miércoles, 14 de noviembre de 2012

UN RETABLO FLAMENCO EN VALLADOLID: El retablo de la capilla de San Juan Bautista en la iglesia del Salvador


El retablo fue mandado realizar por D. Gonzalo González de Illescas –oidor de la Chancillería de Valladolid y del Consejo de los Reyes Católicos– y su mujer, Marina de Estrada, según podemos leer en una inscripción que recorre la imposta de la capilla, siendo colocado "en comienço del año del señor de mill e qnietos qtro qndo sus altezas acauaron de ganar el rreyno de napoles". Este retablo forma parte de la capilla que, bajo la advocación de San Juan Bautista, mandaron construir en la iglesia parroquial del Salvador, don Gonzalo de Illescas y su mujer, cuyos escudos pueden verse en el exterior de la capilla y en las claves del interior, así como en los ángeles del banco del retablo.
Las noticias referentes al retablo se reducen a simples citas en los inventarios realizados en la iglesia en 1833, 1863 y 1869, en los que se reconoce su mérito pero también su descuidado estado. En el inventario realizado en marzo de 1883, se hace una sumaria descripción. Hacia 1911-12, don Juan del Valle, cura ecónomo de la parroquia del Salvador, adecentó la capilla, limpió el retablo y colocó unas cortinas para evitar su deterioro. Fue entonces cuando lo estudió Agapito y Revilla.
Inscripción de la capilla vista desde las catacumbas
Hasta ese momento apenas se había prestado atención al retablo. La primera mención se debe a Antonio Ponz, que en su Viaje a España se refiere a él como la única pieza valiosa en la iglesia del Salvador. Matías Sangrador, en su Historia de la Muy Noble y Leal Ciudad de Valladolid, le califica de retablo de gran mérito. Mariano González, en El indicador de Valladolid, le define como “un buen modelo del arte gótico más acabado”, pero cree que se trata de un retablo portátil, lo que es prácticamente imposible por sus dimensiones. Ortega y Rubio, en Historia de Valladolid y en Los pueblos de la provincia de Valladolid, le define con las mismas palabras empleadas por González como “modelo del arte gótico más acabado”. Casimiro González García Valladolid, en sus Datos para la historia biográfica de Valladolid, hace constar que el retablo de la capilla de San Juan Bautista de la parroquia del Salvador era “de gran mérito y valor artístico”.
Entrada a la capilla de San Juan Bautsita
Restos de escudos encontrados bajo la capilla de San Juan Bautista
Agapito y Revilla consultó un cuaderno manuscrito por don Pedro Sáez, capellán de San Quirce, hacia 1893, en el que dedicaba diecinueve hojas a la “Parroquia del Salvador. Capilla de La Cerda”. Al parecer se contenía en él la primera descripción minuciosa del retablo.
El retablo, de enormes proporciones (382 x 328 cm.), seguramente fuera encargado a los talleres flamencos, por los cuales se sentía una gran debilidad en aquellos años. Sería Juan Agapito y Revilla el primero en atribuir el retablo a esta escuela, sin embargo posteriormente se ha pensado, debido a una serie de marcas que existen en el retablo, que pudiera provenir de Amberes. 
Las características de este políptico son similares a la mayoría de retablos flamencos de finales del siglo XV y principios del XVI. Tanto el cuerpo principal del retablo como el banco se encuentran poblados, en exclusiva, de esculturas. El cuerpo central se divide en tres calles: dos laterales, cada una con tres relieves, y la central con una gran escultura del santo titular del retablo y sobre él otro relieve similar a los de las calles laterales, haciendo que esta calle sobresalga sobre el resto del retablo. La pintura ocupa en su totalidad las dos grandes portezuelas de los lados del retablo, las cuales se abrirían o cerrarían según la ocasión, teniendo ambos lados pintados. Debajo de cada portezuela hay otra más pequeña en la cual se representan otras dos escenas. El retablo original traído de Amberes carecería del banco con esculturas y de las portezuelas inferiores, los cuales fueron añadidos posteriormente en España. Las distintas escenas del banco están separadas verticalmente por pináculos que sirven de doseletes a unos nichos, de los que han desaparecido las figurillas que contendrían.
La arquitectura del retablo se divide en tres calles con la misma anchura, separadas por molduras; en el central, un nicho de arco apuntado, cuyas jambas y trasdós, se adornaron con pequeños grupos sobre mensulitas, de los que hoy, sólo restan los dos más altos, sobre el arranque del arco. Debajo del arco, un doselete finísimo se sostiene sobre otro trilobulado, cobijando un nicho que adorna su fondo con ventanales góticos, y en cuya parte inferior, sobre masas rocosas, por donde corren conejos, y entre árboles, aparecen castillos. Una moldura calada, de la que apenas quedan restos, corría a lo largo de la parte inferior de las jamás y festoneaba el arco trilobulado. Los otros siete nichos de este cuerpo principal son cajas cuadradas repletas de tracerías góticas, estando sus interiores enmarcados por columnillas, sobre las que apoyan arcos lobulados, de cuyas arquivoltas, penden finos calados. Todo denota una verdadera labor de filigrana.
La hornacina principal está ocupada por San Juan Bautista vestido con túnica, y sobre ella lleva un una piel de camello, cuya cabeza, pendiente en un extremo, queda a sus pies. Esta piel, terciada sobre el hombro, se anuda por el muñón de una pata a modo de fíbula, detalle que veremos repetido en todas las demás representaciones del Santo en este retablo. La escultura está concebida conforme al modelo que, iniciado en el siglo XVI, creó patrón. Un gran manto, de pliegues angulosos y duros, cubre la parte inferior de la escultura, recogiéndose sobre el brazo izquierdo en fuertes dobleces que medio ocultan el libro, en el que descansa la figura del cordero. Por debajo, unas piernas fuertes y nervudas, señalan un movimiento de avance. Con el brazo derecho señala al cordero. Se acusa en este brazo fuerte modelado, y el escultor ha sabido marcar detalles de músculos y venas, no sin cierta seguridad y realismo. La cabeza, enérgica y fuerte, sin dejar de estar influida de goticismo, muestra un valor menos hierático. Esta tipología de San Juan Bautista florecerá en Valladolid en siglos posteriores. Un ejemplo lo tenemos en la escultura realizada por Juan de Ávila para el Oratorio de San Felipe Neri, y que actualmente se encuentra en el Museo Diocesano.

