La provincia vallisoletana cuenta entre su
inmenso patrimonio con una buena colección de crucificados de Juan de Juni,
tanto documentados como atribuidos. Aunque todos presentan el inconfundible
estilo personal del maestro, es posible señalar entre ellas una diversidad,
surgida no sólo de su diferente tamaño sino también del canon utilizado y del
mayor o menor contenido expresivo, oscilante entre el más extremado patetismo y
la serenidad clásica.
Las imágenes de Cristo en la cruz las podemos
hallar de dos maneras, ya sea como escultura aislada o bien formado parte de un
conjunto más amplio como es el Calvario, es decir junto a la Virgen y a San
Juan. Las conservadas se incluyen fundamentalmente en el primer grupo.
La principal característica que tienen en común
todos estos crucificados es que están tallados en madera, cosa que puede
parecer sin importancia, pero es que Juni no solo trabajo este material, también
utilizó el barro, la piedra, etc… Todos ellos, salvo una excepción, presentan a
Cristo muerto aunque parecen que acaban de expirar, sin que a sus cuerpos, desplomados,
haya llegado la laxitud de la muerte. La cuidada policromía, a pulimento,
subraya el efecto de la sangre de una manera natural, tiñendo en parte el paño
de pureza, las más de las veces blanco con borde dorado y dispuesto
generalmente de forma diagonal aunque su relevancia es diversa: en algunos
casos muy ostensible y de gran barroquismo; más blando y desapercibido en
otros. Todos los crucificados tienen los pies cruzados, traspasados con un
único clavo, de dedos muy crispados en ocasiones; las extremidades inferiores,
por su disposición de notable retorcimiento, pueden parecer cortas muchas
veces. Todos también tienen incorporada la corona de espinas, en la mayor parte
de los casos muy integrada en el cabello. La mayoría de las réplicas no pueden
fecharse exactamente. A falta de identificar -si es que se conserva- el Crucificado
al que alude el cardenal Tavera, que parece estaba hecho en 1537, los demás que
han llegado hasta nosotros fueron encuadrados por el profesor Martín González
en el periodo central y en los últimos años de su producción.
CALVARIO
(Valladolid. Museo Nacional de Escultura, 1556)
Este
Calvario es el que en 1556 se comprometió a realizar Juni para la capilla
funeraria que D. Antonio del Águila, obispo de Zamora, poseía en el convento de
San Francisco, en Ciudad Rodrigo, podía considerarse como una de las obras más
difíciles de su producción, hasta el punto que Gómez Moreno al referirse a ella
dice que Juni "no supo crear aquel
sino grotesca agitación sin profundidad ni alma". La razón principal
estaba -ahora se puede constatar- en la espantosa policromía de chirriantes
colores que, sobre una gruesa capa de yeso, recubría las figuras impidiendo
apreciar su valor escultórico. Su eliminación ha supuesto que las imágenes de
la Virgen y San Juan, cuya policromía estaba prácticamente perdida, hayan
quedado "en blanco", es decir en el color de la madera de nogal en
que están talladas, conservando sólo algunos restos de color. Se ha revelado
así la calidad de las piezas, especialmente en el caso de la Virgen, que deben
asignarse a la mano del maestro, desechando la idea de que pudiese ser obra de
taller. El Cristo ha conservado en parte su excelente policromía original, con
algún repinte. En consecuencia el Calvario resulta, a juicio de Fernández del
Hoyo, obra destacadísima entre la producción juniana, precisamente por su
profunda expresividad.
Parece lógico que Juni cuidara este encargo pues
estaba destinado a un lugar donde la contemplación no sería muy lejana, a un
cliente ilustre y a una Orden de su predilección: la franciscana. Se da la
circunstancia de que en la escritura de concierto, fechada el 8 de junio de
1556, se incluye un compromiso autógrafo del propio Juni, el más largo escrito
que de su mano se conserva, y datado dos días antes. Dio noticia del contrato
de "ciertas obras" Llaguno, recogiéndola sin más precisión el conde
de la Viñaza, pero lo publicó Martí y Monsó. En él se dice que la obra
debe ser "labrada estofada y
encarnada y acabada en la perfección y buena orden... para que su señoría
Reverendísima esté de mi satisfecho y de la obra muy contento" insistiendo
en que "esté fecha conforme a la perfección de mi arte y habilidad que
Dios me da a contento de su señoría". Las figuras serían "de
proporción natural" que se estimaba en seis pies de vara (1,68 m.) de
alto. Seguramente el comitente vería colmadas sus exigencias porque es obra de
profundo sentimiento y muy representativa del momento de plenitud de Juni.
