La
imagen de San Juan Evangelista que durante todo el año se conserva en su
capilla de la catedral fue la primera imagen que procesionó la Cofradía del
Discípulo Amado y Jesús de Medinaceli. Esta escultura, que en origen fue
concebida como imagen de retablo, y no para procesionar, fue la elegida por la
más reciente de las cofradías vallisoletanas (fundada en 2011) para participar
en la Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor en la tarde del
Viernes Santo. La primera vez que desfiló fue en la Semana Santa del año 2015.
Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor 2016 |
Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor 2016 |
Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor 2015. Primera vez que la imagen participó en el desfile |
La
efigie de San Juan Evangelista, que está documentada y perfectamente fechada, por
lo que extraña que año tras año en ciertas publicaciones vuelvan a errar en los
datos (y no solamente en el caso de esta pieza, sino en otras muchas, por
ejemplo el Crucificado que procede de Bercero), fue realizada entre los años
1714-1715 por Pedro de Ávila, siendo parte de un encargo mucho mayor que le
efectuó el cabildo catedralicio. Efectivamente, a finales del año 1713, o
comienzos de 1714, el cabildo de la catedral vallisoletana encomienda a Pedro
de Ávila uno de los encargos más importantes de su carrera: la realización de
cinco esculturas que debían presidir otros tantos retablos, cada uno en la capilla
de su advocación: cuatro de ellas se ubicaban en las capillas del lado de la
Epístola (Santa María Magdalena, San Pedro, San José y San Miguel), y
la quinta en la situada a los pies del Evangelio (San Juan Evangelista). Por entonces, encima de esta última capilla
se erguía la torre catedralicia, llamada “la buena moza”. De todas ellas tan
sólo una tuvo como destino una capilla de patronato privado, la de la
Magdalena, por lo que el resto tuvieron que ser dotadas por el propio cabildo
catedralicio.
El
cabildo al encomendar las esculturas a Pedro de Ávila no se las encargaba a un
escultor cualquiera, sino que lo hacía al que por entonces era el maestro más
prestigioso del ámbito vallisoletano, y por lo tanto de gran parte del noroeste
español. Esta importancia está en consonancia con la alabanza que le dedicó
años después su amigo el historiador Manuel Canesi en su Historia de Valladolid: “estatuario
insigne”. Este encargo y el que le realizó la Congregación de San Felipe
Neri (le comisionó la ejecución de las esculturas de San Pedro y San Pablo para
el retablo mayor y las de la Magdalena,
Crucificado e Inmaculada para las capillas del cuerpo del templo) fueron los dos
más importantes que recibió a lo largo de su vida, siendo, además, las empresas
de amueblamiento y decoración más importantes que se llevaron a cabo en
Valladolid durante la primera mitad del siglo XVIII. En esta tarea catedralicia
colaboró con otros dos artífices: los retablos corrieron a cargo del ensamblador
Pedro de Ribas, mientras que el dorado de los retablos y, quizás, el
policromado y encarnado de las esculturas fue llevado a cabo por el dorador
Santiago Montes. Sin lugar a dudas la catedral contó con parte de los mejores
artífices con que contaba la ciudad.
Pedro
de Ávila percibió por la ejecución de las cinco esculturas 8.000 reales de
vellón, es decir 1.600 reales por cada una de ellas, la cantidad más alta que
tenemos documentado que se le pagara por una sola imagen; le sigue a la zaga
los 1.400 reales del San Miguel de
Castil de Vela. No cabe duda de la alta estima, y con razón, que tenía el
cabildo catedralicio por nuestro escultor, el cual sin lugar a dudas echó el
resto a la hora de fabricar las imágenes, alcanzando unas cotas de calidad que
nos llevan a afirmar con rotundidad que algunos de ellas figuran entre sus
obras maestras, casos del San Pedro y San José. La escultura de San Juan
Evangelista ha sido la que ha padecido una historia más azarosa y confusa de
las cinco que talló para la catedral. La capilla, que durante siglos ejerció la
función de parroquia catedralicia, se sitúa a los pies de la nave del
Evangelio; era la de menores dimensiones, sin duda debido a que sobre ella se
levantaba la antigua torre de la catedral.
