miércoles, 4 de enero de 2023

El San José con el Niño (Juan Alonso Villabrille y Ron, h. 1725) del Museo del Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana

 

En estas fechas navideñas queremos acercaros una exquisita pieza que puede verse durante todo el año el Museo de San Joaquín y Santa Ana de Valladolid –museo por el que siento un profundo afecto y que os animo a visitar si no lo conocéis, y si lo conocéis a volver a ver porque es ese gran desconocido de la ciudad– y que no es otra que un pequeño grupo San José con el Niño de madera policromada y soberbia factura que Martín González y Plaza Santiago atribuyeron al insigne escultor cortesano Juan Alonso Villabrille y Ron (1663-1732), conocido tan solo por su Cabeza degollada de San Pablo del Museo Nacional de Escultura y por ser el maestro de Luis Salvador Carmona (1708-1767) cuando en realidad fue el gran escultor del momento en la Corte y sin duda uno de los más destacados de todo el país.

La escultura es un perfecto exponente de la sensibilidad que pregona la escultura barroca dieciochesca –llegando en cierto modo a preludiar el Rococó–, en la que se destaca el aspecto amable y refinado, la gracia, la belleza formal, la elegancia compositiva, así como la renuncia absoluta a los aspectos cruentos y patéticos. Se trata de una imagen espontánea, llena de dulzura, en la que el Padre lleva en brazos a su Hijo, al cual lanza una mirada amorosa que es correspondida por el infante con una sonrisa y un intento de acariciarle la barba.

San José, que es representado como una persona joven, según fue habitual en el Barroco –momento en el que esta iconografía gozó de gran éxito–, aparece efigiado en una posición inestable y pintoresca sobre una peana conformada por nubes y cabezas aladas de serafines. Mantiene las piernas abiertas, realizando un contrapposto, de suerte extiende la pierna derecha y dobla la izquierda, cuya rodilla se remarca bajo la túnica. Posee un rostro idealizado que exhibe bonhomía y un hondo valor espiritual, además de una ternura y delicadeza muy en la línea de la escultura cortesana del momento. Las facciones están modeladas con finura y detallismo, de suerte que la piel acusa blandura en las mejillas. La cabeza presenta ojos pequeños de cristal, nariz estrecha y larga, y boca pequeña y cerrada. Peina bigote y barba ralos, terminando esta última en dos suaves mechones afrontados. A los lados del rostro se despliegan grandes melenas con onduladas guedejas pormenorizadas, mientras que sobre la frente caen unos finos mechones diagonales. Las manos del santo son plenamente naturalistas ya que define con realismo las articulaciones, las uñas y hasta las huellas de las palmas. Por desgracia alguno de los dedos se ha quebrado. Viste túnica corta de tonos rojizos, manto (verde por dentro y crema por fuera) que le cubre la espalda y se le enrosca en los brazos, y botas altas. Los pliegues que animan las vestimentas poseen escaso resalte, aunque en el manto adquieren un ritmo serpenteante.

Por su parte, el Niño, de anatomía naturalista, aunque con las formas rollizas que caracterizan a los infantes, se haya en dinámica posición ya que con una mano intenta agarrar la túnica del Padre, con la otra le quiere acariciar el rostro, y, además, sube y baja las piernas en travieso ademán. Posee una cabeza voluminosa, en la que destacan los potentes pómulos rosáceos y el mentón. El pequeño emana una gracia dieciochesca en la que resalta lo bonito y lo preciosista.

Este encantador grupo escultórico es casi idéntico a un San José con el Niño que se conserva en la iglesia de San Ginés de Madrid y a otro que atribuido a la Escuela Granadina pudo verse hace algún tiempo en el mercado artístico.

San José con el Niño conservado en la iglesia de San Ginés de Madrid
San Ginés visto hace tiempo en el mercado artístico

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