Aunque
la casa franciscana de Villafrechós inicia su andadura en 1406, con la donación
generosa de la señora de la villa, Urraca de Guzmán, la certera noticia de dos
importantes incendios que, en 1515 y 1704, arrasaron el convento, esta es la
razón de la principal escasez de bienes muebles conservados en la casa. Ambas
catástrofes aparecen distanciadas en el tiempo, pero los datos documentales
vienen a confirmar la desaparición de elementos del mobiliario litúrgico y de
los objetos de devoción que caracterizarían a una fundación de notable
antigüedad en el panorama monástico vallisoletano.
El
convento de Santa Clara es un edificio gótico del XVI, construido en tapial y
ladrillo. La iglesia consta de una sola nave de un tramo, que sólo dibuja un
brazo del crucero. Va cubierta con crucería estrellada de combados en la
capilla mayor, y de nervios rectos en el cuerpo de la iglesia. La plementería
es de ladrillo. Se accede a la capilla mayor por arco triunfal apuntado apoyado
en pilastras cajeadas con decoración de dentellones, con una hornacina alta con
venera en cada una de aquéllas. Presenta escudos de los Duques de Osuna. Tiene
decoraciones de medallones de buena calidad, de un seguidor de los Corral de
Villalpando, en los muros de la capilla mayor y en los del tramo de la nave.
Todo el interior fue pintado en 1973, como indican algunas inscripciones de los
muros. A los pies, se encuentra el coro bajo, al que se accede por arco
guardado por buena reja del siglo XVI. En la embocadura del arco, zócalo con
decoraciones de azulejos del siglo XVI. La puerta se halla en el lado del
Evangelio y se organiza por pequeño arco carpanel. La torre, de tres cuerpos,
se construyó en ladrillo, con los dos superiores abiertos en arco de medio
punto. Remata en chapitel. Los edificios conventuales se organizan en torno a
un sencillo patio.
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Vista exterior del convento |
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Vista exterior de la iglesia, en la que se aprecia claramente la pequeña nave de gran altura |
La
iglesia aparece amueblada con un conjunto uniforme de retablos dieciochescos
que habrían de sustituir a los anteriores, destruidos en el incendio de 1704.
No obstante las crónicas aseguran que de esta circunstancia se salvaron coro,
iglesia y sacristía, por lo que bien el alhaja miento de la etapa inicial era
escaso o las circunstancias favorecieron una renovación integral en unos
conjuntos que se juzgarían pasados de moda. Respecto a los actuales retablos,
se han señalado en otras ocasiones su uniformidad estilística y su clara
vinculación con un avanzado barroco, diferenciando el mayor de los laterales,
más evolucionados en el tiempo y expresión de una sensibilidad artística muy
lejana de los rigores fundacionales franciscanos.
Los
cinco retablos de la iglesia presentan un gran árbol genealógico de la Orden
Franciscana. En pocas ocasiones se podrá hallar en menos espacio un número más
grande de santos de una misma Orden. Además están representadas devociones de
carácter más general como la Inmaculada y San José con el Niño o de la
tradicional representación de Santo Domingo, aludiendo al hermanamiento entre
las dos órdenes que nunca falta en los conventos franciscanos, la exaltación de
la familia seráfica convierte a la iglesia en un catálogo de su santoral.
Santos y santas de la orden se exhiben en las hornacinas como ejemplo de
conducta y como lección plástica y visual, entre emblemas, cabezas de
querubines, medallones y rocallas.
RETABLO
MAYOR
La
escasa documentación del monasterio permite fechar la obra del retablo mayor
entre 1723 y 1733, con un coste de 15.008 reales. Se trata de una máquina de
considerables dimensiones y extraordinaria monumentalidad, seguramente la obra
de algún maestro ensamblador riosecano, al igual que las esculturas que lo
componen. Destaca por su sensación de verticalidad, con tres calles, banco,
cuerpo central y ático cubiertos por entero de profusa ornamentación vegetal
crespa a trépano. El retablo tiene similitudes con los creados por la familia
de los Correas. El retablo mayor no se iba a policromar hasta 1764, como señala
una inscripción en el mismo, cuando se está completando la ornamentación del
templo.
