martes, 24 de julio de 2018

EL ESCULTOR FELIPE ESPINABETE (1719-1799). A PROPÓSITO DE SU TERCER CENTENARIO


En 2019 se celebrarán los 300 años del nacimiento de Felipe Espinabete (1719-1799), el último escultor barroco de la legendaria escuela vallisoletana, y asimismo el postrer artífice “con mayúsculas” que dieran estas tierras, pues el Neoclasicismo en Valladolid fue bastante mediocre. Es por ello que quiero llamar la atención sobre esta celebración, y para ello me dispongo a ofrecer un panorama general sobre su obra y estilo sin entrar a analizar ninguna de ellas, y sin citar la abundante cantidad de esculturas que actualmente se le atribuyen con toda certeza. Esperemos que desde alguna institución (ya vallisoletana ya tordesillana –pues es natural de Tordesillas-) se promueva algún evento, ya sea en forma de libro, exposición u conferencias que reconozca la labor de este magnífico maestro conocido actualmente por sus cabezas degollados de santos, las cuales pese a no estar a la altura de la elaborada por Villabrille y Ron no la desmerecen en nada. Nacido en 1719 en Tordesillas, debió de venir a Valladolid a aprender el oficio al taller de Pedro de Ávila, enseñanzas que con el tiempo también tomaría de manera indirecta de Pedro de Sierra. Tras la desaparición de este, Espinabete se convirtió en el maestro vallisoletano más prestigioso, lo que le ayudaría a ingresar en la Real Academia de Valladolid a pesar de su filiación barroca, si bien con el paso del tiempo acabó plegándose en cierta manera a los postulados neoclásicos. Murió en el barrio de San Juan de Valladolid en 1799.
La Magdalena en el desierto. Museo Nacional de Escultura. Valladolid.
Que tengamos constancia documental, Espinabete tan solo debió de aplicarse a la escultura lígnea; sin embargo, es bastante probable que también modelara el barro, tal y como se puede comprobar en dos esculturas de la Cabeza de San Pablo (Museo del Convento de San Francisco de Medina de Rioseco e iglesia de San Pedro de Tiedra). Quizás también tallara la piedra, como más adelante veremos al referirnos a las estatuas de Alfonso III y Alfonso VI del Arco de San Benito de Sahagún (León).

