Aunque
el nombre de Franz Xaver Messerschmidt puede no significar nada para la mayoría
de la gente, otros muchos identificarán enseguida su nombre, no sin muchas
dificultades para escribir o deletrear su apellido, con el del escultor que
fabricó una serie de cabezas hiperrealistas que exhiben unas extrañas muecas y
expresiones faciales exageradas. Pues bien, Messerschmidt fue el escultor más
brillante de su generación en el Archiducado de Austria, desenvolviendo su
actividad en un momento de transición entre el Rococó y el Neoclasicismo. Fue
un escultor exquisito y muy versátil puesto que trabajó todo tipo de materiales
y siempre plasmó con un realismo asombroso las calidades de las materias, tanto
cuando imitaba la piel y carne humana como cuando simulaba otro tipo de
texturas, caso de las prendas de vestir u otros objetos. Entre sus comitentes
se hallaron la flor y nata de la sociedad vienesa del momento, familia imperial
incluida. Sin embargo, este éxito laboral, y también académico, puesto que
llegó a ser profesor de la Escuela de Bellas Artes de Viena, se vio truncado
por sus problemas mentales, que le llevaron a abandonar la floreciente capital
austriaca y retirarse a Presburgo (Bratislava) para dedicarse casi
exclusivamente a fabricar las esculturas que le dieron fama universal, las
“Cabezas de carácter”, cuya factura demasiado adelantada para su época –de
hecho, recuerdan no poco a la obra de alguno de los “Realistas de Madrid” como
Antonio López García, o los hermanos Francisco y Julio López Hernández, e incluso
a la del escultor estadounidense George Segal– las llevó a ser incomprendidas y
no puestas en valor hasta bien entrado el siglo XX.
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El bostezo (1771-1781). Museo de Bellas Artes, Budapest |
Biografía
Franz
Xaver Messerschmidt nació en la ciudad alemana de Wiesensteig el 6 de febrero
de 1736 en el seno de una familia de artesanos y artistas. Su aprendizaje
inicial se efectuó al lado de dos tíos maternos: primero con Johann Baptist
Straub (1704-1784) en Múnich y después con Philipp Jakob Straub (1706-1774) en
Graz. El primero de ellos, Johann Baptist fue uno de los maestros más
descollantes de la escultura rococó bávara, mérito que compartió junto a otros
como el genial Egid Quirin Asam (1692-1750). Su primera formación corrió a
cargo de su padre, el abuelo materno de Messerschmidt, para después ampliarla
con Gabriel Luidl en Múnich y en la Academia de Viena. Entre los logros que
alcanzó se encuentran el nombramiento como escultor de la corte de Múnich, la
posesión de un prestigioso y amplio taller que durante casi tres décadas
fabricó la decoración escultórica de numerosas iglesias de Austria y Baviera, y
la formación del otro gran escultor bávaro del rococó: Ignaz Günther
(1725-1775). Entre su amplia obra destaca el retablo mayor de la Abadía de
Schäftlarn.
Volviendo
a la biografía de Messerschmidt, tras el aprendizaje con sus tíos se matriculó
en la Academia de Bellas Artes de Viena en 1755, recibiendo clases, entre
otros, de Jakob Christoph Schletterer y Matthäus Donner. Muy pronto dio
muestras de gran precocidad y de un talento innato que llamaron la atención de
una serie de individuos cercanos a la
corte
imperial de
los
Habsburgo,
entre ellos el retratista de la misma, Martin van
Meytens, que ejerció como su mentor en las instancias imperiales y le
proporcionó trabajo en la Armería Imperial, en la que ejecutó una serie de
obras escultóricas y la decoración de unos cañones y de la sala de ceremonias.
Entre los bustos y retratos que efectuó para la familia Imperial, que ayudaron
a establecer su reputación como creador de retratos representativos, se pueden
señalar los Bustos del emperador Francisco I y la emperatriz María
Teresa
(ca. 1760) y los Retratos del emperador Francisco I y de la emperatriz María
Teresa (1765-1766). En estos últimos la pareja real aparece efigiada de cuerpo
entero y ostentando las insignias imperiales: la corona (Reichskrone), el cetro
(Zepter) y el orbe (Reichsapfel), y además el Emperador exhibe la espada (Reichsschwert),
guantes, zapatos y una especie de capa pluvial. El matrimonio regio figura en
ambos casos según las pautas del retrato cortesano rococó, aunque de una manera
sencilla y realista. También habría que destacar los Retratos del príncipe
heredero José II y su esposa Isabel de Borbón–Parma (ca. 1760-1763) en sendos
relieves de formato oval y con el marco decorado con motivos arrocallados. Los
primeros y últimos retratos se ejecutaron en bronce, mientras que los de cuerpo
entero se fundieron en estaño.
