El
día 13 de mayo se celebra en Valladolid la fiesta de su patrón, San Pedro
Regalado. Pero, ¿quién fue San Pedro Regalado? Fray Pedro de la Costanilla nació
en la vallisoletana calle de la Costanilla (actual c/ Platerías) hacia el año
1390, siendo bautizado en la iglesia más próxima a su domicilio, que era la del
Santísimo Salvador; parroquia que años después difundiría, junto al Convento de
San Francisco, la memoria de su ilustre hijo. Refiere Teófanes Egido que el
futuro santo recibió diversos nombres, tales como “Pedro de la Costanilla”,
“Pedro de la Regalada”, “Pedro de la Costanilla y Regalado”; o, incluso,
“Periquillo de Valladolid”, apodo que le impuso fray Pedro de Villacreces, y
“Santo Regalado”, nombre que le otorgaron tras su fallecimiento los humildes
campesinos que le habían tratado. Estos, además de los pobres y los enfermos
conformaron el núcleo fundamental del cual partió la devoción del santo. Al
parecer, “se
comprometió a los catorce años con el proyecto, que ya era realidad, de fray
Pedro de Villacreces”. Resalta Redondo Cantera y Zaparaín Yáñez que “su vida, según se
recogía en la bula de canonización, se caracterizó por el ejercicio de la
caridad, la penitencia, las ascesis y la pobreza, entre otras Virtudes”.
Su
culto debió de originarse en la segunda mitad del siglo XV en los alrededores
del Convento de La Aguilera, puesto que era el lugar en el que reposaban sus
restos, si bien no fue hasta 1520 cuando lo tenemos documentado. Con
posterioridad, el culto se expandió, entre otros motivos, gracias al envío de “reliquias (fragmentos
de huesos, de hábito, etc.) a diversos lugares, con lo que, además de propagar
su devoción, se crearon nuevas sedes de culto. Entre éstas, la más importante
fue la ciudad natal del santo, Valladolid”. Fue en esta ciudad, la suya,
desde la que surgieron los primeros intentos para lograr su canonización.
También participaron en la propagación de su culto, y en la causa de su
beatificación, personas pertenecientes a la nobleza y a la realeza; como, por
ejemplo, Isabel la Católica, la reina Mariana de Austria, o los Condes de
Miranda, patronos del convento de La Aguilera. A partir de este momento los
focos de su culto pasaron a ser dos: La Aguilera y Valladolid, ciudad en la que
desde entonces su figura iría tomando mucha importancia. El 17 de agosto de
1683 fue proclamado beato, si bien desde hacía tiempo sus paisanos le habían
“subido a los altares”, lo que trajo consigo la multiplicación de sus
representaciones. Para la canonización hubo que esperar hasta el 25 de julio de
1746, día en que Benedicto XIV celebra la misa de San Pedro Regalado en la
Basílica de San Pedro del Vaticano.
Su
milagro más conocido, que fue recogido por sus dos hagiógrafos más importantes,
fray Antonio Daza (1627) y fray Manuel de Monzaval (1684), fue el de la
Traslación entre los conventos de La Aguilera y el Abrojo, el cual pasa por ser
un episodio de bilocación. Relata Teófanes Egido, cronista de la ciudad de
Valladolid, que “los
viajes del santo eran entre la Aguilera y el Abrojo, pero en ambos conventos
estuvo al mismo tiempo para celebrar el misterio de la Anunciación en la Domus
Dei o capítulo de comunidad en el viernes de Lázaro en el Scala Coeli. Puesto a
medir los tiempos, el cronista aquilata: “hecha la cuenta, no tardó un cuarto
de hora; pero ¡qué mucho era si los ángeles le servían y acompañaban!”. Como es
bien sabido, este angélico y aéreo transporte se convirtió en el símbolo
iconográfico de San Pedro Regalado”.
