lunes, 29 de septiembre de 2014

MONUMENTOS DESAPARECIDOS: "EL OCTÓGONO". La antigua Academia de Caballería


El “Octógono”, el antiguo cuartel de caballería, no fue el primer intento de establecer un cuartel de este tipo en nuestra ciudad. Ya en 1736 se formaron planos para la construcción de dos cuarteles, uno destinado a la Infantería y otro a tropas de Caballería. En 1748, el rey Fernando VI deseaba que, aún en tiempos de paz, se acuartelasen en Valladolid, “de pie fixo”, cuatro escuadros de Caballería, y, debido a que no existía edificio adecuado, público o real, para transformarlo en cuartel, se acudió al proyecto elaborado en el reinado de su padre. El tema quedó en nada hasta el año 1764, en que el asunto del cuartel vuelve a plantearse de nuevo. Es entonces cuando se piensa levantar un cuartel de acuerdo con el proyecto elaborado en 1736, y lo que es más: el lugar elegido para levantarlo era el que hoy ocupa la Academia de Caballería.
Todo el terreno presentaba un frente de 220 pasos (= 143 m.), de los cuales 180 (= 117 m.) ocuparía la fachada principal, frontera al Campo Grande, mientras que la parte posterior asomaría al Pisuerga, coincidiendo con el paraje denominado por entonces “Espolón Viejo”. Las fachadas laterales originaban con los edificios fronteros preexistentes dos calles de 20 pasos (= 13 m.) cada una. El espacio en que había de levantarse el cuartel pertenecía a la ciudad, libre, por tanto, de todo tipo de indemnización.

Proyecto de Academia de Caballería (1736)
El Corregidor vallisoletano llegó a comentar que, en el caso de construirse, el cuartel “será el más hermoso que haya en España y competirá con todas las casernas de Francia, por su situación, por adornarle la circunstancia de tener a su frente el Campo Grande que pueden maniobrar en él a un tiempo 20 escuadros de caballería y a su espalda el río a 80 pasos (= 52 m.), con su bajada hecha a la perfección y fuera de todo riesgo de avenidas”.
Un siglo después de este fallido intento iba a realizarse en gran parte aquel proyecto con la construcción de la Academia de Caballería. Pese a que el edificio que se construyó en el entonces llamado Campo de la Feria, a partir de 1846, no fue originariamente una construcción militar sino civil, un Presidio, nunca fue utilizado como tal, convirtiéndose en 1852 en sede del Colegio del Arma de Caballería. La instalación del Presidio Modelo en Valladolid contó desde el principio con la oposición de la ciudad, y la elección de su lugar de ubicación constituyó una larga historia de tiras y aflojas entre la ciudad y el gobierno nacional. Si a la larga la ciudad logró su propósito de alejar el Presidio del Campo Grande, en un principio se vio obligada a tolerar su construcción.

Diferentes vistas de la visita del Rey Alfonso XIII al cuartel en 1914
Cuando se anunció el deseo del gobierno de instalar el Presidio Peninsular en Valladolid, la ciudad ofreció como mejor emplazamiento el monasterio de Prado, que por su alejamiento parecía el ideal, pero el gobierno lo rechazó, propugnando el ex convento de San pablo, cosas que no aceptó la Corporación. Otros lugares propuestos por ésta eran los ex conventos de Corpus Christi y Sancti Spiritus y, en último término y como mal menor, una zona del Campo de la Feria, cerca de San Juan de Dios pero próxima al río. Sin embargo, el 18 de mayo de 1846 ya se había trazado en el Campo de la Feria, el plano sobre el que iba a construirse el Presidio y dado principio a las excavaciones. Por tal motivo la Corporación comenzó a estudiar la estrategia necesaria para paralizar unas obras que se habían iniciado sin su permiso, aunque nada se logró. En mayo de 1847, la Reina decretó que, dado lo avanzado de la construcción, no procedía la oposición municipal y exigió del Ayuntamiento la cesión del terreno y del agua necesaria para abastecer el Presidio. Aquel puso como condiciones para la cesión, que se tasase el terreno por peritos, levantando un plan topográfico de su figura y extensión, y que sobre el valor del terreno se constituyera un censo perpetuo. Asimismo, los gastos originados por estos trámites serían por cuenta de la Dirección General de Presidios. Pocos meses después, la Reina insistió en que se hiciera la escritura de donación sin más condiciones, y en el momento. El Ayuntamiento decidió en votación, conceder el terreno pero no el agua.
Los historiadores sitúan la colocación de la primera piedra del edificio el 25 de agosto de 1847, si bien, como hemos visto, las obras de infraestructura habían empezado un año antes. En ellas tomaron parte los penados de Valencia, Toledo y Madrid, y en la construcción se utilizaron las propias piedras del derribo del ex convento de San Pablo. 

