jueves, 12 de mayo de 2016

LA TRASLACIÓN DE SAN PEDRO REGALADO DE LA IGLESIA DEL SALVADOR


El día 13 de mayo se celebra en Valladolid la fiesta de su patrón, San Pedro Regalado. Pero, ¿quién fue San Pedro Regalado? Fray Pedro de la Costanilla nació en la vallisoletana calle de la Costanilla (actual c/ Platerías) hacia el año 1390, siendo bautizado en la iglesia más próxima a su domicilio, que era la del Santísimo Salvador; parroquia que años después difundiría, junto al Convento de San Francisco, la memoria de su ilustre hijo. Refiere Teófanes Egido que el futuro santo recibió diversos nombres, tales como “Pedro de la Costanilla”, “Pedro de la Regalada”, “Pedro de la Costanilla y Regalado”; o, incluso, “Periquillo de Valladolid”, apodo que le impuso fray Pedro de Villacreces, y “Santo Regalado”, nombre que le otorgaron tras su fallecimiento los humildes campesinos que le habían tratado. Estos, además de los pobres y los enfermos conformaron el núcleo fundamental del cual partió la devoción del santo. Al parecer, “se comprometió a los catorce años con el proyecto, que ya era realidad, de fray Pedro de Villacreces”. Resalta Redondo Cantera y Zaparaín Yáñez que “su vida, según se recogía en la bula de canonización, se caracterizó por el ejercicio de la caridad, la penitencia, las ascesis y la pobreza, entre otras Virtudes”.

Su culto debió de originarse en la segunda mitad del siglo XV en los alrededores del Convento de La Aguilera, puesto que era el lugar en el que reposaban sus restos, si bien no fue hasta 1520 cuando lo tenemos documentado. Con posterioridad, el culto se expandió, entre otros motivos, gracias al envío de “reliquias (fragmentos de huesos, de hábito, etc.) a diversos lugares, con lo que, además de propagar su devoción, se crearon nuevas sedes de culto. Entre éstas, la más importante fue la ciudad natal del santo, Valladolid”. Fue en esta ciudad, la suya, desde la que surgieron los primeros intentos para lograr su canonización. También participaron en la propagación de su culto, y en la causa de su beatificación, personas pertenecientes a la nobleza y a la realeza; como, por ejemplo, Isabel la Católica, la reina Mariana de Austria, o los Condes de Miranda, patronos del convento de La Aguilera. A partir de este momento los focos de su culto pasaron a ser dos: La Aguilera y Valladolid, ciudad en la que desde entonces su figura iría tomando mucha importancia. El 17 de agosto de 1683 fue proclamado beato, si bien desde hacía tiempo sus paisanos le habían “subido a los altares”, lo que trajo consigo la multiplicación de sus representaciones. Para la canonización hubo que esperar hasta el 25 de julio de 1746, día en que Benedicto XIV celebra la misa de San Pedro Regalado en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
Su milagro más conocido, que fue recogido por sus dos hagiógrafos más importantes, fray Antonio Daza (1627) y fray Manuel de Monzaval (1684), fue el de la Traslación entre los conventos de La Aguilera y el Abrojo, el cual pasa por ser un episodio de bilocación. Relata Teófanes Egido, cronista de la ciudad de Valladolid, que “los viajes del santo eran entre la Aguilera y el Abrojo, pero en ambos conventos estuvo al mismo tiempo para celebrar el misterio de la Anunciación en la Domus Dei o capítulo de comunidad en el viernes de Lázaro en el Scala Coeli. Puesto a medir los tiempos, el cronista aquilata: “hecha la cuenta, no tardó un cuarto de hora; pero ¡qué mucho era si los ángeles le servían y acompañaban!”. Como es bien sabido, este angélico y aéreo transporte se convirtió en el símbolo iconográfico de San Pedro Regalado”.

