Aunque
este blog habla en exclusiva de obras de arte y artistas relacionados con
Valladolid, y tras darle muchas vueltas, he decidido que en ocasiones puntuales
trataremos de manifestaciones artísticas “foráneas”. Esta idea me surgió
durante el último viaje a mi querido Madrid, después de visitar uno de los
lugares que más deseaba conocer de la Villa y Corte. Ese impresionante y
recoleto recinto no es otro que la Capilla del Cristo de los Dolores de la
Venerable Orden Tercera, también conocida como “San Francisquín” por hallarse
aneja a la Basílica de San Francisco el Grande.
La
Tercera Orden, llamada de Penitencia, surgió por efecto de la renovación
evangélica, suscitada en los seglares, por la predicación de San Francisco.
Suele considerarse como fecha de fundación el año de 1221, en que fue
organizada y canónicamente erigida. En Madrid, la Tercera Orden permanece
establecida en Madrid desde tiempo inmemorial y puede creerse que data del
mismo tiempo en que el santo estuvo en esta villa ya que, generalmente, al lado
de una residencia de la primera Orden, surgía la asociación de los seglares
franciscanos. Ahora bien, la residencia de los franciscanos en Madrid, según
relata el cronista de la villa Pedro de la Répide, “era fundación del seráfico Patriarca que, llegando a Madrid por los años
de 1217, los moradores de la villa le ofrecieron como limosna un sitio fuera de
los muros”. La V.O.T. contó entre sus miembros a figuras tan ilustres como Cervantes,
Lope de Vega, Calderón de la Barca y Francisco de Quevedo.
En
1617 la V.O.T. se embarcó en la construcción de una capilla propia, separada
del convento, por lo que el día 11 de junio adquirió a los frailes franciscanos
el terreno necesario, contiguo al enterramiento de los religiosos. Esta primera
capilla, iniciada en 1623, fue dedicada a Nuestra Señora, cuya imagen fue
colocada en un retablo construido por Sansón de Velasco sobre trazas de
Carducho (1635). Sin embargo, hubo de ser derribada al poco tiempo para la
ampliación del convento. Entre 1638-1662 la Tercera Orden adquirió nuevos
terrenos para construir la actual capilla, sita en el nº 1 de la calle de San
Buenaventura.
La
capilla es un templo independiente construido por el hermano jesuita Francisco
Bautista (h.1594-1679), quien acababa de finalizar la construcción de la
Colegiata de San Isidro. Las obras fueron llevadas a cabo por el maestro Marcos
López, firmando los planes con Francisco Bautista el pintor y escultor
Sebastián de Herrera Barnuevo. La Hermandad impuso a López la colaboración de
Luis Román, que, con Juan Delgado, fueran sus concursantes. A Marcos sucedió en
la obra Mateo López, acaso hijo suyo. Las obras fueron a buen ritmo ya que el 3
de mayo de 1668 se inauguró, trasladándose “con gran fiesta”
la imagen del Cristo de los Dolores.
Desde
el año de 1760 la capilla fue iglesia conventual de los frailes franciscanos,
mientras duraban las obras de construcción de la nueva basílica de San
Francisco el Grande, la cual fue inaugurada en 1784. Por Real Orden de 1888 se
dispuso el derribo de los edificios que rodeaban a San Francisco el Grande y se
ordenó también la demolición de esta capilla. Salvada de la demolición, la
capilla se salvó de los incendios y devastaciones de 1936. Sin embargo, en 1968
la V.O.T., dependiente de la comunidad franciscana de San Francisco el Grande,
acometió una desatinada reforma, para “adaptarla
a las modernas exigencias litúrgicas”: se eliminó la decoración barroca con
los lienzos, imágenes, retablos y baldaquino, e incluso se varió la orientación
del altar. La reforma se llevó a cabo sigilosamente, pero su denuncia promovió
una agria polémica en el diario “Madrid” con la comunidad de San Francisco. La
dirección de Bellas Artes intervino sancionó a la V.O.T., ordenándola restituir
la capilla a su antiguo ser, ya que, al ser declarada Monumento Nacional, caía
bajo la directa intervención del Estado y el Servicio de Monumentos se hizo cargo
de la restauración. Se reconstruyó el derribado coro, y, sobre todo, se rehízo el
baldaquino que cobija la imagen del Cristo de los Dolores, cuyo basamento de
mármoles y jaspes yacía destrozado en el exterior, y el templete de madera
policromada, deshecho en la trastera. Por Decreto del 13 de noviembre de 1969
fue declarada Monumento Histórico-Artístico.