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El emperador Francisco I (1765-1766). Palacio Belvedere, Viena |
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Busto del emperador Francisco I (h. 1760). Palacio Belvedere, Viena |
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La emperatriz María Teresa (1765-1766). Palacio Belvedere, Viena |
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Busto de la emperatriz María Teresa (h. 1760). Palacio Belvedere, Viena |
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Retratos del príncipe heredero José II y su esposa Isabel de Borbón-Parma (h. 1760-1763) |
Ya
desde sus comienzos el escultor mostró una exquisita técnica y una inigualable
habilidad para fundir en bronce formas complejas y repletas de pequeños
detalles, como es el caso de la escultura de la emperatriz María Teresa, en la
que abundan una serie de ricos plegados que dobla de tal manera que más parecen
la tela que representa que el metal en que está fabricado. Estos trabajos para
la corte imperial le otorgaron tal popularidad que enseguida las principales
personalidades de la sociedad vienesa, entre ellas la princesa María Teresa de
Liechtenstein, a la sazón duquesa de Saboya-Carignano, solicitaron sus
servicios. Así, esta noble le comisionó la decoración de su palacio vienés y la
fabricación de dos esculturas de mármol a tamaño natural de la Virgen y San
Juan Evangelista (1768) para la capilla de la Santa Cruz del Stephansdom
(Catedral de San Esteban de Viena), hoy en día llamada sacristía baja; así como
la ejecución de un bellísimo y efectista grupo de María Inmaculada (1766-1767)
para la fachada de la Abadía de Mujeres Saboyanas de Viena, y de la Fuente
Witwe-von-Sarepta (fuente Elisäus) (1769-1770) para el patio de la referida
abadía, en la cual plasma un milagro del profeta Eliseo. Actualmente ambas
obras, junto con un Busto del príncipe José Venceslao de Liechtenstein (ca.
1773-1774), esculturas todas ellas fabricadas en aleaciones de plomo y estaño o
de plomo y peltre, se conservan en el Museo Liechtenstein de Viena. A la vista
de estas creaciones jamás podríamos imaginar que las realizó la misma persona
que concibió las expresionistas “Cabezas de carácter”.
Deseoso
de ampliar sus conocimientos viajó a Roma en 1765, dedicándose durante su
estancia a copiar esculturas clásicas, poniendo especial atención en los
retratos de la Roma Republicana, y a aprender el vocabulario artístico que
traía consigo el nuevo estilo que estaba surgiendo, el neoclasicismo. Tal es
así que buena parte de los bustos que acometió desde entonces están claramente
influenciados por los referidos retratos de la Roma republicana, como es
perceptible en el Busto de Christoph von Kessler (1769-1770), en el Busto de
Franz Anton Mesmer (1769-1770), médico pionero de la hipnosis que lanzó una
serie de teorías heterodoxas sobre el magnetismo alemán que interesaron
sobremanera a nuestro escultor, o en el Busto de Franz von Scheyb (ca. 1769),
considerado el primer busto neoclásico de Viena.
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Fuente Witwe-von-Sarepta (fuente Elisäus) (1769-1770). Abadía de Mujeres Saboyanas, Viena |
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Inmaculada Concepción (1766-1767). Abadia de Mujeres Saboyanas, Viena |
Su
aventura romana, que tan solo se prolongó durante un año, supuso un giro casi
definitivo desde el rococó al neoclasicismo. Tras su regreso a Viena cosechó un
rotundo éxito, pues la reputación que ya poseía se vio incrementada aún más
gracias a la aureola que le confería su reciente “tour” por la Ciudad Eterna.