La
representación más conocida de la Traslación de San Pedro Regalado es la
conservada en la capilla dedicada al santo en la iglesia del Salvador de
Valladolid, templo en el que fue bautizado. Esta capilla se encuentra presidida
por un sencillo retablo que alberga el referido grupo escultórico, de bellísima
factura y que viene a ser una directa repercusión del realizado por Juan de
Ávila dos décadas antes para la capilla mayor del Convento del Domus Dei de La
Aguilera (Burgos).
En
una fecha indeterminada del mes de mayo de 1709 un anónimo benefactor, que
firma como “el más
humilde y rendido devoto de San Pedro Regalado”, decide que, “como amante y celoso
de ella, dice ser de su particularísima devoción hacer a su costa un San Pedro
Regalado (como está en el Convento del Aguilera) altar donde se coloque; y
retablo para su mayor decencia, en dicha iglesia”. Para ello suplica a la
parroquia le concediera permiso para que “se haga dicho altar a
la entrada de la capilla mayor, al lado del Evangelio en correspondencia del
altar del Santísimo Cristo. Lo cual concedido, hará con otros devotos una
fiesta muy solemne teniendo patente el Santísimo Sacramento (…) Ítem pide el
acompañamiento de las cofradías sita en dicha parroquia y la solicitud de
obtener las licencias que para todo lo dicho fueren necesarias que pues todo
cede en mayor honra y gloria de Dios”. Este anónimo mecenas estaba
convencido de que esta “demostración tan
piadosa y tenida a tan gran santo, impetrara para todos sus parroquianos
especiales auxilios para que le vean con mayor culto en la gloria”. Pilar
Calvo Caballero desvela que ese personaje anónimo no es otro que el escribano
Gabriel de Medina Mieses, el cual no solamente costeó el grupo de San Pedro
Regalado y su retablo, sino que también sufragó los retablos colaterales y las
esculturas que las presidían. Medina Mieses “contribuyó a la
capilla, ideó la función de San Pedro Regalado y dota a la Cofradía de su sala
y de esta Memoria, la primera recibida”.
El
26 de mayo de ese mismo año “el cura y
parroquianos de la iglesia parroquial del Salvador (…) estando especialmente
nos el licenciado don Pedro de Rábago, cura propio de dicha iglesia, don Félix
de Estefanía Ureta regidor, don Fernando Robredo, don Domingo Fernández del
Val, don Francisco de Villegas, Jerónimo de Estrada, Juan Manuel Navarro
Moreno, Juan de Mollinedo, Frutos Martínez, Julián García” otorgaban
licencia a “dicho
devoto (que es el escribano ante el que pasa esta escritura) para que coloque y
ponga la efigie del señor San Pedro Regalado en dicha parroquia iglesia del
Salvador donde está bautizado”. Además, acordaron que se le dieran las
gracias por tal ofrecimiento. En esa misma junta parroquial se resolvió
fabricar una capilla propia a San Pedro Regalado “mediante decía ser
propia causa de toda la parroquia por ser hijo de ella, y que lo razón se
coloque en sitio el más decente que hubiere”. El lugar elegido fue “el sitio de otra [capilla] que está totalmente
arruinada que se decía ser del Ilmo. Señor Obispo Soto, de que sobre ella tenía
dicha fábrica tres mil y tantos maravedís de renta perpetua en cada un año, de
que se debieran más de cien años como constaba de las cuentas” y, asimismo,
“se hiciese para
ser mayor decencia y culto un nuevo camarín, que saliese al cementerio de dicha
iglesia que cae a la plazuela con su transparente”.
El
día 4 de junio de 1709 se abrieron “los cimientos para la
capilla camarín que a devoción de los devotos le consagran a su costa. Sea para
el mayor servicio de Dios y mayor gloria del Santo”. Asimismo, el día 28 de
ese mismo mes se procedió a colocar “la primera piedra de
la capilla camarín de San Pedro Regalado y en las tres piedras de las esquinas
y medio de la pared principal se pusieron muchas reliquias y monedas de plata y
cobre”. La realización de la capilla marchó a buen ritmo puesto que a
finales de agosto ya estaba acabada, y el día 29 de septiembre se procedió a
colocar “al Santo
en su retablo y capilla”.