El plano de la construcción era un doble octógono con pabellones interiores radiales, en cuyo interior existía un patio central también octogonal y ocho más pequeños trapezoidales. Responde al tipo de planta radial, derivado de los de los Hospitales, ideados para prisiones a fines del siglo XVIII por Jeremías Bentham, en el que confluyen las teorías de aislamiento del recluso y de humanización de las prisiones. La idea de una estructura central que facilitara la vigilancia de las celdas desde un solo punto, estaba ya extendida desde el siglo XVII –la prisión de Gante, construida en 1773, era octogonal–, y fue adoptada por Bentham en su célebre “panóptico”. Sus teorías tuvieron gran difusión en España, construyéndose cárceles de acuerdo con ellas; una de éstas fue el Presidio Modelo de Valladolid.

El cuerpo principal del edificio estaba formado por ocho trapecios enlazados entre sí aunque independientes unos de otros. Su distribución interna estaba hecha a base de celdas, con luces a las caras interiores de los lados trapezoidales. El exterior del edificio era de gran severidad. “De las ocho fachadas exteriores –decía Madoz en 1849, estando todavía en construcción el edificio– siete están sin hueco a la calle y su ornamento es liso; la principal tiene 18 huecos por ser más aparente para el servicio de los jefes. Esta fachada de orden dórico, todo de yesería en el piso principal y de imposta abajo, presenta un frente de cantería con guardapolvos, jambas y tarjetón en la puerta principal, habiendo a su entrada dos garitas de centinela también octogonales”. Posteriormente se abrirían huecos en otras fachadas. Asimismo seguía describiendo Madoz: “Cada lado del octógono tiene 159 pies de línea por 39 de altura, en dos pisos, bajo y principal. Tiene ocho ochavos, cada uno independiente de por sí por su patio respectivo por donde reciben luces los dos pisos; su ornamento es sencillo y su figura es trapezoidal El patio interno tiene también ocho lados de 55 pies por 39; también su ornato es dórico, formando una galería con pilastras y arco”.

La construcción del Presidio duró de 1847 a 1850. En 1849, cuando se llevaban gastados en las obras 80.000 duros, se nombró por Real Orden una comisión de inspección que dictaminó favorablemente a la terminación del edificio. Pero una segunda comisión, nombrada en 1850 cuando las obras estaban a punto de concluirse, formada por el Gobernador de Valladolid, el Vicepresidente del Consejo de Provincias, el Ingeniero Jefe del Distrito y el Visitador de Prisiones del Reino, que debía reconocer el edificio y entregarlo al gobierno, informó en contra, rechazándolo por “su mal entendida construcción, su perjudicial situación dentro de la ciudad, su mala distribución interior, falta de luces y ventilación…”. El responsable de tal decisión era el Visitador, Manuel Montesinos y Molina, Coronel de Caballería y prestigioso jurista, famoso por sus estudios sobre sistemas penitenciarios. Quedando el edificio sin destino, el propio Montesinos informó de ello al General Shelley, Director General del Arma de Caballería. El Colegio de dicha Arma estaba entonces instalado, en precarias condiciones, en unas dependencias de la Universidad de Alcalá de Henares, por lo que la Caballería gestionó en la Corte la concesión del edificio abandonado para instalar su Colegio. En 1852, tras hacerse en él las necesarias obras de acomodación, se verificó la instalación.