Desde entonces y hasta finales de la década recibió numerosos encargos de
figuras relevantes de la sociedad y nobleza vienesa, incluido el propio
emperador José II –existen sendos Bustos del emperador José II en el
Bode–Museum (1765-1770) y en el Kunsthistorisches Museum (1767)– que fue un
ferviente admirador de la obra de Messerschmidt.
Así, podemos destacar que la Emperatriz le solicitó el Busto de Gerard van
Swieten (1769), médico de la corte imperial, que se conserva en el Belvedere y
del cual se hizo una réplica ese mismo año para la Universidad de Viena. Aún
podemos señalar un tercer busto del galeno fabricado en mármol –los otros dos
están fabricados en plomo-estaño– que se custodia en el Kunsthistorisches
Museum.
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Busto de Gerard von Swieten (1769). Palacio Belvedere, Viena |
En
1769 comenzó a impartir clases en la Academia de Bellas Artes de Viena, la
misma en la que se había formado. El éxito parecía llegarle desde todos los
frentes, sin embargo poco le duró la alegría ya que el año de 1770 supuso un
antes y un después en su vida puesto que al mismo tiempo que conseguía una
estabilidad económica con la que adquirir una lujosa casa, y que la Academia de
Bellas Artes le nombraba subsecretario, sus amigos comenzaron a preocuparse
debido al extraño cambio de comportamiento que estaba experimentando ya que le
empezaron a ver deambular nervioso y a comprobar que sufría alucinaciones y
paranoias que con el paso del tiempo se fueron haciendo más frecuentes y agresivas,
tal es así que en cierta ocasión llegó a amenazar con matar a otro artista
durante una sesión de trabajo nocturna. Actualmente existe consenso en que el
escultor padecía esquizofrenia. A todo ello hay que añadir que gustaba de
asistir a los círculos esotéricos vieneses pues le interesaban sobremanera el
ocultismo, la alquimia, la nigromancia y la fisiognomía (teoría que defiende un
conocimiento del carácter de una persona a través del análisis de su
apariencia).
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Busto del emperador José II (1767). Kunsthistorisches Museum, Viena |
Este
comportamiento errático y conducta extraña e inestable, repleta de paranoias y
alucinaciones, llevó a la Academia a negarle en 1774 la plaza de catedrático
que había quedado vacante por el fallecimiento de Jacob Christoph Schletterer.
El tribunal no solo le denegó dicho puesto, alegando que no era bueno para la
imagen de la Academia debido a que sufría problemas mentales y a que “a veces
parece perder la razón”, sino que también decidió expulsarlo de la institución.
A pesar de contar con el apoyo de la emperatriz María Teresa, el canciller
Wenzel Anton Kaunitz envió una carta a la monarca en la que le explicaba que a
pesar de que Messerschmidt poseía un talento inconmensurable la enfermedad
mental que padecía le incapacitaba para desarrollar su magisterio. En los
últimos años ha empezado a cobrar vigor una teoría que afirma que Messerschmidt
no padecía ninguna enfermedad mental, sino que fue víctima de una intriga
capitaneada por el canciller Kaunitz. Así, las razones aducidas por éste para
la expulsión de Messerschmidt de la Academia no serían más que mentiras para
desembarazarse de él y colocar en ese puesto a un conocido de su hijo, el conde
Joseph Kaunitz. Según dictaba el reglamento de la institución Messerschmidt
debía de haber sustituido en el cargo de catedrático a su amigo y antiguo
profesor Jacob Christoph Schletterer. Sin embargo, lo que sucedió es que otros
tres escultores presentaron las solicitudes para acceder a dicho cargo: Johann
Wilhelm Beyer (1725-1796), escultor jefe de las obras del Palacio de
Schönbrunn, Johann Baptist Hagenauer (1732-1820), el segundo escultor más
activo en dicha residencia, y Jakob Gabriel Müller (1721-1780). “Casualmente”
fue elegido Hagenauer, el maestro que era del agrado del conde Joseph Kaunitz.
Por lo tanto, y siempre según esta versión, la enfermedad mental de
Messerschmidt, que por entonces era el escultor más eminente de Viena, no fue
más que una invención de sus rivales para incapacitarle y poder así arrebatarle
el puesto que legalmente le pertenecía. Ignoramos si fue así o no, pero en lo
que sí que coinciden los investigadores es en que Messerschmidt, quien por
cierto venía quejándose desde hace años de las ofensas y maquinaciones
encubiertas ejecutadas contra él mientras trabajaba en la Academia, sufrió una
especie de esquizofrenia.