Exteriores de la capilla de San Pedro Regalado |
En
la petición que hizo Manuel de Medina Mieses para hacer a su costa la efigie de
San Pedro Regalado se puede leer la expresión “hacer a su costa”, lo que nos indica que la imagen no estaba hecha
por entonces. Por lo tanto, el encargo del escribano a Pedro de Ávila se
produciría pocos días después, tampoco se retrasaría mucho la contratación del
retablo que presidiría el bulto del Regalado puesto que como ya hemos visto a
finales de septiembre de ese mismo año ya estaba todo colocado en su sitio.
Un
documento de poder a procuradores parece indicarnos que el autor del retablo
fue el prestigioso ensamblador vallisoletano Alonso Manzano. Efectivamente, el
16 de septiembre del referido año de 1709, Manzano otorgaba poder a “Juan García Gago y a
Manuel de Peñamaría procuradores del número de esta Real Chancillería” para
que le defendieran de una demanda que le habían puesto “los comisarios
nombrados por la parroquial del Salvador de esta ciudad para la traslación de
San Pedro Regalado en su capilla de la iglesia de ella sobre suponer que el
adorno que hecho y ejecutado según mi arte no está arreglado a la traza ni vale
el precio en que lo ajusté y otras cosas contenidas en su pedimento”.
Manzano declaraba que esta afirmación era incierta “porque yo he cumplido
con lo que ha sido de mi obligación”. Lo que quedaría por confirmar es si
con lo del “adorno”
se refieren al retablo o no, sin embargo es lo más probable. El retablo es muy
sencillo puesto que se trata de un simple arco exento con estípites a los lados.
Va coronado por una gran corona y dos palmas a los lados. Por su interior,
donde se encuentra el grupo de la Traslación de San
Pedro Regalado, adquiere en su parte superior forma tribulada para
adaptarse al citado grupo escultórico. El hecho de que una barra horizontal,
oculta por las propias esculturas y las alas de los ángeles, sujete el grupo
por las espaldas es un efectismo muy barroco puesto que a simple vista parece
estar desarrollándose esa acción ante nuestros ojos.
Refería
Manuel Canesi que la capilla se había terminado de fabricar y amueblar el día
26 de septiembre, y que había ayudado bastante en esta tarea “Gabriel de Medina
Mieses, escribano del número de esta ciudad, y muy celoso y vigilante
parroquiano y más de la extensión del mayor culto del santo a que coadyuvaron
los mercaderes y plateros y otros muchos devotos”. En la tarde de esa misma
jornada, una vez preparados el retablo y trono nuevo se formó una procesión
para conducir “el
santo bulto (…) al
convento de San Quirce de religiosas del orden de San Bernardo, donde el
ilustrísimo señor D. Andrés de Urueta y Barasorda, obispo de esta ciudad,
estaba confirmando a muchas de ellas”. La procesión continuaría hasta el
convento de las Brígidas, “en que cantaron la
Salve a Nuestra Señora”, y después prosiguió hasta el Convento de San
Francisco. Al día siguiente, por la tarde, se celebró una nueva procesión, en
esta ocasión entre el Convento de San Francisco, cenobio en el que había
profesado el Regalado y su nueva capilla en la parroquia del Salvador, en cuya
pila había sido bautizado. Durante los tres días siguientes se exaltaron las
virtudes del Regalado, y en el último, que fue el día 30, se realizó una nueva
procesión en el que participaron algunas de las penitenciales colocando altares
en la calle. Así, por ejemplo, la Cofradía de la Piedad puso el suyo en la
calle de los Orates; mientras que la de la Vera Cruz dispuso uno “de cuatro caras muy
vistoso” en el Ochavo; tampoco podía faltar el elaborado por el Convento de
San Francisco, que se ubicó en la calle de la Sortija.
