretendía igualmente imitar el de Rosales.
El vallisoletano no llegó a ver expuesto su cuadro, falleciendo a los pocos días de haber sido premiada su obra como una medalla de segunda clase. La pintura mereció además un dictamen favorable del jurado calificador y el elogio de la crítica y prensa madrileñas. El enorme lienzo, que se expuso sin concluir del todo y con la cabeza de Nerón abocetada, suscitó también la curiosidad morbosa del público, compadecido de la muerte del joven artista. Moría Montero y Calvo en Madrid, el 13 de julio de 1887, dejando tras de sí la desilusión de su ciudad que tantas esperanzas había puesto en tan prometedor artista.
Arturo Montero y Calvo a lo largo de su vida participó también en las Exposiciones del Círculo de Bellas Artes y en las organizadas en la Galería del Señor Hernández en Madrid con los cuadros Una devota, ¿Desafinará?, Abstracción y Un abanico.
En 1897 se dió su nombre a una céntrica calle de Valladolid, anteriormente conocida como calle de los "Caldereros", "del Lobo", o "del Verdugo", esta última por vivir éste en dicha calle.

BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos; La pintura del siglo XIX en Valladolid, Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 1982
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: Pintores castellanos y leoneses del siglo XIX, Junta de Castilla y León, Valladolid, 1989
  • GONZÁLEZ GARCÍA VALLADOLID, Casimiro: Datos para la historia biográfica de la M. N. M. N. H. y Excma. ciudad de Valladolid, Tomo II, Maxtor, Valladolid, 2003

1 comentario:

  1. Hola.
    Llevo ya un rato leyendo entradas de pintores, y tengo que felicitarte porque además de ser interesantísimas, son entrañables; mucho.
    Me resulta fascinante descubrir cuántos grandes artistas ha tenido Valladolid, y qué vidas tan increíbles.

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