La representación más conocida de la Traslación de San Pedro Regalado es la conservada en la capilla dedicada al santo en la iglesia del Salvador de Valladolid, templo en el que fue bautizado. Esta capilla se encuentra presidida por un sencillo retablo que alberga el referido grupo escultórico, de bellísima factura y que viene a ser una directa repercusión del realizado por Juan de Ávila dos décadas antes para la capilla mayor del Convento del Domus Dei de La Aguilera (Burgos).
En una fecha indeterminada del mes de mayo de 1709 un anónimo benefactor, que firma como “el más humilde y rendido devoto de San Pedro Regalado”, decide que, “como amante y celoso de ella, dice ser de su particularísima devoción hacer a su costa un San Pedro Regalado (como está en el Convento del Aguilera) altar donde se coloque; y retablo para su mayor decencia, en dicha iglesia”. Para ello suplica a la parroquia le concediera permiso para que “se haga dicho altar a la entrada de la capilla mayor, al lado del Evangelio en correspondencia del altar del Santísimo Cristo. Lo cual concedido, hará con otros devotos una fiesta muy solemne teniendo patente el Santísimo Sacramento (…) Ítem pide el acompañamiento de las cofradías sita en dicha parroquia y la solicitud de obtener las licencias que para todo lo dicho fueren necesarias que pues todo cede en mayor honra y gloria de Dios”. Este anónimo mecenas estaba convencido de que esta “demostración tan piadosa y tenida a tan gran santo, impetrara para todos sus parroquianos especiales auxilios para que le vean con mayor culto en la gloria”. Pilar Calvo Caballero desvela que ese personaje anónimo no es otro que el escribano Gabriel de Medina Mieses, el cual no solamente costeó el grupo de San Pedro Regalado y su retablo, sino que también sufragó los retablos colaterales y las esculturas que las presidían. Medina Mieses “contribuyó a la capilla, ideó la función de San Pedro Regalado y dota a la Cofradía de su sala y de esta Memoria, la primera recibida”.

El 26 de mayo de ese mismo año “el cura y parroquianos de la iglesia parroquial del Salvador (…) estando especialmente nos el licenciado don Pedro de Rábago, cura propio de dicha iglesia, don Félix de Estefanía Ureta regidor, don Fernando Robredo, don Domingo Fernández del Val, don Francisco de Villegas, Jerónimo de Estrada, Juan Manuel Navarro Moreno, Juan de Mollinedo, Frutos Martínez, Julián García” otorgaban licencia a “dicho devoto (que es el escribano ante el que pasa esta escritura) para que coloque y ponga la efigie del señor San Pedro Regalado en dicha parroquia iglesia del Salvador donde está bautizado”. Además, acordaron que se le dieran las gracias por tal ofrecimiento. En esa misma junta parroquial se resolvió fabricar una capilla propia a San Pedro Regalado “mediante decía ser propia causa de toda la parroquia por ser hijo de ella, y que lo razón se coloque en sitio el más decente que hubiere”. El lugar elegido fue “el sitio de otra [capilla] que está totalmente arruinada que se decía ser del Ilmo. Señor Obispo Soto, de que sobre ella tenía dicha fábrica tres mil y tantos maravedís de renta perpetua en cada un año, de que se debieran más de cien años como constaba de las cuentas” y, asimismo, “se hiciese para ser mayor decencia y culto un nuevo camarín, que saliese al cementerio de dicha iglesia que cae a la plazuela con su transparente”.
El día 4 de junio de 1709 se abrieron “los cimientos para la capilla camarín que a devoción de los devotos le consagran a su costa. Sea para el mayor servicio de Dios y mayor gloria del Santo”. Asimismo, el día 28 de ese mismo mes se procedió a colocar “la primera piedra de la capilla camarín de San Pedro Regalado y en las tres piedras de las esquinas y medio de la pared principal se pusieron muchas reliquias y monedas de plata y cobre”. La realización de la capilla marchó a buen ritmo puesto que a finales de agosto ya estaba acabada, y el día 29 de septiembre se procedió a colocar “al Santo en su retablo y capilla”.

