Hasta su demolición a principios del siglo XX, la capilla fue, desde un punto de vista monumental, artístico y ceremonial, la dependencia más importante de la Universidad. Se hallaba bajo la advocación de San Juan Evangelista. Estructuralmente era una sencilla construcción tardogótica, fechable a comienzos del siglo XVI, que se componía de una única y amplia nave, de cinco o seis tramos, y cabecera plana. En un principio estuvo cubierta por bóveda de crucería, apoyada en contrafuertes, de los cuales se traslucían al exterior los de la cabecera. Esta se hallaba en la calle de la Librería, próxima a la plaza de Santa Cruz. Gracias a una fotografía externa se puede deducirse que su aspecto era similar al de la iglesia de San Benito. La parte inferior aparece engrosada, mediante un zócalo, que se cubre en talud. En medio había un gran escudo, dentro de alfiz, datable en la época de los Reyes Católicos, pues tenía el águila de San Juan. Sobre su cubierta, la capilla poseía, al menos en la segunda mitad del siglo XVIII, una torre, que probablemente contendría el reloj, y una espadaña, donde se habría instalado la campana grande de éste. La capilla se bendijo en 1517, pero ya funcionaba con anterioridad.
A lo largo de sus casi cuatro siglos de
existencia, la capilla del antiguo edificio de la Universidad poseyó al menos
dos retablos. Nada se conserva del primero de ellos, realizado hacia 1529-1530 por
el gran pintor vallisoletano Antonio Vázquez.
En 1680 el retablo tenía tres esculturas
de santos, a lo que por entonces se consideraba “muy antiguos”. No hay datos que permitan saber si pertenecían al
retablo pintado por Antonio Vázquez o a otro posterior. En cualquier caso se
encontraban muy deteriorados. Se encargó su restauración al escultor Francisco
de Tudanca, quien cobró 50 reales por ello. A pesar de esa restauración, en
1737 no se consideró apropiada la escultura que representaba a San Nicolás, por encontrarse en mal
estado, por lo que se decidió sustituirla por otra nueva, realizada en 1742. Se
acompañó de otras dos imágenes, San Juan
Evangelista y a Santa Catalina, todas
ellas obras del escultor José Fernández. Nada de ellos ha llegado tampoco hasta
nosotros.
En 1788 el retablo existente en aquel
momento se desmoronaba debido a la carcoma, por lo que se decidió encargar uno
nuevo al escultor y ensamblador vallisoletano Eustaquio Bahamonde. Dicho
retablo alcanzó unas dimensiones enormes: subía por encima del presbiterio
hasta unos trece metros y medio de altura, por lo que fue necesario cegar le
ventana del testero de la capilla. Su planta recta se ajustaba a la cabecera
plana de la capilla. Aunque no se labró en un material pétreo, como establecía
la norma dictada por Carlos III en 1777 sobre los retablos, se fingió el mármol
en los netos y, sobre todo, en los fustes de las columnas, cuyo estucado se
reforzó con una tela pegada a la madera. El marmoleado se complementó con el
dorado de los capiteles y otros elementos, a imitación del bronce. De todo ello
se encargaron los policromadores y estucadores Gabriel Fernández y José Miguel.
Al mismo tiempo que el retablo, Bahamonde,
realizó también para la capilla, una cátedra, varios asientos doctorales y los
marcos de las puertas laterales del presbiterio, rematadas en frontones curvos.
La estructura del retablo y el lenguaje
formal empleado en él se ajustaban al nuevo gusto neoclásico que se imponía por
esos años desde los círculos académicos. La composición enlazaba con un esquema
que obtuvo un gran éxito en el arte español a fines del siglo XVI y primeras
décadas del XVII, tanto para las fachadas como para los retablos. Esta fórmula
vignolesco-herreriana combinaba un cuerpo bajo tripartito, organizado por
columnas o pilastras, con un ático de menor anchura, coronado por frontón y
flanqueado por aletones para facilitar la transición. En el retablo de la
capilla de la Universidad de Valladolid el ático alcanzó una altura
proporcional mayor a lo habitual, con objeto de llenar en lo posible la
superficie disponible y producir un efecto de grandiosidad.
