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martes, 27 de noviembre de 2012

EL LEGADO DEL GRECO EN VALLADOLID I: Una venta catedralicia. La enajenación de dos cuadros de Theotokópoulos


La presente entrada la quiero dedicar al “expolio” que sufrió Valladolid de dos cuadros del Greco (1541-1614) a comienzos del siglo XX. Mi pretensión no es sólo narrar el hecho en sí mismo, sino llamar la atención sobre la pérdida, o destrucción, del patrimonio en Valladolid, el cual vivió su punto álgido en el primer tercio del siglo XX y en los años 60 del mismo. No nos engañemos, aún en la actualidad cosas de estas siguen ocurriendo, ya sea destrucción de patrimonio (véase el proyecto de aparcamiento en la Antigua, o las diversas obras llevadas a cabo en los últimos años que han llevado consigo la destrucción de restos romanos o posteriores) o “enajenación” de obras de arte.

Quizás la venta más aberrante, y conocida, en Valladolid durante el siglo pasado fue la de la reja coral de la Catedral de Valladolid, vendida en 1922 y posteriormente donada en 1956 al Metropolitan Museum de Nueva York. No sería esta la única venta, y en mi opinión no fue la más importante. Sin lugar a dudas la venta más desastrosa para Valladolid fue la de dos cuadros originales del Greco. La excusa fue que se necesitaba dinero para costear un órgano, pero ¿quién en su sano juicio vendería dos obras de arte de primer nivel, como eran los dos cuadros del cretense, para comprar un órgano?. Hoy quiero pensar que esto no sucedería, aunque tampoco apostaría mucho.

La pérdida de ambos lienzos, vendidos por el Cabildo en junio de 1904, no pasó inadvertida, sino que fue enérgicamente denunciada por la prensa, local y nacional, a través de una campaña promovida por representantes de los sectores más cultos de la ciudad, y en especial por la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción. En protesta de tan deplorable enajenación, la Real Academia vallisoletana intervino como defensora del patrimonio artístico de la ciudad, no sólo al criticar duramente tan disparatada venta, sino también al salir al paso de la indefensión del tesoro artístico ante el vacío legal y falta de medidas protectoras que reglamentaran la venta y posible salida al extranjero de obras de arte de nuestro país.

En mayor medida incluso que la célebre reja, la venta de los dos Grecos pareció en su tiempo especialmente escandalosa, pues la obra y fortuna crítica del cretense conocía por entonces un proceso de creciente interés y revalorización. Desde finales de siglo, la Generación del 98 había descubierto la pintura de Domenico Theotocopuli, cada vez más apreciada y valorada por su originalidad, espiritualidad, libertad de factura y belleza cromática.

Autorretrato del Greco

La exposición monográfica sobre El Greco que organizó el Museo del Prado en 1902 y el riguroso estudio que le dedicó Cossío en 1908 en su famosa monografía, señalan dos hitos fundamentales en ese reconocimiento oficial y valorización de su arte. Por otra parte, desde hacía tiempo la obra del Greco era sobradamente conocida y estimada en el extranjero, habiéndose convertido su pintura en objetivo prioritario de coleccionistas y museos foráneos. Toda esta fama hace incomprensible la actitud del Cabildo al proceder a la venta de ambos lienzos, de ahí la denuncia y el rechazo que la enajenación provocó tanto en la opinión pública y medios culturales de la ciudad, como en los de Madrid.

Especial protagonismo jugaría en esta campaña de protesta el presidente de la Academia de Bellas Artes de Valladolid, Joaquín María Álvarez Taladriz, quien, junto con su hijo, el también académico Ángel María Álvarez Taladriz, se erigieron en portavoces de la Corporación en la denuncia de los hechos.

Retrato de D. Joaquín Álvarez Taladriz
A comienzos de junio de 1904 la prensa vallisoletana se hacía eco de los rumores de venta de los dos cuadros del Greco, propiedad de la Catedral, al parecer efectuada por el cabildo a un anticuario. Ante las investigaciones de un redactor del periódico La Libertad, el Deán y el Arzobispo, don José María de Cos y Macho, negaron que la venta fuese un hecho. El primero declararía que nada se sabía oficialmente, respondiendo al periodista que “El cabildo no me ha dado todavía cuenta de nada. Sé, por rumores que han llegado hasta mí, que ha habido alguno que ha hecho ofertas para adquirir los cuadros. Pero creo que no está ultimado el contrato de venta porque de estarlo tendría yo noticia de seguro. Hay además una disposición que ordena consultar al Papa siempre que el precio de la venta exceda de 5.000 pesetas; y como excede en el caso de que se trata y no se ha comunicado al Nuncio para que consulte a Su Santidad, supongo que la venta no pase de ser una proposición de compra, aceptada en principio todo lo más por el cabildo”.

