jueves, 26 de noviembre de 2015

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA DE SAN PEDRO DE DEHESA DE CUÉLLAR (SEGOVIA)


En el norte de la provincia de Segovia se hallan numerosos retablos barrocos procedentes de talleres vallisoletanos, tanto en su parte arquitectónica (ensamblaje) como en la escultura. Uno de los que he podido ver en directo y que más me han gustado fue el retablo mayor de la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol (1701-1707) en Dehesa de Cuéllar.
La primera noticia que tenemos de la autoría de José de Rozas de las esculturas de este retablo es gracias al testamento que otorga el escultor el 17 de agosto de 1707. Fue entonces cuando refiere que “hará como cosa de seis a siete años” se había ajustado con el cura de La Dehesa, “jurisdicción de la villa de Cuéllar” en hacer ciertas esculturas para “poner en la iglesia de dicho lugar”. Por cuenta de aquella obra había recibido 600 reales en dinero y otros 200 reales “en un papel que me dieron contra Vicente Díez escultor vecino de esta ciudad quien estaba obligado a hacer cierta escultura y no ha ejecutado por cuya razón le puse pleito para que pagase dichos doscientos reales que si está pendiente”. Creyendo que iba a fallecer ordenaba que como tenía hecha parte “de dicha obra se tase lo trabajado y se rebaje de la cantidad que tengo recibida atento de no poder ejecutarla”.

Seis años antes, el 10 de enero de 1701, don Juan Vázquez, “cura propio de las iglesias parroquiales de los lugares de la Dehesa, Isamayor su anejo jurisdicción de la villa de Cuéllar obispado de esta dicha ciudad” dice que tras subastar la realización del nuevo retablo mayor, por estar “el que tenía antiguo e indecente”, comparecieron por la parte que afectaba a la arquitectura Juan Correas y Domingo González, “vecinos de Valladolid”, los cuales pusieron la obra en 5.750 reales. Por otro lado compareció José de Rozas pujando por la parte escultórica en 1.850 reales.
Posteriormente compareció el ensamblador segoviano Juan de Ferreras que rebajó la postura “en la cuarta parte y también en la escultura”, de manera que quedó todo en 5.700 reales de vellón “con las mismas condiciones”. González Amador hizo una nueva baja de 500 reales respecto a la oferta de Ferreras “y por el susodicho de más de la que así había hecho se bajaron otros doscientos reales más y habiéndose seguido juicio entre los dichos Juan Correas y Joseph de Rozas con el dicho Juan de Ferreras en el tribunal eclesiástico por ante Manuel de Lemus notario de su número y en ocho de este presente mes y año por el dicho Juan Corras se hizo cesión y traspasó en el dicho Juan de Ferreras para que ejecutase” la parte arquitectónica del retablo en 4.000 reales de vellón. La parte escultórica quedaba “por cuenta del dicho licenciado don Juan Vázquez para dársela al dicho Joseph de Rozas en mil reales de vellón de que se mandó dar”.

Este mismo día Juan Ferreras se concertó con el referido cura de la Dehesa, el licenciado don Juan Vázquez, para “hacer perfeccionar y acabar dicho retablo para el altar mayor del lugar de la Dehesa según el diseño y traza puesta”. La primera condición estipulaba que el retablo se habría de “ejecutar en la conformidad que está hecho el del Hospital de la Magdalena de la villa de Cuéllar exceptuando cuatro columnas pequeñas que son las de los intercolumnios porque no caben en dicho altar de la iglesia y los marcos han de bajar hasta el pedestal donde estaban las columnas”. Esto nos lleva a documentar el retablo del citado hospital como obra de Juan de Ferreras.

