En
la recoleta sala de exposiciones del Archivo General de Castilla y León, sito
en el precioso, evocador y casi desconocido Palacio del Licenciado Butrón, que
antaño formó parte del Monasterio de Santa Brígida, se ha inaugurado hace pocos días una maravillosa exposición que trata sobre la obra de Ana Jiménez,
una de las grandes escultoras del Valladolid del siglo XX y que por desgracia
nos dejó hace ya casi tres años. La muestra consta de 54 piezas (esculturas,
bocetos, dibujos) de los más diversos materiales, pues Jiménez fue ante todo una innovadora y experimentadora. Todas estas piezas pertenecen al amplio legado (518 obras) que
donó María Pilar Lourdes Tejedor Pascual, compañera de la artista, al Museo de
Valladolid. Es un verdadero gustazo poder disfrutar de esta exposición pues,
como ya comenté en la entrada que le dediqué a la propia Ana Jiménez en el blog, es una de las escultoras que más hondo me ha llegado. Finalmente quería
dar las gracias a la Junta de Castilla y León por esta magnífica muestra y
también animarla a que siga con este tipo de exposiciones que ayudan a recordar a
estos artistas vallisoletanos injustamente olvidados. Como no quiero repetir lo
dicho en el post dedicado a la artista, los textos que figuran a continuación
proceden de los paneles de la exposición.
Ana
María Jiménez López nació en 1926 en La Coruña y residió en Valladolid desde
los 9 años hasta el momento de su fallecimiento en 2013. Ingresó en la Escuela
de Artes y Oficios en 1950 y ya en 1951 obtuvo el Premio Extraordinario en la asignatura
de Modelado y Vaciado, recibiendo en 1956 el Premio “Martí y Monsó” por la
totalidad de su obra en la Escuela. Junto a los escultores José Luis Medina,
Ángel Trapote y Antonio Vaquero se formó en las corrientes artísticas de la
posguerra y desde 1964 fue profesora de Modelado en la misma Escuela hasta su
jubilación. Desplegó a lo largo de esos años su trabajo docente y su labor
escultórica en paralelo y en verdadera relación. Precisamente en la
investigación de las formas y de los nuevos materiales con los alumnos,
tuvieron lugar algunos cambios importantes en su propia forma de hacer.
El
estilo de Ana Jiménez estuvo en constante evolución. Hay en su obra un continuo
renovarse y, a la vez, una recurrencia a trabajos anteriores. Las etapas de su
creación artística que se perfilan con la perspectiva del tiempo no son
capítulos cerrados. Ana Jiménez no renunció a ninguna de sus criaturas: en
ocasiones, de un viejo trabajo recibía la motivación para una obra nueva o,
simplemente, lo remodelaba para acomodarlo al paso del tiempo. Ella misma dijo:
“para mí, el arte
es vida, es lo que te rodea trasladado a la materia”.
REALISMO
IDEALIZADO Y ECOS DE RENOVACIÓN
En
sus primeros años creó retratos y figuras infantiles amables y llenas de
ternura, configurando ya sus tipos femeninos de rostros delicados y volúmenes
acusados, siempre descalzos: Muchacha sobre la
hierba (1955), Niñas
del molinillo (1957) o Menina son un
ejemplo.
Sin
abandonar el lenguaje figurativo, fue incorporando la abstracción y nuevas
formas plásticas. Representativa del final de esta época es Al vent del mon
(1968), de fuerte contenido simbólico y en la que volvió a trabajar a comienzos
de los años 90.
Mujer sobre la hierba (1955) |
Niñas del molinillo (1957) |
Menina (1957 en adelante) |
Al vent del mon (1968) |
NEOFIGURACIÓN
ORGÁNICA
Llegados
los años 70 se interesó por la escultura organicista. Lo puramente figurativo
pasó a segundo plano y adoptó como nuevos elementos de expresión las formas y
la materia. Esta tendencia se plasmó en sus figuras de animales, en particular
en su serie de pájaros, voluminosos y de superficies curvas, de gran
expresividad. Estos pájaros fueron un tema recurrente en su obra. Inició la
serie con el Halcón
(1975), que muestra la gran capacidad de síntesis de la escultora. Le siguió un
Pelícano, un Pingüino, un Pájaro y una
colección de sesenta pájaros realizados para la firma comercial Novostil (por
encargo de José Luis Blanco). Prácticamente desde 1980 la paloma gozó del fervor
especial de la escultora.
