martes, 3 de septiembre de 2013

EL ESCULTOR JUAN GURAYA URRUTIA (1893-1965). Vida y obra del "maestro de la Sagrada Cena"


El escultor Juan Guraya Urrutia, aunque perteneciente a la escuela vasca, ocupa un lugar fundamental dentro de la imaginería vallisoletana del siglo XX al tallar, para mi gusto, el paso más importante y de mayor calidad después de todos los elaborados por la escuela vallisoletana durante los siglos XVII y XVIII.
Juan Guraya Urrutia ocupa un merecido lugar entre los maestros de la imaginería vasca, siendo su “gubia litúrgica”, como la denominó Mario Ángel Marrodán, de gran perfección. Cultivó fundamentalmente la escultura religiosa, aunque también tocó las obras de carácter civil y cultural entre las que cabe citar varias esculturas del Capitolio de la Habana o el monumento a los marinos mercantes de la misma capital cubana, el monumento a la Reina María Cristina en San Sebastián. De su legado quedan obras en Getxo (como las tallas de la parroquia de San José de Romo o las de la iglesia  de Las Mercedes), Elorrio, Deusto, Bilbao, La Habana, Texas, y por supuesto Valladolid.

Juan Guraya Urrutia
Juan Guraya Urrutia, que nació en Bilbao en 1893, inicia su formación artística a los once años, cuando circunstancias familiares obligaron a que dejara el Colegio en donde recibía enseñanza básica para ponerse a trabajar con su padre, un reconocido ebanista de cuyas manos salieron los espléndidos muebles que llenaron los salones de los palacios y chalets de Getxo y Bilbao a comienzos del siglo XX.
Fue precisamente en uno de estos palacetes, el perteneciente a la familia Lezama-Leguizamón, situada en la cornisa de Arriluce, entre Algorta y Las Arenas, donde las habilidades del joven Juan Guraya fueron percibidas por primera vez por alguien que, por fortuna para él, tenía los medios económicos y la intuición suficientes para considerar que las virtudes potenciales del aprendiz de ebanista Guraya debían ser desarrolladas y estimuladas.

Buen Pastor (La Peña-Bilbao. Iglesia del Buen Pastor)
Busto a mi nueva hija (Las Arenas)
Busto de Elosegui (Tolosa)
Busto de Insausti (Tolosa)
Esta persona fue la Sra. de Lezama-Leguizamón, la cual hizo reanudar los estudios al muchacho, tras pasar cuatro años como ayudante de su padre. En el Colegio de los Padres Salesianos de Barakaldo, en donde ingresó, empezó a manifestar su interés por la escultura y a evidenciar unas cualidades apreciables para su práctica. Hasta el punto estaba clara esta vocación que los propios Salesianos sugirieron que Juan Guraya fuera trasladado a su Colegio de Sarriá, en Barcelona, para dedicarse allí exclusivamente al arte. Ni él, ni su padre, ni su mecenas encontraron desacertada la propuesta, de modo que hacia los diecisiete años ya estaba en Barcelona especializándose.
Su aprendizaje catalán no duró más de tres o cuatro años, ya que tras ese tiempo regresó a Bilbao. Pudo deberse a su carácter independiente, deseoso de no sujetarse a demasiadas normas rígidas y a aprendizajes rutinarios, ya fuera por insatisfacción personal o por la distancia que le separaba del País Vasco, el hecho fue que puso fin a esa experiencia, con lo que perdió el amparo y la pensión de los que hasta entonces habían sido sus protectores.