Retablo mayor del Hospital de la Magdalena (Cuéllar)
El ensamblador percibiría los referidos 4.000 reales en diversos plazos: 1.500 reales de contado, otros tantos para el día de San Juan de junio, y los 1.000 reales restantes para “últimos del mes de septiembre que viene de dicho año que es para cuando se ha de sentar dicho retablo”. Finalmente quedaba por “cuenta y a cargo de dicho señor licenciado don Juan Vázquez el dar satisfacción y hacer que se ejecute y perfeccione todo lo que condujere a la escultura de dicho retablo siendo independiente del dicho Juan de Ferreras y expensas y por cuenta de dicha fábrica”.
El retablo, que se adapta perfectamente a la cabecera del templo, está formado por banco, cuerpo principal con tres calles y ático ligeramente apuntado para adaptarse a la forma de la bóveda del presbiterio. El banco luce hermosísimos motivos vegetales en las cartelas de las basas y en los entrepaños laterales. El cuerpo principal se organiza entre cuatro columnas salomónicas; las hornacinas de los extremos se nos presentan con escaso fondo con repisas de cartelas voladas y enmarques de tarjetillas que se quiebran en los tambanillos que contienen nerviosas tarjetas. La hornacina central está enmarcada por dos estípites revestidos de abundantes frutas en colgantes arracimados de bellos efectos que enriquecen el conjunto. En la parte inferior hay un pequeño sagrario y sobre él un expositor semejante a los hallados en otros retablos del maestro. Seis columnillas salomónicas sostienen un segundo cuerpo cubierto con cúpula de media naranja retallada y calada. Una hornacina con sencillo marco de esquinas redondeadas luce en el centro del ático, al cobijo de un gran arco, cuyo marco de remate presenta adornos separados que siguen la vuelta del arco. El retablo tiene cuatro imágenes de escultura. Se desconoce a quién se encargaron finalmente las tallas, es posible que se contratara a algún maestro vallisoletano.

En la hornacina de la calle central está situada la estatua de San Pedro, patrono de la parroquia. Está vestidos con los ornamentos pontificales para expresar su función jerárquica: el bordón pastoral que termina en triple cruz en la mano izquierda y la tiara papal sobre la cabeza. De mayor tamaño que las otras imágenes, se le representa erguido, en distinguido contrapuesto, con la pierna izquierda adelantada y sus brazos abiertos. La cara es de rasgos suavemente modelados, concentrando su personalidad vigorosa en los ojos que miran fijamente al espectador. El rostro está cubierto con una barba corta, redondeada, gris; así comenzaron a representarle en el siglo III  y así se ha mantenido a través de los siglos. De la mitra sale una resaltada cabellera gris en rizos separados y definidos. Los paños se consiguen con limpia técnica, con telas de amplia superficie y pliegues más bien rectos y marcados. Las telas se cubren de finas pinturas con rameados.


San Sebastián está situado en la hornacina izquierda. La delicada talla de este santo es una bonita figura de ritmos praxitelianos que marcan una pose en contrapuesto de cadera izquierda levemente levantada y pierna derecha flexionada. Apoyado en un tronco, la disposición diagonal de los brazos hace más expresiva la figura. Desde el punto de vista anatómico, el desnudo resulta tremendamente realista. Sin omitirse detalles, no se han exagerado las formas pero se han representado músculos y tendones, dando la sensación de formas carnosas pero tensas, como las de un joven atlético. La cabeza levemente inclinada mantiene en su cara un gesto dolorido.

En la hornacina del lado derecho está San Roque, vestido de peregrino, con el traje de los nobles y la capa con esclavina y sombrero de alas adornado con insignias. El Santo nos muestra la úlcera de la pierna. La cabeza de belleza admirable con cabellera y barba corta, mira hacia abajo, el escultor ha conseguido darle una profunda serenidad al rostro. A sus pies, el pero con un pan en la boca, su atributo personal e inseparable.

La imagen de la Asunción ocupa el nicho del ático, como en el retablo de Miguel Ibáñez. Está colocada sobre una peana de nubes algodonosas, unas cabezas de angelitos parecen flotar entre ellas. La Virgen vista una túnica larga con numerosos pliegues y un amplísimo manto que le cruza en diagonal sobre su pierna y describe una curva en su cadera, adquiriendo un volumen muy acusado debido a que el manto se abullona. Adelanta la pierna derecha levemente doblada por la rodilla y sus brazos en una actitud natural adoptan un gesto que dan a la figura soltura y donaire. Su rostro de suave textura mira hacia abajo. La policromía rica y contrastada es de colores vivos y luminosos. La túnica y el manto están matizados con alegres dibujos florales.

BIBLIOGRAFÍA
  • GONZÁLEZ ALARCÓN, Mª Teresa y VÁZQUEZ GARCÍA, Francisco: “Datos biográficos y obras de Segovia y Ávila del arquitecto ensamblador barroco segoviano Juan de Ferreras”, B.S.A.A., Tomo LX, 1994, pp. 421-444.
  • GARCÍA CHICO, Esteban: Documentos para el estudio del arte en Castilla. 2, Escultores, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1941.

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