El redactor preguntaría posteriormente a Joaquín Álvarez Taladriz, como presidente de la Academia, quien, por el contrario, le manifestó que sí tenía noticia de la venta y de que, asimismo, sabia de la oferta de compra que habían hecho unos anticuarios, citando entre ellos al Sr. Chicote, quien había ofrecido por ambos cuadros 3.000 duros. Sin pérdida de tiempo Álvarez Taladriz convocó a la Junta de Gobierno de la Academia, la cual por unanimidad decidió protestar por la venta “en términos respetuosos”. Álvarez Taladriz finalizaba sus declaraciones manifestando que a su juicio la venta era ya un hecho consumado, constándole que el comprador (“el mercader extranjero de antigüedades Mr. Emile Parés”) había entregado ya una señal de 5.000 pesetas a cuenta de las 25.000 en que se había acordado la venta. El presidente de la Academia lamentaba la torpe iniciativa, pues las pinturas según su criterio valían mucho más de la cantidad en que se habían vendido, ya que según afirmaba “la  pintura del Greco está hoy en boga”.

San Jerónimo vendido por la Catedral

El periodista cerraba su información describiendo por encima, y con algunos errores, ambos cuadros: “Uno es un retrato de un caballero y el otro es una copia de un obispo que se supone ejerció algún día en esta provincia eclesiástica… ambos fueron encontrados por el actual presidente de la Academia de Bellas Artes don Joaquín Álvarez, en un cuartucho de esta catedral. Sus conocimientos artísticos levantaron la caza, y limpios los cuadros de las telarañas en que estaban envueltos, fueron colgados en la Sala Capitular. En la Exposición de Arte Retrospectivo celebrada en Madrid hace poco, con motivo del Congreso Ibero Americano, estuvieron expuestos, y cuantos asistieron a dicho Congreso y los más ilustres críticos españoles y extranjeros disputaron el retrato del obispo como joya artística de gran valor”.

Dos días después Ángel María Álvarez Taladriz envió al mismo diario un extenso artículo, titulado Notas para la Historia del Calvario del Arte en España, sobre la venta de ambos cuadros. En él, aparte de expresar el enfado que producía su venta entre la opinión pública, se aportaban datos más precisos sobre la procedencia de ambos cuadros: “Hace aproximadamente medio siglo fueron exhumados en los sótanos de la Catedral por un amante de la pintura que hoy preside la Academia de Bellas Artes de esta ciudad, a quien ayudó en su meritísima labor el catedrático de Cánones de la Universidad de Valladolid, doctor Valle, varios cuadros y entre ellos, los retratos de un cardenal y del Caballero Leyva, debidos al pincel del Greco… Los anteriormente citados siempre admiraron ambos cuadros, cuyo valor hicieron conocer al Sr. Moreno –Juan de la Cruz Ignacio Moreno y Maisonave, entonces Arzobispo de Valladolid–, sus hermanos los magistrados don Teodoro y don Manuel y el competente anticuario don Evaristo Cantalapiedra, a cuyo cincel y acertada dirección se deben las filigranas del estilo gótico florido que embellecen la capilla del Palacio arzobispal”. “Estaba reservada a nuestro tiempo la tarea ingrata de olvidar aquellas devociones, vendiendo a un extranjero lo que es discutible si pudo vender el Cabildo, a cuya corporación la Academia de Bellas Artes dijo respetuosamente que los cuadros vendidos no podían tener más origen que el de un sagrado depósito de las pretéritas generaciones”.