Exteriores de la capilla de San Pedro Regalado
En la petición que hizo Manuel de Medina Mieses para hacer a su costa la efigie de San Pedro Regalado se puede leer la expresión “hacer a su costa”, lo que nos indica que la imagen no estaba hecha por entonces. Por lo tanto, el encargo del escribano a Pedro de Ávila se produciría pocos días después, tampoco se retrasaría mucho la contratación del retablo que presidiría el bulto del Regalado puesto que como ya hemos visto a finales de septiembre de ese mismo año ya estaba todo colocado en su sitio.
Un documento de poder a procuradores parece indicarnos que el autor del retablo fue el prestigioso ensamblador vallisoletano Alonso Manzano. Efectivamente, el 16 de septiembre del referido año de 1709, Manzano otorgaba poder a “Juan García Gago y a Manuel de Peñamaría procuradores del número de esta Real Chancillería” para que le defendieran de una demanda que le habían puesto “los comisarios nombrados por la parroquial del Salvador de esta ciudad para la traslación de San Pedro Regalado en su capilla de la iglesia de ella sobre suponer que el adorno que hecho y ejecutado según mi arte no está arreglado a la traza ni vale el precio en que lo ajusté y otras cosas contenidas en su pedimento”. Manzano declaraba que esta afirmación era incierta “porque yo he cumplido con lo que ha sido de mi obligación”. Lo que quedaría por confirmar es si con lo del “adorno” se refieren al retablo o no, sin embargo es lo más probable. El retablo es muy sencillo puesto que se trata de un simple arco exento con estípites a los lados. Va coronado por una gran corona y dos palmas a los lados. Por su interior, donde se encuentra el grupo de la Traslación de San Pedro Regalado, adquiere en su parte superior forma tribulada para adaptarse al citado grupo escultórico. El hecho de que una barra horizontal, oculta por las propias esculturas y las alas de los ángeles, sujete el grupo por las espaldas es un efectismo muy barroco puesto que a simple vista parece estar desarrollándose esa acción ante nuestros ojos.

Refería Manuel Canesi que la capilla se había terminado de fabricar y amueblar el día 26 de septiembre, y que había ayudado bastante en esta tarea “Gabriel de Medina Mieses, escribano del número de esta ciudad, y muy celoso y vigilante parroquiano y más de la extensión del mayor culto del santo a que coadyuvaron los mercaderes y plateros y otros muchos devotos”. En la tarde de esa misma jornada, una vez preparados el retablo y trono nuevo se formó una procesión para conducir “el santo bulto (…) al convento de San Quirce de religiosas del orden de San Bernardo, donde el ilustrísimo señor D. Andrés de Urueta y Barasorda, obispo de esta ciudad, estaba confirmando a muchas de ellas”. La procesión continuaría hasta el convento de las Brígidas, “en que cantaron la Salve a Nuestra Señora”, y después prosiguió hasta el Convento de San Francisco. Al día siguiente, por la tarde, se celebró una nueva procesión, en esta ocasión entre el Convento de San Francisco, cenobio en el que había profesado el Regalado y su nueva capilla en la parroquia del Salvador, en cuya pila había sido bautizado. Durante los tres días siguientes se exaltaron las virtudes del Regalado, y en el último, que fue el día 30, se realizó una nueva procesión en el que participaron algunas de las penitenciales colocando altares en la calle. Así, por ejemplo, la Cofradía de la Piedad puso el suyo en la calle de los Orates; mientras que la de la Vera Cruz dispuso uno “de cuatro caras muy vistoso” en el Ochavo; tampoco podía faltar el elaborado por el Convento de San Francisco, que se ubicó en la calle de la Sortija.

