miércoles, 29 de octubre de 2014

MONUMENTOS DESAPARECIDOS: LA CASA DE LA FAMILIA CARRILLO Y BERNALT (La Casa de las Conchas)


La Casa de las Veneras o de las Conchas fue, según Martín González, “una de las más prestigiosas viviendas nobles del Valladolid renacentista. Su situación, frente al Colegio Mayor de Santa Cruz, obligaba al propietario a esa competencia de imagen, que dio origen a tantas glorias de nuestra arquitectura. El hecho de que su larga fachada estuviera decorada con veneras y de que su patio venga a imitar el de Santa Cruz, revela jactancioso enfrentamiento. Por desgracia la casa ha llegado a nosotros a través de escasos restos, en la práctica dos lados del claustro y aún reducidos”. El apodo de “casa de las conchas” le venía por las que seguramente decoraban su fachada y así se la cita aún a mediados del siglo XVIII, cuando se redacta el Catastro del Marqués de la Ensenada. Es decir, era un ejemplo más de casa de las Conchas, símbolo de los caballeros santiaguistas, confirmando, junto con la casa que por fortuna se ha conservado en Salamanca, la repetición de tal motivo decorativo.

Vista de la acera de la Universidad hacia principios del siglo XX. La Casa de las Conchas lo formarían los edificios segundo y tercero más cercanos a la capilla universitaria. Ver foto inferior
Reconstrucción de la fachada oeste de la Plaza de Santa Cruz realizada por María Aranda y Jesús Urrea. Fotografía tomada de http://domuspucelae.blogspot.com.es/2010/02/historias-de-valladolid-la-casa-de-las.html
Ubicación de la Casa de las Conchas en el plano de Ventura Seco (1738)
La casa, edificada en el último tercio del siglo XV, perteneció hasta muy avanzado el siglo XIX a la familia Morales tuvo su origen en la que edificó el matrimonio formado por el capitán Bernal Francés y la dama de la reina Isabel la Católica, doña Juana Carrillo de Córdoba, descendiente el primero de los condes de Foix y ella de los señores de Villavicencio.
Su hija Catalina Carrillo se casó con el licenciado Rodrigo de Morales, descendiente de don Luis de Morales, tesorero que fue del monarca Juan II, y miembro de una de las familias integrada en los más antiguos linajes de Soria. De esta manera la casa entró a formar parte de las propiedades de la familia Morales. Situada “en la plaza que está delante de la placeta del Colegio del Cardenal que es en la calle que va de la plaza de Santa María y Escuelas Mayores a la iglesia de señor San Esteban”, colindaba con los antiguos edificios de la Universidad mediante una casa propiedad de ésta que ocupaba en 1547 el doctor Santander. A su izquierda se encontraba la casa del tesorero de la iglesia colegial Fabián Justiniano, con su vergel y corral, que en 1536 tenía por linderos “de un lado toda la larga casas y huertas del licenciado Rodrigo de Morales y del otro casas de la dicha iglesia y cabildo y casas y vergel del bachiller Antonio de Aguilar, relator… y por la parte de atrás huerta del licenciado Rodrigo de Morales”. En esta última fecha la casa de Justiniano pasó a ser del obispo de Ávila don Rodrigo Mercado (fallecido en 1548).

A principios del siglo XX una reforma hizo desaparecer la fachada y gran parte del claustro, aunque los elementos decorativos del exterior ya hacía tiempo que habían sido quitados. El arco de la puerta del zaguán caía en la dirección del corredor del Norte. El claustro era exquisito: constaba de galerías porticadas en sus cuatro lados y en los dos pisos, pero actualmente existen solamente las de los lados Norte y Oeste y aún reducidas. Las columnas son de una notable solidez. El fuste es de sección ovalada con un estrangulamiento en el centro, con lo que su corte se aproxima a la forma de un ocho. Las basas y los capiteles, de bolas, y, en general, toda la columnata es del tipo de Santa Cruz ya aludido. Para aumentar la resistencia en las esquinas, se colocan machones en lugar de columnas. Por encima voltean arcos escarzanos de perfil curvo, en cuyas enjutas hay escudos. La galería alta lleva pretiles formados de tres piezas de claraboyas góticas, cuyos intersticios están cegados para evitar la entrada de frío, y aprovechar los corredores para habitación. Sobre estos dos cuerpos hay un tercero reentrado, cuya galería tenía balaustres de madera.