Retrato de un caballero de la Casa de Leyva vendido por la catedral
Acto seguido, el académico se preguntaba si era válida jurídicamente la venta de los cuadros, y manifestaba que según ilustres abogados era nula, ilegal y abusiva, e incluso podría llevarse a los dominios de la jurisdicción criminal el día en que se redactare un código en que se castigase todo acto que supusiese menoscabo para los tesoros artísticos del país. Álvarez Taladriz opinaba además que desde el punto de vista económico el precio pagado por ambas obras era muy interior al de otros lienzos del pintor recientemente vendidos, puesto que “por el último cuadro del Greco adquirido en París para el Louvre, inferior al retrato del cardenal, se pagó hace pocos días la cantidad de 70.000 pesetas, porque la firma del Greco se cotiza hoy con los más altos precios en los mercados artísticos de París, Londres y Berlín”.

Finalmente, en el referido artículo se daba cuenta de que la protesta formulada en su comunicación por la Real Academia, había tenido como única contestación por parte de los miembros del Capítulo la información de que con la venta de los cuadros se pretendía pagar el órgano recientemente adquirido por la Catedral. El articulista concluía ironizando sobre la razón dada por el Capítulo: “El Cabildo ha vendido los cuadros a bajo precio según la opinión de los expertos y para comprar un órgano cuyos sonidos por armónicos que sean no dejarán de recordar en las horas canónicas a los Señores capitulares la venerable figura del purpurado vendido y el arrogante y continente caballero que le acompañó en su destierro”.

La noticia de la venta se extendió rápidamente, y a los pocos días El Norte de Castilla publicaba un nuevo artículo, en el que se recogía la opinión de la prensa madrileña. Todos los periodos de la capital de España –El Imparcial, El Globo, El Heraldo de Madrid, El Diario Universal, El País, entre otros– coincidían unánimemente en su repulsa y solicitaban del Gobierno medidas urgentes que evitasen que las joyas artísticas de la nación pasasen a manos de extranjeros. Pronto todos los periódicos se sumaron a la denuncia, instando a las autoridades a prohibir estos hechos por medio de una ley similar a la ley Pacca que regía en Italia sobre la exportación de obras artísticas. También el conocido crítico de arte Francisco Alcántara, se lamentaba en el diario ilustrado El Gráfico de que las joyas artísticas que atestiguaban la grandeza pasada fuesen desapareciendo en España, insistiendo por otra parte en que los cuadros de la catedral vallisoletana valían mucho más de las 25.000 pesetas en que se habían vendido.

La réplica del Cabildo, al artículo de Álvarez Taladriz hijo, la dio al día siguiente el canónigo archivero en el mismo periódico –La Libertad–, con el título de “Los cuadros del Greco. La verdad”. En él se  pretendía defender la la venta de los cuadros, al tiempo que se contestaba a las declaraciones de Álvarez Taladriz, tachándole de hombre de ideas avanzadas. En el artículo el canónigo afirmaba que no eran ciertos los datos dados por Álvarez Taladriz, “puesto que el cuadro del cardenal Quiroga ha estado siempre colocado en el oratorio de la sacristía, y el retrato de Venero se ha colocado allí el año pasado, bajándosele de la Biblioteca Capitular, donde estaba desde el siglo XVII, juntamente con otros muchos de la misma familia”. Ante la intervención de la Real Academia, el canónigo argumentaba que la Iglesia tenía plena facultad para vender obras artísticas, preguntándose por el contrario qué derecho tenía la Corporación a inmiscuirse en los asuntos del Cabildo. Asimismo Castro justificaba la venta alegando que el Cabildo necesitaba el órgano. En cuanto a la acusación de que los lienzos habían sido vendidos por menos de lo que valían, el canónigo aseguró que el cabildo había hecho cuando había podido para averiguar su justo precio, y que en ninguno caso la valoración llegaba a las 25.000 pesetas en que se había tasado la venta.

Por esas mismas fechas José Martí y Monsó llevó el caso a las sesiones de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En la celebrada el 13 de junio de ese año, la Academia nombraría una comisión para que rápidamente se visitara al ministro de Bellas Artes y le informara sobre la venta de los cuadros del Greco, a fin de que el Gobierno los adquiriese y pudieran conservarse en España. La comisión, en sesión del día 20 de junio, dio cuenta de sus gestiones, informando que el ministro se hallaba identificado con los deseos de la Academia y que precisamente en el momento de la visita se estaba ocupando del asunto, reconociendo la necesidad de una ley que evitara la salida de obras artísticas al extranjero. Tras estas gestiones, y dado que la venta ya se había efectuado, si algo positivo se obtuvo del escándalo fue la elaboración de un proyecto de ley para la protección del patrimonio, cuyo texto sería leído en el Senado unas semanas más tarde.