Al
relato de Canesi se contrapone el de Ventura Pérez (quien en ciertas ocasiones
comete errores cronológicos) que fecha estos fastos por la conclusión de la
capilla, procesión, etc… justo un año después, en septiembre de 1710; relato
que asimismo recoge Casimiro González García-Valladolid, el cual también en
ocasiones comete fallos cronológicos: “La tercera capilla es
la de San Pedro Regalado (…) El día 12 de junio de
1710 se acordó edificar una capilla dedicada a dicho Santo, en la iglesia
parroquial del Salvador, en que fue bautizado: el día 28 del mismo mes se
colocó la primera piedra y el 31 de agosto siguiente quedó terminada. Se eligió
para su emplazamiento el lugar ocupado entonces por la pila bautismal, la que
con este motivo fue trasladada a la capilla donde se encuentra hoy (…) El día 29 de
septiembre se inauguró la nueva capilla y altar del santo, celebrándose al
efecto un solemne triduo costeado el primer día por la Venerable Congregación
de San Felipe Neri; ofició la misa el Dr. Cañizar, ministro de aquella y
predicó el Sr. D. Pedro Dávila, canónigo magistral de esta Santa Iglesia: el
segundo le costaron los feligreses de la parroquia; dijo la misa el párroco D.
Pedro de Rábago y predicó el Rvdmo. P. Fr. Dionisio Carvajal, hijo de la
parroquia y predicador mayor de la Orden de San Bernardo; el tercero fue hecho
a expensas de la ciudad; predicó el predicador mayor de la Orden de San
Francisco y asistieron el corregidor y los capitulares. “Este día salió por la
tarde en procesión el santo; asistió la venerable congregación de San Felipe,
la cofradía penitencial de la Cruz y Piedad, y todas la de la parroquia. La
cofradía de la Piedad puso un altar muy lindo a los Orates. La cofradía de la
Cruz puso otro en el Ochavo, que subía por encima del tejado. La congregación
de San Felipe puso otro a la puerta de su iglesia; hubo muchos fuegos y
luminarias todas las tres noches; hubo mojigangas y máscaras, y se concluyó con
una corrida de toros. Se fundó al santo una congregación para enterrar a los
pobres que mueren en la parroquia”.
Unos
meses después, en mayo de 1710, los mismos parroquianos (animados por el
inquieto don Pedro de Rábago, cura de la iglesia del Salvador) que dieron
permiso a Medina Mieses para fabricar a su costa el grupo escultórico del
Regalado, fundan la Congregación de San Pedro Regalado y Ánimas Pobres del
cementerio de la referida parroquia. Su fundación tenía el propósito de
subsanar la carencia de una cofradía dedicada al santo vallisoletano (por
entonces aún Beato) “y a la falta de
sufragios de las Ánimas de los Pobres que recibe sepultura en el cementerio de
la dicha Parroquial del Salvador”. Esta cofradía, que tendría como misión
el rezar por los pobres del cementerio parroquial “que no enterrarlos;
asistir a los entierros de sus congregantes, esposas e hijos, brindarles la
capilla y costearles las misas; pero éstas, a diferencia de las de aquellos
sufragadas con limosnas, salen del peculio de cada congregante, lo que casaría
con la norma de que sus miembros pertenezcan a los oficios más honoríficos y,
por ende, más pudientes”. La regla por la que debía regirse fue aprobada el
2 de mayo de 1711 por el vicario general don Andrés de Orbe y Larreátegui en
nombre del obispo Andrés de Orueta Barasorda. Asimismo, la cofradía se ponía
bajo el patrocinio de don Baltasar de Zúñiga y Ayala, marqués de Aguilafuente,
cuyo nombre encabeza la regla. A pesar de ello, tal como y reseña Pilar Calvo
Caballero, su protagonismo quedó eclipsado por los de “Pedro de Rábago, y de
Gabriel de Medina Mieses, mayordomo y limosnero que fue del obispo Diego de la
Cueva y Aldana, y escribano del número de Valladolid entre 1681-1721”;
puesto que al primero se debe la formación de la Congregación, y al escribano y
su familia, que “son
su alma como prueba la relación de firmantes de la Regla”, parte de las
esculturas y retablos de la capilla.