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Busto de Marin Georg Kovachich (1782). Museo de Bellas Artes, Budapest |
A
raíz de denegarle el ascenso y expulsarle de la Academia, Messerschmidt se
sintió tan agraviado y humillado que tomó la drástica decisión de vender su
casa en Viena y regresar a su pueblo natal, Wiesensteig. Allí se instaló en las
afueras de la localidad en una cabaña que sería testigo en 1775 de la creación
del primer ejemplar de su serie de “Cabezas de carácter” o “Cabezas de
personajes”, colección de bustos que a la postre le otorgaría fama universal.
Tras recibir una invitación de la corte bávara se trasladó a Múnich, aunque
transcurridos dos años sin recibir ningún encargo ni puesto en la misma decidió
establecerse en Presburgo (actual Bratislava), ciudad en la que vivía y
trabajaba como escultor su hermano Johann Adam. Por entonces la actual capital
de Eslovaquia era el segundo enclave más significativo del Imperio de los
Habsburgo, pero a gran distancia de la importancia que poseía Viena, por lo que
la presencia de Messerschmidt, un escultor que había trabajado para la corte
Imperial, debió de suponer una profunda conmoción.
Poco
a poco su situación comenzó a ser límite puesto que estaba completamente
aterrorizado por ciertas visiones fantasmagóricas, llegando a asegurar que una
serie de espíritus y demonios se colaban en su casa para atacarle y golpearle
durante la noche y asustarle durante el día. Fue precisamente en esta situación
crítica de agobio y persecución cuando acometió la mayor parte de las “Cabezas
de carácter”. A pesar de que no conocemos su versión acerca del propósito con
el que creó estos curiosos bustos existen varias teorías. Una de ellas dice que
en su búsqueda de lo oculto quiso reflejar las 64 expresiones primigenias del
ser humano, aquellas primeras contracciones que fueron la base para un lenguaje
complejo, aquellos símbolos atávicos que nos unían como especie en un solo
idioma, y todo esto con la certeza de que con estas cabezas grotescas y
extravagantes espantaba a los demonios y espíritus que le atormentaban. Aparte
de esa función como talismán para espantar a los fantasmas, la otra hipótesis
es que descubrió ciertas conexiones entre la cara y el cuerpo y que la
plasmación de estos gestos en los bustos le ayudaban a sanar, es decir, eran un
mecanismo de autocuración.
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Busto de viejo barbudo (1772-1774) |
En
Presburgo pasó los últimos años de su vida tallando y esculpiendo de manera
obsesiva las “Cabezas de carácter”. Nunca llegó a venderlas, ya no tanto porque
no encontrara comprador –el escultor aseguró que en cierta ocasión un conde
húngaro quiso comprarle toda la colección por la considerable suma de 8.000
florines, sin embargo, Messerschmidt se negó a venderlas por menos de 10.000–
sino porque las querría mantener a su lado debido a los motivos que acabamos de
mencionar. También acometió otras empresas, como retratos de aristócratas e
intelectuales húngaros, caso del Busto del historiador Martin Georg Kovachich
(1782), y otros encargos comisionados por el gobernador de Hungría, el príncipe
Alberto de Sajonia, Duque de Teschen –se pueden citar dos retratos suyos en
bustos: uno fabricado en mármol hacia 1780 que se conserva en la Albertina, y
otro en plomo en el Museo Nacional Bávaro de Múnich–, y su esposa la
archiduquesa María Cristina de Austria, hija de la emperatriz María Teresa.
También datan de estos años una serie de obras muy curiosas como el Busto de
viejo barbudo (1772-1774), que pudiera estar inspirado en el Busto de Sócrates
(copia romana de un original griego del siglo IV. a.C.) de los Museos
Capitolinos; el Busto de la Religión (1775-1777), una enigmática cabeza de
mujer velada situada sobre el libro de los siete ellos y con claras
reminiscencias clásicas; o el impactante Busto de capuchino (1780-1781).