A continuación hablaremos brevemente sobre los dos cuadros, los cuales representaban un San Jerónimo Cardenal y un Retrato de un caballero de la Casa de Leyva.

SAN JERÓNIMO CARDENAL
Durante mucho tiempo se pensó que el cuadro de San Jerónimo –identificado con este santo por Cossío– era el retrato de un cardenal. Primeramente se pensó que se trataba de un miembro de la familia veneciana Cornaro, y desde Justi, que pudiera ser un retrato del cardenal inquisidor y arzobispo de Toledo don Gaspar de Quiroga. No se sabe la procedencia del cuadro, que Ponz no menciona en su descripción de la catedral de Valladolid. Tras ser vendido a Parés, fue adquirido en 1905 por el magnate del acero neoyorquino Henry Clay Frick, pasando desde entonces a presidir la biblioteca de su museo-mansión, la Frick Collection, de Nueva York.
Existen varias versiones del cuadro, siendo las mejores las que conservadas en las colecciones Frick (antiguamente en la catedral de Valladolid) y Lehman, de Nueva York, y el pequeño busto de Bayona. La versión Adanero-Castro Serna se ha ocultado tan cuidadosamente de la vista del público que todavía no puede emitirse una opinión sobre ella.
El antiguo óleo vallisoletano posee unas dimensiones de 1,11 x 0,96 m, fechándose hacia 1595-1600. Aparece firmado hacia la derecha de la parte central en letras cursivas griegas: doménikos theotokópoulos e´poiei. Las brillantes vestiduras rojo cereza contrastan con la pared verde oscuro. El tapete verde profundo de la mesa y los ribetes rojos de los paños blancos reiteran los contrastes de valor de estos colores. Es aún más llamativa la barba de un blanco muy vivo.
Nueva York. Colección Lehman. Hacia 1600-1610. 1,08 x 0,87 m.
Londres. National Gallery. El Greco y taller. Hacia 1595-1600. 0,59 x 0,48 m.
Madrid. Colección de Adanero y Castro Serna. El Greco y taller. Hacia 1600-1605. 0,64 x 0,54 m.
Bayona. Museo Bonnat. Hacia 1600-1610. 0,30 x 024 m. El retrato es sólo de busto

CABALLERO DE LA CASA DE LEIVA
Es una pintura de muy buena calidad, y recuerda los retratos de El entierro del Conde de Orgaz o el del Caballero de la mano en el pecho, a pesar de que es algo anterior. La amputación de la mano izquierda demuestra que el cuadro fue recortado y que el retrato original debía ser de tres cuartos del cuerpo. El Retrato de un caballero de la Casa de Leyva (0,88 X 0,69 m.) fue identificado en 1940 por Valentín Sambricio con Alonso Martínez de Leiva, miembro de la Orden de los caballeros de Santiago, basándose en la inscripción que figura en la parte alta del cuadro –probablemente un añadido posterior–. Fue vendido por el anticuario Parés a Sir William Van Horne, figurando desde 1906 en su colección de Montreal (Canadá). Desde 1945 se conserva en el Museo de Bellas Artes de esa ciudad.
El entierro del Conde de Orgaz. Detalle
El caballero de la mano en el pecho

BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: “Crónica de una pérdida irreparable del patrimonio artístico vallisoletano. La venta de dos cuadros del Greco que pertenecieron a la Catedral y la intervención de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción”, B.R.A.C., Tomo XXVIII, 1993, pp. 119-127.
  • WETHEY, Harold E.: El Greco y su escuela, 2 tomos, Guadarrama, Madrid, 1967.

viernes, 23 de noviembre de 2012

PINTORES VALLISOLETANOS OLVIDADOS: El paisajista Francisco Fernández de la Oliva (1854-1893)