El
retablo primitivo ejecutado en 1714 por Pedro de Ribas y dorado en 1721 por
Santiago Montes desapareció tras el hundimiento de la torre a media tarde del
día 31 de mayo de 1841. De esta desgracia parece que tan solo se salvó la
escultura titular del retablo, tallada por Ávila, aunque, como veremos, parece
que esa afirmación no es del todo correcta. Pedro Alcántara Basanta en su
delicioso Libro de curiosidades relativas
a Valladolid (1807-1831) nos describe muy pormenorizadamente aquella
desgracia: “En 31 de mayo de 1841 que fue
2º día de Pascua de Pentecostés entre 4 y 5 de su tarde se arruinó la torre de
la Santa Iglesia Catedral sin que sucediese desgracia alguna, ni en personas ni
en los edificios contiguos, sólo si se arruinó la capilla de San Juan
Evangelista, inclusa en la Santa Iglesia y era la parroquia así titulada y
habiéndose hundido la habitación del campanero cayó su mujer entre las ruinas
en la cama donde estaba durmiendo la siesta debajo de las cuales estuvo 22
horas que a puro celo y vigilancia de las autoridades, trabajo infatigable de
los presidiarios y otras personas piadosas se la sacó viva con algunas lesiones
y leves heridas que sanó completamente quedando un poquito coja. Y el marido
tuvo el arrojo de bajarse de su habitación por una escalera de mano. Son muchas
las circunstancias que se reunieron con esta desgracia por haber caído todo el
campanario con el reloj; causando una explosión y ruido extraordinario, tomando
toda la población de esta ilustre ciudad el mayor interés para acudir al alivio
de tan grande desgracia y el Ilmo. Cabildo en unión con el Noble Ayuntamiento
dispusieron a pocos días empezar la obra de desmonte de mucha parte de la torre
que estaba ruinosa y todo se hizo sin que sucediese desgracia alguna más que
haber caído un operario sin que se hiciese más daño que algunas contusiones,
especialmente en el pecho el que sanó completamente a pocos días. Y constante
el venerable cabildo en no perdonar fatiga hasta que se hallase el Copón con el
Santísimo Sacramento de la parroquia que había quedado entre las ruinas,
hallado este en la forma más admirable y sobre el Ara, dispuso hacer en acción
de gracias una solemne procesión con asistencia de todas las Penitenciales,
Cofradías Sacramentales, Clero, Autoridades local y provincial, Excmo. e Ilmo.
Sr Obispo que llevaba el Santísimo en sus manos en el mismo Copón estando
tendida toda la tropa de la guarnición de Infantería, Caballería y Artillería y
la de la Milicia Nacional, saliendo la procesión de dicha santa iglesia por la
plazuela de Sata María, estando formada la Universidad en sus balcones de toda
ceremonia y habiendo un hermoso altar en la puerta principal; continuando por
la calle de la Librería, Plazuela del Colegio Mayor, calle de la Cárcava,
Orates, Fuente Dorada, Platería, Cantarranas, Cañuelo hasta llegar a la
Penitencial de las Angustias, donde se colocó el Santísimo Sacramento y en toda
la carrera hubo muy hermosos altares y un concurso de gentes grandísimo y
piadoso, cuya procesión se verificó el día Domingo 18 de junio a las 10 de su
mañana y el venerable cabildo continuó sus obras para habilitar la Santa
Iglesia, y el día Domingo 2 de enero de 1842 tuvo la dicha e indecible gozo de
hacer una solemne función e indecible gozo de hacer una solemne función de
gracias con misa, sermón y Te-Deum y asistencia de todas las autoridades”.
Inmediatamente
el cabildo se apresuró a rehacer la bóveda de la capilla, “imitando su aspecto primitivo”, y a construir un nuevo retablo
mayor, el cual fue llevado a cabo en 1846 en estilo neoclásico por el
prestigioso ensamblador vallisoletano Jorge Somoza; se trata del que
actualmente sigue presidiendo la capilla. Casimiro González García-Valladolid
nos plantea ciertas dudas acerca de su fecha de ejecución y sobre su posible
confusión con otro traído desde el Monasterio de Nuestra Señora de Prado.
Señala que el “retablo corintio que tiene
le hizo Jorge Somoza, y fue colocado en ella el año 1841, trasladado de la
iglesia conventual de padres jerónimos de Nuestra Señora de Prado”. Es
decir, según el erudito el retablo no fue realizado en 1846 bajo los auspicios
del cabildo, sino que se trajo en 1841 desde el referido monasterio
desamortizado; en lo único que coincide es en la autoría del mismo.