Contrariamente a lo que sucedió con el penal, el Colegio de Caballería fue acogido en Valladolid con gran entusiasmo como lo demuestra el hecho de que las frecuentes obras de ampliación de que fue objeto el edificio desde su construcción hasta 1910, año en que fue cedido al Ramo de Guerra, fueron sufragadas por el Ayuntamiento, a veces a costa de grandes sacrificios económicos. Las cesiones de terreno se suceden también siendo las primeras de marzo de 1852.
En julio de 1858 visitó Isabel II la Academia, prestando gran atención a cuantos proyectos se le presentaron, entre ellos el de la construcción de un picadero cubierto. En junio de 1860, el Comandante de Ingenieros manifestó que se le había mandado hacer un picadero cubierto en la Academia de Caballería, para la cual solicitaba a la Ciudad la cesión de 3.000 pies de terreno contiguo al edificio. En julio, el Ayuntamiento acordó ceder gratuitamente 2.850 pies superficiales, que, según el informe del arquitecto de la ciudad, eran los necesarios para construir el picadero. Se rumoreaba por esos días que la Academia iba a ser trasladada de Valladolid, cosa que la ciudad trató de evitar a toda costa. El Ayuntamiento manifestaba poder ofrecer gratuitamente los terrenos que fueran necesarios “para nuevas oficinas, por el lado del río, dejando suficiente espacio para las vías públicas que rodeaban el edificio”.

Diferentes vistas del "picadero"
En marzo de 1861 estos ofrecimientos se vieron aceptados. Se comunicó a la ciudad la traslación a ella de la Escuela del Arma que todavía subsistía en Alcalá de Henares y se solicitó más terreno. A petición del alcalde se hizo un croquis del terreno cedido anteriormente para que el arquitecto municipal dictaminase lo que podía cederse ahora. El Ayuntamiento acordó ceder el terreno necesario detrás del Colegio. “Esta disposición –se dice– dará nuevo realce a dicho Colegio y también a nuestra ciudad”. Durante las obras del Picadero, fueron encontrados varios sepulcros construidos en sillarejo, con forma de ataúd, semicircular en la parte de la cabeza.
Las obras del picadero estaban muy avanzadas en junio. La prensa señalaba que sería uno de los principales de Europa. “Nos ha sorprendido, dice El Norte de Castilla, tanto por lo espacioso del local que ocupa, como por la elegante forma que se le ha dado”. En 1862 se introdujo el alumbrado de gas en el edificio, mejora que se venía reclamando.

En junio de 1868 se pensó instalar en él la Capitanía General y, tras la Revolución de Septiembre, el Colegio fue clausurado por el General Serrano, quedando reducido únicamente a Escuela. En junio de 1871 se gestionó la reinstalación del Colegio cosa que se logró en julio. En los años siguientes se sucedieron, según hemos dicho, las obras de ampliación y consolidación del edificio, que también era engalanado e iluminado con motivo de las visitas de Alfonso XII en 1875 y 1876. En 1879, nuevos rumores de traslado obligaron a la Ciudad a gestionar en las Cortes su permanencia en Valladolid, al tiempo que se trató de la conveniencia de revocar la fachada del edificio. En el invierno de 1880 éste estaba muy deteriorado y hubo de atenderse con toda rapidez a lo más esencial, aplazando el grueso de las obras para la primavera. Se prolongaron todo el año de 1881 y en octubre hubo de solicitarse una subvención del ministerio de Guerra. En 1884 se hicieron obras para instalar en la Academia la Escuela General de Equitación.
En 1892 se creó en Valladolid un Colegio para Huérfanos del Arma de Caballería, pensándose instalarlo en la Academia, finalmente se construyó un edificio propio. En 1893 se precisan nuevas obras, cuyo presupuesto ascendía a 11.000 pesetas. La Corporación consideró entonces si no sería más conveniente la cesión del edificio al Estado, con la condición de mantener en él la Academia de Caballería. Las exigencias por parte del Ramo de Guerra aumentan al año siguiente, pues aparte del revoque de las fachadas, se pretendió obligar al Ayuntamiento a efectuar obras de nueva planta “que han de ser sufragadas por el municipio en razón a que el edificio es de su propiedad”, pero éste rehusó hacerse cargo de ellas alegando que sólo estaba obligado a subvenir a las de conservación. Idénticos problemas se plantean en 1895.