La figura de Cristo, que mide dos metros desde
los pies hasta las manos, está entre las versiones más singularmente junianas
de esta iconografía. Está muerto, con la poderosa cabeza ceñida con llamativa
corona de espinas e inclinada sobre el hombro derecho y el cuerpo, de potente
anatomía, muy desplomado. Especialmente llamativo es el detalle del paño de
pureza, que aparece desanudado, sosteniéndose caprichosamente por delante y
volando libremente tras el costado izquierdo, en un inverosímil equilibrio
propio de la creatividad del escultor.
La imagen de la Virgen María es magnífica.
Aparece envuelta en una cascada de abundosas y blandas telas que en sucesivas
capas recubren su cabeza y su cuerpo pero sin ocultar su corporeidad. A ellas
se aferra con sus manos convulsas, mientras que el rostro dolorido se eleva
hacia su Hijo. Al poder apreciar la escultura sin la policromía disminuye la
fuerza de la imagen devocional en beneficio de la pura técnica escultórica.
Quizá resulte más inquietante, por su rebuscada
postura de forzado manierismo, la figura de San Juan que Azcárate tachó de
"desagradable", y que sin
embargo desempeña un importante papel en el drama sacro invitando al espectador
a contemplarlo como lo hace José de Arimatea en el Entierro del obispo Guevara.
El ademán de su mano derecha, que eleva la punta de su manto, es muy inequívocamente
juniano.
Tras
la Desamortización y la ruina del convento,
el Calvario se trasladó al palacio que en esa población poseía el
Marqués de
Espeja, heredero de los Águila donde lo identificó Gómez Moreno. En 1997
fue
adquirido por el Estado a sus propietarios y asignado a las colecciones
del
Museo Nacional de Escultura, de Valladolid. Mirad que bonito estaba el
Calvario antes de llegar al museo y ser restaurado (la foto no está
trucada):
CALVARIO (Valladolid. Catedral, 1545-1561)
Esta imagen ya fue tratada en. Se trata de uno de
los Crucifijos más clásicos y serenos entre los realizados por Juni; en
contraste, la Virgen, abatida por el dolor, se desploma en el suelo en total
desmayo, de tal modo que su brazo derecho, abandonado, pende hacia el vacío;
San Juan trata de incorporarle mientras que la Magdalena, a sus pies, solloza.
CRUCIFIJO (Valladolid. Monasterio de las Huelgas Reales)
Imponente obra, de tamaño natural (177 cm.). En
el Tumbo Nuevo, que se conserva en el archivo monasterial, se cita en la Sala
Capitular "Un Christo Crucificado de
escultura muy grande y muy devoto, el cual está con mucha decencia por haberlo
adornado de arquitectura suficiente la señora doña Aldonza de Navarra, hija de
Juan de Navarra, monja de este monasterio". El Cristo, conservado hoy
en una de las naves que sirven de deambulatorio al coro bajo, estuvo en la Sala
Capitular, hoy desaparecida, que se construiría a mediados del siglo XVI y se
adornaba con escudos en que figuraban las cadenas de Navarra. Acerca de doña
Aldonza de Navarra, dice Masoliver que en 1572, por expreso deseo del rey
Felipe II, fue enviada como abadesa al monasterio de San Clemente, de Toledo,
con objeto de impulsar su observancia. De allí pasaría al cenobio de Jesús, de
Salamanca, donde murió en 1587.
Identificado por García Chico, fue dado a conocer
por Martín González quien lo supone realizado al final del periodo central. Muy
manierista, es quizá el más estilizado de los realizados por el maestro, aunque
musculoso, con las extremidades inferiores más largas de lo que suele hacer
pero resultando los brazos algo cortos. La cabeza difiere de otros por su
rostro más juvenil, la barba rematada en dos puntas y el mayor relieve de la
corona de espinas. Aunque tiene la herida del costado, parece acabar de
expirar. La anatomía del trono es de potente modelado y el paño de pureza, que
presenta un gran nudo frontal, vuela tras el muslo derecho.
En la actualidad, ubicado en el museo conventual,
escoltan al Cristo de Juni, completando la representación del Calvario, las
figuras de la Virgen, San Juan y la Magdalena, obras atribuidas al escultor
romanista Adrián Álvarez.
