lunes, 7 de mayo de 2012

SEMANA SANTA EN VALLADOLID: El Santo Cristo de la Luz. La "PERLA" de Gregorio Fernández


El Santísimo Cristo de la Luz es una de las mejores creaciones de Gregorio Fernández, siendo a su vez la culminación en su obra de la iconografía del crucificado, que evoluciona desde figuras más rotundas con anatomías musculosas a una versión mucho más delicada y cargada de dramatismo. Es sin lugar a dudas una escultura sobrecogedora, uno de los cúlmenes del patetismo barroco castellano. Todo está pensado para transmitir al espectador la impresión de que acaba de producirse la muerte tras el más cruel de los martirios. Es sin lugar a dudas, y para mi gusto, la imagen más perfecta, y también fotogénica, de todas las que tallara el maestro "pucelano".
A falta de documentación, el Cristo de la Luz ha sido situado con unanimidad en una fecha cercana al año 1630, dentro ya del periodo final de la producción de Fernández. Se puede afirmar que se trata de la culminación de la iconografía del Crucificado, que sigue una evolución, paralela a la del Cristo yacente, en la que partiendo de obras más rotundas con anatomías musculosas se llega a una versión mucho más delicada y cargada de dramatismo. Como se ha demostrado para otros temas del mismo escultor, en la inspiración de los diferentes modelos pudo desempeñar un papel importante el uso de grabados. Concretamente el Crucificado del Calvario que graba Hieronymus Wierix sobre dibujo de Maarten de Vos para una serie con escenas de la Pasión, ofrece similitudes con el Cristo de la Luz en detalles significativos como el modo de resolver el paño de pureza.
Nada se conoce de los pormenores del encargo de la talla realizada para el monasterio de San Benito el Real de Valladolid. La noticia más antigua la proporciona en 1761 el historiador del monasterio Rafael Floranes quien recordaba que fray Benito Vaca, prior entre los años 1693 y 1697, mandó colocarlo en la capilla que la familia Daza tenía en la iglesia. Al mismo tiempo señalaba que el Cristo ya era conocido en el momento de escribir su historia con la advocación de la Luz que ha permanecido hasta nuestros días, probablemente en referencia a la especial devoción que suscitaba manteniéndolo siempre alumbrado. Igualmente, evocaba también el nombre de su autor, recordado como un escultor de prestigio por los célebres pasos de Valladolid. Tras la desamortización, la obra pasa al Museo Nacional de Bellas Artes, posteriormente elevado a la categoría de Nacional de Escultura, a cuyos fondos pertenece, aunque se encuentra depositado desde 1940 en la capilla universitaria del Colegio de Santa Cruz.
Ponz no mencionó la obra. Bosarte lo clasificó entre las obras indudables de Gregorio Fernández, diciendo de ella que sería “capaz sola ella de sostener la fama de su autor, aunque no hubiera hecho otra cosa en su vida”. Asimismo Bosarte expresa que “En ésta efigie se ve el decoro, la elegancia del estilo, la nobleza del carácter, y lo que es sobre todo, la divinidad”. El conde de la Viñaza reparó también la omisión de Ceán, citándolo en sus Adiciones. Sangrador también exalta a la obra, refiriendo que era conocida como “la perla de Gregorio Hernández”.
Orueta menciona repetidamente este Crucifijo. Como es habitual en él no acierta a descubrir el halo de espiritualidad que había sido ponderado por Bosarte, y afirma que en la obra, como en los Cristos yacentes, no se veía otra cosa que muerte. Agapito y Revilla se ocupó ampliamente del Crucifijo, pero no comparte el criterio de excepcionalidad de la escultura: “no es de lo mejor de Fernández, sólo es maravilloso para el vulgo”. Al llegar la desamortización la obra ingresa en el Museo de Bellas Artes, donde se hallaba ya en 1843. En 1863, como refiere Agapito y Revilla, el Crucifijo fue restablecido al culto, en la capilla del colegio de San Gregorio. En 1913 volvía al museo. En 1940 pasó en depósito a la Capilla Universitaria del Colegio de Santa Cruz. Como anécdota señalar que el 4 de mayo de 1896 se colocó en el altar mayor de la iglesia conventual de San Benito, bajo severo dosel negro, para las solemnes honras celebradas en Valladolid al eminente poeta vallisoletano José Zorrilla.
El Crucificado es de tamaño natural (190 x 163 x 44 cm). El patetismo del rostro, afilado y amoratado, con un resto de mirada en los ojos hundidos, se extrae hasta el detalle al atravesar la ceja y la oreja con sendas espinas de la corona que ensangrienta la cabeza, recurso que seguirá siendo utilizado en la escultura española más de un siglo después. Cara enjuta, pómulos salientes. Los ojos se encuentran entornados, dando impresión de hallarse vivo. Dientes de marfil, boca abierta. Amplio bigote y barba reducida, pero terminando en varias puntas. Corona de espinas natural. Cabello muy abundante, de finas hebras agrupadas en mechones acabados en punta; está muy cuidado por la parte posterior, dejando descubiertas las orejas.
Cuerpo extremadamente delgado, pero con anatomía delicada.  En el cuerpo consumido, que en su mortal desplome tensa los brazos, las heridas se detallan incluso en una zona como la espalda, que queda oculta por la cruz. Brazos muy abiertos. Los dedos del centro replegados, por efecto de la comprensión producida por los clavos. Tórax muy delgado; vientre hundido. Paño superfemoral con dobleces muy angulosos, formando una masa que cae por la derecha, según el tipo que se ve en el Calvario del retablo de Plasencia. Este tipo de paño de pureza se hace rutinario en la década del treinta. Se sostiene cruzado, sin necesidad de cinta. Apenas cubre la desnudez, ya que deja al descubierto las ingles. En el último período Fernández extrema su amor por el desnudo. Piernas elegantísimas.
A la excelencia de la talla y la policromía se suma el complemento realista de los postizos: cristal en los ojos, marfil en los dientes, corcho en las heridas y asta en las uñas. El único elemento menos naturalista es el paño de pliegues angulosos y forzado vuelo, que se explicaría como reflejo de la tempestad desatada cuando Cristo expiró, cubriendo de tinieblas la tierra. Policromía en perfecto estado. Las pestañas se pintan sobre los párpados; de igual suerte se simulan con pintura cabellos finos. Tremenda complacencia en lo cruento. Sobre la encarnación mate destacan grandes regueros de sangre y terribles heridas. Estas heridas son profundas y, por tanto, han sido hechas por el escultor. Una hay en el hombro izquierdo, junto al cuello; otra en el centro de la espalda. Aunque quedara cubierta por la cruz, no hay duda de que tuvo que rendirse culto a esta llaga, como en el caso del Cristo Flagelado, de la Vera Cruz. Grumos de corcho ayudan. También las rodillas son un amasijo de coágulos. La herida del costado es ancha y profunda. El brutal lanzazo ha destrozado el cuerpo, brotando un manantial de sangre. Como es habitual, la sangre se representa en dos tonos, para indicar el tiempo transcurrido, ya que se reseca la primera emisión.