Al relato de Canesi se contrapone el de Ventura Pérez (quien en ciertas ocasiones comete errores cronológicos) que fecha estos fastos por la conclusión de la capilla, procesión, etc… justo un año después, en septiembre de 1710; relato que asimismo recoge Casimiro González García-Valladolid, el cual también en ocasiones comete fallos cronológicos: “La tercera capilla es la de San Pedro Regalado (…) El día 12 de junio de 1710 se acordó edificar una capilla dedicada a dicho Santo, en la iglesia parroquial del Salvador, en que fue bautizado: el día 28 del mismo mes se colocó la primera piedra y el 31 de agosto siguiente quedó terminada. Se eligió para su emplazamiento el lugar ocupado entonces por la pila bautismal, la que con este motivo fue trasladada a la capilla donde se encuentra hoy (…) El día 29 de septiembre se inauguró la nueva capilla y altar del santo, celebrándose al efecto un solemne triduo costeado el primer día por la Venerable Congregación de San Felipe Neri; ofició la misa el Dr. Cañizar, ministro de aquella y predicó el Sr. D. Pedro Dávila, canónigo magistral de esta Santa Iglesia: el segundo le costaron los feligreses de la parroquia; dijo la misa el párroco D. Pedro de Rábago y predicó el Rvdmo. P. Fr. Dionisio Carvajal, hijo de la parroquia y predicador mayor de la Orden de San Bernardo; el tercero fue hecho a expensas de la ciudad; predicó el predicador mayor de la Orden de San Francisco y asistieron el corregidor y los capitulares. “Este día salió por la tarde en procesión el santo; asistió la venerable congregación de San Felipe, la cofradía penitencial de la Cruz y Piedad, y todas la de la parroquia. La cofradía de la Piedad puso un altar muy lindo a los Orates. La cofradía de la Cruz puso otro en el Ochavo, que subía por encima del tejado. La congregación de San Felipe puso otro a la puerta de su iglesia; hubo muchos fuegos y luminarias todas las tres noches; hubo mojigangas y máscaras, y se concluyó con una corrida de toros. Se fundó al santo una congregación para enterrar a los pobres que mueren en la parroquia”.

Unos meses después, en mayo de 1710, los mismos parroquianos (animados por el inquieto don Pedro de Rábago, cura de la iglesia del Salvador) que dieron permiso a Medina Mieses para fabricar a su costa el grupo escultórico del Regalado, fundan la Congregación de San Pedro Regalado y Ánimas Pobres del cementerio de la referida parroquia. Su fundación tenía el propósito de subsanar la carencia de una cofradía dedicada al santo vallisoletano (por entonces aún Beato) “y a la falta de sufragios de las Ánimas de los Pobres que recibe sepultura en el cementerio de la dicha Parroquial del Salvador”. Esta cofradía, que tendría como misión el rezar por los pobres del cementerio parroquial “que no enterrarlos; asistir a los entierros de sus congregantes, esposas e hijos, brindarles la capilla y costearles las misas; pero éstas, a diferencia de las de aquellos sufragadas con limosnas, salen del peculio de cada congregante, lo que casaría con la norma de que sus miembros pertenezcan a los oficios más honoríficos y, por ende, más pudientes”. La regla por la que debía regirse fue aprobada el 2 de mayo de 1711 por el vicario general don Andrés de Orbe y Larreátegui en nombre del obispo Andrés de Orueta Barasorda. Asimismo, la cofradía se ponía bajo el patrocinio de don Baltasar de Zúñiga y Ayala, marqués de Aguilafuente, cuyo nombre encabeza la regla. A pesar de ello, tal como y reseña Pilar Calvo Caballero, su protagonismo quedó eclipsado por los de “Pedro de Rábago, y de Gabriel de Medina Mieses, mayordomo y limosnero que fue del obispo Diego de la Cueva y Aldana, y escribano del número de Valladolid entre 1681-1721”; puesto que al primero se debe la formación de la Congregación, y al escribano y su familia, que “son su alma como prueba la relación de firmantes de la Regla”, parte de las esculturas y retablos de la capilla.