CRUCIFIJO (Olivares de Duero. Iglesia parroquial de San Pelayo, h. 1550)
El presente Crucifijo (97 cm.), dado a conocer en
1955 por Martín González, estaba situado en un retablo barroco de la iglesia de
Olivares de Duero (Valladolid). Al evidente patetismo de la escultura, se unía
su lamentable estado de conservación porque, además de repinte y enyesado,
había sufrido el corte de los brazos a la altura del hombro para, mediante un
elemento introducido en la fractura, convertirlo en articulado seguramente con
destino a una ceremonia de descendimiento y entierro. La completa restauración
a que fue sometida la pieza por la campaña 1998-99 de restauraciones llevadas a
cabo por la Diputación Provincial de Valladolid con la colaboración de la Junta
de Castilla y León y el Arzobispado de Valladolid, ha devuelto a la obra toda
la grandeza original. Hoy se venera en un retablo de la nave del evangelio en la
parroquia de San Pelayo, donde forma un Calvario junto a un San Juan y una Virgen María de hacia 1600.
La escultura, que Martín González sitúa en el
periodo central juniano, conceptuándola próxima al Cristo del Calvario de
Ciudad Rodrigo, es dramática sobre todo en la crispación de las extremidades
inferiores, muy nervudas; sin embargo el torso muestra sobre todo un apurado
estudio anatómico, blandamente trabajado, y la expresión del rostro es serena.
El paño de pureza, de notables dimensiones, se anuda en la parte delantera y
vuela por detrás de la cadera derecha.
CRUCIFIJO (Valladolid. Museo Diocesano y Catedralicio)
Aunque hallado en la iglesia de San Andrés, este
Crucifijo (95 cm.) procede de la desaparecida Cartuja de Aniago (Valladolid).
Su estado de deterioro, debido al ataque de la carcoma -ahora controlado-
dificulta pero no impide apreciar su cualidad de obra personalísima del
escultor. Más enjuto que la mayoría de los tallados por Juni es también uno de
los más patéticos su retorcida figura, en especial las combadas piernas, evocan
el expresionismo de Grünewald. La policromía es mate.
CRUCIFIJO (Valladolid. Museo Nacional de Escultura, h. 1550)
Este crucifijo (101 x 81 cm.) de pequeño tamaño
fue dado a conocer por Martín González en 1974, cuando pertenecía a una
colección del escultor vallisoletano José Luis Medina de Castro, de quien lo
adquirió el Estado, en 1981, con destino al Museo Nacional de Escultura. Aunque
está sin documentar, es obra indudable de Juni, respondiendo a las
características del arte del maestro, como muy acertadamente analiza Arias
Martínez.
Para Martín González, que lo fecha en torno a
1550, dentro del periodo central de la producción del artista, presenta, no
obstante, similitudes con el existente em Mojados, algo posterior. Se trata de
un Cristo muerto, con el sereno rostro inclinado sobre el pecho, formas
redondeadas y miembros cortos. La disposición del paño de pureza, más sucinto y
blando en este caso, se subraya por la sangre que fluye del costado mezclándose
con el orillo dorado que lo bordea y resbalando luego entre las piernas.
CRUCIFIJO (Mojados. Iglesia de Santa María, h. 1560)
Este pequeño crucifijo (88 cm.) fue dado a
conocer, como otros muchos, por Martín González, en 1955, quien lo clasificó en
el periodo central del artista y una fecha próxima a 1560, en razón a su gran parecido
con el Cristo del Calvario situado en el retablo de la Antigua. No obstante, es
de las tallas de mayor serenidad de esta iconografía, tanto en el cuerpo, de
potente modelado, como en el tratamiento del paño de pureza, acusando la
inclinación hacia el clasicismo que experimenta el estilo de Juni al avanzar su
carrera. La policromía muestra algunas deficiencias de conservación.
CRISTO DE LA EXPIRACIÓN (Valladolid. Convento de Santa Teresa, h. 1570)
Pieza singular entre los crucificados de Juni es
el Cristo, llamado de la Expiración (118 cm.), de tamaño menor del natural, que
se encuentra en el claustro del convento de carmelitas descalzas de Valladolid.
Es obra personal de Juan de Juni, que Martín González fecha en la década de los
setenta. Le distingue de las restantes imágenes de esta iconografía creadas por
Juni el hecho de que esté aún vivo, si bien parece al final de su agonía, quizá
en el momento de pronunciar una de sus últimas palabras: "Padre ¿por qué
me has abandonado?".