No hay duda de que el conjunto, a pesar del agobio de fuerzas a que está sometido y que le hacía algo pesado, tendría un carácter de seriedad y de firmeza, a que debe en no escasa medida su conservación. Conocemos en Valladolid obras parecidas y aun de mayor importancia si se juzga por los restos, como el patio de Santa Cruz, cuyos arcos de medio punto le dan aspecto más renacentista; el del Convento de Santa Catalina y del Convento de Dominicas Francesas de Santa Cruz. Desconocemos a su autor. En cambio se conoce el del Colegio de Santa Cruz, Pedro Polido, y el de las Comendadoras de Santa Cruz, Fernando de Entrambasaguas. Alguno de ellos, o por lo menos oficiales de su taller, debieron de trazar la obra.

Claustro del Colegio de Santa Cruz
Claustro del Convento de Santa Catalina
Claustro de las Comendadoras de Santa Cruz
Un pozo con su brocal indicaba aproximadamente el centro del patio completo. El claustro Este, situado a nivel inferior al del patio conserva viguería de madera. De dicho corredor salía un conducto casi subterráneo que llevaba al jardín y parte posterior de la casa.
La estructura original de la casa se vio alterada en 1548 al repartirse su propiedad los hijos del licenciado Morales: el doctor Juan de Morales, el doctor Luis Carrillo, Pedro, Bartolomé y su hermana María de Zúñiga. Mediante un tabique, que atravesaba el corral, el patio principal y el zaguán, dividieron la casa en dos mitades, reservándose el doctor Juan de Morales la parte que colindaba con la Universidad y pasando a ser del doctor Luis Carrillo el resto del edificio.
En 1570 la parte de la casa que había correspondido al doctor Carrillo y a su mujer, doña María Ovando, pasó a pertenecer al licenciado Francisco de Vera, quien estaría gustoso de residir en un edificio cuya fachada ostentaba tan visiblemente el motivo principal de sus propias armas. Con posterioridad esta parte del primitivo edificio perteneció al monasterio premostratense de La Vid que la vendió en 1663 a la familia Lugo y Montalvo, de quienes se transfiere en 1687 a los marqueses de Olivares con quienes habían emparentado, hasta que en la segunda mitad del siglo XVIII revirtió al cabildo de la catedral al que pertenecía originalmente todo el terreno.

La propiedad de la otra mitad de la casa, que había correspondido al doctor Juan de Morales, juez de bienes confiscados del Santo Oficio de la Inquisición, se subdividió a su vez en 1591 pasando a su hijo Juan una parte de la vivienda y correspondiendo la restante al mayorazgo de su hijo Miguel. Los nietos de este último, Antonio, Miguel y Ana María, vendieron en 1614 al doctor Miguel Polanco, catedrático de medicina de la Universidad, la mitad de la casa que poseían entre los tres como bienes libres, estando a la espera de recibir facultad real para venderle la otra mitad, que era vinculada y correspondía exclusivamente a Miguel.
A causa de las numerosas particiones que experimentó la propiedad es difícil precisar la posterior trayectoria de las casas, sin embargo se sabe que en 1848 el vecino de Peñafiel don Diego Morales Doménech era dueño de la casa nº 3 de la plazuela del Colegio de Santa Cruz, que lindaba por su derecha con la casa nº 1, propiedad de doña Carlota de Ceballos López, lindante a su vez con la Universidad Literaria. En 1863 el Ayuntamiento aprobó la reparación de la fachada de la casa nº 2 de la plaza de Santa Cruz, propia de don Diego Morales, propuesta por el arquitecto Jerónimo Ortiz de Urbina. Todavía en 1881 aparece aún don Francisco de Paula Morales como propietario de la vivienda.

En 1985 la finca fue adquirida por la Universidad para la ampliación de sus dependencias. De este modo se han salvado las arquerías de los lados norte y oeste de su antiguo patio, en las que se puede apreciar la clara influencia de modelos contemporáneos. En la actualidad, una vez asegurada su permanencia, aquel sitio sirve de sala de exposiciones temporales del MUVa, contando entre ellas con la organizada anualmene por REUNART.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZALEZ, Juan José: La arquitectura doméstica del renacimiento en Valladolid, Imprenta Castellana, Valladolid, 1948.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: “La casa de las Veneras de Valladolid”, B.S.A.A., Tomo LI, 1985, pp. 293-304.
  • URREA, Jesús: Arquitectura y nobleza: casas y palacios de Valladolid, IV Centenario Ciudad de Valladolid, Valladolid, 1996.