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Busto de capuchino (1780-1781) |
Fue
también en estos momentos en los que ejecutó una curiosa serie de pequeños
retratos en alabastro en forma de medallón repletos de detallismo y cuya
ejecución no desmerece en lo más mínimo a sus portentosas cabezas. Realizados
entre los años 1777-1783, estos retratos a menudo se completaban con un marco
pintado en acuarela y objetos relacionados con la vida del efigiado. Además,
debajo de cada retrato figura el nombre de la persona, y en la parte opuesta un
pequeño poema escrito en alemán antiguo. No sabemos cuántos llegó a fabricar,
pero el caso es que a día de hoy se conocen catorce: cuatro autorretratos (Autorretrato
serio, Autorretrato con sombrero, Autorretrato riendo y Autorretrato con peluca)
que, a diferencia del profundo hiperrealismo de las “Cabezas de carácter”,
están bastante idealizados, de forma que los rasgos del artista quedan
vagamente esbozados; y diez retratos que efigian a importantes personalidades
de la época, como aristócratas e intelectuales: el Medallón retrato de Joseph
Kiss –ilustre ingeniero hidráulico que construyó el canal Franz que une los
ríos Danubio y Tisza–, el Medallón retrato del Emperador José II, el Medallón
retrato de la archiduquesa María Cristina de Austria, el Medallón retrato del
príncipe Alberto de Sajonia, duque de Teschen, el Medallón retrato del conde
Franz Balassa –comisionado para la educación en Hungría que impulsó unos
circuitos sociales y culturales en Bratislava bajo el reinado de María Teresa y
José II–, dos medallones que representan a una pareja, probablemente los Medallones
retratos del Conde Franz Batthyány y su esposa, y otros tres que efigian a
otras tantas Mujeres desconocidas. Desconocemos si aún se conserva el Medallón
retrato de Christoph Friedrich Nicolai puesto que él mismo reseña que durante
su breve visita a Messerschmidt en 1781 el escultor le realizó un retrato de
estas características. Es probable que hiciera muchos más durante sus años en
Presburgo, pero no han debido de conservarse.
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Medallón-Retrato. Autorretrato (h. 1780). Bode Musem, Berlín |
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Medallón-Retrato. Autorretrato (h. 1780). Museo de Bellas Artes, Budapest |
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Medallón-Retrato. Autorretrato con peluca (h. 1780). Museo de Bellas Artes, Budapest |
Esta
última etapa vital estuvo marcada por las obsesiones y un comportamiento
excéntrico y huraño. Entre las escasas visitas que recibió, a las que relataba
sus experiencias nocturnas con los demonios y espíritus que le atacaban,
destaca la que le hizo en 1781 el filósofo y escritor ilustrado austriaco
Christoph Friedrich Nicolai, que le llegó a definir como “un hombre extraño que
se pellizcaba frente al espejo y gesticulaba estrambóticamente con el fin de
forzar el rostro”. Nicolai, que era un descreído de los fenómenos paranormales,
atribuyó buena parte de la locura del escultor a su extrema castidad, mientras
que el psicólogo e historiador del arte Ernst Kris atribuye su esquizofrenia
paranoide, pues esa era la enfermedad mental que creía que padecía el escultor,
a una homosexualidad reprimida. Un agravamiento de la enfermedad de Crohn que
padecía le llevó a la tumba el 19 de agosto de 1783, poniéndose fin de esta
manera a la vida de este genial y atormentado escultor que vivió sus últimos
años esclavo de las alucinaciones. Al momento de su fallecimiento había llegado
a esculpir 69 “Cabezas de carácter”.
Las
“Cabezas de carácter”
Estas
esculturas hiperrealistas fabricadas con una técnica exquisita y una factura
absolutamente vanguardista deben su merecida fama a las grotescas expresiones
que patentizan los rostros de los personajes –se cree que la inmensa mayoría,
si no todos, son autorretratos– puesto que ríen, lloran, gritan, sacan la
lengua, se muestran enfadados, burlones, enloquecidos, etc. Sin embargo, su
significado es todo un enigma, nadie ha sabido interpretarlas más allá de las
teorías propuestas por algunos investigadores, historiadores o psicólogos. Pese
a que a primera vista pudieran parecer rostros que de puro grotescos que son
nos invitan a reír y a creerlos caricaturas una reflexión más profunda nos
lleva a pensar en que el escultor decidió captar diferentes instantes que muestran
los límites expresivos del rostro humano.