Comparación entre la Traslasción de San Pedro Regalado de la iglesia del Salvador de Valladolid (Pedro de Ávila) y la del Convento del Domus Dei de La Aguilera (atrib. Juan de Ávila) |
Desde
que Martín González y Urrea expusieran en el respectivo tomo del Catálogo
Monumental de Valladolid que el grupo escultórico era “probablemente de
Pedro de Ávila, influido todavía por su padre Juan de Ávila”, la atribución
ha sido respaldada sin fisuras. De todas maneras no hay muchas dudas acerca de
su filiación puesto que tanto San Pedro Regalado como los ángeles laterales
poseen unos rostros con los típicos rasgos estilísticos del escultor. Lo
primero que observamos es que se trata de una versión del que supuestamente
realizó su padre veinte años antes para la capilla mayor del Convento del Domus
Dei de La Aguilera. San Pedro es transportado por los aires por tres ángeles (y
no cuatro como en el ejemplar burgalés puesto que en aquél figura un ángel que
empuja al santo por la espalda) que forman una especie de “trono angélico”: uno
a cada lado del santo, agarrándole por las piernas y la espalda; y otro a los
pies, actuando de soporte. Todos muy similares a los burgaleses, aunque con
gestos y disposiciones diferentes.
San
Pedro Regalado figura como de costumbre con su típico hábito franciscano de la
rama de los Menores de la Observancia que consta de “túnica, capilla y
capuchón de color marrón”. En ocasiones algunas esculturas poseen una
policromía en la que se alude a las calidades pictóricas que “detallan la aspereza
del sayal basto de Aranda con el que se vestían los reformadores de
Villacreces, por lo que se les conoció también como sayalego”; éste, al
igual que el San Pedro de La Aguilera, posee ricas labores de brocado en la
parte baja y en la capucha, el resto va decorado con labores vegetales que
apenas se pueden percibir en toda su grandeza y luminosidad por culpa del polvo.
Sería necesaria una restauración que recuperara la bellísima y colorida
policromía. Los pies van calzados por unas sandalias rojas, las cuales tan solo
las podemos vislumbrar si nos ponemos debajo del grupo escultórico dado que las
oculta tanto el ángel inferior como la túnica del santo. Ya dijimos que, aunque
se decía que solía viajar descalzo, las sandalias hacen referencia a la
descalcez. Los pliegues son muy blandos, los heredados de su padre y su suegro,
y sin embargo el tratamiento general de los mismos ya no es tan dulce y
combado, sino que podemos percibir las quebraduras propias del pliegue a
cuchillo, aunque todavía muy incipiente. Esto lo podemos observar en la parte
baja de las túnicas del santo y los dos ángeles laterales. Lo que si se
encuentra presente es ese adelgazamiento de las maderas que tanto gusta a
nuestro escultor, y que nos trae a la memoria a Pedro de Mena y José de Mora.
El
Regalado va “sentado” de una forma muy elegante puesto que tiene la pierna
izquierda ligeramente adelantada, posándola sobre la cabeza del ángel inferior,
mientras que la pierna derecha recae sobre la espalda del referido ser
angélico. La posición de su cuerpo no es frontal puesto que, además, su torso
se encuentra levemente girado hacia la izquierda. Por su parte, su brazo
izquierdo lo extiendo hacia ese lado, mientras que con esa mano sujeta un
cayado que alude a su condición de peregrino. El brazo derecho está relajado, y
esta mano agarra un libro cerrado, aunque intenta meter uno de los dedos para
separar las páginas, detalle que puede proceder de Gregorio Fernández. El libro
alude “a su
redacción de las constituciones que regían la vida de estas comunidades
monástica; también es consecuencia de los escritos que le atribuyeron sus
panegiristas”; o bien a “las “Constituciones”
que, según los hagiógrafos, elaboró para La Aguilera y el Abrojo, aunque fuera
fray Pedro de Villacreces quien las preparó”. Pero, aún porta un
tercer atributo: el sombrero de ala ancha, que le tiene colgado del cuello y
caído sobre la espalda, que también alude a su condición de caminante.