sábado, 25 de octubre de 2014

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA DE SAN PEDRO DE -MONTEALEGRE DE CAMPOS-


En el presbiterio de la iglesia de San Pedro de la localidad de Montealegre, en plena Tierra de Campos, encontramos un maravilloso retablo que data de los albores del renacimiento en Castilla. Parado del Olmo lo fecha en el primer cuarto del siglo XVI, tildándolo de “buen retablo”. El retablo se desarrolla mediante un banco, tres cuerpos, separados por la propia mazonería del retablo, y cinco calles. En las diferentes hornacinas nos encontramos con doce maravillosas tablas y una serie de esculturas, habiendo desaparecido otras. Tanto las hornacinas del banco, como las de la calle central se rematan en forma de venera, solución que también adopta el remate superior del retablo.

Tanto las calles del banco como las de los dos primer cuerpos se encuentran separadas mediante pilastras con decoración a candelieri, en el último cuerpo esta separación se hace mediante columna con la misma ornamentación. Las decoraciones utilizadas tanto en estos elementos como en las chambranas y demás son típicamente platerescos: roleos, flameros, aves, motivos que nos llevan a pensar en que Pedro de Guadalupe pudo ser su autor, dada la similitud de decoraciones y de traza con el retablo mayor de la catedral de Palencia, tesis que ya fue defendida por el insigne investigador riosecano Esteban García Chico. Para Parrado del Olmo, el retablo presenta “rasgos más avanzados en la decoración, muy similar al estilo del entallador palentino Pedro Manso, que trabaja en el ático del citado retablo de la catedral palentina”.

Retablo Mayor de la Catedral de Palencia
En la actualidad, de las cinco hornacinas del banco tan solo vemos ocupadas por esculturas las extremas y la central, motivo que lleva a pensar que desaparecerían tres piezas, puesto que la central, una Virgen gótica pienso que no pertenecería al conjunto. En el extremo izquierdo observaos una escultura de San Andrés, posiblemente hecha ex profeso para el retablo, como también se haría la de San Antón, sita en el lado contrario. Ambas tallas, de taller palentino presenta un canon regordete y algo achaparrado. San Andrés porta la cruz, de la que faltan dos aspas, y un libro; mientras que San Antonio tiene en una mano un bastón y en la otra un libro, a sus pies se sitúa el típico marrano. En la hornacina central el banco, como ya hemos dicho, se sitúa una imagen gótica de la Virgen con el Niño, conocida como Virgen de Carraquintanilla o de Quintanilla, en relación con un pago despoblado del término municipal, en el que consta que existía una ermita advocada de Santa María. La Madre, entronizada, sirve, asimismo, de trono al Hijo. El trono tiene forma de banco decorado con molduras y con un cojín. El Niño hace el gesto de bendecir, mientras que en la mano derecha porta un libro. Dadas las vestimentas se le podrían fechar en la primera mitad del siglo XIV.

San Andrés
Virgen de Carraquintanilla
San Antón
En la hornacina central del primer cuerpo se sitúa San Pedro in cátedra, patrón de la iglesia, y por lo tanto a quien está dedicado el retablo. Justo encima de este, ocupando los dos cuerpos superiores se desarrolla un Calvario. Tanto las imágenes de la Virgen y San Juan de este Calvario, como las de San Pedro, San Andrés y San Antón se relacionan con el escultor Juan Ortiz el Viejo I, mientras que el Crucifijo está atribuido a Francisco Giralte, seguidor de Alonso Berruguete. Se las pueden fechar en torno a 1540-1547. Este Crucifijo no es el original del retablo, sino que fue colocado ahí tras la restauración del retablo, el anterior se conserva encima de la cajonería de la sacristía.