Cabeza degollada de San Pablo. Iglesia del Salvador. Tiedra (Valladolid)
Arco de San Benito. Sahagún (León)
Alfonso III
Alfonso VI
La producción de Espinabete es muy variada en cuanto a la temática puesto que además de trabajar la escultura religiosa (que era la abrumadoramente solicitada) también tuvo ocasión de practicar la profana, como se acaba de mencionar en las citadas imágenes de los reyes leoneses. A grandes rasgos, la obra de Felipe Espinabete la podemos agrupar en cuatro grandes bloques, si bien alguna escultura, como las arriba citadas, escapa a esta clasificación: esculturas para retablos, cabezas degolladas, sillerías y “pasos” procesionales.
Desde fecha muy temprana nuestro artista comenzó a realizar esculturas para retablos puesto que en 1753 llevó a cabo las del retablo mayor de la iglesia de San Martín de Arévalo. Tres años después, en 1756, se ocupó de un San Francisco de Asís y un San Luis Rey de Francia para el Convento de San Francisco de Tordesillas (Valladolid); las cuales seguramente serían las titulares de los retablos colaterales de la iglesia conventual, aunque no lo tenemos confirmado. Ya en el bienio 1778-1779 esculpió una Virgen del Carmen y un San Miguel Arcángel para la iglesia parroquial de la Santa Cruz de Solana de Rioalmar (Ávila). Y, finalmente, en una fecha indeterminada talló un desaparecido San Miguel Arcángel para la antigua iglesia de San Nicolás de Valladolid.
San Miguel Arcángel (1778-1779). Iglesia parroquial de Solana de Rioalmar (Ávila)
Virgen del Carmen (1778-1779). Iglesia parroquial de Solana de Rioalmar (Ávila)
San Miguel Arcángel. Iglesia de San Nicolás. Valladolid. DESAPARECIDO (Seguramente en colección privada)
Si en alguna temática se especializó fue, sin lugar a dudas, en la escultura de pequeño formato, fundamentalmente en las cabezas de santos decapitados, aunque tampoco podemos olvidar la hermosísima Magdalena en el desierto que se le atribuye en el Museo Nacional de Escultura. Que las cabezas sean esculturas de pequeño tamaño no significa que tengan una importancia menor, todo lo contrario. Se trataba de imágenes de devoción más o menos privada que iban a ser contempladas desde muy cerca, seguramente dentro de escaparates, por lo que el realismo y el empeño debían ser máximos. A no dudarlo Espinabete se nos muestra como uno de los grandes cultivadores de este género tan tétrico junto a otros como al asturiano Villabrille y Ron (c. 1663- c. 1732) o el andaluz Torcuato Ruiz del Peral (1708-1773). Según Martín González “todas tienen de común un modelado de blandas carnaciones, que ofrece un impresionante realismo”. Espinabete comenzó con la Cabeza de San Pablo que talló en 1760 para el Monasterio de Nuestra Señora de Prado de Valladolid (actualmente en el Museo Nacional de Escultura), en la cual vemos que realiza una copia sin concesiones de la mítica cabeza del santo de Tarso ejecutada cinco décadas atrás por Villabrille y Ron para el Convento de San Pablo de Valladolid, motivo que llevó a Martín González a tacharle de “secuaz del madrileño Villabrille, cuya cabeza de San Pablo es el modelo para toda su obra”.
La Magdalena en el desierto. Museo Nacional de Escultura. Valladolid
Cabeza degollada de San Pablo (1760). Museo Nacional de Escultura. Fotografía tomada de http://ceres.mcu.es/
A esta siguieron la Cabeza San Juan Bautista decapitado (1773) de la iglesia de San Andrés de Valladolid, la del mismo tema (1774) de la iglesia parroquial de Santibáñez del Val (Burgos), las Cabezas de San Pablo y San Juan Bautista (1778) del Convento de Las Lauras de Valladolid y la Cabeza de San Juan Bautista degollado (1779) del Monasterio de La Santa Espina (Valladolid). Estos encargos estuvieron motivados por la existencia, según Urrea, “de una clientela que aspiraba a poseer réplicas originales de la espléndida y espectacular cabeza de San Pablo, realizada en 1718, por el asturiano Juan Alonso Villabrille y Ron y que entonces se conservaba en el convento de San Pablo”. La continuada repetición de esta temática, puesto que hay otras muchas cabezas decapitadas en el área vallisoletana que todavía no han podido ser asignadas a un escultor concreto, vendría “a probar la perduración de los ideales trágicos de la escultura barroco castellana. Por otra parte, constituye un digno broche de esta escultura, a punto ya de agotarse al entrar de lleno el período neoclásico”. En todas sus cabezas, Espinabete “acostumbraba a firmar (…) en un papelito pegado a la escultura y escrito a mano”, detalle que nos revela a un escultor orgulloso de sus aptitudes y con plena confianza en su talento.
Cabeza degollada de San Juan Bautista (1773). Iglesia de San Andrés. Valladolid
Cabeza degollada de San Juan Bautista (1774). Iglesia de San Juan Bautista. Santibáñez del Val (Burgos)
Cabeza degollada de San Pablo. Monasterio de San Pedro Mártir. Mayorga de Campos (Valladolid) (1778)
También destacó Espinabete en la elaboración de sillerías de coro. En 1764 realizó la del monasterio de San Benito el Real de Valladolid (actualmente repartida entre el Museo Nacional de Escultura y el Museo Diocesano y Catedralicio), en 1766 la del monasterio de La Santa Espina y a principios de la década de 1770 dieciséis sillas de coro para el Monasterio de los Santos Mártires de Valladolid. Según Urrea, en ellas “acertó a expresar su capacidad en conjuntos monumentales, aunque se sirviera de grabados como fuente de inspiración para los numerosos tableros que componen los dos cuerpos de ambas sillerías”.

