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lunes, 27 de febrero de 2017

El retablo mayor de la iglesia de San Pedro Apóstol (Antonio Bahamonde (atrib.), 1757-1758. Esculturas de Felipe Espinabete)


El arte vallisoletano del siglo XVIII es tan desconocido como interesante. Para los eruditos e historiadores del arte de comienzos del siglo pasado en Valladolid solo existió Berruguete, Juni y Gregorio Fernández, y por supuesto la extensa escuela formada por éste, llegando a despreciar el siglo XVIII. Alguna vez he leído, y no recuerdo a quién, que la escultura del siglo XVIII no valía para nada, asique, ¿para qué estudiarla?. Pues no señores, no es así. Salvo la pintura, que en Valladolid nunca gozó de reconocimiento ni de buenos talleres, salvo excepciones contadas, la escultura y la retablística brilló a un alto nivel, si bien a finales del siglo se fue apagando la mecha y los pocos escultores que fueron quedando llegaron a ser ciertamente mediocres, pondríamos aquí el nombre de Claudio Cortijo, que a pesar de su medianía a mí me parece un artífice lo suficientemente digno (no hay más que ver lo que se hacía en provincias limítrofes, o más al norte).
Centrándonos en la retablística hemos de señalar que parece que el interés por este tema se agotó en el periodo churrigueresco, dejándose de lado el rococó, momento que nos dejó alguno de los retablos más espectaculares de la ciudad, no hay más que ver los retablos mayores de Santa Clara, San Andrés, o este de San Pedro. Amén de estos, hay otros muchos retablos de pequeño tamaño destinados a capillas o colaterales que componen una nómina importante tanto desde el punto de vista artístico como numérico.
 
El retablo mayor de la iglesia de San Pedro es quizás uno de los más bellos del periodo rococó en Valladolid, y más ahora que ha sido restaurado y ha recuperado todo su esplendor. Hay que dar las gracias a la anónima donante, así como a la iglesia y Cofradía Penitencial y Sacramental de la Sagrada Cena, todos los cuales han colaborado para poder sufragar su restauración. Ahora parece recién salido del taller del anónimo ensamblador o tallista que lo realizó. Ahí nos encontramos con uno de los dos grandes interrogantes de este retablo, el del nombre de su autor. El otro sería el del nombre del autor o autores de las esculturas y relieves. También cabría la posibilidad de que todo hubiera sido obra de un mismo taller, puesto que hemos de recordar que en el siglo XVIII en Valladolid se dio un fenómeno que no acaecía desde el Renacimiento: el de los escultores que además de esculpir imágenes aunaban en su figura la de maestros ensambladores y tallistas, es decir, los que fabricaban y decoraban los retablos. De este grupo podemos destacar a Pedro Bahamonde, Pedro de Sierra o Juan Macías. Antes de comenzar a tratar sobre el retablo me gustaría señalar una última cuestión en lo referente a las esculturas: la nómina de escultores que trabajaron en Valladolid durante la segunda mitad del siglo XVIII, momento al que pertenece este retablo, es muy escasa, pero a la vez conocemos muy poca obra de ellos, y de algunos ni siquiera tenemos noticia de ninguna obra, por lo que es extremadamente complicado poder realizar atribuciones.
El retablo mayor de la iglesia de San Pedro fue realizado hacia 1757-1758, puesto que sabemos, por Ventura Pérez, que en este último año “se estrenó su retablo nuevo”, si bien no fue dorado hasta el año siguiente de 1759. Tanto el retablo como su dorado fueron costeados por don Juan Francisco Bugedo, secretario de Cámara de la Real Audiencia y Chancillería. Es probable que el viejo retablo de la parroquia se encontrara en muy mal y estado y, visto que unos años antes, entre 1748-1751, se había llevado a cabo una intensa reforma del interior del templo, el donante pensaría que ese remozado interior merecía un retablo a su altura. Poco sabemos del antiguo retablo que ocupaba la capilla mayor del templo. Al parecer, presidía la iglesia desde que fuera ermita de Santo Toribio, que con el tiempo creció y se convirtió en parroquia de San Pedro. Este retablo, que se componía de 11 lienzos o tablas de pintura “con sus bastidores dorados”, fue sufragado hacia finales del siglo XV o comienzos del XVI por “Gómez de Revilla hijo de Juan Sanz de Revilla y su mujer Antonia Martínez”.
 