RELIEVES DEL CUERPO PRINCIPAL
Bautismo de Cristo
Se encuentra en el ático rematando el retablo. San Juan, rodilla en tierra, tiende el brazo derecho y derrama el agua sobre Jesús, quien en medio del río, junta sus manos en actitud orante. A la derecha de la composición, un ángel sostiene la túnica del Mesías. Al fondo dos castillos y los consabidos ventanales góticos que hemos de encontrar en todos los cuadros. El arco rebajado que cierra el nicho por su parte superior, no apoya sobre columnillas como los demás, sino sobre medias cañas ocupadas por dos estatuas, bajo chambranas, colocadas sobre pedestales poligonales: la de la derecha representa a Santa Catalina, y la de la izquierda a una Santa fundadora, o acaso Santa Bárbara.

El Nacimiento de San Juan Bautista
En el cuerpo de la derecha empieza a representarse la vida del Bautista, siguiendo un riguroso orden cronológico. En el cuadro superior, la escena del Nacimiento de San Juan Bautista, animada y bien compuesta: el anciano Zacarías duerme sentado en un sillón junto a la cabecera de la cama, donde Santa Isabel, incorporada, recibe al niño que, envuelto en fajas, le presenta una dama ricamente ataviada. Completan la escena, otra mujer portadora de un jarro y un vaso, y otras dos como espectadoras.

La Predicación en el desierto
El cuadro siguiente efigia la Predicación de San Juan en el desierto. La figura del Santo aparece rodeada de oyentes. Para equilibrar la composición, dos mujeres sentadas en primer término, escuchan con interés. Trazando una vertical por el centro de este cuadro, queda dividido en dos partes exactamente iguales en cuanto a disposición y número de figuras, correspondiéndose las actitudes de éstas. Columnas decoradas con estrías sostienen el arco; este mismo detalle decorativo aparece en todas las demás.
San Juan Bautista en prisión
El cuadro inferior se refiere a la prisión de San Juan. El precursor, con las manos esposadas, va a entrar en la cárcel; sobre su hombro queda, para indicarnos que allí existió otra figura, el brazo del soldado que le empujaba. Algunos detalles de las figuras muestran el esmero de estas tallas: trajes magníficos y complicados, tocados variados y extraños, actitudes diversas en perfecto acorde con el momento, movilidad expresiva, profundidad en el plegado de los paños, consiguiendo acentuar el claroscuro, y un sentido valor pictórico en todo el conjunto hábilmente dispuesto.

