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martes, 21 de julio de 2015

LA FACHADA RENACENTISTA DE LA IGLESIA DEL SALVADOR


La iglesia del Salvador muchas veces pasa inadvertida tanto para los vallisoletanos como para los turistas, a pesar de su céntrica posición dentro del casco histórico y su cercanía a lugares tan visitados como la Catedral o el Pasaje Gutiérrez. Sin embargo, se trata de uno de los templos con un patrimonio más rico y variado. Ya en ocasiones anteriores hablamos de su impresionante retablo flamenco de la capilla de San Juan Bautista, en esta ocasión trataremos sobre su espléndida fachada renacentista.
Al igual que otros muchos templos vallisoletanos, el origen de esta parroquia fue el de ermita. Según Canesi, la erección de la ermita, puesta bajo la advocación de Santa Elena, tiene lugar en el año 1245, convirtiéndose en parroquia el año de 1336, dedicada al Divino Salvador. Lo más antiguo que se conserva es, aparte de las catacumbas, la capilla de San Juan Bautista, que según la inscripción se concluye en 1487. El resto del templo se edifica ya en la primera mitad del siglo XVI, modificación que conllevó consigo la elevación de la fachada.

Ya Canesi alabó la fachada al decir que “es de las más preciosas que hay en España, en dictamen de los más peritos en el arte de la arquitectura, toda de cantería muy bien labrada, y por remate un corredor de lo mismo con labores exquisitas”. González García-Valladolid advirtió un letrero que hay dentro del frontón, con las fechas de 1541 y 1559. Sabemos que el arquitecto de esta fachada es Juan Sanz de Escalante, pues en 1576 se acuerda pagar a la hija del cantero 300 ducados, de lo que se debía a su padre, por razón del pleito que sobre el pago de la obra se produjo. La obra habrá sido efectuada en las fechas consignadas, es decir, comienzo en 1541 y terminación en 1559. El citado Juan Sanz de Escalante era vecino de Valladolid, pero procedía de Escalante, en la merindad de Trasmiera.

Se dispone en forma de gran tablero de cantería, al que se adosa la portada, a modo de retablo. Adopta una disposición binaria, a base de dos puertas, con columnas muy esbeltas. Se valoran el plano, la columna exenta y los huecos. Dos óculos hay en el segundo cuerpo. El arquitecto ha compuesto limpiamente el juego compositivo, con un criterio sin duda palladiano. Por ello esta fachada tiene un gran interés, pues apela ya a la desnudez y a la proporción, basada en el módulo cuadrado. En medallones, se disponen motivos de la Pasión, en el dintel de las puertas. El tercer cuerpo lleva ventana, flanqueada por pares de columnas. En el muro, dentro de tarjetas, se hallan las inscripciones: “Hic est Filius meus diletus” y “Soli Deo honor et glorian”. Se remata con una balaustrada, que permite unificar la fachada. Los tramos se separan por medio de jarrones. Emerge un cuerpo decorado con un relieve del Padre Eterno, a manera de esbelta peineta.

En esta fachada palladiana, una de las más bellas de la ciudad, se encuentran unas esculturas dispuestas de una forma muy escenográfica: en el primer cuerpo, una Anunciación, con las figuras entre columnas, un tanto oprimidas tal y como había impuesto Juan de Juni en su estilo. Encima se desarrolla un grupo de la Transfiguración, dispuesto de modo espectacular, indicando que su posición fue ideada por el propio arquitecto: los tres apóstoles van colocados sobre el entablamento del segundo cuerpo. Jesús está colocado en relieve en el centro, sobre el entablamento del tercer cuerpo, y a ambos lados del mismo, se encuentran las esculturas de Elías y Moisés. En el ático el busto del Padre Eterno. Dadas las relaciones existentes con el sepulcro de los Poza, Martín González situó estas esculturas dentro de la órbita de Francisco Giralte, pues a este escultor se atribuía tradicionalmente aquel sepulcro. Posteriormente, el profesor Parrado del Olmo las sitió dentro de la órbita de Manuel Álvarez. Según él muestran un estilo algo arcaizante para la fecha, teniendo en cuenta que Juan de Juni llevaba años trabajando en la ciudad, y que era el momento en que Esteban Jordán acaparaba la mayor parte de los encargos de la misma.

Sin embargo, por lo general, la ejecución es buena aunque con desigualdades entre las esculturas de la parte superior, aún muy influidas por Berruguete, y la Anunciación, cuyo ángel es algo tosco. La composición de la Transfiguración, con las figuras en posturas muy forzadas, para buscar la relación entre las mismas, recuerda posiciones normalmente utilizadas por Álvarez y su círculo en las obras que se podrían fechar en torno a la década de los 60. Y desde luego, los plegados parecen dispuestos de modo más naturalista, pese a su movimiento, que los del sepulcro de los Poza, lo que se justifica por los años que debieron mediar entre una obra y otra.
Pueden compararse con algunas esculturas del retablo de Santoyo, que debía de estar haciéndose en fecha cercana a esta obra, y se observan relaciones, sobre todo, con el banco de aquel retablo, es decir, con las partes que se consideran más antiguas en el mismo, mientras que no son tan claras con los relieves del tercer cuerpo o con los guardapolvos. Por ello, la fecha de 1573, sólo debe ser tomada como “post quem”, aún lejano, y su ejecución acercarla al momento del relieve de Castromocho.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
  • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: Los escultores seguidores de Berruguete en Palencia, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1981.

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