Sillería del coro de legos del Monasterio de San Benito (1764). Parte conservada en el Museo Diocesano de Valladolid
Sillería del coro de legos del Monasterio de San Benito (1764). Parte conservada en el Museo Nacional de Escultura. Valladolid. Fotografías tomadas de http://ceres.mcu.es/
Finalmente, en cuanto a la escultura procesional, si bien su rastro lo hemos podido percibir en algunas poblaciones de la actual provincial de Valladolid, tan solo tenemos documentada su intervención en Tordesillas. Efectivamente, para la Cofradía de la Vera Cruz de su localidad natal esculpió los pasos del Azotamiento (1766) y de Jesús Nazareno (1768), los cuales venían a sustituir a unos conjuntos anteriores ya muy maltratados. Por su parte, para la villa Toro (Zamora) debió de tallar varias piezas de este tipo, si bien solo tenemos noticia de una Virgen de la Soledad que por desgracia pereció en 1957, junto a otros pasos, víctima de un incendio. Ya en sus últimos años realizó el Cristo atado a la columna y el Ecce Homo (1792) del Monasterio de Nuestra Señora de la Soterraña de la localidad segoviana de Santa María la Real de Nieva. A pesar del buen tono demostrado en estas tallas ya se ven indicios de cierta decadencia en las que serían, a buen seguro, dos de sus últimas creaciones.

Cristo atado a la columna (1792). Monasterio de Nuestra Señora de la Soterraña. Santa María la Real de Nieva (Segovia)
Ecce Homo (1792). Monasterio de Nuestra Señora de la Soterraña. Santa María la Real de Nieva (Segovia)
Virgen de la Soledad (DESAPARECIDA EN UN INCENDIO). Toro (Zamora). Fotografía tomada de https://www.facebook.com/fotosantiguasdetoro/
Si algo caracteriza la producción de nuestro artista es que, aunque debió de poseer un amplio taller dada la cantidad de obra que se le presupone (aunque es poca la documentada), mantuvo a lo largo de toda su carrera “una nota de calidad sostenida y homogénea que expresan la directa participación del maestro, cuya mano se ve perfectamente en las obras de pequeño formato en las que se especializó”. El tordesillano, como hijo de su época, exhibe unas características acordes con el barroco, que con el tiempo se enriquecen con aditamentos puramente rococós. Ya al final de su carrera prendió en él cierta influencia neoclásica que se tradujo en actitudes reposadas y en el abandono del pliegue a cuchillo, sin duda debido a su convivencia con otros escultores, como Pedro León Sedano (1736-1809), que ya practicaban decididamente el estilo académico.
Sus esculturas poseen un canon alargado, cuasi praxiteliano, que se desarrolla por regla general conformando una línea serpentinata. Tampoco faltan las típicas posturas en contrapposto que pudo haber aprendido de Pedro de Ávila y que están concebidas al modo de aquél, al hacer adelantar ligeramente a sus esculturas la pierna derecha. Las anatomías revelan a un escultor con grandes conocimientos en esta materia puesto que los cuerpos se encuentran modelados a la perfección, con un estilo minucioso y sin errores morfológicos. Estos cuerpos acusan blandura a la vez que queda patente un buen estudio de las calidades puesto que detalla con precisión los músculos, los huesos, las venas, las articulaciones, etc. Nuestro artista gusta de composiciones movidas y muy barrocas, a las cuales dota de un preciosismo, belleza y elegancia puramente rococós. En otras ocasiones, como en el caso de las cabezas degolladas, el extremo realismo barroco no hace concesiones. En lo referente a las anatomías, casualidad o no, coincide con Pedro de Ávila en muchas ocasiones al disponer los pies formando un ángulo recto y separarlos por un rugoso pliegue.

Paso del Azotamiento (1766). Iglesia de San Pedro. Tordesillas (Valladolid)
Aunque en gran parte de su obra utiliza el pliegue a cuchillo, hay ocasiones, especialmente al final de su carrera, en que le vemos usar dobladuras redondeadas que incorporan una calma “neoclásica”. La utilización de los pliegues berninescos, que bien pudo aprender de Pedro de Ávila –uno de los artífices que mejor los desarrolló y a quien debemos su implantación en la escuela vallisoletana– se incrementa en las esculturas que describen una acción vertiginosa, caso de los ejemplares de San Miguel venciendo al demonio; de los pasos procesionales; y, sobre todo, de los relieves de las diferentes sillerías que quedaron a su cargo. En este último caso, la utilización de este pliegue tan aristado tendría la doble intención de crear juegos de claroscuro que dotaran de volumen a las escenas y de matices a la monocromía intrínseca de la madera.