Según
Elías Tormo, esta capilla es la más típica iglesia de Madrid y la más
sencillamente bella del barroco madrileño de época de Felipe IV, por su
arquitectura y decoración. Se ha logrado en ella, en un alarde de sobriedad,
graduar el espacio mediante tres compartimentos -la nave, la cúpula-crucero y
el presbiterio- en los que la luz se manifiesta suavemente para alcanzar mayor
esplendor en el último de ellos, donde se recorta la oscura silueta del
elegante baldaquino. La decoración es severa y geométrica, dominando las
aristas, rica y discreta al mismo tiempo; las pilastras son de orden toscano. A
lo largo de los muros corre un entablamento soportado por modillones; la cúpula
se voltea sobre una cornista también con modillones a modo de Vignola. Las
pechinas presentan, en una rica enmarcación de yesería, cuatro emblemas
franciscanos: las cinco llagas de San Francisco, la cruz con los brazos de
Cristo y San Francisco, las cinco cruces de Tierra Santa y las letras griegas
iniciales del nombre de Jesús (IHS). La bóveda baída está cubierta también por
decoración de yesería, que traza dibujos geométricos muy ponderados.
Baldaquino
Lo
que más llama la atención al entrar en el templo es el hermosísimo baldaquino
situado en la capilla mayor, bajo la cúpula del crucero. En su interior se
halla la preciosa y milagrosa imagen del Cristo
de los Dolores, quien da nombre a la capilla. El baldaquino fue proyectado
por el referido Francisco Bautista, aunque llevado a cabo por el “carpintero de lo blanco” Juan Ursularre
Echevarría, Ignacio de Tapia y Baltasar González en 1664. Consta de basamento
de mármoles y jaspes que muestra un movimiento barroco iniciado ya por Herrera
en el templete de los Evangelistas del Monasterio de San Lorenzo de El
Escorial. Sigue un cuerpo de madera con
columnas y encima una cúpula que remata con una linterna coronada por la Fe. A los costados del basamento se
exhiben los escudos en alabastro del ilustre madrileño Lorenzo Ramírez de Prado
y su esposa Lorenza de Cárdenas, cuya ayuda económica fue muy eficaz para la
construcción tanto de esta capilla como del Hospital de la V.O.T.; sus restos
mortales yacen bajo el altar.
El
Cristo de los Dolores que preside el baldaquino es una imagen anterior, ya que
está documentado que se encontraba en la anterior capilla que regentaba la
Orden, en la que fue colocada según las crónicas “cortando el palo del
a cruz” para adaptarla al retablo entonces existente. Aunque hasta hace
poco tiempo se consideraba obra anónima, en la actualidad no cabe duda de que
fue realizada por el escultor Domingo de la Rioja, quien unos años antes, en
1635, realizó una imagen similar puesta bajo la advocación de “Cristo de la
Victoria”, aunque de mayor calidad, para la localidad cacereña de Serradilla.
Lo que si se encuentra documentado es que fue policromada en 1643 por el pintor
Diego Rodríguez, por lo que su ejecución rondará los años 1642-1643.
Es
curiosa la leyenda que se cuenta acerca del Cristo
de la Victoria del Santuario de Serradilla (Cáceres): se dice que Domingo
de la Rioja la esculpió en Madrid hacia 1635 a instancias de la piadosa señora Francisca
de Oviedo y Palacios, natural de Plasencia. La imagen fue expuesta durante
algún tiempo en la parroquia de San Ginés, el rey Felipe IV se encaprichó de
ella y decidió trasladarla a la capilla del Palacio Real. Tras varios años el
monarca decidió devolverla a su propietaria, por lo que la imagen prosiguió su
camino hasta Serradilla. Sin embargo, no llegaría por entonces ya que fue
nuevamente retenida por el obispo de Plasencia Plácido Pacheco, quien la “liberó”
años después. Tras varias vicisitudes e incluso milagros, la imagen llegó a Serradilla
el 13 de abril de 1641.