La
escultura de San Juan Evangelista no gustó para nada al referido Casimiro
González García-Valladolid: “la efigie
del Santo titular, escultura en madera de tamaño un poco mayor que el natural y
de cuerpo entero, es muy regular”; pero no es para menos puesto que la
talla del cuerpo es muy basta, realizada por un maestro de tercera fila: los
pies planos, casi sin desbastar; y los pliegues muy secos, sin orden ni
concierto y carentes de cualquier impulso naturalista. Hace tiempo tuve la
sensación, la cual se acrecentó tras la reciente restauración de la imagen
llevada a cabo en 2015 por un grupo de restauradores de la Escuela de Arte de
Valladolid, capitaneados por Andrés Álvarez Vicente, de que la cabeza no
pertenecía a ese cuerpo. Pienso que, tras el derrumbe de la capilla, los únicos
afectados no fueron el retablo y la capilla en sí, sino que también se destruyó
la escultura de San Juan Evangelista tallada por Pedro de Ávila. Parecería algo
extremadamente raro y milagroso que tras tan pavoroso accidente la estatua
hubiera quedado intacta. El cuerpo del santo quedaría tan afectado que no se
pudo restaurar debido a lo cual, a la vista de que la cabeza sí que se conservó
intacta, se contactaría con un escultor que tallara nuevos tanto el cuerpo como
las manos, amén del cáliz que sostiene en una de ellas. Como podemos observar
por los ropajes, el escultor en cuestión, del cual carecemos de cualquier pista
para averiguar su identidad, no se nos muestra demasiado diestro a la hora de
tallar los pliegues: las quebraduras bastas y sin sentido son la constante, sin
nada que ver con el estilo elegante y refinado de nuestro escultor. Es extraño
que no se haya reparado en esta diferencia de calidad entre el horroroso cuerpo
y la estupenda y magnífica cabeza, que seguramente se encuentre entre las más
bellas salidas del taller de Ávila.
Detalle de los pies, antes de la restauración |
La escultura a medio restaurar |
La
realización del nuevo cuerpo trajo consigo un cambio en la iconografía del
santo puesto que tenemos algunas pistas que indican que no representaría, como
ocurre ahora, el milagro de la copa de veneno, sino que en realidad Pedro de
Ávila habría concebido al santo en su calidad de Evangelista. Para ello me baso
en el hecho de que hay dos imágenes de este mismo santo que son idénticas entre
sí. Se trata de la que hizo su hermano Manuel de Ávila para el ático del
retablo mayor de Fuentes de Valdepero (Palencia) y otra que hemos descubierto
en el retablo mayor de la iglesia de Santa María de Colaña de la localidad de
Castromocho (Palencia), esta última sin autor concreto pero cuya autoría basculará
entre el propio Pedro de Ávila y su hermano Manuel. Como hemos dicho, ambas son
idénticas entre ellas (nos presentan al santo de pie, con la pluma en su mano
derecha, el libro de su Evangelio en la izquierda y el águila de su Tetramorfos
a los pies; es decir, estamos hablando que el santo aparece en el pasaje en el
que escribe su Evangelio en la Isla de Patmos), pero no solo eso, sino que el
rostro, el pelo y la mirada elevada del santo también coincide con la del San
Juan Evangelista que Pedro de Ávila talló para la catedral vallisoletana. En
definitiva, este San Juan que estamos tratando, que en origen se le
representaría en condición de Evangelista (seguramente también a sus pies se
encontraría un águila puesto que la actual parece tallada también a mediados
del siglo XIX), vendría a ser el modelo que sirvió años después a su hermano
para tallar el San Juan de Fuentes de Valdepero y quizás el de Castromocho.
MANUEL DE ÁVILA. San Juan Evangelista del retablo mayor de Fuentes de Valdepero (Palencia) |
PEDRO o MANUEL DE ÁVILA. San Juan del retablo mayor de la iglesia de Santa María de Colaña de Castromocho (Palencia) |
En
definitiva, que el San Juan Evangelista tallado por Ávila para la catedral se nos
presentaría de pie, con la pierna derecha levemente adelantada. En su mano
izquierda portaría un libro abierto, con la derecha agarraría una pluma,
mientras que el santo elevaría el rostro hacia el cielo buscando la inspiración
divina. El santo vestiría una túnica verde hasta los pies y un manto rojo que
le cubriría buena parte del cuerpo y le caería por el hombro y el brazo
izquierdo. A sus pies se situaría un águila con la cabeza elevada mirando al
santo y con las alas extendidas. No nos hemos referido antes a este detalle,
pero es que las dos esculturas aludidas copian fielmente hasta las secuencias
de rizos de la cabellera del original, motivo que ya hemos visto en los dos
ejemplares de San Miguel Arcángel.