San Pedro in Cátedra
Calvario
Sin duda lo más interesante del retablo, al menos para mí, es la serie de doce tablas que completan la decoración del retablo. De abajo a arriba y de izquierda a derecha representan los siguientes temas: Primer cuerpo: Liberación de San Pedro por un ángel, Quo Vadis, Crucifixión de San Pedro, Decapitación de San Pablo. Segundo cuerpo: la Anunciación, la Visitación, la Natividad, la Epifanía. Tercer cuerpo: Oración del Huerto, el Beso de Judas, el Descendimiento y la Resurrección. Como podemos ver se desarrollan tres ciclos: en el primer cuerpo la vida de San Pedro, completada con una escena de San Pablo; en el segundo cuerpo la Vida de la Virgen y en el tercer la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

Liberación de prisión de San Pedro por un ángel
Quo Vadis
Crucifixión de San Pedro
Decapitación de San Pablo
Las pinturas han sido estudiadas por el profesor Martín González. Según Parrado del Olmo “son de apreciable calidad, aunque se detectan dos estilos”: las seis del lado del Evangelio nos muestran a un maestro muy influido por la obra de Juan de Flandes, con tipos dulces y composiciones estáticas. Este maestro pudiera ser Juan de Tejerina, discípulo del referido Flandes, que trabaja al servicio de éste en algunas de las pinturas del retablo mayor de la catedral de Palencia.

La Anunciación
La Visitación
El Nacimiento

La Epifanía
Las seis del lado de la Epístola son mucho más nerviosas, y con mayores sutilezas lumínicas han sido relacionadas con algunas de las pinturas del retablo mayor de San Pelayo de Olivares de Duero. En todo caso, este segundo maestro también será palentino.

La Oración en el Huerto
El Beso de Judas
El Descendimiento
La Resurrección

BIBLIOGRAFÍA
  • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XVI. Antiguo partido judicial de Medina de Rioseco, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2002.

sábado, 18 de octubre de 2014

LA PIQUETA EN VALLADOLID: BREVE HISTORIA DE LA DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD ANTIGUA A COMIENZOS DEL SIGLO XX


Sé que esta entrada va a causar mucho dolor a los que nos gusta el Valladolid desaparecido, pero creo que puede ayudar a su manera a concienciar de que no podemos perder más. Lo poco que nos queda lo hemos de cuidar, ¡¡es nuestra historia viva!! En muchos casos de los que se enunciarán abajo existen testimonios gráficos gracias a los dibujos de Ventura Pérez pero he preferido no volver a utilizarlos para así dar cabida a otros dibujos o imágenes nuevas. Asimismo, hay que destacar la labor realizada por Juan Carlos Urueña Paredes en su libro Rincones con fantasma: un paseo por el Valladolid desaparecido por realizar hipótesis gráficas de como serían algunos de nuestros monumentos perdidos. Os recomiendo fervientemente su libro.

Vista del Valladolid de comienzos del siglo XX realizada desde la Catedral
El siglo XX ha significado la época más terrible para el patrimonio vallisoletano, si exceptuamos la Guerra de la Independencia y las posteriores Desamortizaciones. A comienzos del referido siglo la piqueta se empleó la peor saña contra notables edificios barrocos que se conservaban en Valladolid, ya que en la preguerra esta ciudad perdió algunos de los mejores templos milagrosamente salvados hasta aquel momento. Podían haber sido rehabilitados pero ni se pensó en ello. Los atentados fueron fatales para las iglesias y conventos de San Nicolás, Carmen Calzado, Clérigos Menores (La Encarnación) y Premostratenses (San Norberto). Ni rastro ha quedado de ellos, tan solo ciertos paredones de la iglesia de San Nicolás.

Vista de las traseras de la iglesia de San Nicolás desde el Puente Mayor
Reconstrucción de la iglesia de San Nicolás realizada por Juan Carlos Urueña Paredes
Restos de la iglesia de San Nicolás hace unos años
Convento del Carmen Calzado durante destrucción (noviembre de 1930)
Convento del Carmen Calzado durante alguna celebración
Convento del Carmen Calzado (1911)
Convento de San Norberto (Premostratenses), a la izquierda se puede ver la fachada
Reconstrucción de la iglesia de San Norberto realizada por Juan Carlos Urueña Paredes
Restos del Convento de los Clérigos Menores (h. 1920)
Restos del Convento de los Clérigos Menores (h. 1920)
La ciudad de Valladolid siguió los tristes derroteros de Salamanca, Ávila o Burgos, ya observados por el agudo intelectual neoclásico Antonio Ponz, pues si a mediados del siglo XVIII Manuel Canesi había contado 148 casas nobles existentes en la ciudad, aquél lamentaba en 1873 el gran número de "casas que hay ruinosas y enteramente caídas o a medio caer". Sin contar las innumerables que no sobrevivieron ni llegaron al siglo XX, desde el devastador incendio sobrevenido en el gran palacio del conde de Benavente que dañó gravemente su estructura, hasta la degradación de la casa del escultor Alonso Berruguete (hoy alberga el cuartel de ingenieros militares) y el abandono a su suerte de la soberbia Casa de los Miranda, pocos han sido los palacios en Valladolid que han llegado íntegros hasta nuestros días. Nada digamos de sus majestuosos edificios eclesiásticos, monasterios, abadías y conventos que, uno tras otro, acabaron abatidos o en ruinas.