El martirio de San Juan Bautista
El cuadro superior de la izquierda, representa el suplicio de San Juan. El Santo aparece arrodillado a la puerta de un castillo, análogo al que se ve en el cuadro anterior. El verdugo va a descargar el golpe y Salomé espera el desenlace. Detrás de ella, una mujer que lleva un vaso y varios soldados, ocupan el fondo de la escena.

Presentación de la cabeza de San Juan Bautista a Herodes y Herodías
En el cuadro siguiente Herodías y Herodes reciben la cabeza del Bautista que trae Salomé. Al lado de Herodes un comensal con una copa en la mano en actitud de beber; al lado de Herodías otro personaje a quien parece asquear la escena; un paje en pie, es testigo del acontecimiento.

El Entierro del Bautista
El cuadro inferior de la izquierda representa el Entierro de San Juan Bautista. Es una escena hábilmente tratada y de gran realismo. En primer término, el cuerpo de San Juan tendido al lado de la fosa; a la derecha, un anciano, y a su lado, una mujer apoyada en una muleta y el brazo en cabestrillo; unos hombres al fondo, y a la izquierda, otra mujer que tiene un niño en los brazos. Estos detalles se refieren, con toda seguridad, a los milagros que obró el Santo después de su muerte. Hay señales de haber existido otras dos figuras más a los pies de San Juan y en un primer término.


RELIEVES DEL BANCO
Estos relieves del banco son de una mano diferente a los del resto del retablo. Las figuras que componen cada una de las tres que ocupan el banco están talladas en un solo trozo de madera; las de los cuadros superiores, por el contrario, están talladas separadamente y después, con ellas, se ordenó la composición. A modo de curiosidad señalar que algunas de las figurillas de las escenas del banco son totalmente exentas, con lo que se podrían colocar a gusto dentro de cada escena, con lo cual se permitían rectificaciones en las mismas. Las figuras de la parte alta están ataviadas con vestidos de época, a excepción de la de San Juan; las del banco por el contrario, visten las clásicas túnicas. Otra de las diferencias es el uso del canon, mientras que en las figuras del banco, a pesar de su rigidez, son esbeltas y de caras alargadas; las de arriba, son algo achaparradas y de cara cuadrada. El plegado de paños, es más natural en los relieves del banco, y aunque todavía son duros, sin embargo, los pliegues no están limitados por líneas rectas angulosas, como ocurre en los superiores. El modo de tratar el pelo en las figuras del banco, revela cierta libertad y naturalidad, mientras que, casi todas las figuras de la parte alta, sobre todo las masculinas, nos muestran los mismos mechoncitos sobre la frente.

El Lavatorio
Aparece Cristo arrodillado, lava los pies de Pedro, que está sentado, con las manos juntas. En segundo término, los demás apóstoles, que forman un apretado grupo, en el que no se individualizan las figuras. Cada uno revela un diferente estado de ánimo, como puede observarse en detalles de este grupo.

La Piedad
El cuadro central representa la Piedad, composición traza siguiendo las normas de grupos análogos de esta época. María aparece cubierta con un gran manto; abraza en su regazo el cuerpo rígido de Jesús, cuya cabeza sostiene San Juan entre sus manos; a la izquierda de la Virgen, la Magdalena, contempla en actitud dolorida.

La Santa Cena
Al fondo y en el centro, Jesús bendice el pan. Los apóstoles, perfectamente diferenciados por la variedad y multiplicidad de detalles, aparecen atentos a lo que hace el Maestro.