El
Cristo madrileño, como el cacereño, aparece de pie, sujetando con el brazo y la
mano izquierda la cruz como símbolo de su victoria sobre el pecado y la muerte;
con la mano derecha se señala el corazón, queriendo significar que fue el amor
a los hombres quien le obligó a abrazarse con la cruz y la muerte. Su rostro
tiene una serena expresión de dolor; aparece ensangrentado, mejilla, frente y
barba. La corona de espinas de tal modo penetra en su cabeza que por todas
partes brotan hilos de sangre. Ojos velados por la sangre, labios amoratados,
costado abierto por la lanza, espalda y piernas llenas de heridas. Su pie izquierdo
descansa sobre la calavera y la cruz se apoya sobre la cabeza del dragón
infernal, aplastándola, en alusión al protoevangelio del Génesis. A pesar de
estos símbolos de triunfo y de victoria sobre la muerte y el pecado, los
franciscanos seglares decidieron proclamaron esta imagen titular de su capilla
como el “Cristo de los Dolores” en consonancia con el tema devocional de la
preferencia franciscana, la Pasión de Cristo, tema que se repite también en los
cuadros encargados a Cabezalero.
Otras
esculturas y pinturas
Aunque
en origen la capilla poseyó muchas más imágenes, en la actualidad se conserva
una serie de buenas esculturas y pinturas de escuela madrileña de los siglos
XVII y XVIII. Empezando por las esculturas, en los ángulos del presbiterio se
encuentran cuatro santos terciarios franciscanos que fueron esculpidos entre
1664-1668 por el imaginero Baltasar González, y policromados por Juan de
Villegas. Se trata de Santa Margarita de
Cortona, el rey San Fernando, Santa Isabel de Portugal y San Roque. Se trata de imágenes bastante
secas, siendo quizás las de mayor empeño las que efigian a San Fernando y a San
Roque. No se conservan todas las esculturas que González se comprometió a
realizar. Efectivamente, el 3 de septiembre de 1664 González, fiado por el
escultor portugués Manuel Pereira se concertó con Íñigo López de Zárate,
Ministro de la V.O.T., para fabricar ocho esculturas que habrían de representar
a San Luis rey de Francia, San Roque, Santa Isabel de Portugal, Santa
Margarita de Cortona, Nuestra Señora
de la Concepción, San Francisco y
San Antonio, “cada uno con los
atributos que van señalados: San Luis, rey de Francia, a sus pies la herejía;
San Roque con el ángel y el perro; Santa Isabel de Portugal, en el escapulario
unas rosas que significan el milagro; Santa Margarita de Cortona con una
calavera en la mano y a sus pies una breta representando las galas del mundo”.
No debieron cumplirse todos estos detalles a juzgar por el estado actual de las
imágenes.
En
el ámbito anterior, el que cae justo bajo la cúpula, y rodeando al baldaquino,
se encuentran también en los ángulos otras cuatro esculturas de diferentes
épocas y autoría: así, tenemos dos imágenes de mediados del siglo XVII que
efigian a Santa Isabel de Hungría y a
San Luis rey de Francia, y que quizás
sean obra del referido Baltasar González; y otras dos ya de comienzos del siglo
XVIII: San Zacarías y Santa Isabel, los padres de San Juan
Bautista, las cuales, aunque ennegrecidas, presentan una fastuosa policromía y
un movimiento nervioso. Ambas parejas se complementan entre sí.
Actualmente
desaparecida, tras el baldaquino se hallaba en una urna una Cabeza de San Anastasio que ha sido
atribuida a Juan Alonso Villabrille y Ron. Por fortuna, se conserva un
testimonio fotográfico de ella.
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JUAN ALONSO VILLABRILLE Y RON (atr.): Cabeza de San Anastasio. Fotografía tomada de la Fototeca del Patrimonio Histórico |
En
cuanto a pintura, los lienzos que cuelgan de las paredes de la nave de la
capilla se deben a uno de los grandes maestros con los que contó Madrid durante
el segundo tercio del siglo XVII. Se trata de Juan Martín Cabezalero
(h.1634-1673) que, nacido en Almadén, fue discípulo de Juan Carreño de Miranda
(1614-1685), quien junto a Francisco Rizi (1614-1685) guio los designios de la
pintura barroca madrileña durante buena parte de la segunda mitad del siglo
XVII. Viendo la excelsa calidad que poseen las escasas pinturas que se
conservan de Cabezalero es una verdadera lástima pensar a qué nivel habría
llegado de no haber muerto con tan solo 40 años. La muerte prematura de los
mejores pintores españoles de finales del siglo XVII fue un hecho muy habitual,
a la par que trágico.