El Santísimo Cristo de la Luz es procesionado en la mañana del Jueves Santo por su cofradía titular hasta la Catedral, siendo una de las procesiones más interesantes y de mayor afluencia.
En el mes de noviembre de 1940, el entonces Rector de la Universidad de Valladolid, D. Cayetano Mergelina y Luna, convoca una reunión, en la que expuso su idea de crear una Hermandad que se encargase de dar culto a la imagen del Santísimo Cristo de la Luz, depositada hasta entonces en el Museo Nacional de Escultura y que estuviera formada exclusivamente por personal docente de cualquier nivel de la enseñanza, tanto primaria como media y universitaria. Sería el Viernes Santo de 1941 cuando la nueva Hermandad efectuó su primera salida procesional, desde el Colegio de Santa Cruz, dirigiéndose a la Catedral. Al pasar por la Universidad, la imagen fue colocada delante de la fachada principal, momento en el que los Coros Universitarios entonaron un motete de Juan Sebastian Bach. La procesión se dejó de realizar en 1970.
La imagen volvería a procesionar en la mañana del Jueves Santo de 1994, realizándose desde entonces ininterrumpidamente. En la Semana Santa de 1996, el Santísimo Cristo de la Luz participa por vez primera en la Procesión de la Sagrada Pasión del Redentor.



BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: El escultor Gregorio Fernández, Ministerio de Cultura, Madrid, 1980.

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