El
rostro nos presenta los rasgos típicos con los que se suele representar al
Regalado, y asimismo las características propias del segundo estilo de Pedro de
Ávila que hace que sus obras sean inconfundibles. Figura representado con una
amplia tonsura que “se
convierte prácticamente en una calvicie, lo que le proporcionaba un aspecto de
edad avanzada”, y un rostro blando, enjuto, lleno de arrugas en el cual se “reflejan los
sacrificios de una vida de penitencia y privaciones, trasladando la idea de
“extrema delgadez” a la que llegó antes de morir, buscando impresionar el ánimo
de los fieles”. Está trazado tan mórbidamente que acusa a la perfección las
calidades de la piel, y sobre todo las arrugas del cuello, laterales de la boca
y de la frente; esta última adopta la forma de doble onda superpuesta que hemos
visto en otros santos. Nariz de tabique ancho, boca entreabierta, cejas rectas,
ojos de tapilla, etc… La policromía es excelente, rosado para las mejillas y
negruzco para simular una incipiente barba.
Los
dos ángeles que sujetan al santo forman unos arriesgados escorzos, cada uno
girando el torso hacia un lado, de tal manera que ambos nos miran de frente.
Visten unas largas túnicas floreadas que les cubren todo el cuerpo, dejando tan
solo al descubierto los pies, que van calzados con sandalias similares a las
del santo. Por encima una sobretúnica, similar a la que hemos visto en otros
ángeles como los de la Guarda de las iglesias de Santiago Apóstol y San Martín,
ambos atribuidos a Juan de Ávila. Esta sobretúnica, que va anudada a la cintura
por un cíngulo, se abre a la altura de la propia cintura, llegando a doblarse
con tal delicadeza y formando unas telas tan finas que parece como si el viento
descorriera una cortina. Les diferencia la policromía puesto que la del ángel
de la izquierda del santo es rosada y la de la derecha verde; eso sí, ambas
llevan la misma decoración vegetal en tonos más oscuros que los referidos y
también dorados. Las alas de ambos ángeles, que se encuentran completamente
extendidas y perfectamente policromadas en múltiples colores, son postizas
puesto que están talladas aparte y sujetas a sus respectivos cuerpos por
argollas. Los rostros de ambos ángeles son idénticos, y además presentan las
respectivas características del segundo estilo de Ávila ya presentes en el
propio Regalado. Por último, el ángel de la parte inferior, que sirve para
sujetar los pies del santo, está desnudo, mostrándonos en su plenitud su
rolliza anatomía. Dado su rostro podría tratarse de una obra de taller.
La
escultura tuvo en el pasado una función procesional que en el día de hoy se ha
perdido. Una de esas salidas extraordinarias fue la que aconteció el 2 de junio
de 1808, en plena Guerra de la Independencia, con motivo de la proclamación de
Fernando VII como rey de España. Francisco Gallardo nos narra este
acontecimiento: “Conmoción
en el pueblo. En el dos de junio [de 1808], sospechando el pueblo que no daban
por el General y Ayuntamiento providenciales eficaces para la conducción de
armas y municiones, se volvió a conmover; las salas del crimen franquearon las
que tenían los reos, y el público pidió se proclamase a Fernando 7º por rey de
España y sus Indias, el Ayuntamiento convino en ello y así se ejecutó por su
alférez mayor señor marqués de Revilla. A este tiempo se advirtió una nube en
la plaza que formaba en rasgos con unos ramos de palma y después un circo u
óvalo que en el medio contenía al sol; se desvaneció como a los treinta
minutos, quedando algunas ráfagas; sacaron de la iglesia a Nuestra Señora del
Pilar, y del Salvador a San Pedro Regalado, a quienes colocaron en el
Consistorio y pusieron muchas luces”. Las últimas veces que el santo salió
en procesión fue en el periodo comprendido entre los años 1928-1930. La
procesión fue recuperada, al igual que las de la Semana Santa, “a iniciativa del arzobispo
Gandásegui”. Señala Calvo Caballero que en 1928 “los cofrades
quisieron que saliera la imagen del retablo de la Capilla, aunque pesase, por
ser la conocida por los vallisoletanos. Alguna vez antes los devotos la sacaron
fuera de El Salvador y fue la que más Novenarios presidió. Ésta sería su última
salida, la última también que se bajó de su retablo al Santo”.