Como
ya hemos visto, Messerschmidt afrontó la realización de las “Cabezas de
carácter”, la serie de 69 bustos que le otorgó a posteriori fama universal, en
una etapa vital en la que se vio afectado por problemas mentales y por una
serie de paranoias y visiones espectrales. Una vez fallecido Franz Xaver su
hermano heredó los bustos, permaneciendo en manos de la familia hasta que en
1793 un sobrino, Johann Pendel, los dio a conocer al gran público en una magna
exposición celebrada en el Hospital de Viena. El anónimo autor de la guía de la
exposición se dedicó a explicar las cabezas desde un punto de vista sarcástico,
en vez de incidir en el extraordinario valor artístico que poseían. Esta visión
pudo deberse a que lo que se buscaba era estimular la curiosidad de los
posibles compradores. También iban encaminados en esta misma dirección cómica
los títulos que otorgó a las obras, puesto que Messerschmidt nunca llegó a
“bautizarlas”. Así tenemos nombres como El hombre que sufre de estreñimiento,
El fagotista inepto, El hipócrita, El calumniador, El hombre que bosteza, etc.
Estos títulos, que aún siguen vigentes, llevaron a algunos investigadores a
incidir en la contradicción existente entre la seriedad que se detecta en la
fabricación de los bustos y la extravagancia de los nombres que se le otorgaron
a posteriori. La colección de cabezas, que terminó por diseminarse a raíz de
una subasta efectuada en Viena a finales del siglo XIX, se compone actualmente
de 54 ejemplares, alguna de las cuales ha sobrevivido únicamente como molde de
yeso, por el contrario, algunas de las cabezas perdidas las conocemos gracias a
fotografías y litografías.
La
valoración de estas cabezas no ha sido siempre positiva, más bien al contrario.
De hecho, en su época no despertaron un especial interés debido a la modernidad
de su factura pues estaban totalmente alejadas de los cánones estéticos y
artísticos que se estilaban en aquel momento. Hubo que esperar al
“redescubrimiento” de estas cabezas en la década de 1920, momento en el que se
llegaron a considerar como precedentes del Expresionismo, para que comenzaran a
ser estimadas. A partir de entonces se fueron revalorizando de tal manera que a
día de hoy forman parte de las obras maestras de los museos y colecciones que
las poseen.
Aparte
del inigualable valor artístico de estas cabezas lo primero que nos preguntamos
es qué quiso expresar Messerschmidt con ellas. Para comprender su significado
contamos con el testimonio del referido escritor ilustrado Christoph Friedrich
Nicolai, que ya vimos que visitó al escultor en su taller en 1781, dejando
plasmadas las vivencias de este breve encuentro en una narración de sus viajes
titulada Beschreibung
einer
Reise
durch
Deutschland
und
die
Schweiz
(1785). En la charla que mantuvieron salió a relucir el propósito con el que el
escultor fabricaba estas cabezas. Meserschmidt le explicó que en ellas
pretendía reflejar los 64 gestos primordiales del ser humano, y que la idea le
surgió a partir de su interacción con los espíritus, especialmente con las
deidades invisibles que dan al mundo natural su diseño. Señala Nicolai que el
escultor pensaba que los espíritus se sentían amenazados porque su arte llegó a
alcanzar tal perfección que se aproximaba a lo divino. Es por ello que el
espíritu de la proporción se sintió celoso y le castigaba durante sus sesiones
de estudio con dolores en las piernas y en la parte baja del torso.
Pero
no todo queda ahí puesto que Messerschmidt, siempre según el testimonio de
Nicolai, aseguraba haber descubierto una analogía secreta entre el rostro y el
cuerpo, de tal manera que al esculpir una parte específica de la cabeza el
escultor reportaba sensaciones en un área correspondiente del cuerpo. La
constatación de estas interrelaciones le llevó a pensar que había redescubierto
un aspecto de la fisiología humana perdido desde la antigüedad y que el
escultor creía ya presente en la escultura egipcia. Este hallazgo de las
proporciones corporales volvió a enfurecer a los espíritus, que decidieron
castigarle por la apropiación de un conocimiento que consideraban divino. Así,
nuevamente el espíritu de la proporción atormentó al escultor con más dolores,
pero esta vez en la parte baja de las piernas. Estos acontecimientos
paranormales casan bien con la afición que el escultor poseyó a las ciencias
ocultas, de hecho se sabe que conocía los escritos atribuidos a Hermes
Trismegisto, un legendario personaje considerado pionero de la alquimia.