Palomo (hacia 1980) |
En
los años 80 volvió a su interés por la figura humana, género en el que Ana
Jiménez consiguió las realizaciones más cuajadas y de contenido más profundo:
cuerpos macizos llenos de vida, que pertenecen a la tierra y emergen de ella
llenos de vida, pero sin terminar de emanciparse de su vínculo. Reconocía la
escultora que sus formas procedían de su propia experiencia ante el paisaje de
las formaciones graníticas de los berrocales de Ávila. Algunas de ellas las denominó
precisamente Ávila
(mujer y hombre, 1980), Mingorría (1993)
y Berroqueñas
(1993). Apuntaban ya hacia este patrón: Ainda Maïs
(1980), Sirena
(1980) o Castilla
II (1982). Se alude a estas obras como figuras-paisaje, en un intento de
expresar la integración de las esculturas en la naturaleza y el entorno del que
forman parte. La figura del hombre, trabajada ocasionalmente, se materializó en
torsos que pugnaban por despegarse de la tierra, cargados de tensiones. La
figura femenina, expresión contraria, transmite la comunicación íntima con la
tierra, tomando de ella su monumentalidad y grandeza. Ambos son totalmente
expresivos en la obra en bronce Torsos, de 1985.
Presentes
en toda la etapa están diversos encargos institucionales de carácter
conmemorativo. En 1992 realizó La dualidad del actor
para los premios de Teatro de la Diputación de Valladolid, una obra abstracta
formada por dos mitades que se acoplan.
Mingorría (1993) |
Mujer reclinada (hacia 1993) |
Las Berroqueñas (1993) |
Torsos (1985) |
I Congreso Hispano-Americano de Terminología de la Edicación, Valladolid (1986) |
FASE
EXPERIMENTAL. NUEVOS MATERIALES
Inició
una nueva etapa en 1986, cuando se hizo cargo en la Escuela de Artes y Oficios
de los Cursos experimentales de volumen y comenzó su propia exploración en
nuevos materiales, técnicas y lenguajes formales. Modelados
en chapa recortada, hilos de alambre, láminas de plástico, tubos de
poliuretano, goma-espuma, lana… le permitían realizar obras de fina
sensibilidad, sentimiento poético y hasta un sentido del humor juguetón del
humor. De gran contenido poético en Las manos del alba
(1988), realizado en tela metálica policromada bajo la sugerencia de unos
versos de Pablo Neruda: “déjame sueltas las
manos…”.
El
Caballito rojo
(1993) enlaza con el sentimiento ingenuo y el espíritu libre de Paul Klee; lo
tomó como marca o insignia de la Fundación que creó con su propio nombre. Los Pájaros Faik
(1992-93), con calidades de esmaltes traslúcidos, en recuerdo a su amigo y
artista Faik Hussain.
La
serie Formas
(desde 1997) o Los
visitantes (2004) constituyen un variado muestrario de materiales
reciclados.
Sus
últimas obras vuelven la mirada a la actualidad y a los problemas del entorno
social. Denuncia temas que le preocupan, como la contaminación acústica en la
amena composición de figuras que llamó Deliberando en torno al
ruido (1993), o la violencia de género, creando su serie sobre Los Malos Tratos
(1996 y 2007), con escenas enormemente expresivas, de brillantes colores, con
materiales tan elementales como la madera, el alambre o el cartón.
Las manos del alba (1988) |
Caballito rojo (1993) |
Pájaros Faik I y III (1993) |
Formas (1997) |
Visitantes (2004) |
Deliberando entorno al ruido (1993) |
Malos tratos (2007) |
Malos tratos (hacia 2007) |
RENOVACIÓN
Y RETORNO
El
primer contacto de Ana Jiménez con la expresión plástica fue el dibujo y fue en
su infancia, y continuó siendo el soporte inmediato de su inspiración, plasmada
en su imprescindible repertorio de retratos, serigrafías o bocetos para sus
obras escultóricas.
En
la Escuela de Artes y Oficios descubrió el volumen con el barro y lo tomó como
principal vehículo de expresión, concibiendo desde el modelado la mayor parte
de sus esculturas. A partir de él realizó vaciados en yeso, piedra artificial,
poliéster, broce…
Receptiva
y abierta a la experimentación en la materia y la forma, su obra es reflejo de
una constante renovación, a la vez que un círculo de retorno para la revisión
de temas o contenidos, aunque en 2012 confesó que “La obra a veces no
sale, ella te elige a ti”.
El
modelo femenino, pero también las figuras infantiles, se significaron como una
constante en su peculiar estilo: mujeres, niñas o adolescentes caracterizadas
por la solidez y serenidad, y rostros con expresión de ternura y delicadeza.
Así encontramos en 1996 las maquetas de la Niña del Columpio
y los Bimbis.
Niñas del molinillo (1957) |
Niños Bimbis A (1996) |
Mujer de Mali |
Julia
Ara Gil, catedrática de Historia del Arte, ha dicho que la obra de Ana Jiménez
ha sido el resultado de una capacidad innata para captar los rasgos esenciales
de la realidad que percibía, de una gran intuición para descubrir y plasmar la
fuerza vital de la naturaleza y de experimentación y fantasía para crear formas
nuevas que la llevaron a terrenos insospechados. Para Ana Jiménez “el arte era la vida”,
y así lo expresó a lo largo de toda su vida.
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