PARTE PICTÓRICA
También en cuanto a la pintura tenemos dos zonas claramente diferenciadas. Por una parte están las de las alas del cuerpo principal. Cada una de las puertas pintadas, muestra el tema que representa, divido en dos paneles verticales por medio de una finísima columna que no rompe la unidad de la escena pero parece querer separar, a los protagonistas, en dos grupos de personajes. Desde antiguo se vienen atribuyendo a Quentin Metsys o a un seguidor suyo conocido como “Maestro del Tríptico Morrison”, que recibe este nombre por el apellido del antiguo propietario del tríptico de la Virgen con el Niño y dos ángeles músicos que hoy puede verse en el Museo de Arte de Toledo (Ohio, U.S.A., núm. 54,5 A-C)
Nieto Gallo cree que puede tratarse de una obra de Adriaen Skilleman, discípulo de Metsys, pero el hecho de no conocer ninguna pintura de este artista hace difícil esta atribución. Valentiner cree poder identificar al anónimo Maestro del Tríptico Morrison con un pintor de nombre Simon van Haarlem. En los colores empleados abundan los de tonalidades cálidas, con predominio de los rojizos por lo que la Virgen, tocada de blanco y vestida con túnica y manto azules, queda muy destacada. Los ángeles, en lo alto de la tabla, con las alas en los mismos tonos de sus túnicas, aportan una exquisita elegancia de matices.
La Adoración de los pastores ocupa la puerta izquierda. Los personajes se disponen a cada lado de la rústica cuna de madera sobre la que está tendido el Niño. El escenario abre, al exterior, a través de un amplio arco que cobija dos más pequeños sobre los que cabalga un óculo que permiten ver el paisaje del fondo, con menudas figurillas que representan el “Anuncio a los pastores”. La Adoración de los Magos, de la puerta derecha, muestra los personajes, del grupo principal, de forma escalonada, con las cabezas dispuestas siguiendo una línea oblicua. Por el fondo llegan los que componen el séquito de los Magos.
El exterior, con la Misa de San Gregorio, se repite entre las dos puertas; la diferencia de calidades, con las que se aprecian en las pinturas del interior, obliga a pensar en la intervención muy amplia de artista menos dotado y, probablemente, también de la escuela de Amberes.

Por otro lado están las pinturas de las alas del banco, que fueron realizadas por un pintor castellano influido por Pedro Berruguete. Por dentro las dos tablas efigian a los donantes con su familia, y San Jerónimo y San Agustín; por fuera, San Marcos, San Francisco, Santo Domingo y San Lucas. Su fecha rondará el año 1500.

BIBLIOGRAFÍA

MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid I, Catálogo Monumental de la Provincia de Valladolid. Tomo XIV, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1985.

NIETO GALLO, Gratiniano: El retablo de San Juan Bautista de la iglesia del Salvador, de Valladolid: ¿Quentin Metsys o Adriaen Skilleman?, B.S.A.A., Tomo V, 1936-1939, pp. 47-70.

VV.AA.: Las Edades del hombre. El arte en la Iglesia de Castilla y León (Exposición. Valladolid, 1988-1989), Valladolid, 1992.

jueves, 8 de noviembre de 2012

EL MONASTERIO DE SAN JOAQUÍN Y SANTA ANA: GOYA Y BAYEU A UN PASO DE LA PLAZA MAYOR


En pleno centro de Valladolid, en la monasterio de San Joaquín y Santa Ana (que ya por sí solo merece una visita), que dentro de unos días cumple 225 años, se custodian los únicos lienzos debidos a los pinceles de Francisco de Goya que existen en Castilla y León. Esto no quiere decir que no existieran más puesto que para el Colegio de las Calatravas de Salamanca pintó, para sendos retablos de la iglesia, otros tres óleos, desaparecidos durante la Guerra de la Independencia.
 