Comparación entre la Traslasción de San Pedro Regalado de la iglesia del Salvador de Valladolid (Pedro de Ávila) y la del Convento del Domus Dei de La Aguilera (atrib. Juan de Ávila)
Desde que Martín González y Urrea expusieran en el respectivo tomo del Catálogo Monumental de Valladolid que el grupo escultórico era “probablemente de Pedro de Ávila, influido todavía por su padre Juan de Ávila”, la atribución ha sido respaldada sin fisuras. De todas maneras no hay muchas dudas acerca de su filiación puesto que tanto San Pedro Regalado como los ángeles laterales poseen unos rostros con los típicos rasgos estilísticos del escultor. Lo primero que observamos es que se trata de una versión del que supuestamente realizó su padre veinte años antes para la capilla mayor del Convento del Domus Dei de La Aguilera. San Pedro es transportado por los aires por tres ángeles (y no cuatro como en el ejemplar burgalés puesto que en aquél figura un ángel que empuja al santo por la espalda) que forman una especie de “trono angélico”: uno a cada lado del santo, agarrándole por las piernas y la espalda; y otro a los pies, actuando de soporte. Todos muy similares a los burgaleses, aunque con gestos y disposiciones diferentes.
San Pedro Regalado figura como de costumbre con su típico hábito franciscano de la rama de los Menores de la Observancia que consta de “túnica, capilla y capuchón de color marrón”. En ocasiones algunas esculturas poseen una policromía en la que se alude a las calidades pictóricas que “detallan la aspereza del sayal basto de Aranda con el que se vestían los reformadores de Villacreces, por lo que se les conoció también como sayalego”; éste, al igual que el San Pedro de La Aguilera, posee ricas labores de brocado en la parte baja y en la capucha, el resto va decorado con labores vegetales que apenas se pueden percibir en toda su grandeza y luminosidad por culpa del polvo. Sería necesaria una restauración que recuperara la bellísima y colorida policromía. Los pies van calzados por unas sandalias rojas, las cuales tan solo las podemos vislumbrar si nos ponemos debajo del grupo escultórico dado que las oculta tanto el ángel inferior como la túnica del santo. Ya dijimos que, aunque se decía que solía viajar descalzo, las sandalias hacen referencia a la descalcez. Los pliegues son muy blandos, los heredados de su padre y su suegro, y sin embargo el tratamiento general de los mismos ya no es tan dulce y combado, sino que podemos percibir las quebraduras propias del pliegue a cuchillo, aunque todavía muy incipiente. Esto lo podemos observar en la parte baja de las túnicas del santo y los dos ángeles laterales. Lo que si se encuentra presente es ese adelgazamiento de las maderas que tanto gusta a nuestro escultor, y que nos trae a la memoria a Pedro de Mena y José de Mora.

El Regalado va “sentado” de una forma muy elegante puesto que tiene la pierna izquierda ligeramente adelantada, posándola sobre la cabeza del ángel inferior, mientras que la pierna derecha recae sobre la espalda del referido ser angélico. La posición de su cuerpo no es frontal puesto que, además, su torso se encuentra levemente girado hacia la izquierda. Por su parte, su brazo izquierdo lo extiendo hacia ese lado, mientras que con esa mano sujeta un cayado que alude a su condición de peregrino. El brazo derecho está relajado, y esta mano agarra un libro cerrado, aunque intenta meter uno de los dedos para separar las páginas, detalle que puede proceder de Gregorio Fernández. El libro alude “a su redacción de las constituciones que regían la vida de estas comunidades monástica; también es consecuencia de los escritos que le atribuyeron sus panegiristas”; o bien a “las “Constituciones” que, según los hagiógrafos, elaboró para La Aguilera y el Abrojo, aunque fuera fray Pedro de Villacreces quien las preparó”.  Pero, aún porta un tercer atributo: el sombrero de ala ancha, que le tiene colgado del cuello y caído sobre la espalda, que también alude a su condición de caminante.

El rostro nos presenta los rasgos típicos con los que se suele representar al Regalado, y asimismo las características propias del segundo estilo de Pedro de Ávila que hace que sus obras sean inconfundibles. Figura representado con una amplia tonsura que “se convierte prácticamente en una calvicie, lo que le proporcionaba un aspecto de edad avanzada”, y un rostro blando, enjuto, lleno de arrugas en el cual se “reflejan los sacrificios de una vida de penitencia y privaciones, trasladando la idea de “extrema delgadez” a la que llegó antes de morir, buscando impresionar el ánimo de los fieles”. Está trazado tan mórbidamente que acusa a la perfección las calidades de la piel, y sobre todo las arrugas del cuello, laterales de la boca y de la frente; esta última adopta la forma de doble onda superpuesta que hemos visto en otros santos. Nariz de tabique ancho, boca entreabierta, cejas rectas, ojos de tapilla, etc… La policromía es excelente, rosado para las mejillas y negruzco para simular una incipiente barba.