Instantáneas de cuándo se recuperó la procesión entre los años 1928-1930. Fotos tomadas de Archivo Municipal de Valladolid |
Sería
muy deseable que el patrón de la ciudad volviera a contar con una procesión el
día de su fiesta, al igual que la tiene la Virgen de San Lorenzo. Y lo más
lógico sería que esa procesión la protagoniza este grupo escultórico ya que
desde el mismo momento de su creación protagonizó algunos desfiles entre la
iglesia del Salvador, el convento de San Francisco y la Catedral.
En otras ocasiones ya hemos hablado de San Pedro
Regalado en el Blog:
- San Pedro Regalado en el arte vallisoletano
- Iconografía de San Pedro Regalado: La “Traslación de San Pedro Regalado”
BIBLIOGRAFÍA
- ANDRÉS ORDAX, Salvador: Iconografía de San Pedro Regalado, Junta de Castilla y León. Consejería de Cultura y Bienestar Social, Valladolid, 1991.
- BURRIEZA SÁNCHEZ, Javier (coord.): La Ciudad del Regalado, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2004.
- CALVO CABALLERO, Pilar: Fiesta y devoción popular: la Cofradía de San Pedro Regalado y Nuestra Señora del Refugio de Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2014.
- CANESI ACEVEDO, Manuel: Historia de Valladolid (1750), Grupo Pinciano, Valladolid, 1996.
- DAZA, Antonio: Excelencias de la ciudad de Valladolid, con la vida y milagros del Santo Fr. Pedro Regalado, natural de la misma ciudad, uno de los tres fundadores de la Santa Provincia de la Concepción, de la Regular Observancia de la Orden de Nuestro Seráfico Padre San Francisco, Casa de Juan Lasso de las Peñas, Valladolid, 1627.
- EGIDO, Teófanes: San Pedro Regalado. Patrón de Valladolid, Obra Cultural de la Caja de Ahorros Popular, Valladolid, 1983.
- GALLARDO Y MERINO, Francisco: Noticia de casos particulares ocurridos en la ciudad de Valladolid Año 1808 y siguientes. Obra publicada, corregida, anotada y adicionada con un prólogo por D. Juan Ortega y Rubio Catedrático de esta Universidad, Imprenta y Librería Nacional y Extranjera de los Hijos de Rodríguez, Valladolid, 1886, pp. 7-8.
- GONZÁLEZ GARCÍA-VALLADOLID, Casimiro: Valladolid, sus recuerdos y sus grandezas: religión, historia, ciencias, literatura, industria, comercio y política, Tomo I, Imprenta de Juan Rodríguez Hernando, Valladolid, 1900-1902, pp. 155-156.
- MONZAVAL, P. Fr. Manuel de: Historia de las heroicas virtudes. Aclamación de los estupendos milagros. Vida, muerte y culto de San Pedro Regalado. Fundador de los Conventos de Domus Dei de Aguilera, y Scala Coeli del Abrojo primeros Santuarios de la Observancia en España, Impresor Felipe Francisco Márquez, Valladolid, 1684.
- PÉREZ, Ventura: Diario de Valladolid (1885), Grupo Pinciano, Valladolid, 1983.
Es un placer leer con calma esta página, y ver sus imágenes. Hay que felicitar al autor.
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