Salamanca. Colegio de las Calatravas
El conjunto pictórico existente en la iglesia está formado por las tres pinturas realizadas por Goya (Santa Ludgarda, La muerte de San José y Los Santos Bernardo y Roberto), en el lado de la epístola, y otras tres realizadas por su cuñado Ramón Bayeu (Santa Escolástica, La Inmaculada con San Francisco de Asís y San Antonio de Padua y San Benito), éstas en el del evangelio. La historia de todas estas pinturas comienza recién acabada la reconstrucción del monasterio, costeada por la Hacienda Real. Las obras del nuevo monasterio se alargaban y mientras las monjas se impacientaban por regresar a él, aun así no lo hacían porque consideraban que la iglesia no estaba finalizada, puesto que los seis retablos laterales carecían de imágenes. Por ello solicitaron que “inmediatamente se pinten y ejecuten dichas pinturas en la prontitud que exige la necesidad”. Sabatini, máximo responsable de las obras, contestó que no estaban incluidos en el proyecto ni en el presupuesto “los adornos y muebles de la Iglesia y Monasterio, porque supuse, como lo hago siempre, que continuarían en servirse de los antiguos, o que los costearía la comunidad de sus fondos si necesitase renovarlos”. Pero las cuatro pinturas para altares que tenía la comunidad, además de ser insuficientes en número, no podían utilizarse para este fin porque sus dimensiones excedían las de los nuevos retablos-marco (en torno a 220 x 150 cm.).
Tipología de los nuevos retablos-marcos para las pinturas de Goya y Ramón Bayeu
En el convento aún se conservan varios cuadros que pudieron formar parte de esos cuatro altares. Uno de ellos es el de San Joaquín y Santa Ana llevando a la Virgen al templo (325 x 261 cm.), obra del primer cuarto del siglo XVII cercana a los estilos de Bartolomé de Cárdenas y a Blas de Cervera. Aún sopesando la posibilidad de que fuera una de las pinturas que conformaban los laterales de la iglesia, con casi toda probabilidad fuera el que formaba el retablo mayor de la misma. Otro es el de San Benito y San Bernardo adorando al Santísimo Sacramento (245 cm. de ancho), obra seguramente de Gregorio Ferro, el cual pintó un cuadro similar para el altar mayor del Convento del Sacramento de Madrid. Ambos lienzos son de tal tamaño que no pueden guardarse en ninguna sala del convento, por lo cual el primero se encuentra instalado en el hueco de la escalera del Museo, y el segundo en el hueco de la escalera de la clausura. Además existen otros dos cuadros de similar tamaño (y que no podrían colocarse en los nuevos retablos) que pudieron pertenecen al referido conjunto de cuatro pinturas que existían en la antigua iglesia. Se trata del Cristo vestido de sacerdote (234 x 186 cm), obra relacionada con el estilo de Felipe Gil de Mena; y un Cristo de Burgos (249 x 188), óleo firmado por Mateo Cerezo.
San Joaquñin y Santa Ana llevando a la Virgen al templo. Atr. Blas de Cervera y Bartolomé Cárdenas
San Benito y San Bernardo adorando al Santísimo Sacramento. Atr. Gregorio Ferro
Madrid. Iglesia del Sacramento. San Benito y San Bernardo adorando al Santísimo Sacamento. Imagen tomada de http://www.viendomadrid.com/2010/03/catedral-castrense-de-las-fuerzas.html
Cristo vestido de Sacerdote. Atr. Felipe Gil de Mena
Cristo de Burgos. Mateo Cerezo
El 12 de abril de 1787 Sabatini propuso que “en caso de acceder S.M. a la solicitud de la Comunidad, podrán encargarse los seis que se necesitan a los pintores don Ramón Bayeu y don Francisco de Goia respecto de que gozan sueldo y tengo confianza de su habilidad a quienes luego que se les pase la orden daré las dimensiones y noticias que necesitan para su desempeño”. Semanas más tarde, el 6 del junio siguiente, Goya hablaba del encargo a su amigo Martin Zapater: “para el día de Santa Ana, an de estar tres cuadros de figuras del natural colocados en su sitio y de composición, el uno el tránsito de San Josef, otro de San Bernardo y otro de Santa Ludgarda y aún no tengo nada empezado para tal obra y se a de hacer porque lo ha mandado el Rey con que mira si estaré contento”.
Martín Zapater retratado por su buen amigo Goya
Algunos autores han visto en el encargo una especie de concurso entre pintores, ya que tras ser Ramón Bayeu excluido de los trabajos en San Francisco el Grande se ha llegado a pensar que nunca perdonaría a Goya. Si nos damos cuenta, en este trabajo de San Joaquín y Santa Ana al que primero se menciona es a Ramón, no sólo eso, sino que además sus lienzos son los que están colocados en el lado del evangelio, lo que posiblemente nos indique que su posición fuera predominante respecto a Goya.
No se conoce quien decidió los temas que habían de representarse en las pinturas, aunque se ha pesando que fuera el mismo Sabatini. Cuatro de los lienzos forman parte de un programa totalmente adecuado a la orden Bernarda propietaria del monasterio, pues se dedican a santos benedictinos y cistercienses, en “paridad” de orden religiosa y de género. Tres de ellos, San Benito, Santa Escolástica –ambos en el lado del Evangelio– y San Bernardo, fueron fundadores, mientras que Santa Ludgarda –en el lado de la Epístola, al igual que el anterior– se distinguió por sus visiones místicas. Entre ellos se intercalan, ocupando la posición central en cada lado, un tema de la Virgen y otro de San José. La elección de la Inmaculada Concepción, acompañada por San Francisco y San Antonio de Padua –obra de Ramón Bayeu, al igual que las otras dos pinturas del lado del Evangelio– resulta lógica en un ámbito dedicado a los padres de la Virgen. En correspondencia con el lienzo mariano, se alza la Muerte de San José.
Francisco deGoya. San Bernardo y San Roberto socorriendo a un pobre
Francisco de Goya. El tránsito de San José
Francisco de Goya. Santa Ludgarda
Ramón Bayeu. San Pablo Ermitaño
Ramón Bayeu. Santa Escolástica
Ramon Bayeu. La Virgen con San Francisco de Asís y San Antonio de Padua
En referencia al cuadro de la Muerte de San José hay que reseñar que no fue la única vez que Goya trató el tema, puesto que en ese mismo año de 1787 se fecha un boceto con idéntica iconografía. No sabemos a que cuadro correspondería el boceto, quizás fuera una primera idea para realizar el de Santa Ana, si bien nada tiene que ver uno con otro, asique todo indica que Goya debió de realizar otra obra representando la muerte del santo.

