Hoy
toca moverse de la capital, pero no mucho ya que nos vamos a la hermosa
localidad de Geria, distante tan solo a unos cuantos kilómetros de la villa del
Pisuerga. Antes de nada deseo dedicar este post a Laura, historiadora del arte
y geriana de pro. Pues bien, en la iglesia parroquial de Geria se conserva una
escultura de Santa Catalina de Alejandría
que, aunque pasa bastante desapercibida por su colocación, es una obra
indudable de Pedro de Ávila (1678-1755), el escultor vallisoletano más
importante del primer tercio del siglo XVIII. Cuando se redactó el Inventario
Artístico de Valladolid, en el cual se la definía como “Santa Catalina Virgen y Mártir, del siglo XVIII”, la imagen estaba
situada bajo el coro.
Actualmente,
Santa Catalina preside la hornacina del ático de un retablo situado en el lado
de la Epístola junto a la puerta de entrada al templo. El retablo, que se
encuentra articulado a través de cuatro estípites, está compuesto por un
pequeño banco, un cuerpo con tres calles (las laterales más estrechas) y un
ático rematado en semicírculo. En la cúspide del ático se exhibe una medalla
adornada en la cual figura un anagrama que aludirá a la Virgen, decorado con
tallos y una cabeza de angelote. El retablo puede ser fechado en el primer
cuarto del siglo XVIII, si bien desconocemos que esculturas le integrarían en
origen. Probablemente este retablo será el que figura reseñado en el Catálogo
Monumental de Valladolid como “retablo
barroco del siglo XVIII. Contiene una Virgen de vestir de este siglo”. Si
hacemos caso del anagrama del medallón del ático, y a que Martín González
refiere que el retablo estaba presidido por una Virgen de bastidor, parece
claro que se realizó ex profeso para esta imagen mariana.
Llama
la atención el hecho de que tanto el fondo de la hornacina principal como el de
la del ático el fondo van pintado. La pintura del ático presenta un paisaje con
árboles y un amplio cielo nublado; mientras que la de la hornacina principal es
un paisaje parecido, aunque en el cielo aparecen unas cabezas aladas de
serafines, lo que parece reforzar la idea de que esta hornacina la ocupó la
referida Virgen de bastidor. Alrededor del hueco hay un marco formado por
cabezas de angelotes separadas por sus propias alas. Es probable, tanto por
tamaño como por su adaptación al marco, que la escultura de Santa Catalina que
tratamos se encontrara en origen en esta misma hornacina del ático. En la
actualidad, completa el retablo unas imágenes modernas de la Virgen de Fátima en la hornacina
principal, y de San Cristóbal y el Niño Jesús de Praga en las laterales.
Como
decíamos, Santa Catalina es obra, a no dudarlo, de Pedro de Ávila a la vista de
los rasgos estilísticos que presenta su rostro. Además no falta su típica
manera de disponer los pies (en un ángulo de 90º y separados por un pliegue
afilado de la túnica) y la presencia del característico pliegue a cuchillo.
Este pliegue no se está desarrollado en su totalidad, por lo que la escultura
pertenecerá a los primeros años de su segunda etapa (1707-1713). Así lo
confirma uno de los libros de fábrica de la parroquia, el cual nos señala que
su ejecución se efectuó en el año 1711 o comienzos del siguiente. En 1711 el
visitador general del obispo, don Andrés de Orbe y Larreátegui “colegial en el mayor de Santa Cruz de la
ciudad de Valladolid”, realiza una Visita a la parroquia durante la cual
examina los diferentes retablos y señala que en el “altar de Santa Catalina halló que su efigie de talla por antiguo y
deslucido no estaba de suerte que causare devoción al pueblo mandó se quitase y
en su lugar y nicho se pusiese otra imagen de talla de la misma santa que se
hiciese con la mayor brevedad a costa del caudal de la Cofradía sita en su
altar y capilla”. Esta antigua “efigie” de Santa Catalina que se encontraba
en tal mal estado debía de estar situada, si hacemos caso de la visita
realizada por el citado visitador el 2 de julio de 1702, en el colateral del
Evangelio: “Altares. Visitó el altar
mayor y halló ser de la advocación de Nuestra Señora de la Asunción y el altar
con su ara, sábana y frontal con toda decencia. Visitó el altar colateral del
lado del Evangelio que es su título de Santa Catalina y halló estar con su ara,
sábana y altar y por ser el ara pequeña mando su merced que cuando se halla de
decir misa en él se ponga otro portátil. Visitó el altar colateral del lado de
la Epístola su título es de Nuestra Señora de la Purificación y halló estar con
su ara, sábana y frontal con toda decencia”.