Entre la documentación conservada en el archivo
conventual no hay constancia sobre la procedencia de la obra, sin embargo la
historia del convento puede ayudar a esclarecer algunas circunstancias y a
establecer una hipótesis. La fundación de Valladolid, realizada por Santa
Teresa gracias al apoyo y mecenazgo de doña María de Mendoza, viuda de don
Francisco de los Cobos y hermana de don Álvaro de Mendoza, obispo de Ávila y
decidido protector de la reformadora, tuvo lugar en un primer emplazamiento, a
las afueras de la villa el 15 de agosto de 1568. Sin embargo, muy poco después,
en febrero de 1569, las monjas pudieron adquirir una casa para su
establecimiento definitivo merced a los 2.600 ducados que la Mendoza donó. La
estrecha relación que esta señora y su hermano el obispo mantuvieron con Santa
Teresa y la protección que la dama dio al convento, adquiriendo el patronazgo
de su capilla mayor, hacen razonable suponer que fuese ella también quien
costease la escultura. En contra de esta hipótesis está el que no se menciona
en los libros del convento, donde tantas veces aparece el nombre de doña María,
pero a favor el hecho de que la dama fuese cliente de Juni a quien en 1572
encarga la realización de la escultura de San Segundo, patrono de Ávila, para la
ermita de su nombre. En torno a esa fecha, antes o después pudo regalar a su
amiga Teresa la impactante escultura.
Poco conocido precisamente por su permanencia en
la clausura conventual, lo que ha favorecido también su buena conservación,
este Crucifijo es obra de excelente calidad y profundo sentimiento. El cuerpo
potente y crispado, realzado por una policromía muy clara, está lleno de
tensión que se incrementa por el violento giro de la cabeza hacia arriba. No es
posible saber si esta particularidad iconográfica pudo deberse a una sugerencia
de la comitente o responder a un personal deseo de Teresa de Jesús, que vería
así plasmada algunas de sus místicas revelaciones.
CRUCIFIJO (Valladolid. Convento de San Pablo [procedente del Convento de Santa
Catalina])
Un valor añadido, de índole biográfica, tiene
este Crucifijo, respecto a los demás: el ser hecho para el convento donde,
aunque sin precisar el lugar, se encuentra sepultado Juni junto a parte de su
familia, conforme a sus disposiciones testamentarias. Como se ha dicho, es
posible que razones de índole familiar pesasen en esta decisión de enterrarse
allí ya que su suegro, padre de María de Mendoza su tercera mujer, fue durante
años mayordomo del convento. El Cristo estuvo hasta hace no mucho en un
sencillo retablo de medio punto, en una pared del evangelio de la pequeña
iglesia dominica, un lugar que no estaba pensado inicialmente para él sino para
otro crucifijo de menor tamaño; por eso resulta excesivamente grande para el
arco que lo cobijaba, superponiéndose a su moldura.
Fotografía de cuanto el Crucifijo se encontraba en la iglesia de Santa Catalina |
La imagen, que había pertenecido a doña Elvira
Rojas, marquesa de Alcañices, fue donada en 1584 por su hijo y heredero D. Luis
Enríquez de Almansa, probablemente en razón de que su hermana doña Aldonza de
Castilla, era entonces la priora del convento y que su propia hija, María,
ingresó también en él. Aunque la voluntad del donante fue que el Cristo
estuviese siempre en el retablo mayor "para que todos los que entraren en
la iglesia le vean y recen a él", la adquisición del patronazgo de la
capilla mayor por otra familia debió forzar el traslado a su nuevo
emplazamiento, donde, por otra parte, era sumamente visible. La primera y
segura atribución a Juni se debe a Gómez Moreno, quien lo comunicó a Agapito y
Revilla.
Se cuenta esta escultura entre las versiones más
clásicas y serenas de su autor, lejos del patético retorcimiento y del
expresionismo de otras imágenes del Crucificado, como han destacado Weise y
Martín González. Bastante estilizado, tiene un cuidado estudio anatómico que el
paño de pureza deja ver generosamente, aunque quizá es excesivamente plano. La
excelente policromía semimate y la buena conservación general contribuyen a la
perfección de esta obra.
A causa del traslado de las religiosas de Santa
Catalina, el Crucifijo se encuentra actualmente en la capilla mayor del
convento dominico de San Pablo.
BIBLIOGRAFÍA
- FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Juni de Juni, escultor, Universidad de Valladolid, Valladolid, 2012.
Permiteme corregir un pequeño dato sobre el CRUCIFIJO (Valladolid. Museo Diocesano y Catedralicio). La policromia no es mate, es a pulimento con retoques a punta de pincel. Aunque en libros de Juni lo ponga, es erroneo igualmente.
ResponderEliminar