Busto de San Francisco (Bilbao. Padres Franciscanos)
Busto de su hermana (Bilbao)
Cabeza de Cristo (Bilbao)
Cristo abrazando a San Bernardo (Bilbao. Padres Franciscanos)
No resulta apreciable en la escultura de Guraya una influencia catalana adquirida en estos momentos en que Barcelona era sede de una intensa actividad escultórica representada por Eusebi Arnau, Enric Clarasó, Josep Clará, Josep Llimona, Carles Maní y otros muchos. Referencias familiares, sin embargo, dan cuenta de una relación con Miquel Blay. Podría decirse que Guraya pudo adoptar de este grupo de artistas modernistas y simbolistas el gusto por dotar a la escultura de la capacidad transmisora de variados conceptos espirituales o religiosos.
De nuevo en Bilbao, con cerca de veinte años, se aproximó al entorno de la Escuela de Artes y Oficios de Achuri, en la cual vivían todo su apogeo una generación de escultores, como Quintín de la Torre, Moisés Huerta, con quien Guraya colaboró en Cuba erigiendo monumentos públicos, Higinio Basterra, a quien ayudó a partir de 1913 en el Monumento a los Niños del Ensanche, para el cementerio de Derio, así como en uno de los más populares Gargantúas de Bilbao y también en las cuadrigas del Banco de Bilbao en Madrid, Federico Sáenz… Trabajó, asimismo, durante 1918-1919 con León Barrenechea en la realización del Monumento a la Reina María Cristina, en San Sebastián.
Antes de asentar su carrera se esforzó por informarse en aquellos lugares en donde creía poder encontrar las claves que le ayudaron a centrarse para realizar “su escultura”. De esta manera, realizado el servicio militar, se trasladó a Madrid y colaboró con escultores como Mateo Inurria y Collaut Valera, quien en colaboración con el arquitecto Muguruza ganó en 1923 el concurso para el Monumento al Sagrado Corazón de Bilbao. No debió de sentirse muy satisfecho con lo que Madrid le proporcionaba y regresó a Bilbao, si bien fue únicamente para volver a salir, esta vez en dirección a París.

Cristo Crucifiacdo (Santurce. Colegio de San Francisco Javier)
Cristo Crucificado (Bilbao. Padres Franciscanos)
Cristo Crucificado (Etxebarri. Iglesia de San Esteban)
Cristo Crucificado (Romo-Getxo. Iglesia de San José Obrero)
Si París, tras Barcelona y Madrid, era en verdad la meta acertada por ser el centro artístico que más actividad renovadora y creativa desarrollaba en la Europa de aquel momento, sin embargo, ello no quiere decir que Guraya entrara de lleno en esos ambientes experimentadores. Bien al contrario, se mantuvo en un clima de relaciones bastante similar al que podía haberse creado en cualquier ciudad de provincias.
El paso por la capital francesa pone de manifiesto un hecho que merece la pena destacar: un artista puede encontrarse en el centro de la vorágine creativa y renovadora más potente y mirar tranquilamente en dirección contraría sin percatarse de qué está sucediendo a su alrededor, o bien de percatarse pero no llegar a sentir interés por ello.
El contacto más importante, por su posterior repercusión, fue el realizado con el escultor ruso-francés Droucker. Casi con seguridad él fue el responsable del viaje que Guraya realizó a Cuba en 1924. En la isla realizó varios monumentos públicos (al Maine, al General Máximo Gómez –ambos en colaboración con Moisés Huerta–, a la Marina Mercante…) y, sobre todo, colaboró en la decoración escultórica del Capitolio, llevada a cabo junto con Droucker y el también escultor Angelo Zanelli. Además, trabajó para diversos particulares, así como para órdenes religiosas como las Clarisas y los Franciscanos que ya le empezaban a demandar una iconografía religiosa que después se haría habitual en él. Con todo, el mundo de imágenes religiosas no le era ajeno, puesto que su primera obra conocida, aunque desaparecida, es un busto de Baltasar.