Cabeza degollada de San Juan Bautista. Monasterio de Sancti Spiritus (Zamora) (1778)
En cuanto a las cabezas, estas adoptan una forma rectangular, como las de Pedro de Ávila. Asimismo coincide con su hipotético maestro en la manera de concebir muchos de los rasgos faciales: los rostros presentan unos ojos muy pequeños y achinados y contienen un pequeño detalle que es definitivo para identificar sus obras: las líneas de ambos párpados frecuentemente tienden a la forma semicircular, si bien en el último tramo, el que corresponde al lacrimal, suele ejecutar un pequeño requiebro hacia abajo; por su parte, las narices son anchas, con el tabique nasal recto y aplastado, y con las fosas y aletas nasales perfectamente definidas; las bocas están entreabiertas, con el interior de las mismas tallado, ya que en ellas se aprecian los dientes y la lengua; las cejas generalmente son rectas, aunque cuando se representa algún tormento éstas se enarcan de forma ostensible para simular un profundo dolor; finalmente, en ocasiones en la frente suele “dibujar” dos o tres arrugas en forma de ondulaciones superpuestas.
Por lo general, el rostro acusa blandura, lo que conlleva una perfecta captación de la piel y sus sinuosidades. A ello ayuda el virtuosismo y minuciosidad con que traza las arrugas, barbas y cabelleras. Los bigotes suele formarlos a través de dos finos y sinuosos hilillos de pelo; mientras que las barbas pueden ser de dos tipos: cortas y largas. Las primeras son bífidas, bastante ralas y de poco resalte a ambos lados del rostro mientras que toman verdadera corporeidad los dos gruesos mechones que salen del mentón, los cuales adoptan sendas formas de “S” con las puntas inferiores hacia adentro. Otro tipo de barba corta lo forman dos pequeños cuernecillos en forma de medio círculo con los mechones bastante separados. Aunque en ocasiones Espinabete se vale del policromador para crear el nacimiento de los vellos, hay que volver a reseñar que trabaja e individualiza cada pelo, con un detallismo máximo. Por su parte, cuando las barbas son largas todos los vellos tanto del bigote como de la propia barba adquieren mucho resalte y profundidad, hay una intensa labor de trépano para lograr unas ampulosas barbas con muchas concavidades. En este caso, la barba de ambos lados del rostro está formada por una sucesión de caracolillos que van incrementando su volumen y tamaño según se acercan al mentón; es ahí donde se forma una barba bífida con ampulosos mechones compuestos por una sucesión infinita de curvas y contracurvas. La labor de filigrana es máxima puesto que intenta ir definiendo cada mechón, también es intenso el uso del trépano para crear oquedades y espacios entre las diferentes guedejas. En cuanto al cuero cabelludo, éste suele disponerse en mechones mojados de diferentes tamaños y direcciones y no existe la simetría. En muchas ocasiones las orejas quedan ocultas bajo los mechones.

Sillería del coro del Monasterio de La Santa Espina (1766). Iglesia de San Juan Bautista. Villavendimio (Zamora)
Las características que se acaban de señalar se ven aumentadas hasta el realismo extremo en el caso de las cabezas degolladas de santos. En ellas observamos que el interior de la boca ha sido completamente horadado, llegándose a tallar el paladar y casi hasta la campanilla. Asimismo, están esculpidos con mayor detallismo la lengua y los dientes, los cuales en ocasiones parecen ser postizos. Al contrario que buena parte de los escultores barrocos vallisoletanos, con la excepción de Gregorio Fernández, Espinabete utiliza abundantemente los postizos, dado que además de los dientes también usa ojos de cristal e incluso pestañas naturales. Las arrugas surcan todo el rostro, no ya por la vejez que se encuentra intrínseca en algunos de estos santos degollados, caso de San Pablo, sino por al demacramiento y el sufrimiento soportado por el finado durante su tormento y ejecución. No faltará, por supuesto, la representación del interior del cuello, simulando los músculos y la columna vertebral; así como de la bandeja (San Juan Bautista) o del suelo (San Pablo) sobre el que se encuentran depositadas las cabezas.

Jesús Nazareno (1768). Iglesia de San Pedro. Tordesillas (Valladolid)

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