Casa de los Miranda
Se ha atribuido esta decadencia, como en el caso de Burgos, a la salida de los nobles buscando la Corte y sus canonjías, pero al margen de algunos emigrados, la mayoría de los aristócratas permanecieron en la ciudad como lo demuestran los títulos y la nobleza de sangre que conservó sus palacios, perfectamente inventariados por Antolínez y otros cronistas. Ciertamente, una calamidad ya constata por Ponz fue que, a causa de los mayorazgos vinculados a los primogénitos de las casas nobiliarias, éstos necesitaban de una licencia real para enajenar los palacios decaídos, lo cual sólo facilitaba su lenta ruina. Eran ya muchos los arruinados cuando pasó el embajador Laborde en 1800 pero tras la guerra de la Independencia lo fueron más.
Fue una degradación urbana catastrófica pues supuso, como en el caso de Burgos, la pérdida de la riqueza arquitectónica que Valladolid mantenía desde la época renacentista, caracterizada por una fiebre constructiva. Lo advirtió claramente en 1850 la Comisión Central de Monumentos cuando alertaba a la Comisión de Valladolid sobre la notoria destrucción y alteración de los monumentos que todavía existían. En efecto, se perdieron en aquel tiempo algunos de los hermosos elementos decorativos que distinguían a la casa del marqués de Aguilafuente y la misma casa de los Carrillo Bernalt (plaza de Santa Cruz) pero luego cayeron los mismos edificios, como ocurrió con la Casa de las Aldabas (calle de Teresa Gil), o el suntuoso palacio mudéjar del Almirante de Castilla, sobre cuyo solar se alzó el teatro Calderón.

Palacio del Almirante de Castilla (dibujo de Valentín de Carderera)
Fachada de la Casa de las Aldabas o Palacio de Enrique IV
Casa de las Aldabas (patio)
La lacerante destrucción de la ciudad no determinó aquí sino que continuó años más tarde bajo la desenfrenada especulación de su suelo. Como ocurrió en Burgos, el caso de Valladolid es también curioso porque ni siquiera intentó ni tuvo la ambición de proyectar un ensanche ordenado, como otras ciudades. En efecto, al igual que otras ciudades históricas castellanas, "en vez de pensarse una ampliación de la ciudad en sus aledaños respetando el casco viejo, aquélla se efectúa sobre su propia planta histórica". Seguramente que aleteaban los mismos e inconfesables motivos que para Burgos. Fue aquel un momento crítico porque, apagados los laureles de su espléndido pasado y en plena decadencia económica, a fines del siglo XIX la ciudad de Valladolid atravesó una aguda crisis incluso provincial y apenas tuvo medios para conceder una atención prioritaria a su centro histórico, y menos a unos barrios, carentes de todo servicio, que fueron recogiendo la población emigrada y pobre.

Vistas de Valladolid a comienzos del siglo XX
Hacinada esta población en el casco histórico, aquí tampoco se recurrió al espacio exterior para proporcionar viviendas dignas a la población burguesa. Era menester aprovechar de inmediato la fuertes plusvalías del centro. Y como el pequeño grupo capitalista local que poco a poco va surgiendo, contempla que al cubrirse hacia 1860 los dos ramales del río Esgueva, los espacios al descubierto dejan un suelo suficiente sobre el que es posible construir las mejores edificaciones privadas y edificios públicos; de ese suelo disponible, amplio y céntrico, surgen la futura calle Paraíso, plaza Poniente, plaza de Portugalete, calle Miguel Íscar, calle Dos de Mayo, etc.
Hubo también amplios solares abiertos al ser demolidos los edificios conventuales. La red de monasterios de la actual acera de Recoletos y otros monumentos que nunca debieron caer como el Arco de Santiago, las Puertas del Carmen Calzado o la misma Universidad, de la que sólo se salvó su fachada principal, favorecieron la actuación de unos arquitectos, como el ilustre Agapito y Revilla, que dejaron su impronta en la ciudad. A causa de esos derribos se aniquiló como en otras ciudades la imagen de la ciudad-convento (14 parroquias con cinco templos agregados, 35 monasterios de monjas y frailes, cinco capillas y dos oratorios) y el nuevo Valladolid avanzó entre sus ruinas dejando tras de sí lo mejor de su gran pasado, ya que no trató de rehabilitar ninguno de los nobles edificios sentenciados. Sin embargo los espacios conseguidos permitieron crear calles, portales, mercados, paseos, teatros y casas dignas que otorgaron cierto porte y modernismo a una ciudad harto decaída, sin medios ni demasiadas ambiciones hasta su despegue industrial, a los años de concluirse la Guerra Civil.