La mazonería del retablo albergaba seis
lienzos. El de mayor tamaño, que ocupaba toda la calle central, contenía la
imagen del titular de la capilla, San
Juan Evangelista (232 x 173 cms.). De este modo se recogía la advocación de
una de las capillas de la Colegiata en las que se celebraron claustros universitarios
y concedieron grados aún cuando la Universidad contaba ya con su propio
edificio. El motivo iconográfico elegido fue el de San Juan en Patmos. El evangelista gira su cuerpo para recibir el
rayo de la inspiración divina, lo que le permite ofrecer a la vista del
espectador el comienzo del Evangelio que está realizando. La figura de San Juan
posee una notable monumentalidad en este lienzo. Por detrás se alza un árbol,
recurso muy del gusto del autor de esta pintura, Ramón Canedo, para enmarcar o
reforzar la figura humana. El fondo de la escena se abre a la izquierda para
dejar ver un fragmento de paisaje marino que identifica el lugar como una isla.
Por debajo asoma el águila, atributo del Evangelista.
En la calle del evangelio se encontraba
el lienzo dedicado a San Agustín (182
x 94 cms.). El formato del lienzo es vertical, con lo cual se le muestra de
cuerpo entero. Su representación dio lugar a un incidente. La primera pintura
con este tema que se hizo para el retablo, obra también de Canedo, fue
rechazada por su iconografía inapropiada, ya que figuraba al santo “en el acto de su conversión”. Se pintó
entonces otra imagen en la que San Agustín aparecía ya como doctor, en el acto
de escribir bajo la iluminación divina. Por encima de él se localizaba el
lienzo dedicado San Gregorio Magno (83
x 94 cms.), ataviado como Papa, con una capilla y un bonete rojos, forrados de
armiño. Entre los bordados de oro de la estola que lleva por encima, se ven las
figuras de San Pedro y San Pablo y las llaves cruzadas del Sumo Pontífice, que
le identifican como tal, pero que remiten de nuevo al emblema de la Universidad
de Valladolid.
De manera simétrica encontramos en el
lado de la Epístola a San Ambrosio (83
x 94 cms.), de medio cuerpo, caracterizado como obispo a través de la capa
pluvial, la cruz pectoral y la de pontifical que asoma por detrás de su media
figura. Al igual que los otros Padres de la Iglesia, se presenta con el cuerpo
girado en tres cuartos y la cabeza inclinada hacia arriba, de donde llega la
luz de la revelación sobrenatural.
Por debajo de él se encontraba el lienzo
que representa a San Jerónimo (182 x
94 cms.). De acuerdo con una de sus iconografías más habituales, la de penitente.
Se le representa semidesnudo en el desierto de Calcis. Junto a él, un león.
Sobre una mesa se hallan un libro, en alusión a su traducción al latín del
Antiguo Testamento, conocida como la Vulgata,
y los instrumentos de su meditación (un sencillo crucifijo y una calavera).
Como patrón de la Universidad de
Valladolid, San Nicolás de Bari (231
x 168 cms.), ocupaba un lugar destacado en el retablo, en el ático. Para su
representación se escogió su imagen apoteósica, que le mostraba subiendo al
cielo sobre nubes y entre ángeles portadores de sus insignias episcopales
(mitra, libro y báculo). En un ángulo aparece uno de sus atributos más
característicos, los tres niños en un cubo de de madera, en recuerdo de cómo el
santo, según la leyenda, resucitó milagrosamente a tres jóvenes a los que un
carnicero había asesinado y puesto en salazón tras haberle pedido albergue. Por
debajo del tonel se lee la firma del pintor “Diego Pérez Martínez”. Existía la
tradición de que la comunidad universitaria acudiera a la desaparecida iglesia
colocada bajo la advocación del santo, junto al Puente Mayor, el día de su
festividad, pero en el siglo XVIII se suprimió.