Cadetes ingresados en la Academia (1905)
Cadetes que recibieron los reales despachos (1867)
En 1915, el mismo año de su desaparición, Agapito y Revilla lo ensalzaba como modelo de su género: “A la base fundamental de la planta se agregó una gran extensión de terrenos para múltiples servicios, no carece de nada de lo necesario para la enseñanza militar, algunas cosas con verdadero lujo”. Enumera a continuación las diversas dependencias, concluyendo: “Últimamente el edificio fue cedido al Ramo de Guerra, con fuerte subvención, que ha servido para ejecutar importantes obras de reparación y decoro”.
El 17 de octubre de 1915 el rey Alfonso XIII visitó una vez más la Academia de Caballería. La madrugada del 26 un incendio destruyó la mayor parte del edificio. El fuego, que se inició a la una y media de la mañana en un almacén adosado al muro exterior del octógono, en la parte trasera, se extendió rápidamente a todo el edificio principal formado por los ocho cuerpos del octógono y el que dividía el primero del segundo patio. Se salvaron las edificaciones independientes, picaderos y dependencias situadas en los patios posteriores. Todo lo que quedaba en pie, paredones aislados en su mayoría, fue derribado en 1917, con la excepción del picadero. En el incendio se perdieron también parte de los fondos de la Biblioteca y Archivo. El Norte de Castilla de los días 26, 27 y 28 de octubre de 1915 se recoge el suceso con todo lujo de detalles: Los bomberos tardaron una hora y media en llegar, siendo abucheados por el público. El toque de campanas de San Ildefonso congregó al vecindario. A las cuatro y media de la madrugada el cuerpo del edificio que miraba a la calle de San Juan de Dios se hundió. Parte de los efectos que se lograron salvar se situaron, de momento, en el teatro Pradera, entre ellos el cuadro de Morelli titulado La Carga de Treviño.

Incendio de la Academia de Caballería (1915)
Al día siguiente del siniestro un telegrama del senador vallisoletano A. Royo Villanova dirigido al alcalde tranquilizada a la ciudad con la promesa, que era voluntad expresa del Rey, de que la Academia permanecería en Valladolid, y prometiendo, asimismo, la pronta reconstrucción del edificio en el mismo solar. Tras el incendio llegaría la construcción del actual edificio, inspirado en el bellísimo palacio de Monterrey de Salamanca, pero eso ya es otra historia…
Os dejo un link de un artículo muy interesante que profundiza en el conocimiento de este curioso edificio: El primerpanóptico de España: el Presidio Modelo de Valladolid

BIBLIOGRAFÍA
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: “Un proyectado cuartel de caballería en Valladolid”, B.S.A.A., Tomo XLV, 1979, pp. 498-506.
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Desarrollo urbano y proceso histórico del Campo Grande de Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 1981.

martes, 23 de septiembre de 2014

PINTORES VALLISOLETANOS OLVIDADOS: Luciano Sánchez Santarén (1864-1945)


Luciano Sánchez Santarén nació el día 9 de enero de 1864 en Mucientes, siendo hijo de Pedro Pascasio Sánchez y Anselma Santarén. A los tres años murió su madre, lo que llevó a su padre a enviarle a casa de unos parientes de Fuensaldaña, en donde aprendió las primeras letras. Hacia 1871 su hermanastro, José Sánchez Saravia, le llevó consigo a Lugo, ciudad donde trabajaba al servicio del obispo don José de los Ríos Lamadrid en calidad de administrador. En esta ciudad se le despertarían sus inquietudes artísticas y cuando contaba catorce años comenzó a dibujar y pintar bajo la dirección del orensano Leopoldo Villaamil, que había sido discípulo en Madrid de Francisco Van Halen.
Su formación artística continuó en Toledo, ciudad a la que se trasladó para vivir con unos parientes y en donde hace sus primeros ensayos copiando del natural, llegando incluso a montar su caballete en el claustro de la catedral primada o en el interior de patios de viviendas de marcado sabor oriental. En la Ciudad Imperial sería donde conociera al pintor zaragozano Pablo Gonzalvo, el cual le animaría a trasladarse a Madrid para completar sus estudios en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, que entonces se llamaba Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado. Allí se matricula con tan solo 18 años de edad y permanecerá hasta el curso 1891-1892, siendo discípulo de pintores tan importantes como Carlos Luis de Ribera, Luis Madrazo, Dióscoro de la Puebla y Carlos de Haes. Con su profesor José Parada y Santín colaboró en la realización de una serie de dibujos de tipos humanos de distintas razas para ilustrar la Anatomía Pictórica que este publicó en 1894. Durante su estancia en la Academia obtuvo calificaciones muy sobresalientes y numerosos premios en las asignaturas de Pintura de Historia y Paisaje.

