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lunes, 7 de julio de 2014

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA PARROQUIAL DE SAN MILLÁN DE QUINTANILLA DE ONÉSIMO


Si un retablo ha sufrido penurias ese ha sido el retablo mayor de la iglesia parroquial de San Millán de Quintanilla de Onésimo. El mueble estuvo situado en la que fuera la capilla mayor hasta el año 1958, en que un hundimiento de las naves del antiguo templo del siglo XVI, del que sólo sobreviviría la cabecera. Fue entonces cuando se tuvo que trasladar a una capilla colateral, no sin antes pasar un auténtico calvario que a punto estuvo de destruirlo al permanecer a merced de la meteorología durante el tiempo en que la iglesia estuvo arruinada. Con ocasión de la reconstrucción, soportó año y medio salvaguardado por un murete de ladrillo que a duras penas le resguardó de una humedad que pudo suponer su desaparición. Fue rehabilitado por el Instituto Central de Restauración de Madrid y, actualmente, acaba de ser limpiado, habiendo recuperado todo su esplendor.

El retablo, pieza mixta de escultura y pintura, se organiza en banco, tres cuerpos, cinco calles y ático. Las dos calles extremas se alabean, seguramente para adaptarse a la forma poligonal del primitivo presbiterio. Según Enrique Valdivieso se trata de “una de las mejores obras de escultura y pintura del renacimiento en España”. Este retablo, que ha sido calificado como uno de los más bellos de la época, es de tipo manierista para Parrado del Olmo, que cree reúne  características que así lo acreditan, como es el movimiento de los entablamentos, el encaje de relieves en una arquitectura de columnas, los juegos palladianos del primer cuerpo, el derroche de fantasía del sobrecuerpo, con relieves y pinturas en medallones elípticos, y la complejidad de la cúspide.

El banco está formado por dos tablas pintadas representando el Santo Entierro y el Descendimiento de la Cruz. Coincidiendo con los plintos de apoyo de los órdenes de los cuerpos, se sitúan los relieves de San Agustín, San Jerónimo, el Rey David tocando el arpa, Josué con la espada, San Mateo con el ángel, San Lucas con el toro, San Marcos con el león y San Juan con el águila de Patmos para concluir con las figuras de San Ambrosio de Milán y San Gregorio Magno. En el centro del banco tiene cabida el Sagrario, cuya puerta exhibe un relieve de Cristo atado a la Columna. A los lados, los relieves de San Pedro y San Pablo. Unas pilastras acanaladas seccionan la Custodia para albergar estos motivos. En su cúpula luce una pequeña Virgen con el Niño.


El resto de pisos repite la distribución utilizada en el banco: en la calle central una escultura en bulto redondo, en las extremas relieves, y en las intermedias tablas pintadas.
En primer piso, las dos pinturas hacen referencia a la Visión de Santa Ana y los Desposorios de la Virgen. El relieve del lado del Evangelio representa a San Millán como pastor, en el que se distingue a un personaje barbado con un largo cayado acompañado de unas ovejas que se insinúan en bajorrelieve y, como fondo, unos árboles de nudosos troncos. San Millán adquiere una postura un tanto forzada, algo encorvada, como si todo su peso descansara sobre el bastón, lo que no deja de ser sino un aspecto manierista de la obra. Parrado del Olmo opina que existe gran analogía con algunos tipos masculinos del guardapolvo de Santoyo (Palencia) respecto de la posición de la imagen y su complexión atlética.


En el relieve de la Epístola acontece la Muerte de San Millán, que está tumbado en una cama flanqueado por monjes estereotipados, de mentón prominente y nariz acusada y recta, dos de los cuales, uno leyendo la recomendación del alma y un segundo cruz en mano, están dándole la extremaunción.

Los encasamientos de los dos relieves y las dos pinturas anteriores se rematan con arcos que acogen bustos de Santa Lucía con los ojos en un plato, Santa Bárbara con la torre donde fue encerrada por su padre, Santa Catalina con la espada y la rueda dentada de su martirio y Santa Águeda con los senos amputados. Entre arco y arco, ángeles volanderos de cuerpo entero y motivos insertos en tarjetas de cueros recortados.

En la hornacina central de este cuerpo destaca la figura de San Millán, al que tanto Portela Sandoval como Parrado comparan con el San Benito del retablo homónimo que se guarda en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Nos encontramos con una escultura también manierista de bulto entero, en contraposto, con un báculo y un libro en las manos.

En el segundo cuerpo se localizan las pinturas del Abrazo ante la Puerta Dorada y el Nacimiento de la Virgen. En cuanto a los relieves, en el lado del Evangelio se sitúa un relieve representando Pentecostés, con la Virgen en el centro de la composición y los apóstoles arracimados en grupos de seis en torno suyo. Arquitecturas clásicas de fondo simulan el cenáculo. El paño medial es para la Asunción de María, que es ayudada a ascender por los ángeles. El relieve de la Epístola muestra la Muerte de la Virgen, circundada por los Apóstoles distribuidos simétricamente. De nuevo una arquitectura con un frontón en cuyo tímpano se aloja un disco que sirve de pantalla a la escena.