En
el banco destaca la Virgen de los Ángeles,
obra de hacia 1500 repolicromada en el siglo XVIII, atribuida a Alejo de Vahía,
y que procederá de un antiguo retablo. El Niño está desnudo y se sienta en su
rodilla izquierda. Ambas figuras tienen una composición elegante y estilizada.
Se completa con dos ángeles en actitud de coronar la cabeza de la Virgen.
También en el banco encontramos una buena escultura de Santa Teresa, del siglo XVII, que sigue los modos de hacer de
Gregorio Fernández.
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Virgen de los Ángeles |
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Santa Teresa |
En
el cuerpo se encuentran los cuatro pilares ideológicos del franciscanismo,
esculturas contemporáneas a la ejecución del retablo: en las calles laterales San Buenaventura y San Antonio de Padua; en la calle central, Santa Clara y San Francisco.
En el ático encontramos un Crucificado
gótico, de los de tipología de anatomía naturalista, propia del primer tercio
del siglo XIV, pero algunos detalles como las manos ligeramente curvadas en
torno a los clavos llevan a Ara Gil y considerar la posibilidad de que sea de
mediados del siglo XIV. Tiene corona y el cabello cae hacia la espalda. El
rostro es apacible con los ojos cerrados. El perizonium forma duros pliegues
trapezoidales. Los pies se cruzan en rotación externa. Se piensa que pueda
procede der de la iglesia de San Martín de Zalengas.
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San Antonio de Padua |
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San Buenaventura |
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San Francisco de Asís |
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Santa Clara |
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Crucificado gótico |
RETABLOS
DE LA NAVE
Encontramos
cuatro retablos, dos en el lado del Evangelio y otros dos en el de la Epístola.
Todos ellos son idénticos dos a dos. No sabemos a cuál de los dos tipos de
retablos hará referencia la escritura que en el año 1765 firmaba el ensamblador
y tallista riosecano Sebastián de la Iglesia, actuando como fiador Manuel
Recamán Llanos, ambos “de la facultad de
la madera”. En la escritura se concertaban en que realizarían dos retablos
colaterales “de la propia forma y con la
misma arquitectura, altura y diseño que lo están otros dos retablos o
colaterales que se pusieron en dicha iglesia el año próximo pasado…” como
para hacer “quattro santtos, para cada
uno de dichos dos retablos”.
LADO
DEL EVANGELIO
Retablo
rococó del tercer cuarto del siglo XVIII, con banco, un cuerpo organizado por
cuatro columnas decoradas con rocallas y ático semicircular, con esculturas de San Juan Capistrano, San Antonio de Padua (muy bien
policromado), San Juan de la Marca y Santa Rosa de Viterbo en el ático, todas
del mismo momento. Encima de las hornacinas laterales, hay dos bustos de la Virgen y Jesús
dentro de medallones con decoraciones de rocallas.
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San Juan Capistrano |
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San Antonio de Padua |
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San Jacobo de la Marca |
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Santa Rosa de Viterbo |
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Medallón de Jesús |
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Medallón de la Virgen |
El
otro retablo, también rococó, y del tercer cuarto del siglo XVIII, posee un
esquema arquitectónico mixtilíneo, con un cuerpo y ático. Contiene las
esculturas de San Ramón Nonato, San José, San Luis Obispo y ¿Santa Inés
de Asís o Santa Catalina de Bolonia?
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¿San Ramón Nonato? |
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San José con el Niño |
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San Luis Obispo |
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¿Santa Inés de Asís o Santa Catalina de Bolonia? |
LADO
DE LA EPÍSTOLA
Retablo
barroco del tercer cuarto del siglo XVIII, de traza similar al frontero, con
esculturas de San Francisco Solano, Santo Domingo y San Benito de Palermo. En el ático, escultura de Santa Isabel de Hungría.