Busto de Luciano Sánchez Santarén, realizado por Dionisio Pastor Valsero
En 1884 concurre a la Exposición Nacional de Bellas Artes con un pequeño lienzo titulado Estudio de Ropajes, que tenía más de ensayo académico de aprendizaje que de cuadro de composición. Dos años más tarde concursó en la Exposición Aragonesa celebrada en Zaragoza con seis pinturas al óleo, concediéndosele una medalla de segunda clase. La muerte de su padre a los 76 años, su apurada situación económica y sus esperanzadoras aptitudes artísticas le hicieron acreedor de que se le estimara como sustituto del fallecido pintor Arturo Montero Calvo en el disfrute de la beca romana que a éste le había concedido la Diputación Provincial de Valladolid; sin embargo la pensión recayó en el gaditano Eugenio Varela Sartorio.

Luciano Sánchez Santarén en su estudio con Tomás Argüello y un busto de Pablo Puchol
Por entonces ya deseaba vincularse con Valladolid, bien mediante su presencia en exposiciones locales –en 1890 participó en la Exposición de Bellas Artes del Círculo Calderón de Valladolid con el título El Conde Ansúrez contempla los planos de la Antigua– o aspirando y consiguiendo, el 26 de marzo de 1893, la plaza de profesor ayudante numerario de Dibujo de Figura y del Natural en la Escuela de Bellas Artes vallisoletana. En la Exposición Nacional de 1892 concurrió con las obras El patio de mi casa, Retrato, ¡Que será de nosotras!, obra esta última por la que recibe una Mención Honorífica, y que volverá a exhibir en la Regional de Lugo de 1896. En 1895 obtuvo la misma consideración por el cuadro titulado Dos Hermanos.
Recién casado se traslada a Valladolid, instalando su vivienda-estudio en la calle de San Ignacio. El numeroso alumnado, masculino y femenino, al que impartía clases privadas le obligó a adquirir una nueva vivienda más amplia en la calle Solanilla. Al mismo tiempo comienza una larga carrera como profesor en la Escuela que por entonces estaba presidida por José Martí y Monsó y tenía como secretario al escultor Ángel Díaz. Su carrera en la Academia fue fulgurante: en 1897 fue nombrado Académico. Tres años después se encargó de la cátedra de “Aplicaciones del Dibujo Artístico a las Artes Decorativas” y en 1907 lo hizo de la asignatura titulada “Conceptos de Arte e Historia de las Artes Decorativas”, para finalmente ser profesor de “Dibujo Artístico y Elementos de Historia del Arte”, simultaneando de esta forma sus enseñanzas prácticas con las teóricas.

Aurelio García Lesmes, Sánchez Santarén y Narciso Alonso Cortés
Tan solo vuelve a participar una vez más en otra Exposición Nacional, la celebrada en 1895 y en la que consiguió otra mención por su cuadro Dos hermanos. Desde entonces sus ocupaciones se dirigirían a sus tareas docentes y a los cuadros que le encargaran instituciones religiosas (Colegio de la Compañía de María, parroquia de San Miguel, etc.) o particulares le solicitaban de continuo. Sin embargo no se le puede calificar de un pintor excesivamente prolífico. También trabajó como vocal de la Comisión Provincial de Monumentos, jugó un papel importante en la creación de la Coral Vallisoletana –la música fue su segunda pasión– y su nombre aparece entre los primeros miembros de la “Sociedad Castellana de Excursiones” en cuyo “Boletín” colaboró en alguna ocasión. En 1925 se encargó de la secretaría de su Escuela de Artes y Oficios Artísticos y en 1931 alcanzó la Dirección de la misma, jubilándose tres años más tarde, habiendo ejercido la docencia durante casi cuarenta y un años. Causó baja, por jubilación, en la Escuela de Bellas Artes el 9 de enero de 1934.
Santarén dejó tras de sí unos pintores tan destacados como Anselmo Miguel Nieto, Aurelio García Lesmes y Aurelio Arteta, o los escultores Ignacio Gallo, Moisés Huerta y sobre todo Tomás Argüello. En su vejez también recordaría con nostalgia a su más querido discípulo, Pablo Puchol, sorprendido por la muerte en plena juventud. Finalmente murió el 11 de enero de 1945. En la primavera de 1946 se organizó una exposición antológica de su obra.