Finalmente el tercer piso contiene las pinturas de la Natividad y la Adoración de los Reyes Magos. Los relieves incluidos son: La Anunciación que se desarrolla a la manera convencional, es decir, la Virgen arrodillada delante del dosel de la cama de su alcoba, adoptando una complicada postura, muy manierista, en tanto que San Gabriel hace el anuncio con las manos en actitud discursiva: en una de ellas porta una vara y con el dedo índice de la diestra apunta hacia el cielo. El nicho principal se dedica a la Coronación de la Virgen a cargo de Dios Padre y Jesucristo. Aquí se hace una alusión al misterio de la Santísima Trinidad por cuanto, además de estas dos figuras, aparece la Paloma del Espíritu Santo presidiendo el suceso desde las alturas. María, con las manos orantes, monta sobre una peana. El Padre Eterno lleva la bola del mundo en la diestra mientras con la siniestra sujeta la corona sobre la cabeza de Ella.

En el lado de la Epístola, dentro de un óvalo, como ocurre con la Anunciación, se desarrolla un relieve de la Circuncisión, que sigue una iconografía muy repetida en la representación de este episodio que se aparta de las costumbres judías. Así, este evento tenía lugar a los ocho días del parto sobre el trono de Elías, que poseían todas las sinagogas y que se llevaba al templo, donde se subastaba el privilegio de sentarse en él durante la ceremonia. Además, se incluye a la Virgen en la tabla, lo que en realidad no era posible porque no podía entrar en la sagrada estancia hasta los cuarenta días del nacimiento. La Madre sostiene al Hijo, que se halla sentado sobre el ara en tanto que el mohel, ataviado de obispo, se apresta a circuncidarle.

El ático presenta una cierta complicación propia del retablo renacentista. En los lados divisamos unos tondos elípticos con relieves de San Pedro y San Pablo, y en las esquinas unas imágenes de Virtudes de las que parten unas colgaduras que se enrollan en los dos óvalos para desembocar en las manos de unos niños sentados con las piernas colgantes sobre la espiga que guarda en su seno el Calvario que ha sido relacionado en su estética con Alonso Berruguete. La cabeza, el tipo de barba, el cabello de mechones apelmazados, los rasgos físicos afilados, la seca anatomía, la boca ligeramente entreabierta o el paño de pureza adherido a la pelvis con lazada avolutada al lado izquierdo que nos lo indican así. San Juan muestra su aflicción en su mirada compasiva al Crucificado.

Justo encima del Calvario hay un templete en el que se dispone volada sobre el retablo la Resurrección de Cristo sin ninguna arquitectura que la proteja, logrando un efecto de dominio visual sobre la iglesia. Jesús adopta una pose triunfal, con la mano derecha como en actitud de victoria sobre la muerte, una vara crucífera en la izquierda y el cuerpo desnudo, salvo el perizonium que tapa sus zonas pudendas y el manto dorado que le cuelga del brazo izquierdo. Dos soldados sentados en la cúpula de este pequeño baldaquino acompañan al Salvador.

En cuanto a su autoría, Parrado lo estima en conexión con la obra de Manuel Álvarez y adjudica a Juan Ortiz Fernández el relieve de la Muerte de San Millán, el San Pablo del coronamiento, la Virgen y el San Juan del Calvario y la Asunción. Considera dudosa la participación de Ortiz en la Coronación de María y el Cristo Resucitado del ático y admite como posible que sea de su gubia la estatua de San Millán. Por su parte, Portela Sandoval lo atribuye a Francisco Giralte y destaca cierto parecido con el retablo mayor de Colmenar Viejo. No obstante, presume la intervención de Manuel Álvarez o Mateo Lancrín en varias esculturas.
En cuanto a su cronología, Portela piensa que la escultura será de hacia 1571, mientras que Parrado se inclina por una fecha anterior, de 1556 a 1560.
En cuanto a las pinturas, sí que conocemos a su autor: el vallisoletano Jerónimo Vázquez, hijo del gran pintor Antonio Vázquez. El juicio artístico que puede emitirse sobre Jerónimo Vázquez no es demasiado favorable si se le compara con los pintores de su categoría que vivieron en la misma época. Utiliza un colorido de tonos suaves y efectistas, propios del periodo manierista en que este pintor trabajó. Su estilo es retardatario y arcaico, observándose una gran dureza en el dibujo, descompuesto por figuras demasiado voluminosas y faltas de proporción entre ellas mismas y el ambiente que las rodea.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.
  • VALDIVIESO, Enrique: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo VIII. Antiguo partido judicial de Peñafiel, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1975.

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