En Colección Particular, y a la venta, se encuentran estas formidables esculturas de San Francisco de
Asís (86 cm) y Santa Clara (90
cm), realizadas en madera policromada hacia 1725-1739 por Pedro de Ávila (1678-1755), la gran figura de la escuela
vallisoletana del primer tercio del siglo XVIII, y, asimismo, uno de los
maestros más destacados e innovadores de España durante ese mismo periodo
puesto que a él se debe la introducción en Castilla del pliegue a cuchillo o pliegue
berninesco, llamado así por ser Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) su creador. A
la altísima calidad de la labra, especialmente patente en detalles como el
realismo con el que ha concebido los rostros y las manos, y la destreza con la que
ha logrado adelgazar los pliegues hasta convertirlos en finas láminas de
madera, se suma la suntuosa policromía, a buen seguro obra de alguno de los
mejores policromadores locales del momento, caso de Antonio Barreda (1658-1727),
Manuel Barreda (1681-1757), Cristóbal Martínez de Estrada (1677-1735), o Santiago
Montes (ca.1674-1742). El escultor se ha servido de un lenguaje realista y
expresivo, focalizando todo su interés en la consecución virtuosista de las
cabezas y de las manos porque en ellos apoya todo su lenguaje expresivo,
místico en el caso de San Francisco, y algo más dulce y amable en el caso de
Santa Clara. La precisión con la que ha concebido las manos, que exhiben un
blando modelado, le lleva a detallar las falanges, uñas, venas y hasta las líneas
de las palmas.
Ambos
santos son retratados erguidos en idéntico ademán, de suerte que elevan el
brazo izquierdo, en cuya mano sostienen su atributo más característico (un
Crucifijo en el caso de San Francisco y una custodia en el de Santa Clara),
mientras que con la mano derecha realizan un gesto declamatorio. Visten el
típico hábito franciscano, compuesto por una túnica, ricamente policromada y
estofada con motivos vegetales esgrafiados, ceñida por un cordón, y unas
sandalias, a lo que San Francisco añade una capucha echada sobre la espalda. A
pesar de la frontalidad con la que han sido concebidos, Ávila ha sabido
dotarles de dinamismo a través de una composición abierta y asimétrica basada
en la disposición de las articulaciones en distintos planos y alturas. La utilización
en la parta baja de las túnicas de pliegues muy aristados también les aporta
vitalidad, al tiempo que les confiere un carácter pictórico debido a los juegos
de luces y sombras que se provocan.
Ambas
esculturas muestran los clásicos estilemas de Ávila: ojos
almendrados y con un pequeño abultamiento en la parte inferior de los mismos; narices
rectas, potentes, geometrizadas, y con el tabique nasal ancho y aplastado;
aletas nasales levemente pronunciadas, y fosas perforadas para aportar mayor realismo.
Las bocas se mantienen entreabiertas, insinuándose los dientes e incluso la
punta de la lengua. Los labios son muy finos, con las comisuras pronunciadas, y
el surco nasolabial muy marcado. También es característico de Ávila la
disposición de los pies en un ángulo de 90º y separados por un fino pliegue
de la túnica; así como la disposición de los dedos de las manos
según un patrón que repetirá incesantemente: el pulgar y el meñique siguen un
movimiento natural, el índice y el medio forman una “V”, y el anular se dobla
hacia abajo. Además, Santa Clara presenta las características propias del
modelo femenino del escultor: rostro idealizado de aspecto juvenil, con una
ligera papada y potente mentón, y amplias masas de cabellos que caen sobre el
pecho, aludiendo a la femineidad de la retratada, y melenas serpenteantes extendidas
sobre la espalda a la manera de Gregorio Fernández.
SAN FRANCISCO
San
Francisco (1181/1182-1226) ha sido concebido arrobado, como en éxtasis ante la
contemplación del Crucifijo. En sus manos y en el costado son visibles las
llagas impresas durante su estigmatización. Las llagas de los pies no se
aprecian debido a las sandalias. No fue esta la única ocasión en la que Ávila
acometió la representación del santo de Asís puesto que en 1724 realizó La estigmatización de San Francisco para
la Venerable Orden Tercera de la localidad vallisoletana de La Seca. En su mano
derecha exhibiría un Crucifijo, mientras que con la izquierda realiza un típico
gesto declamatorio que a la vez le sirve para mostrarnos la llaga. Su rostro,
de demarcadas y enjutas facciones, muestra un semblante ascético-místico de
honda y angustiosa espiritualidad que se refleja en las cejas enarcadas, los
ojos entornados y la boca entreabierta. Luce una amplia calva con tan solo unos
mechones en los laterales y otro en la frente, y una barba bífida corta.
SANTA CLARA
Santa
Clara (1193-1243) figura en un ademán similar al de su hermano, sin embargo, en
este caso no aparece arrobada ante el Crucifijo sino exhibiendo una custodia
que hace referencia a su milagro más conocido: en 1240 los musulmanes asaltaron
el Convento de San Damián, del cual era abadesa, y logró rechazarles con tan
solo colocarse en la puerta del cenobio exhibiendo la custodia, de la que salió
una voz que decía “Yo os guardaré siempre”. Ávila ha concebido a la santa en
una representación un tanto inusual debido al aspecto juvenil que la ha
otorgado puesto que lo más frecuente es verla como una mujer madura y con la
cabeza cubierta por una toca y un velo. Su rostro presenta un sentimiento
místico más elevado, con una amplia sonrisa, y dotado de una gracia, ternura y
delicadeza muy en la línea de la escultura dieciochesca, a lo cual también
contribuye el suave refinamiento de toda la pieza. La cabeza no solo presenta
los característicos rasgos de Pedro de Ávila, sino que está íntimamente relacionada
con las de la Magdalena que talló
para Matapozuelos, y la Virgen de la
Anunciación conservada en Renedo, con amplia frente y pelo distribuido
simétricamente, cayendo en largas y onduladas guedejas hasta el pecho.
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