El vallisoletano Francisco Fernández de la Oliva se distinguió como notable paisajista en la línea realista marcada por Carlos de Haes. Logró una proyección discreta en el panorama artístico nacional, circunscribiéndose fundamentalmente su escenario de actuación a su ciudad natal, aunque, como es natural en los artistas de la época, no dejó de enviar sus obras a las Exposiciones Nacionales.
Francisco Fernández de la Oliva nació en Valladolid en 1854, siendo hijo del escultor local y profesor de la Escuela de Bellas Artes, Nicolás Fernández de la Oliva. Familiarmente vinculado con el mundo artístico local, desde muy joven encamina su formación hacia la pintura en la Academia de Bellas Artes de Valladolid.
Una vez completada su formación en la Escuela vallisoletana, y llevado por su vocación por el paisaje se traslada a Madrid en 1872. Allí estudia durante dos cursos (1872-73 y 1873-74) en la Escuela Superior de la Academia de Bellas Artes de San Fernando las asignaturas de paisaje, bajo la dirección de Carlos de Haes (quizás el paisajista español más importante del siglo XIX), de quien fue discípulo y seguidor, obteniendo en ambos un accésit en la asignatura de Paisaje superior. 
Un recuerdo de Lozoya
Su producción artística se ciñe al género de paisaje de tradición tardorromántica. Concurrió a las Exposiciones Nacionales, presentando obras en las de 1875, 1878, 1881 y 1887: Valle de Villalba (conservado en la Facultad de Medicina de Madrid), Camino del Paular, Después de una tempestad en la Sierra, y El río de la Miel en la Sierra de Guadarrama, Post núbila, Recuerdo del Jarama. Cosechó su primer y único éxito la primera vez que concurrió a ellas en 1875, año en que presentó una vista del Valle de Villalba (100 x 149 cm.). El óleo fue adquirido para el Museo del Prado, en 750 reales, por Real Orden de 31 de octubre de 1876. Fue depositado en 1903 en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, lugar en el que todavía se encuentra.
Valle de Villalba
El lienzo es testimonio de la marcada preferencia de este artista por los paisajes de los alrededores de Madrid, fundamentalmente localizados en parajes de la sierra norte, protagonista de la gran mayoría de las obras que representaron a este artista en los certámenes nacionales, a los que siguió concurriendo de forma regular hasta 1887. El cuadro está concebido dentro de las pautas compositivas y estilísticas que definían los paisajes de su maestro Carlos de Haes en la década anterior, tales como la cuidada selección del encuadre, sereno y equilibrado, en el que los diferentes elementos del paisaje están dispuestos convenientemente para lograr el mayor efecto, o la presencia de rasgos claramente procedentes del primer paisaje realista flamenco, como el protagonismo de elementos como el río, el árbol y el pastor con su rebaño de cabras situados en los primeros términos. Junto a ello, la técnica precisa y detenida en la descripción de la orografía, las figurillas y el caserío del pueblo, que se vislumbra al fondo, de marcado rigor dibujístico, con una entonación luminosa de contrastes muy marcados, que definen nítidamente los perfiles de los distintos componentes del paisaje, integrados todos ellos con una innegable habilidad y oficio, anuncian en esta obra juvenil, pintada por Fernández de Oliva a sus 21 años, cualidades muy estimables para este género, como puede advertirse especialmente en el tratamiento de la vegetación, la sutil delicadeza con que están resueltos los picos de la sierra de Guadarrama que se levantan en la lejanía, o en el cielo rasgado de nubes, a pesar de estar concebido todavía el tono general de su ambientación bajo el influjo de ciertos resabios del pintoresquismo romántico.
Octubre
También participó en los concursos celebrados por la Academia de Bellas Artes de Valladolid presentó obras, obteniendo los años 1877, 1878 y 1879 el premio de primera clase. En 1877: Paisaje de los alrededores de Canencia a la falda de la Sierra; en 1878, El mes de Octubre, y en 1879, Un recuerdo del Lozoya. Todos ellos se conservan en la Academia vallisoletana.
Paisaje de los alrededores de Canencia a la falta de la Sierra

BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos, La pintura del siglo XIX en Valladolid, Valladolid, Institución Cultural Simancas, Diputación Provincial, 1982
  • DÍEZ GARCÍA, José Luis, «Los discípulos de Haes y su repercusión pública. Las huellas del maestro», Carlos de Haes (1826-1898), cat. exp., Santander, Fundación Marcelino Botín, 2002
  • GONZÁLEZ GARCÍA-VALLADOLID, Casimiro: Datos para la historia biográfica de la M. N. M. N. H. y Excma. ciudad de Valladolid, Tomo I, Maxtor, Valladolid, 2003