Don José de los Ríos y Lamadrid. Fotografía obtenida de http://www.realacademiaconcepcion.net
Don José Muro López. Fotografía obtenida de http://www.realacademiaconcepcion.net
Su personalidad se puede enmarcar dentro del resurgir artístico que se aprecia en Valladolid durante el último tercio del siglo XIX y en el que la Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción jugó papel tan destacado, programando los cursos de su Escuela y organizando exposiciones dotadas de premios otorgados por las distintas corporaciones que constituían el señuelo más evidente. El valenciano Martí y Monsó fue indudablemente el alma de este resurgir, pero tuvo la fortuna de estar acompañado de profesoras de una gran dignidad artística y grandes cualidades pedagógicas, formados en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando o incluso con estudios en Roma y París.
La modestia que le caracterizó hizo malograr sus indiscutibles dotes de buen pintor y gran dibujante. Su reclusión en Valladolid a partir de 1893 y su negativa a continuar participando en las Exposiciones Oficiales, luchando por superar las dificultades de la agobiante competencia que ofrecían sus compañeros de generación o los más maduros de la anterior, le situaron en un ambiente excesivamente constreñido pero en el que acabó siendo enteramente feliz, porque contó con un número muy abultado de alumnos que compartían sus enseñanzas con las de Martí y Monsó en la Escuela de Bellas Artes local o acudían a su propia casa para aprender los secretos técnicos que el maestro dominaba a la perfección.

La plegaria. Fotografía obtenida de http://www.realacademiaconcepcion.net
La primavera
La Toñina

Don Luis González Frades. Fotografía obtenida de http://www.realacademiaconcepcion.net
Sus obras más interesantes y originales fueron hechas antes de 1910 y, aunque continuó pintando y dibujando hasta el final de sus días, su ciclo artístico ya lo había concluido en esta fecha. En muchas ocasiones pintaba por puro deleite, planteándose la obra como ejercicio pero sin preocuparle su conclusión definitiva, esbozando más que definiendo. Su colorido parte de una paleta muy reducida de tonos, casi siempre terrosos y oscuros, para ir iluminándola progresivamente hasta conseguir en ocasiones notas de brillantez cromática. Tanto como la mancha de color le interesó el dibujo académico o espontáneo, siempre consiguiendo perfecciones de modelado con su brazo firme y seguro.
Si bien la mayor parte de su obra debe estudiarse dentro de la primera mitad del siglo XX, desde el punto de vista estilístico, su producción se encuadra en la del siglo XX. Luciano Sánchez Santarén trató todos los géneros, como el de Historia, donde destacan Nerón contempla el cadáver de Agripina, Cervantes ante el Bey de Argel, o el lienzo Vencido y Prisionero; los temas religiosos, con las obras del crucero de la iglesia del Convento de La Compañía de Madrid o El Bautismo de Cristo en la iglesia de San Miguel de Valladolid; los retratos como el de su propia hija o el de Jacobo Matilla; los bodegones, paisajes y finalmente temas costumbristas como, además de los ya reseñados, los titulados Mendigo, Muchacho, etc. Llegó incluso a realizar algunas composiciones sobre techos.
Como ya os comenté en otras ocasiones, si tenéis noticia de alguna otra obra, o incluso una fotografía, os lo agradecería.

Cabeza de mujer
Cabeza de hombre
Doña Jacoba Mantilla
El Angelus
En el emparrado
La hija del pintor
Nerón contempla el cadáver de Agripina
0,50 x 0,68 m. Valladolid. Colección particular
Inspirado en el pasaje de la vida del emperador romano narrada por el historiador Suetonio (Vida de los doce Césares) que describe el momento en que Nerón, en su Domus Aurea, destapa el cuerpo sin vida de su madre exhibiéndolo a sus compañeros de bacanal. La pintura data de su época de estudios en la Escuela de San Fernando y su fecha no estará lejana al año 1887, momento en el que causó gran admiración en los medios artísticos cortesanos, el cuadro de idéntico argumento pintado en Roma por el vallisoletano Arturo Montero y Calvo.

El Conde Ansúrez contempla los planos de la Antigua
1,13 x 1,48 m. Firmado: L. Sánchez Santarén/Madrid 1890
Mucientes (Valladolid). Ayuntamiento
Su argumento se basa en una imaginaria reconstrucción histórica por la que se pretendía hacer visibles acontecimientos cotidianos antiguos, medievales o modernos, tratando de mostrar momentos en sombra, prolegómenos o epílogos de hechos verídicos. Con este lienzo concursó en la exposición celebrada aquel año por el Círculo Calderón de la Barca y seguramente llamaría la atención por la bellísima figura del paje que sostiene el plano y que tiene evidentes recuerdos de Fortuny o Palmaroli así como la soltura técnica de todo el conjunto.

