miércoles, 31 de octubre de 2012

LA LIBRERÍA DEL COLEGIO DE SANTA CRUZ


La progresiva aniquilación del patrimonio vallisoletano ha traído consigo la desaparición de la práctica totalidad del mobiliario antiguo, siendo este uno de los pocos, de carácter civil, que quedan. La librería del Colegio de Santa Cruz fue contratada el  28 de julio de 1705 por uno de los maestros retablistas y ensambladores de mayor prestigio de Valladolid, y de Castilla, a finales del siglo XVII y principios del XVIII, Alonso Manzano. Otros importantes maestros de este periodo fueron Blas Martínez de Obregón, Antonio Billota, Francisco Billota o Gregorio Díaz de Mata.
Patio del Colegio de Santa Cruz
El contrato suscrito por Manzano fue fiado por su amigo, el escultor, Juan Antonio de la Peña, también uno de los de mayor prestigio en Valladolid (compartiría su importancia en la escuela vallisoletana con José de Rozas y Juan de Ávila). Manzano, que cobraría por la ejecución de la librería la nada desdeñable cantidad de 11.000 reales de vellón, debía de tener finiquitada la obra para finales de ese mismo año. Debido al tamaño del mueble no hay dudas de que debía de disponer de un amplio grupo de oficiales y aprendices.
La librería ocupa los cuatro lados de un amplio salón que da en su primer piso a la fachada principal. Su misma localización en la crujía de la planta noble, sobre la Capilla y el Aula General expresa su elevada consideración. Consta de dos cuerpos, unidos por una escalera, con andén intermedio protegido por barandilla, subdividido horizontalmente el inferior en cuatro pisos y el superior en cinco; y verticalmente por columnillas salomónicas que conforman numerosas calles. Estas son interrumpidas por escalerillas de acceso al cuerpo superior, a las puertas, tribuna y a los huecos de las ventanas de la fachada. Un bello entablamento barroco rematado en crestería con formas vegetales corona y da unidad a todo el conjunto.

Cada lado mayor cuenta con escudos dorados de la familia Mendoza y Figueroa, con el lema “Ave María” y las hojas de higuera, respectivamente. El testero del fondo, donde se sitúa el retrato ecuestre del Cardenal Mendoza (245 x 185 cms.), que culmina en un monumental escudo dorado con las armas de éste. El cuadro fue realizado hacia el año 1705 por el pintor vallisoletano Manuel Petí Vander, una de las pocas luces dentro de la mediocre escuela pictórica de esta ciudad.
En el lienzo, que destaca por su gran colorido (una de las características de la técnica de Petí) se representa al fundador del Colegio, el Cardenal Mendoza, en un retrato ecuestre de gran fuerza barroca. Porta capa purpúrea sobre el alba destacando la cruz potenzada que cuelga de su cuello. La mano izquierda sujeta las bridas, y extiende el brazo derecho con la bengala militar de capitán general. El cuadro ensalza la victoria del Tercer Rey de España: un moro humillado entrega las llaves, los enemigos muertos o el pendón tachonado de medias lunas que es hoyado por el caballo. En el aire, a ambos lados del Cardenal, hay dos grupos de ángeles, unos portan el escudo cardenalicio de Mendoza, y los otros muestran la cruz que da título al Colegio.

La fuente de inspiración de este retrato ecuestre enlaza algunos grabados, como los de Jan van der Straat que ilustró una serie para una edición de la obra de los Doce Césares de Suetonio. En concreto el modelo de Domiciano es reiterado en el retrato del Cardenal. Pero la fuente más directa parece ser un grabado realizado por el boloñés Francesco Curti para ilustrar una “Historia de la vida del Cardenal D. Gil de Albornoz…”, publicada en Bolonia el año 1612, y reutilizado en otras impresiones, como en la obra conmemorativa de un viaje de Felipe V a Italia, editado en 1703. El Cardenal Gil Carrillo de Albornoz  fue un antecedente de Mendoza en la sede toledana, en las luchas a favor de la corona y de la Iglesia, y en la fundación de un Colegio –el de San Clemente de Bolonia–.

Grabado del Cardenal Gil Carrillo de Albornoz
Las estanterías llevan decoraciones vegetales doradas, que en el piso superior toman forma de tarjetas donde se colocan letreros que indican las diversas materias contenidas en los lbiros de los estantes: Philosophia, Theol, Humanr.s, Jus Civile, etc.