San Francisco Javier yacente (Elorrio. Panteón de la Familia González Lund)
Detalle de San Francisco Javier yacente
San José y el Niño (Santurce)
De la isla pasó al continente; México y Estados Unidos conocieron de su trabajo, y como prolongación de los encargos religiosos, realizó una Nuestra Señora de Fátima para la iglesia de los Padres Oblatos de San Juan, en Texas.
Al regresar a Bilbao recibió encargos para ejecutar él solo y otros paralelos para colaborar ocasionalmente con los Basterra, Huerta, Torre y otros, además de mantener relaciones con Victorio Macho, Julio Beobide, Enrirque Barros, Juan de Avalos, Garrós, Larrea… Como se puede observar, su círculo de amistades y relaciones explican parte del por qué de su escultura.
Su colaboración fue demandada por diversos arquitectos para detalles de ornamentación escultórica de los edificios que proyectaban, siendo concretamente edificios de carácter público en su mayoría. Así, Antonio Araulce le encargó el escudo de la fachada del Ayuntamiento de Getxo; Emiliano Amann le solicitó seis piezas para el Colegio de los Salesianos de Deusto, distribuidas por fachada, patios y capilla; colaboró también con Amann en el Hospital de San Juan de Dios, de Santurce, en la parroquia del Buen Pastor, en La Peña-Bilbao, en las Trinitarias de Deusto, en la parroquia de San Bartolomé y otras más; por encargo de Manuel María Smith trabajó para la parroquia de Echévarri, y para la de San Luis Beltrán, en Torre-Urizar, Bilbao; Ricardo Bastida le encomendó en 1916 el frontón con cuarenta y dos figuras de las Escuelas de Félix Serrano, en Indauchu-La Casilla, Bilbao.

Piedad Izaguirre de Urquijo (Deusto-Bilbao)
San Luis Beltrán (Bilbao. Iglesia de San Luis Beltrán)
Santísima Trinidad (Lejona. Iglesia de San Bartolomé)
Tuvo estudios y talleres en diversos emplazamientos: en Zabálburu, en la marmolería Ribechini, en el muelle de La Naja, en Zugastieta, en Neguri, naturalmente en La Habana, y por último, en el barro de Romo, en Getxo. Un singular taller montó transitoriamente en la segunda planta de la Escuela de Artes y Oficios al objeto de realizar su obra más importante: La Sagrada Cena.
Trabajó con alabastro, marfil y mármoles de Carrara, Bélgica y Almería. Las variadas maderas que utilizó procedían siempre de lugares concretos: el pino, de Soria y del norte de Europa; la caoba, de Cuba; el limoncillo, del Brasil; el ébano y el palosanto, de América Central; el tejo y el enebro, de las montañas de León; el boj, de Navarra; y el nogal, de Asturias y de León. Acostumbraba a abocetar y a modelar todas sus obras en barro.
Guraya gustaba de trabajar, siempre que podía, con modelos del natural. De ahí esa cierta sensación de fisionomía reconocible que se tiene ante sus figuras, de realismo extraído directamente del entorno inmediato, de caras escultóricas que uno sospecha ver cotidianamente en algún lugar de la calle. Bien es cierto que ese realismo está teñido, principalmente en las figuras religiosas más dramáticas –Cristos en la cruz, algún San Francisco…– de una soterrada tensión expresionista, lograda a base de afilar y enfatizar los rasgos corporales o faciales.

Sin embargo, los retratos de niños y familiares carecen de esta carga tensa y dura; por el contrario, muestran caras delicadas y facciones suaves ejecutadas en la mejor y más clásica tradición retratística del Durrio joven trabajando para la familia Echevarrieta.
Esta importancia concedida por Guraya al modelo le hizo viajar a Tetuán en busca de hombres norteafricanos, de origen judío, que pudieran servirle para la gran composición de La Sagrada Cena. El escultor valoraba la precisión y la exactitud de la imagen portadora de una idea. Si él era capaz de reproducir con nitidez la realidad –por puro dominio técnico–, la realidad tenía que aproximarse lo más posible a la idea. No le bastaba con que el modelo se pareciera a lo que quería reproducir, tenía que ser exactamente el mismo que había imaginado, y sí para encontrarlo era preciso viajar al Norte de África, viajaba allí.


BIBLIOGRAFÍA 
  • VV.AA.: Homenaje a Juan Guraya, escultor, Parroquia de San José Obrero, Getxo, 1990.


1 comentario:

  1. ESTRAORDINARIO "RETORNO" A LA IMAGINERIA CLASICA,MUCHO:ARTE SENSIBILIDAD OFICIO Y AMOR POR SUS" TRABAJOS"

    ResponderEliminar