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San Francisco Solano |
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Santo Domingo de Guzmán |
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San Benito de Palermo |
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Santa Isabel de Hungría |
Retablo
rococó del tercer cuarto del siglo XVIII, de traza similar al catalogado en el
lado del Evangelio, con esculturas de la Inmaculada,
San Fernando, Santa Coleta y Santa Catalina
de Bolonia, de la misma época del retablo.
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San Fernando |
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Inmaculada Concepción |
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Santa Coleta |
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Santa Catalina de Bolonia |
SILLERÍA
Aunque
ya no entra dentro del propósito de este post, no quería terminarlo sin hablar
brevemente sobre su curiosa sillería. A los pies del templo y tras la reja, el
interés de la sillería coral ha supuesto una verdadera sorpresa en el panorama
castellano de este género de mobiliario. A pesar de los incendios, la sillería
se conservó y hasta el presente ha pasado desapercibida en el silencio de la
clausura, datada en la época a la que corresponde la última intervención.
A
finales del siglo XVIII varió el aspecto de la misma con policromías de
imitación de jaspes y adornos de rocallas en los remates, lo que ha provocado
que siempre se haya considerado a la sillería como obra rococó. Una revisión
más concienzuda, por debajo de los repintes y añadidos de épocas posteriores, muestra
con claridad un auténtico conjunto contemporáneo de la fundación monástica, en
los primeros años del siglo XV, siguiendo modelos arquitectónicos de un
depurado gótico civil traspuestos a la ebanistería.
La
arquitectura se desarrolla en planta en este ámbito, convertido en una
prolongación acotada de la nave del templo. El acceso al mismo desde el
claustro conventual, se realiza a través de un vano rematado en un arco túmido
fabricado en ladrillo y de clara tradición mudéjar, posiblemente
correspondiente a la construcción del palacio preexistente sobre el que fundó
la comunidad Urraca de Guzmán en 1406. El conjunto está compuesto de 34 sillas
a la que hay que añadir la abacial, de doble anchura y dispuesta en el centro
de la tradicional colocación en forma de U, para distinguir la dignidad de la
prelada. La simplicidad con la que se concibe el diseño de las sillas
corresponde con la autoridad reclamada por la doctrina franciscana, a la vez
que se encaja con una sencillez formal en boga que se detecta en otras facetas
de la creación artística. El único ornamento se reduce a los elementos
arquitectónicos que realizan las funciones correspondientes a esta idea
original de convertir al coro en un reservado templo dentro del templo.
Cada
silla se estructura con un concepto de extremada simplicidad, evitando
cualquier intento ornamental figurativo que pudiera suponer enriquecimiento
decorativo alguno. La parte inferior de la silla se articula entre dos
pilastras de fuste fasciculado que rematan en un sencillo capitel compuesto por
una moldura anular inferior y una prolongación de las facetas del fuste
ensanchadas hacia arriba, para terminar en un cimacio en forma de sencillo
paralelepípedo. Con este remate se evita la realización de un apoyamanos, un
recurso que fue muy empleado en las diversas tipologías de sillerías de coro
durante largos siglos. El asiento propiamente dicho es un sencillo tablero
abatible en el que no se coloca misericordia alguna, de manera que también así
se evita aumentar los espacios susceptibles de mostrar decoración en relieve.
BIBLIOGRAFÍA
- PARRADO
DEL OLMO, Jesús María: Catálogo
Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XVI. Antiguo partido judicial de
Medina de Rioseco, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2002.
- VV.AA.: Clausuras: el patrimonio de los
conventos de la provincia de Valladolid. 3, Medina de Rioseco – Mayorga de
Campos – Tordesillas – Fuensaldaña y Villafrechós, Diputación de
Valladolid, Valladolid, 2004.
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