Los fondos que custodia la biblioteca del Colegio se nutrieron en un primer momento de la aportación del fundador –del que aún hay ejemplares personales–, y posteriormente de libros impresos o manuscritos entregados por muchos colegiales que así expresaban su reconocimiento al centro en el que se formaron. Actualmente agrupa también fondos procedentes de las desamortizaciones y de la Universidad. Sin ninguna duda una de las joyas de la colección es el Beato de Valcabado, fechado en el año 970. También algunos documentos del Colegio, bellamente miniados, como la carta fundacional de 1483, que presenta al Cardenal con unos colegiales, o la carta de privilegio de los Reyes Católicos, de 1484, con retrato de los monarcas en simbólico abrazo. Muchos incunables o libros raros, otros de importantes ilustraciones, etc., cubren diversos aspectos del saber (Derecho, Medicina, Religión, Ciencias, Arte, Filosofía, Historia, Técnica, etc.). En algunos aparece la indicación de que procede del mismo cardenal, otros que son obsequio de colegiales, a veces por ser de su autoría, y algunos que fueron copiados por ellos mismos.

La Biblioteca estaba bien atendida desde la época del Cardenal. Las Constituciones indican la prohibición de sacar libros fuera del Colegio y que estén bien protegidos con cadenas de hierro, cuidando de que las llaves se guarden en el arca de cuatro llaves, dispuesta en la Capilla, en la cual también custodiaban dinero, escrituras y demás efectos valiosos, cuyo acceso sólo era posible en presencia del Rector y otros tres colegiales que tenían cada una de las llaves. Además había un colegial denominado “Stationarius” que debía estar presente cuando alguna persona tuviera que acceder a esa dependencia. Tales cuidados se vieron reforzados por el castigo de  abstinencia de vino un día para las negligencias en su cuidado; e incluso se acentuó con la amenaza de sanciones espirituales, pues una Bula expedida por Inocencio X en 28 de julio de 1649 prohibía sacar libros de la Biblioteca del Colegio de Santa Cruz so pena de excomunión mayor.
 
De la fábrica original de la Biblioteca se conserva la entrada principal, consistente en una delicada portada de gusto renacentista, asignada a Lorenzo Vázquez de Segovia (autor asimismo de la portada principal del Colegio y del primitivo retablo mayor de la capilla de dicha institución). En ella se disponen las hojas de madera de la puerta, en las cuales aparecen unos relieves tallados por el escultor Alejo de Vahía, que cumplen con un programa dictado en orden a exaltar una idea simbólica y humanista: la Sabiduría divina, sugerida por la leyenda “Apud Deum, Verbum erat” en filacteria sostenida por aves, y los doctores Santo Tomás y San Agustín, cuyas doctrina medievales enlazan con el saber antiguo aristotélico y platónico.
El interior actual de la Biblioteca es fruto de algunas reformas operadas a finales del siglo XVII e inicios el XVIII. A mediados del siglo XVII debía encontrarse en un estado poco adecuado pues el antiguo colegial Pedro Carrillo de Acuña, Capitán General de Galicia y Arzobispo de Santiago, sede en la que muere en 1667, prometió arreglarla y entregó una serie de libros para acrecentamiento de sus fondos. Más tarde padeció un incendio, por la que ya precisaría de una renovación completa, así el 28 de julio de 1705 Alonso Manzano contrató la supradicha estantería.

BIBLIOGRAFÍA
  • ANDRÉS ORDAX, Salvador (coord.): El Cardenal y Santa Cruz: V Centenario del Cardenal Mendoza (exposición celebrada en el Colegio mayor de Santa Cruz de la Universidad de Valladolid), Universidad de Valladolid, Valladolid, 1995
  • ANDRÉS ORDAX, Salvador: Santa Cruz: arte e iconografía, el Cardenal Mendoza, eel Colegio y los colegiales, Universidad de Valladolid, Valladolid, 2005

miércoles, 24 de octubre de 2012

ARTISTAS VALLISOLETANOS ACTUALES: EL ESCULTOR EDUARDO CUADRADO I: Exposición "Náufragos" en la Facultad de Filosofía y Letras de Valladolid


En el hall principal de la facultad de Filosofía y Letras se desarrolla desde finales del mes de septiembre una exposición, dedicada al escultor vallisoletano Eduardo Cuadrado, con motivo del inicio de la nueva temporada de la actividad cultural llamada “Los Jueves de Letras”. No es la primera exposición organizada por “Los Jueves”, recordad si no la dedicada a la escultora Belén González a principios de este mismo año. He decidido dedicarle una entrada en el blog no solo porque la exposición se desarrolle en la facultad en la que estudio, sino también porque Eduardo Cuadrado es uno de mis escultores contemporáneos preferidos.