Cabezalero,
aunque discípulo de Carreño de Miranda, tomó para sí las enseñanzas de
Velázquez y Van Dyck. En la composición, dibujo y colorido aventajó a todos sus
contemporáneos; durante su corta carrera pintó varias obras muy celebradas por
los críticos de su tiempo. Es, sobre todo, en esta capilla de la V.O.T. donde
Cabezalero despliega sus dotes de realismo y de interés dramático. Cabezalero
se obligó a “hacer cuatro pinturas
grandes de la Pasión de Cristo, en precio de 1.500 reales cada uno; uno del
Ecce Homo, otro de la Crucifixión; otro Ya crucificado dándole Longinos la lanzada
y otro de la Descensión de la Cruz (que se cambió por el Encuentro o Calle de
la Amargura)”, comprometiéndose a entregarlas a finales de 1668. Estos lienzos
fueron sustraídos por los franceses por orden de Napoleón durante la Guerra de
Independencia, y transportados al Louvre. El 15 de mayo de 1819 fueron
devueltos por el gobierno francés, teniendo que abonar la Orden 9.830 reales
por gastos de flete, reparación y conservación.
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JUAN MARTÍN CABEZALERO. Ecce Homo |
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JUAN MARTÍN CABEZALERO. Camino del Calvario |
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JUAN MARTÍN CABEZALERO. Preparativos para la Crucifixión |
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JUAN MARTÍN CABEZALERO. La lanzada de Longinos |
Además
de estas pinturas se conservan otros cuatro cuadros colgados de la nave. Se
trata de obras del siglo XVII y de autor desconocido. Estos efigian el Lavatorio, Cristo injuriado, la Flagelación,
y la Coronación de Espinas.
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El Lavatorio |
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Cristo injuriado |
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La Flagelación |
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La Coronación de espinas |
Como
dijimos anteriormente, tras la reforma llevada a cabo en 1966 se eliminó buena
parte de la decoración barroca de la capilla, entre ellos cuatro hermosos
retablos churriguerescos.
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Fotografía tomada de la Fototeca del Patrimonio Histórico |
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Fotografía tomada de la Fototeca del Patrimonio Histórico |
Sacristía
y antesacristía
En
la antesacristía posee mucho interés la pila para lavatorio de manos, con el
escudo franciscano en alabastro, realizado en 1676 por el arquitecto Rodrigo
Carrasco Gallego; así como dos lienzos: uno de San Francisco liberando ánimas del purgatorio, y otro de la Virgen del Arco.
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San Francisco liberando ánimas del purgatorio |
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Virgen del Arco |
La
sacristía, muy típica e interesante, fue construida en 1685 por Juan de Arroyo
según las trazas de del arquitecto, escultor y pintor Teodoro Ardemans
(1661-1726), quien asimismo pintó los frescos del techo en el cual aparece
representado el Arrebato de San Francisco.
Ardemans expresa apasionadamente la ascensión de San Francisco sobre un
torbellino de nubes, donde destacan las poderosas figuras de dos caballos
blancos. En la parte inferior del fresco expresa la continuación del espíritu
franciscano, animando a religiosos y seglares que se inspiran en su ejemplo.
Dos ángeles sostienen el escudo del movimiento franciscano con la TAU, letra
bíblica con la que San Francisco firmaba sus escritos. Teodoro Ardemans, nació
en Madrid en 1664, siendo hijo de un alemán que servía en las Guardias de
Corps. Estudió pintura con Claudio Coello (1642-1693) y al mismo tiempo siguió
los cursos de arquitectura y matemáticas.
En
la sacristía, asimismo, hallamos tres interesantes esculturas: un Busto de Dolorosa, una Virgen del Rosario y un San Antonio de Padua; además de una
lápida dedicada a los insignes literatos que pertenecieron a la V.O.T.: “La
Venerable Orden Tercera Franciscana de Madrid a sus insignes hijos Cervantes,
Lope de Vega, Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo”.
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Busto de Dolorosa |
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Virgen del Rosario |
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San Antonio de Padua |
BIBLOGRAFÍA
- ERRASTI,
Fermín: Capilla
del Cristo de los Dolores de la Venerable Orden Tercera. Descripción
histórico-artística, Editorial Cisneros, Madrid, 1982.
- TORMO,
Elías: Las iglesias del antiguo Madrid, Instituto de España, Madrid,
1985.
busco saber la bografia del venerable juan bautysta arista d.o.
ResponderEliminarClaramente y muy bien explicado.Debe ser toda una joya , ahora en restauración.
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