La autoría de las pinturas se repartió
entre Ramón Canedo (ca. 1736-1801), quien llevó a cabo las de San Juan, San Jerónimo y San Agustín,
y Diego Pérez (1750-1811), a cuyo cargo corrieron las de San Gregorio, San Ambrosio
y San Nicolás de Bari. Por aquellos
años ambos mantenían una fuerte rivalidad en el seno de la Academia de la
Purísima Concepción, donde Diego Pérez era Director de Dibujo, mientras que
Joaquín Canedo (+ 1901), Académico de Mérito, al que la historiografía hace
hijo de Ramón, aunque a éste la documentación le señala como “Canedo menor”, había sido expulsado de
la institución por insubordinación.
Ramón Canedo ya trabajaba para la
Universidad desde 1771. Prueba de que gozaba de la confianza del claustro
universitario es que en 1789 pintó el retrato de Carlos IV. Pero en 1788 Diego
Pérez se debió de presentar ante la Universidad como la máxima autoridad local
en el campo de la pintura, con la intención de quedarse con la adjudicación de
las pinturas del retablo. Para dirimir el asunto, en abril de ese mismo año se
enviaron obras de ambos pintores a la Real Academia de San Fernando, donde
fueron examinadas. El dictamen fue demoledor, pues los lienzos no fueron de su
gusto, por lo que no emitió dictamen a favor de ninguno de los artistas. La
Universidad llegó a una fórmula de compromiso. Tras haber pagado 4.100 reales a
Ramón Canedo por cinco pinturas para el retablo, sólo se colocaron tres. Las
otras dos serán las que representan a San
Gregorio y San Ambrosio (93 x 105
cms.), firmadas por Joaquín Canedo en 1788, que se colgaron finalmente en la
sacristía. Las idénticas fechas de realización e iconografía y las similares
dimensiones con respecto a las del retablo confirman este cambio. El San Agustín que se retiró del retablo,
perdido en la actualidad, se enmarcó en 1791. El pago de 1.000 reales efectuado
a Ramón Canedo dos años antes por “dos
santos doctores para la sacristía” parece que se refiere más bien a los
pintados por Joaquín.
Joaquín Canedo. Lienzo de San Gregorio que se colocó en la sacristía |
Joaquín Canedo. Lienzo de San Ambrosio que se colocó en la sacristía |
Las pinturas de Ramón Canedo en el
retablo presentan una gran contención y academicismo, aunque mantienen cierto
interés por el color y el movimiento de la figura, como se puede ver en las de San Juan y San Jerónimo. El estilo de Diego Pérez es más estático y, sobre
todo, más luminoso. Sus personajes se sitúan en atmósferas diáfanas, de luz
plateada. La escasa variedad cromática y la gama tonal limitada llegan a
empobrecer el resultado, como se puede ver en el San Ambrosio. Una sintonía con los Bayeu o con Maella se pueda
apreciar en el San Nicolás. El santo
y los ángeles apoyan en unas masas nubosas pesadas, de apariencia casi rocosa. Una
fusión de ambas tendencias se aprecia en el San
Agustín rehecho. Obligado a pintar de nuevo al santo, parece que Canedo
actuó en él bajo la influencia de Diego Pérez, pues es el más luminoso y
reposado de sus cuadros. La cabeza del santo se ha suavizado en sus facciones
con respecto al San Jerónimo y posee una ligera dignidad.
Tras el derribo de la Universidad en
1909, el retablo se fragmentó y se distribuyó por diversos lugares de la
institución. En el proceso se perdieron algunos elementos de su arquitectura,
pero se conserva la mayor parte. Sus grandes dimensiones imposibilitan su
montaje.
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFÍA
- REDONDO CANTERA, María José (coord.) y MORENO LÓPEZ, Ángeles (et. lit.): Tradición y futuro. La Universidad de Valladolid a través de nuevo siglos, Universidad de Valladolid, Valladolid
- REDONDO CANTERA, María José: “El edificio de la Universidad durante los siglos XVII y XVIII” en Historia de la Universidad de Valladolid, tomo II, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1989, pp. 649-663
Dos mínimas puntualizaciones de este magnífico post: cuando te refieres al lienzo de San Gregorio del retablo, lo que llamas "capilla" se llama "muceta" y el "bonete rojo" se llama "camauro", y es un gorro de terciopelo con ribete de armiño. http://panoramacatolico.info/sites/panoramacatolico.info/files/imagecache/grande/Papa%20con%20el%20camauro_thumb%5B2%5D.jpg
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