Arco de Santiago
Puertas de Madrid ó del Carmen Calzado
Puerta principal de la antigua universidad, calle Librería
Puerta del zaguán al claustro de la antigua Universidad
Claustro barroco de la desaparecida Universidad

Así pues, al socaire de las desamortizaciones el suelo disponible en Valladolid era amplio y barato y las zonas más afectadas giraban en torno a la Plaza Mayor, monasterio de San Francisco, los terrenos situados frente al paseo de las Moreras (conventos de Santa Ana y Trinidad Calzada); los que bordean el Campillo de San Andrés (Premostratenses, convento de la Encarnación e iglesia de la Piedad); y por el Norte las cercanías del Campo Grande, el Hospital de la Resurrección, convento de Agustinos Recoletos, el de Jesús y María, Corpus Christi, Capuchinos, etc., hasta un total de casi veinte edificios de eclesiásticos que ocupaban manzanas enteras y que fueron adquiridos en su mayoría por la clase burguesa. Fue muy sensible la destrucción del monasterio de San Francisco, reconstruido tras el gran incendio padecido por la ciudad en 1561, y más sensible que el percance fuere tan completo que "pocas de sus obras de arte consiguieran llegar al puerto seguro del Museo".

Reconstrucción de la fachada del Convento de San Francisco realizada por Juan Carlos Urueña Paredes
Reconstrucción del Convento de la Santísima Trinidad realizada por Juan Carlos Urueña Paredes
Reconstrucción del Convento de Agustinos Recoletos realizada por Juan Carlos Urueña Paredes
Reconstrucción de la portada de la iglesia del Convento de Jesús y María realizada por Juan Carlos Urueña Paredes
Reconstrucción de la portada del Convento de San José de Capuchinos realizada por Juan Carlos Urueña Paredes

En resumen, a partir de las subastas de las desamortizaciones o por venta directa, derribando conventos y palacios se abrieron grandes espacios, pero el Ayuntamiento no logró rescatar aquéllos, ni dispuso de un plan previsor de ensanche y como todas las construcciones se llevaban a cabo en el casco histórico y no se consiguió detener las demoliciones, ese casco histórico continuó degradándose al tiempo que se vendían edificios tan señeros como el de la Casas de los Miranda, enajenada en 1852 por el Cabildo, o la Casa del capitán Herrera entregada al brigadier Ignacio Guernica por tan sólo 28.000 reales. Otra pérdida notable fue la de la Casa del licenciado Francisco Fresno que fue adquirida en 1854 por un tal Juan José de Vicente. O la Casa del marqués de Montealegre adjudicada en pública subasta a Antonio Mialhe en 84.000 reales. Unos años después la vivienda señorial más antigua de la ciudad, conocida como Casa de los Zúñiga de la que salió el condestable Álvaro de Luna para ser ajusticiado en la Plaza Mayor, acabó en manos de Sabino Herrero y Olea, primer director de "El Norte de Castilla". Para colmo, el gran palacio de Fabio Nelli, ocupado por las tropas francesas, pasó a manos del Estado, pero al final y a través de una subasta en Madrid lo adquirió Felipe Tablares en 114.000 reales. A los años tuvo que readquirirlo y transformarlo el propio Estado.

Casa de los Miranda (calle de San Quirce)
Casa del licenciado Fresno. Portada
Casa del licenciado Fresno. Patio

BIBLIOGRAFÍA
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Patrimonio perdido: Conventos desaparecidos de Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 1998.
  • FERNÁNDEZ PARDO, Francisco: Dispersión y destrucción del patrimonio artístico español, Fundación Universitaria Española, Madrid, 2007.
  • URUEÑA PAREDES, Juan Carlos: Rincones con fantasma: un paseo por el Valladolid desaparecido, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2006.