Eduardo Cuadrado se formó como artista en centros privados y en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Valladolid. Dedica su trabajo creativo casi con exclusividad –también ocasionalmente ha practicado la pintura, la fotografía y la producción multimedia– a la práctica de una escultura en la que predomina el uso del metal, la fibra de vidrio, el poliéster y el plástico. Actualmente es uno de los artistas más significativos de Castilla y León, habiendo ganado en 1997 la Medalla de Oro, Trofeo Internacional Lorenzo el Magnífico, en la I Bienal Internacional de Florencia.
Su carrera como escultor comenzó con una serie de formas abstractas geométricas realizadas en metal y materiales sintéticos. Desde 1980, año de su primera exposición Al otro lado de las ventanas, celebrada en la Caja de Ahorros Provincial de Valladolid, inicia un giro progresivo hacia lo figurativo y conceptual mediante la creación de un universo personal poblado de seres y objetos –ventanas– que en su carácter tenebroso y desechable, al modo del Dadá, sugieren e introducen al espectador en una atmósfera onírica y opresiva, misteriosa y a la par miserable. El primer paso hacia lo conceptual lo constituyeron sus muñecas, entre portadores de misterio, ansiedad, temores y sueños, o sus ventanas, abiertas unas veces a una eternidad negra, y repletas otras de objetos de desecho al modo de dadá.
Su obra evolucionó en una línea de expresionismo simbólico que parece inspirarse en los resultados de una catástrofe nuclear. Son figuras oscuras, torturadas, de ásperas texturas que portan objetos cotidianos deteriorados por un largo uso, transmiten un sentido positivo desde el punto de vista ético y sentimental o desde el propio compromiso social y sentimental o desde el propio compromiso social de su autor. Se trata de despojos de una civilización concebidos en una clave romántica que hunde sus raíces en los terrores del gótico europeo, más allá de los seres miserables retratados del barroco y del expresionismo de las primeras vanguardias. Estas esculturas poseen un grado límite de terribilidad, que en algunas ocasiones se han podido clasificar como de arte pop, arte pobre, o también de nuevo realismo. Con todo ello podría haber numerosas concomitancias, pero también grandes diferencias. Estas piezas asimismo tienen ciertas similitudes con los personajes de pesadilla de la escultora alemana Germaine Richier, y en alguna menor medida con las realizadas por el estadounidense George Segal.
Germaine Richier. Storm Man (1947)
George Segal. The Holocaust (1982)
La constante temática en su obra es el ser humano, pero en el grado extremo de pobreza, decadencia física y soledad. Ahora bien, este escultor parece preocuparse aún más de la corteza externa que del hombre en sí. Estos parlantes y expresivos atuendos, mugrientos y ásperos, enciscados de pavesas y telas de araña, son también verdaderos protagonistas.

Las piezas de la exposición se engloban dentro del periodo expresionista abstracto, mostrándonos a lo largo del hall principal de la facultad unos seres partidos oxidados, negruzcos como por humo rancio de hogares que malcalentaron en tiempos a un cuarto mundo rural. Anteriormente algunas de estas piezas, y otras más, formaron parte de otras exposiciones, como fue la titulada Homo y Espantajo en la Sala de Exposiciones del Palacio de Pimentel (1994), o Náufragos en la Estación del Norte de Valladolid (1997).

BIBLIOGRAFÍA
  • GARCÍA VEGA, Blanca: ... Personajes / Eduardo Cuadrado, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1999.
  • LÓPEZ ANTUÑANO, José Gabriel (coord.): Valladolid, arte y cultura: Guía cultural de Valladolid y su provincia. Libro II, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1998.
  • ORTEGA COCA, Teresa: Valladolid escultura: (altres conceptes), setembre 1997, Palau Marc, Generalitat de Catalunya, Barcelona, 1997.