El presente retablo mayor es una gigantesca máquina que se adapta perfectamente a la forma del ábside y que está compuesto por un amplio banco, un cuerpo con tres calles y un ático de remate semicircular. En el banco se abren a los lados sendas puertas decoradas con rocallas, amén de servir de base en la calle central al tabernáculo que hace que la hornacina del cuerpo principal quede desplazada hacia la parte superior, otorgándole preeminencia a San Pedro. Asimismo, en el banco asientan cuatro grandes netos que sustentan las cuatro columnas de orden gigante con las que se estructura el cuerpo del retablo. Estas columnas, clásicas, aunque totalmente acanaladas y decoradas con multitud de festones y motivos de rocalla, separan las tres calles. En las laterales se abren hornacinas con remate en forma de venera en la que asientan las esculturas de San Juan Bautista y San Antonio de Padua. La presencia de estos dos santos quizás se explique por cuanto fueran los santos de los nombres de los patronos de la obra: San Juan Bautista por Juan Francisco Bugedo, y San Antonio de Padua quizás porque su esposa se llamara Antonia. La hornacina central contiene a San Pedro en cátedra, que viene a ser una de las últimas repercusiones del San Pedro de la misma tipología que creerá Gregorio Fernández (h. 1630) con su efigie del franciscano Convento del Scala Coeli en El Abrojo, cerca de la localidad de Tudela de Duero (Valladolid). También procede de Fernández la iconografía del San Juan Bautista, que fue multiplemente repetido por los talleres vallisoletanos hasta bien entrado el siglo XVIII. San Pedro imparte la bendición con la mano derecha mientras que con la izquierda agarra las dos llaves. Su cabeza se encuentra tocada con la tiara papal. La hornacina en la que se halla el primer Papa es una complicada arquitectura realizada a base de curvas y contracurvas que me ha hecho recordar algunas creaciones del arquitecto y religioso italiano Guarino Guarini. Esta calle central presidida por San Pedro, en la parte superior, y por el tabernáculo, en la inferior, se halla adelantada con respecto al resto del retablo, de manera que el presente un perfil sinuoso y movidísimo, diríase Borrominesco.

Finalmente tenemos el ático, que se encuentra presidido por la Inmaculada Concepción, de perfil muy movido y que pertenece a una tipología de la que existen diversos ejemplares a lo largo de la provincia. A sus lados se abren pequeños “ventanales” dentro de los cuales se hayan dos relieves que a buen seguro están inspirados en grabados, que efigian a San Pedro en la cárcel, y el Arrepentimiento de San Pedro. Se trata de pequeños relieves en los que el autor demuestra su torpeza al no lograr dar la sensación de tridimensionalidad ni de perspectiva. Remata el ático en su parte cimera una tarjeta con abundante decoración vegetal que exhibe los atributos de San Pedro (Tiara papal y las dos llaves).
Toda la superficie del retablo se halla adornada con multitud de decoraciones vegetales crespas y rocallas, como podemos ver, por ejemplo, en las partes superiores de las hornacinas laterales, o en las formas abovedadas del ábside. A pesar de todo eso vemos algunos elementos clásicos que parecen anunciar el neoclasicismo, como por ejemplo las superficies lisas de la línea de imposta que separa el cuerpo del ático, o los dentellones que aparecen sobre esta cornisa. Aunque su ejecución, como hemos dicho, se viene atribuyendo a Antonio Bahamonde pienso que es demasiado rococó para lo que de él conocemos. Habría, quizás, que pensar en alguno de esos anónimos tallistas que trabajaron a mediados del siglo XVIII y de los que apenas conocemos obra; estaríamos en la órbita de los discípulos de Pedro de Sierra, o con nombres como los de José Álvaro, Bentura Ramos, etc… En cuanto a las esculturas, nos encontramos ante un artífice de alta calidad, aunque tampoco podemos atribuírselo a ninguno en concreto. Aunque podría tratarse de José Fernández, del que sabemos que trabajó para el retablo de la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores sito en la misma iglesia, y realizado por las mismas fechas, pienso que no posee tanta calidad como la demostrada por este artífice. Para finalizar os dejo unas fotografías de cómo se encontraban el conjunto antes de ser restaurado. Sin duda, un cambio espectacular.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985. 
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “Noticias documentales sobre la Catedral de Valladolid”, B.S.A.A., Tomo XXXVI, 1970, pp. 529-537.

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