Por
contra, el San Juan que actualmente vemos se nos presenta también erguido, con
los dos pies bastante mutilados, y como pegados al inmenso bloque sin desbastar
que conforman las vestimentas del santo (en la parte donde se unen los pies con
el cuerpo se observa que el bloque de madera se encuentra totalmente macizo,
sin desbastar ni policromar, algo totalmente impensable en Pedro de Ávila).
Viste unos ropajes similares, signo de que el escultor se pudo guiar por los restos
del cuerpo destrozado del santo: túnica larga verde y manto rojo recogido a la
cintura. Como vemos es una simplificación, tanto de la manera de los ropajes
como de los pliegues. En su mano izquierda sujeta el cáliz venenoso que, como
hemos dicho, modifica el sentido e iconografía de la primitiva imagen, mientras
que con la derecha hace un gesto como de agarrar algo.
El
cáliz venenoso alude a un acontecimiento sucedido en Éfeso tras el
fallecimiento del emperador romano Domiciano (51-96). Relata Réau que Aristodemo,
a la sazón sumo sacerdote del templo de Diana en Éfeso, quiso poner a prueba a
San Juan: “Si quieres que crea en tu
Dios, te daré veneno a beber y si no te hace daño alguno es que tu dios es el
verdadero Dios”. Tras moler “reptiles
venenosos en un mortero, en principio ensayó los efectos del veneno sobre dos
condenados a muerte que sucumbieron de inmediato. Entonces llegó el turno del
apóstol que tomó la copa, y después de hacer la señal de la cruz, se bebió el
veneno de un trago sin experimentar mal alguno. Luego resucitó a los condenados
extendiendo su manto sobre ellos”. Sea como fuere la iconografía presente
en la escultura estaría incompleta puesto que se suele colocar un pequeño
dragoncillo saliendo del cáliz para indicaros que el líquido de su interior era
veneno.
El
rostro es brillante, precioso, parece reflejar la angustia del escritor que
busca la inspiración divina para plasmar las palabras en el Evangelio. Nos
presenta a un hombre joven que dirige sus ojos, realizados en tapilla, hacia el
cielo. El gesto de angustia/sorpresa se ve acompañado por la boca entreabierta,
de la cual podemos ver una estrecha franja de sus dientes superiores y la punta
de la lengua. Los rasgos fisionómicos son los típicos en Ávila. Llama la
atención la exquisita policromía, en especial la que nos muestra la incipiente
barba. La caballera con amplios bucles que denota su manejo excepcional del
trépano nos remite a las ya vistas en las efigies de San Miguel. El rostro
parece emparentar con el del San Juan que probablemente talló su padre Juan de
Ávila para el Calvario del Colegio de
los Ingleses; además, este mismo rostro lo volverá a utilizar Ávila para la Magdalena que hizo para otra de las
capillas de la catedral e incluso en la Virgen del grupo de la Anunciación conservado en la parroquial
de Renedo, amén de otras muchas más.
¿JUAN DE ÁVILA o JUAN ANTONIO DE LA PEÑA?. San Juan Evangelista. Colegio de los Ingleses |
Desconozco
el tamaño que posee el referido San Juan
del Calvario del Colegio de los Ingleses, pero sería interesante, si tuviera la
altura necesaria, que fuera el elegido para procesionar, en sustitución del de
Ávila, ya que su iconografía concuerda más con el Discípulo Amado en tiempos de
Pasión, además de poseer una calidad más que exquisita. Ahí lo dejo.
BIBLIOGRAFÍA
- ALCÁNTARA BASANTA, Pedro: Libro de curiosidades relativas a Valladolid (1807-1831), Tipografía del Colegio Santiago, Valladolid, 1914.
- BALADRÓN ALONSO, Javier: Los Ávila: una familia de escultores barrocos vallisoletanos (Tesis Doctoral), Universidad de Valladolid, Valladolid, 2016.
- DE CASTRO ALONSO, Manuel de: Episcopologio vallisoletano, Tipografía y casa editorial Cuesta, Valladolid, 1904.
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: “Noticias documentales sobre la Catedral de Valladolid”, B.S.A.A., Tomo XXVI, 1960, pp. 188-196.
- URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “Noticias documentales sobre la Catedral de Valladolid”, B.S.A.A., Tomo XXXVI, 1970, pp. 529-537.
- URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “Reflexiones sobre la Catedral de Valladolid y noticia de algunas de sus pinturas”, II Curso de patrimonio cultural (2008-2009), Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2009.
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