Al
ya comentado retablo mayor de la Capilla del Relicario, acompañan otros dos
retablos colaterales. Uno, en el lado del evangelio, dedicado a Santa Inés, y
otro en el lado de la epístola, dedicado a Santa Lucía. Ambos fueron realizados
en 1670 por el mismo ensamblador que el retablo mayor, Cristóbal Ruiz de Andino,
el cual cobró por su ejecución 6.300 reales. Los dos retablos son idénticos. Aunque
poseen una traza similar al retablo mayor, ambos están tallados con un mayor
resalto. Componen un admirable conjunto, donde arquitectura y escultura
armonizan admirablemente. Las hojas carnosas, henchidas de vitalidad, se
retuercen gustosamente, creando acentuado claroscuro. Resalta orgullosamente la
gran tarjeta central, colocada sobre una placa recortada. En las enjutas se
encrespan abultados cogollos. Todos estos motivos vegetales, pintados de rojo,
verde y azul, apagan moderadamente el rico destellar del dorado.
La
escultura invade ambos retablos. En la hornacina principal se sitúa la santa
titular. En su ático se coloca una escena de martirio de un santo, y a cada
lado otro santo. En cada intercolumnio del cuerpo principal se sitúan otras dos
imágenes, una encima de la otra. Finalmente en la parte baja del retablo cinco
hornacinas con otros tantos santos.
Retablo de Santa Lucía |
Retablo de Santa Inés |
Salvando
a las santas titulares de ambos retablos, Santa Inés (1673) y Santa Lucía (1682),
realizadas, respectivamente, en 1673 por Alonso de Rozas y en 1682 por Juan
Antonio de la Peña, el resto de esculturas son obra de Tomás de Sierra. El
trabajo del riosecano, realizado en 1696, comprende 26 esculturas: 24 pequeñas
estatuillas de santos y dos grupos de santos en su martirio, en un tamaño algo
mayor que las anteriores. Sierra cobró 4.400 reales “en que se concertaron (…) todas
las estatuas de los nichos de los dos colaterales del Sagrario”.
RETABLO
DE SANTA INÉS
La
advocación del retablo a Santa Inés tiene su razón de ser por cuanto la fundadora
de esta capilla, llamada Inés de Salazar, mandó en su testamento que se hiciese
una imagen de la santa, de mediana estatura, tallada en madera.
La
hornacina central está presidida por la imagen de la Santa Inés, obra del escultor Alonso de Rozas, realizada en 1673. A
Rozas “se le pagaron mil reales por
cuenta de las estatuas de Santa Inés y otros dos mártires que está haciendo”.
La escultura es de líneas correctas, pero sin especial relieve. El plegado de
los vestidos está hábilmente dispuesto. El cordero que tiene en su brazo
izquierda tiende hacia la Santa con ese naturalismo propio del barroco, en el
derecho portaría seguramente la palma del martirio.
Las
doce pequeñas estantes restantes del retablo son obra de Tomás de Sierra, que
fue el gran artífice de la obra escultórica de la Capilla del Relicario. En la
parte central del ático está representado el martirio de San Bartolomé, cuya composición está tomada del
conocido grabado de José de Ribera, y no sólo la composición, sino hasta los
tipos y la indumentaria. El santo se encuentra atado a un madero, mientras los
verdugos comienzan a desollarle; ya se ve el brazo izquierdo en carne viva con
gran realismo. Sin lugar a duda, Sierra tuvo presentes los barros que Juan de
Juni realizó para la iglesia de San Francisco de Medina de Rioseco. Los
verdugos con su risa diabólica reproducen las actitudes de los sayones en los
pasos de Semana Santa. Del dorado y estofado de la historia de San Bartolomé, y
de la de San Esteban se encargó Jerónimo de Cobos, el cual percibió 600 reales.
A
uno y otro lado de este grupo, en los extremos del ático, se hallan las
estatuas de San Cosme y San Damián, médicos, tocados con el
birrete de Doctores. En las hornacinas superiores, cerradas con cristal, que se
corresponden simétricamente, están los huesos de dos cráneos de Las once mil vírgenes; envueltos en
finos paños de seda. En las hornacinas formadas por las columnas se encuentran
el apóstol San Felipe y el centurión San Marcelo. En los dos nichos
inferiores están los apóstoles Santo
Tomás y San Mateo, a uno y otro
lado. En las hornacinas situadas al nivel de la mesa de altar se sitúan otras cinco
estatuas de pequeño tamaño, de unos 37 cms.: San Francisco de Asís, San
Antolín, San Vicente, San Buenaventura y San Agustín. La policromía y el dorado tan fino y delicado de todas
estas imágenes se debe a Jerónimo de Cobos; en las dalmáticas de los diáconos
San Antolín y San Vicente se pueden apreciar unos paisajes.
RETABLO
DE SANTA LUCÍA
Al
igual que en el otro retablo, la imagen de la santa titular se encuentra en la
hornacina central. La escultura, de tamaño natural, fue realizada en 1682 por
el escultor Juan Antonio de la Peña. Se la representa al modo tradicional, en
pie, con los ojos en una bandeja. Conserva el convencionalismo de pliegue duro
en sus vestidos.
Las
demás estatuas del retablo, realizadas por Tomás de Sierra, se distribuyen de
la siguiente manera: en las cinco hornacinas de la parte baja del retablo se
pueden admirar cinco bellísimas imágenes, con las mismas características que
las del retablo frontero de Santa Inés: San
Bernardo, San Benito, San Antonio Abad, San Antonio de Padua y San
Ambrosio. En las hornacinas del intercolumnio de la izquierda están San Judas Tadeo y Santiago el Menor. En las hornacinas del lado derecho San Lorenzo y San Calixto. En las dos hornacinas superiores, envueltos en paños
de seda, se conservan huesos de nueve cráneos de Las once mil vírgenes. En los extremos del ático aparecen dos
reyes, uno vestido a la usanza de la época y otro con indumentaria militar
romana. Son San Luis Rey de Francia y
San Enrique, Emperador de Alemania y
Rey de Romanos. En el centro del ático está la escena del martirio de San Esteban protomártir. Es una composición barroca,
llena de vida y movimiento. El Santo es una figura fina y elegante. A sus lados
están los verdugos: uno de ellos se agacha a coger las piedras para
lanzárselas, mientras el otro se dispone a tirarle las que tiene recogidas en
su jubón. Este grupo escultórico es “claramente
juniano” a juicio de Martín González. También según Martín González, la
obra maestra de todas estas pequeñas estatuas es San Benito, la cual “reencarna el San Bruno de Gregorio
Fernández. Embriagado en la santa lectura, su corazón salta de alegría,
apareciendo en su faz una dulce sonrisa;
aquí no es solamente la iluminación mística, sino el santo deleite que
prefigura el matrimonio espiritual con Dios”.
SI TE INTERESÓ PUEDES VER:
LA CAPILLA DEL RELICARIO DE LA COLEGIATA DE VILLAGARCÍA DE CAMPOS I: El retablo mayor
LA CAPILLA DEL RELICARIO DE LA COLEGIATA DE VILLAGARCÍA DE CAMPOS III: Otras obras de arte
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BIBLIOGRAFÍA
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959.
- PÉREZ PICÓN, Conrado: Villagarcía de Campos: estudio histórico-artístico, Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1982.
Precioso
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