Fotografía obtenida de http://domuspucelae.blogspot.com.es/2013/03/historias-de-valladolid-cronicas.html
Vencido y prisionero
1,82 x 1,02 m. Firmado: Luciano Sánchez Santarén 1897
Valladolid. Ayuntamiento
Representa a un militar vestido de media coraza, sin espada y con su morrión en el suelo, sentado y en actitud de abatimiento. Su atuendo responde a la moda del siglo XVI y modelos muy similares se pueden apreciar en lienzos del pintor Gisbert o del vallisoletano Miguel Jadraque. Es un excelente estudio psicológico al tiempo que hace ostentación de virtuosismo tanto en los reflejos metálicos como en las calidades de las telas. Constituye una de sus obras maestras. El Ayuntamiento lo adquiere el 2 de junio de 1951 por la estimable cantidad de 6.000 pesetas.

Cervantes ante el Rey de Argel
0,49 x 0,70 m. Firmado: Luciano Sánchez Santarén (al dorso)
Valladolid. Colección particular
Se trata de otro episodio imaginado en esta ocasión basado en el cautiverio de Miguel de Cervantes en Argel. Simula una conversación mantenida por el prisionero y el príncipe musulmán que gobernaba la regencia argelina. La composición, muy abocetada, fue realizada durante sus años de estudio en la Escuela madrileña de Bellas Artes y ejemplifica perfectamente los trabajos de imaginación a que se sometían los alumnos para formar sus cualidades de figuración, espacio, luz, color, etcétera.

El bautismo de Jesús
1,58 x 1,08 m. Firmado: L. Sánchez Santarén 1903
Valladolid. Parroquia de San Miguel y San Julián
Pintado por encargo del activo párroco D. Anastasio Serrano para ser colocado sobre la pila bautismal de la iglesia de San Miguel. Seguramente será su más bella composición religiosa en la que volcó todos sus más íntimos sentimientos, interpretando el bautismo de Cristo como un acto de recogimiento interior, eliminando hasta la concha habitual, pisando la Paloma sobre la cabeza de Jesús y con siluetas de ángeles en la misma actitud devota que sus protagonistas.
Tanto el simbolismo que trasciende de la escena como su concepción general se ha relacionado con obras de los pintores Nazarenos de mediados del siglo XIX. Sus cualidades de excelente anatomista están tan presentes como su interés por el dibujo y sus dotes de buen colorista.

¡Qué será de nosotras!
1,10 x 0,70 m. Firmado: L. Sánchez Santarén, 1892
Valladolid. Colección particular
Fue la obra que obtuvo un mayor reconocimiento oficial al ser galardonada en varias ocasiones. Su argumento posee un evidente trasfondo social al situar en primer plano el desamparo femenino al que conducía la tragedia de la desaparición del cabeza de familia. Sobre la composición gravita una profunda carga sentimental cuyos esquemas más conocidos derivan dela pintura francesa pero de los que el realismo español supo extraer todas sus consecuencias. La tristeza, la melancolía, la resignación o el ensimismamiento son elementos caracterológicos colocados ante la mirada del espectador.

Mendigo
0,43 x 0,24 m.
Firmado: L. S. Santarén
Valladolid. Colección particular
Sánchez Santarén se formó todavía dentro de una devoción por el cuadro de historia, de argumento heroico o religioso y en contadas ocasiones tocó asuntos de marginación social o de angustia dramática (¡Qué será de nosotras!). Representa esta pintura un intento de abordar un motivo social sin profundizar en el contenido y casi se puede adivinar una chispa de intrascendencia. Técnicamente puede ser considerada como una obra avanzada dentro del estilo del autor, dada la soltura y la manera de construir la figura que puede denotar el conocimiento de artistas francesas.

BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: Pintores castellanos y leoneses del siglo XIX, Junta de Castilla y León, Valladolid, 1989.
  • URREA, Jesús: El pintor Luciano Sánchez Santarén (1864-1945), Caja de Ahorros Popular de Valladolid, Valladolid, 1983.
  • URREA, Jesús: Patrimonio artístico del Ayuntamiento de Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 1998.
  • URREA, Jesús: Pintores de Valladolid (1890-1940), Caja de Ahorros Popular de Valladolid, Valladolid, 1985.
  • URREA, Jesús: Pintores vallisoletanos del siglo XIX, Caja de Ahorros Popular de Valladolid, Valladolid, 1987.