Los dos ángeles que sujetan al santo forman unos arriesgados escorzos, cada uno girando el torso hacia un lado, de tal manera que ambos nos miran de frente. Visten unas largas túnicas floreadas que les cubren todo el cuerpo, dejando tan solo al descubierto los pies, que van calzados con sandalias similares a las del santo. Por encima una sobretúnica, similar a la que hemos visto en otros ángeles como los de la Guarda de las iglesias de Santiago Apóstol y San Martín, ambos atribuidos a Juan de Ávila. Esta sobretúnica, que va anudada a la cintura por un cíngulo, se abre a la altura de la propia cintura, llegando a doblarse con tal delicadeza y formando unas telas tan finas que parece como si el viento descorriera una cortina. Les diferencia la policromía puesto que la del ángel de la izquierda del santo es rosada y la de la derecha verde; eso sí, ambas llevan la misma decoración vegetal en tonos más oscuros que los referidos y también dorados. Las alas de ambos ángeles, que se encuentran completamente extendidas y perfectamente policromadas en múltiples colores, son postizas puesto que están talladas aparte y sujetas a sus respectivos cuerpos por argollas. Los rostros de ambos ángeles son idénticos, y además presentan las respectivas características del segundo estilo de Ávila ya presentes en el propio Regalado. Por último, el ángel de la parte inferior, que sirve para sujetar los pies del santo, está desnudo, mostrándonos en su plenitud su rolliza anatomía. Dado su rostro podría tratarse de una obra de taller.

La escultura tuvo en el pasado una función procesional que en el día de hoy se ha perdido. Una de esas salidas extraordinarias fue la que aconteció el 2 de junio de 1808, en plena Guerra de la Independencia, con motivo de la proclamación de Fernando VII como rey de España. Francisco Gallardo nos narra este acontecimiento: “Conmoción en el pueblo. En el dos de junio [de 1808], sospechando el pueblo que no daban por el General y Ayuntamiento providenciales eficaces para la conducción de armas y municiones, se volvió a conmover; las salas del crimen franquearon las que tenían los reos, y el público pidió se proclamase a Fernando 7º por rey de España y sus Indias, el Ayuntamiento convino en ello y así se ejecutó por su alférez mayor señor marqués de Revilla. A este tiempo se advirtió una nube en la plaza que formaba en rasgos con unos ramos de palma y después un circo u óvalo que en el medio contenía al sol; se desvaneció como a los treinta minutos, quedando algunas ráfagas; sacaron de la iglesia a Nuestra Señora del Pilar, y del Salvador a San Pedro Regalado, a quienes colocaron en el Consistorio y pusieron muchas luces”. Las últimas veces que el santo salió en procesión fue en el periodo comprendido entre los años 1928-1930. La procesión fue recuperada, al igual que las de la Semana Santa, “a iniciativa del arzobispo Gandásegui”. Señala Calvo Caballero que en 1928 “los cofrades quisieron que saliera la imagen del retablo de la Capilla, aunque pesase, por ser la conocida por los vallisoletanos. Alguna vez antes los devotos la sacaron fuera de El Salvador y fue la que más Novenarios presidió. Ésta sería su última salida, la última también que se bajó de su retablo al Santo”.

Instantáneas de cuándo se recuperó la procesión entre los años 1928-1930. Fotos tomadas de Archivo Municipal de Valladolid
Sería muy deseable que el patrón de la ciudad volviera a contar con una procesión el día de su fiesta, al igual que la tiene la Virgen de San Lorenzo. Y lo más lógico sería que esa procesión la protagoniza este grupo escultórico ya que desde el mismo momento de su creación protagonizó algunos desfiles entre la iglesia del Salvador, el convento de San Francisco y la Catedral.
BIBLIOGRAFÍA
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  • PÉREZ, Ventura: Diario de Valladolid (1885), Grupo Pinciano, Valladolid, 1983.

1 comentario:

  1. Es un placer leer con calma esta página, y ver sus imágenes. Hay que felicitar al autor.

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