La iglesia de Santiago de la localidad de Alcazarén posee un bello
ejemplo de ábside románico-mudéjar. Sin duda dicho ábside es uno de los más
interesantes de toda la provincia. Consta de tres cuerpos de arcos ciegos, de
ladrillo sin revestir. Se fecha en los siglos XIII-XIV. El resto de la iglesia
fue reformada en los siglos XVII-XVIII.
Las pinturas murales se encuentran en la capilla mayor. Se disponen en
el semicilindro absidal y comprenden su desarrollo tanto en altura como en
anchura. Se encontraron ocultas por el retablo mayor en 1978 y se sacaron a la
vista y se restauraron en 1986. El retablo, que se conservó, se adelantó unos
metros para permitir la contemplación de las recuperadas pinturas murales.
La colocación del retablo mayor obligó a la apertura de una ventana en
el lado del Evangelio, con la consiguiente destrucción de las pinturas murales
que allí se encontraban. Asimismo, la apertura en el lado de la Epístola de una
puerta de comunicación con la sacristía (eliminada en el transcurso de la
restauración) causó pérdidas en esta zona y la apertura en un momento
indeterminado de un vano de uso desconocido en el arco central del registro
superior causó la pérdida, en su integridad, prácticamente, de la composición
que presidía este registro.
Las pinturas murales respetan las dos series de arcos del ábside
mudéjar, convertidas en elemento articulador de su programa iconográfico. La
parte inferior del semicilindro absidal se resuelve mediante una decoración a
manera de arrimadero de veros en rojo, buscándose la imitación de las telas o
de las pieles que se colocaban en las zonas bajas de los muros para su
adecentamiento y para dar mayor calidad a las estancias. Cabe destacar en esta
parte inferior una laguna que comprende la zona central. Esta laguna es
coherente según pone de manifiesto el ajuste de la representación de Cristo
mostrando las llagas del primer registro al espacio que deja a su
disposición esta laguna, y denuncia la existencia de un retablo que se
realizaría, probablemente, al tiempo que estas pinturas murales.
En el registro inferior, de acuerdo con la serie de once arcos
existente, se dispone una sucesión de figuras correspondiente a un apostolado
presidido en el centro por la representación mencionada de Cristo mostrando
las llagas sentado sobre el arco iris. Esta figura, que es, por su
ubicación y por su significado, la figura más importante, se encuentra
empequeñecida por la presencia del retablo mencionado, pero señala una representación
del Juicio final que lleva a comprender el registro en su integridad.
Sobre el arco central ocupado por Cristo juez en el mínimo espacio que media
entre los registros superior e inferior, se reconocen dos figuras que acaso
sean las de San Juan y la Virgen. Esta interpretación es problemática puesto
que ambas figuras se encuentran de pie en lugar de una actitud de súplica y,
además, su disposición por encima de la figura de Cristo resulta insólita. Es posible
que con esta disposición se buscase destacar su capacidad intercesora al
mostrarlos justo por debajo de sus correspondientes representaciones en el arco
central del registro superior en que se representa la Crucifixión. De
esta manera la Virgen y San Juan se revelan como los mejores intercesores en el
momento del juicio, cuando Cristo ostenta las llagas de ese sacrificio.
A ambos lados de la figura de Cristo se representa un apostolado que,
en este contexto, cabe entender como asesores de Cristo en el momento del
juicio, aunque el mayor tamaño de sus representaciones por carecer de las
limitaciones impuestas por la existencia del retablo les confiere una
importancia que compite con la de Cristo juez. Los fondos de los arcos que
albergan las representaciones de los apóstoles están pintados alternativamente
de rojo (con una densa trama de diagonales) y de azul, según el gusto por esta
alternancia cromática tan propio de la pintura de estilo gótico lineal, que
destacan sobre el fondo del muro absidal en esta parte, pintado de azul oscuro
con una densa trama de diagonales en blanco que alberga cruces blancas y rojas.
Sus figuras, al igual que las del registro superior, se disponen sobre el fondo
sin la más mínima referencia espacial, como si flotaran. Todos ellos aparecen
identificados de manera genérica por su aspecto solemne y por el libro, que
algunos sostienen con las manos veladas, pero tres de ellos presentan además el
atributo específico que permite su identificación: de izquierda a derecha se
reconoce a San Bartolomé con el cuchillo (arco tercero), a San Andrés
con la cruz (arco quinto) y a San Pedro con las llaves (arco séptimo).
Llaman la atención la ausencia de San Pablo, a quien se solía disponer en
relación con San Pedro, desplazado aquí por la representación de San Andrés, y
la limitación del colegio apostólico a diez individuos, forzada por las
características del soporte y compensada, cuando menos en parte, con la
extraordinaria inclusión de Santiago el Mayor en el registro superior.