La muerte de San José (1787). Flint Institute of Arts, Estados Unidos
La presencia de una pintura dedicada al padre adoptivo de Cristo en este contexto pudo estar determinado por la devoción del monasterio vallisoletano, para componer, en unión de la representación de la Virgen y de los padres de ésta, una evocación del tema de la Sagrada Parentela, aunque la comunidad ya poseía un cuadro representando a la sacra familia. Entre los fondos del convento también se encuentran dos esculturas de San José, además de varias pinturas con escenas en las que participa.
San José con el Niño. Primer cuarto siglo XVIII. Escuela madrileña
San José. Primera mitad siglo XVII. Anónimo
San José con el Niño. Siglo XVIII. Anónimo
San José con el Niño. Anónimo
Hay que reflejar que los rostros del lienzo del Tránsito de San José representan a la familia de Goya. Por lo tanto Jesús sería el propio Goya, pero no solo eso, sino que además la fisionomía del cuerpo de Cristo correspondería a la de Goya. La Virgen efigiaría el rostro de la madre de Goya (Gracia Lucientes), y San José la del padre (José Goya). El rostro de San José es tan terrible que me lleva a pensar que Goya pudiera haber presenciado esa misma escena.
Los lienzos pintados por Goya han tenido tanto defensores como detractores. Mayer, Sánchez Cantón o Camón Azar entre los primeros. Éste último llegó a hablar de ellos como uno de los conjuntos más armoniosos de la pintura española. Viñaza, Von Loga o Beruete, por el contrario, han llegado a difamarlas y dudar de su originalidad, ya que según Beruete las monjas encargaron unas copias en la Revolución de 1868 para salvaguardar los originales, aunque de estoy no hay otras noticias. Yo por supuesto me sumo a los tres primeros puesto que son obras de una calidad y originalidad fuera de dudas, además si hay tres nombres reconocidos por la historiografía del arte en España son los de los tres primeros.
Para acabar pongo aquí un fragmento escrito por Francisco de Cossío en el cual describe los cuadros: “No existen en Valladolid otras obras pictóricas que posean el interés de estos tres Goyas de Santa Ana. Representan los lienzos a San Bernardino, Santa Ludgarda y el Tránsito de San José. Le fueron encargados por el rey el año de 1787, y Goya debió pintarlos con cierta precipitación, pues la obra había de estar terminada en la fiesta de Santa Ana, y aún no se había comenzado en los primeros días de junio. Sin embargo, acusan la técnica sólida y segura del maestro, que ya en un período de madurez pinta con suprema facilidad; y, dentro de los caracteres de la pintura religiosa de este artista, presentan algunas notas especiales, de sumo interés, para estudiar un momento, quizá, único en su técnica. Admira en estos tres lienzos el equilibrio que se observa entre las ideas y el medio de expresión, y en la Santa Ludgarda, especialmente, blanca figura envuelta en una dulce claridad, ultraterrena, llega el pintor a la cumbre de la inspiración mística”.

BIBLIOGRAFÍA
  • ÁLVAREZ VICENTE, Andrés y MARTÍN PÉREZ, Fernando: Historia de la Cofradía del Santo Entierro. Sede y pasos, Cofradía del Santo Entierro, Valladolid, 2010
  • COSSIO, Francisco de: Guía de Valladolid y provincia (1922), Grupo Pinciano, Valladolid, 1990
  • REDONDO CANTERA, María José: La “Muerte de San José”, de Goya, en el monasterio de San Joaquín y Santa Ana de Valladolid. Propuestas para sus fuentes, Estudios de historia del arte: homenaje al profesor de la Plaza Santiago, Valladolid, 2009, pp. 245-252