Hasta
aquí hemos repasado brevemente la historia de estos bustos y las supuestas
motivaciones que llevaron al escultor a su concepción, pero, ¿cómo los realizaba?
Pues bien, parece ser que, según señala Nicolai, Messerschmidt se situaba
frente al espejo y tan pronto se pellizcaba como gesticulaba estrambóticamente
con el fin de forzar el rostro hasta conseguir los 64 gestos primordiales. En
otras ocasiones llegó a adoptar métodos más drásticos como abordar a los
transeúntes apuntándolos con una pistola para poder así estudiar los rostros
horrorizados de sus “víctimas”. Cuando conseguía el gesto deseado lo
trasladaría primeramente a yeso y después a un material más permanente, ya
fuera pétreo (mármol o alabastro) o metálico (bronce, plomo o estaño).
Desde
el punto de vista formal las cabezas forman un conjunto muy homogéneo puesto
que la inmensa mayoría de ellas muestran bustos cortados a la altura de la base
del cuello, o a lo sumo en la parte superior del torso. Bien es cierto que toda
regla tiene su excepción puesto que existe algún personaje retratado desde el
abdomen. Sea como fuere, todos ellos están concebidos con una visión totalmente
frontal y realizando unos estrambóticos gestos que en la mayoría de las
ocasiones fuerzan al máximo los rostros. Esta concepción hiperrealista no es
ningún problema para Messerschmidt ya que define a la perfección las anatomías
mediante la colocación exacta de los músculos, de suerte que tan pronto concibe
superficies tersas como arrugadas. Hay algunos casos que llaman la atención
sobremanera como los ejemplares en los que el personaje tiene la cabeza hundida
en el tronco, de forma que el cuello apenas es visible. Es admirable como
patentiza las relaciones cambiantes de los músculos faciales en el desempeño de
las diferentes funciones. Aunque puede pasar inadvertido, es curioso que buena
parte de los rostros no lleven talladas ni señaladas las pupilas, lo que
convierte al ojo en una superficie lisa que añade mayor misterio a estas obras
ya que aunque parecen estar mirando de alguna manera no lo están.
Hay
que subrayar que la referida concepción frontal de los rostros no fue nada
usual en la época puesto que los bustos neoclásicos no suelen miran
directamente al espectador, sino que evaden su mirada adoptando actitudes
indiferentes y distantes. Asimismo, esta frontalidad rompía con la tradición de
la retratística clásica, para aproximarse más a la egipcia, que destacaba por
su rigidez formal. Este acercamiento a la escultura egipcia de la época de los
faraones no parece una casualidad pues como hemos visto anteriormente el
escultor creía que había descubierto unas interrelaciones fisiológicas que se
había perdido desde entonces.
Las
cabezas exhiben una gran variedad de peinados, incluyendo la calvicie. Así
tenemos personajes con largas melenas o pelo corto, y con cabellos lisos,
rizados, revueltos, alborotados, mojados, etc. Se cree que Messerschmidt a la
hora de enfrentarse al espejo para concebir los bustos utilizaba pelucas. Lo
que nunca encontraremos en estos rostros es barba o bigote, sin duda debido a
que su inclusión hubiera provocado una merma gestual en el rostro, ocultando
parcial o totalmente la boca, mentón y músculos que rodean la boca y el cuello.
Solo en ocasiones puntuales el escultor plasma otros elementos en estos bustos,
como por ejemplo diferentes tipos de tocados o gorros, telas, o incluso uno
tiene colgada una soga del cuello (Un hombre ahorcado). Finalmente, sorprende
que de todas las cabezas conservadas tan solo una de ellas, la titulada El
artista como se imaginaba riendo sea la única que muestra una expresión
decididamente positiva puesto que el resto transmiten un sentimiento negativo o
neutral.
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