En el registro superior, de acuerdo con la serie de nueve arcos
existente, se dispone una sucesión de figuras de más variada condición, de las
cuales se han perdido las dos del extremo de la izquierda por la mencionada
apertura de una ventura en este lugar. Las figuras se disponen sobre un fondo
similar al del muro absidal en esta parte, pintado de color azul oscuro con una
intensa sucesión de flores blancas, rojas y azules. Para la interpretación de
este registro contamos con el problema de la pérdida casi total (por la
mencionada apertura de un vano en este lugar) de la representación que lo
presidía en el arco central. En él se aprecian los restos de un nimbo crucífero
en la parte superior y de dos figuras de menor escala en la parte inferior, la
de la derecha con un libro. Según el profesor Fernando Gutiérrez Baños esta
escena podría representar una Crucifixión que se completaba con el resto
de individuos representados en el registro superior de acuerdo con el gusto por
las crucifixiones de complicado desarrollo narrativo que, con precedentes en el
siglo XII, se acusa a partir del siglo XIII. De esta manera en estas pinturas
murales se representaría el momento supremo del sacrificio redentor de Cristo
en el registro superior como fundamento del juicio del registro inferior. En el
arco del registro superior se encontraría, por lo tanto, la representación de
Cristo crucificado (se aprecia parte de la cruz junto al nimbo crucífero) con
la Virgen y con San Juan (de quien aún se conserva el libro) a los pies, a
quienes corresponderían los fragmentos de figuras de menor escala de la parte
inferior. Sorprende la forzada inclusión dentro de este arco de la Virgen y de
San Juan que obliga a la disminución de su escala, que acaso se deba al deseo
de subrayar la proximidad a Cristo de Cristo y del discípulo amado y a la
necesidad de guardar la correspondencia con sus representaciones en su registro
inferior, en la que la presencia de un apostolado impedía un mayor desarrollo
para sus figuras.
Próximas a la Crucifixión, en los arcos tercero, cuarto y sexto
contando de izquierda a derecha, se representa a tres mujeres con expresiones
de dolor identificables con las tres Marías. La del arco tercero es María
Magdalena, identificada por el vaso de perfumes. Las otras dos no suelen llevar
atributos definidos, aunque la del arco cuarto porta un libro. De las otras
tres figuras que presencian la escena, a saber, un hombre barbado, Santiago
peregrino y una muchacha con libro, es preciso destacar la inopinada
representación de Santiago, pues la única presencia apostólica en este trance
correspondió a San Juan. Cabe explicar esta representación excepcional por la
advocación de Santiago de la iglesia para la cual se realizaron estas pinturas
murales, pues en las crucifixiones de complicado desarrollo narrativo no es
extraña la presencia de santos a quienes se incluye por su relevancia con
respecto al lugar para el que está destinada la obra.
Completa estas pinturas murales en la parte central, sobre el friso de
ladrillos dispuestos en esquinilla y sobre la banda de ladrillos recortados en
nacela que rematan el semicírculo absidal, una representación de Santiago Matamoros,
que es posterior al resto de pinturas murales. En efecto, manifiesta en su
ejecución un grado de rudeza que no es asimilable al del resto de las pinturas
murales. En todo caso, su cronología no debe de ser muy posterior, puesto que
la decoración floral de su fondo aparece en las pinturas murales de la iglesia
de Santa María la Mayor de Arévalo, de finales del siglo XIV (¿ca.
1384?) o en pinturas del coro del convento de Santa Clara de Salamanca de las
primeras décadas del siglo XV.
El estudio de la indumentaria de algunos personajes representados pone
de manifiesto que su cronología se sitúa en el tránsito del siglo XIV al XV. Se
puede encajar por lo tanto en el momento de la disolución de la pintura de
estilo gótico lineal, como sugiere la importancia que alcanza en este conjunto
el desarrollo del retablo mueble, que empieza a competir con las pinturas
murales. El anónimo pintor parece haber tomado sus figuras de un repertorio y,
si bien resultan aceptables contempladas individualmente, cuando se las
contempla como conjunto destacan su incapacidad para mostrarnos unas
composiciones mínimamente integradas, así como sus severos problemas para
ajustar el programa iconográfico al espacio de que dispone.
BIBLIOGRAFÍA
- GUTIÉRREZ BAÑOS, Fernando: Aportación al estudio de la pintura de estilo gótico lineal en Castilla y León: precisiones cronológicas y corpus de pintura mural y sobre tabla (2 tomos), Fundación Universitaria Española, Madrid, 2005.
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