Santa
Catalina de Alejandría (que posee cierto parecido en su disposición con la
santa homónima que se atribuía a Juan de Ávila en el vallisoletano Convento de
Santa Catalina, tras el cierre de este cenobio desconozco a cual otro fue a
parar) aparece de pie, con la pierna derecha levemente adelantada, conformando
el típico contraposto al que acostumbra el escultor. Eleva su mano derecha, en
la cual porta la espada con la cual fue martirizada, mientras que el brazo
izquierdo lo dispone oblicuamente. En esta última mano quizás pudo portar la
palma del martirio, al igual que el citado modelo de su padre. A sus pies se
sitúa una corona, que quizás la llevara puesta en la testa, y la cabeza cortada
del Emperador Maximiano, su perseguidor y asesino. Según Santiago de la
Vorágine, ese verdugo no fue Maximiano sino el emperador Majencio. La cabeza
apenas es visible debido a su posición y a la altura a la que se encuentra; a
pesar de ello observamos que va coronada y que el rostro es el de un personaje
bastante moreno con largos bigotes. Extraña que no figure su atributo más
característico: la rueda con cuchillas en la cual fue martirizada.
JUAN DE ÁVILA (atrib.). Santa Catalina (finales del siglo XVII). Convento de Santa Catalina. Valladolid |
Viste
una túnica verde hasta los pies, de los cuales tan solo observamos las puntas.
El cuello de la túnica tiene las solapas vueltas. Por encima un ampuloso manto
rojo, recorrido por una esplendorosa cenefa dorada sobre la que figuran motivos
botánicos en diferentes colores, que le cubre gran parte del cuerpo,
sujetándose una parte en su axila izquierda y el otro extremo sobre el hombro
derecho (este detalle lo observamos en muchísimas ocasiones, parece que lo pudo
tomar de los San Juan Bautista de su padre y de Gregorio Fernández). Los
pliegues son berninescos como podemos observar en el acuchillamiento presente
en las dobladuras que forman la rodilla adelantada, los pliegues que chocan
contra el suelo o los situados en la parte derecha a la altura de la cintura,
los cuales se doblan sobre sí mismos dejándonos ver el envés. Concibe el manto
a través de grandes concavidades situadas en diversos planos. También está
presente el pliegue incurvado en la túnica y en ciertas partes del borde del
manto. Sea como fuere, la combinación de ambos pliegues dota a la escultura de
un movimiento muy naturalista y una apariencia delicada muy dieciochesca.
El
rostro, que sigue los parámetros generales a los que nos tiene acostumbrados
Ávila durante su segunda etapa, es muy similar al de la de la Virgen de la Anunciación conservada en Renedo
(Valladolid), al del San Miguel de
Castil de Vela (Palencia) y al del San
Juan Evangelista de la catedral vallisoletana. El pelo se distribuye
simétricamente desde su nacimiento hasta las puntas, las cuales se recogen en
la parte trasera de la cabeza, a la altura del cuello. Como en la mayoría de
las ocasiones, las melenas se distribuyen a ambos lados del rostro en sinuosos
mechones que ocultan ambas orejas.
En
definitiva, estamos ante una excelente escultura que bien merecería la plena
contemplarse más de cerca. Se trata de otro ejemplo más de escultura
vallisoletana dieciochesca de calidad que ayuda a romper esa creencia (totalmente
falsa) de que la escultura del siglo XVIII en la escuela de Valladolid no vale
la pena.
BIBLIOGRAFÍA
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José (dir.): Inventario artístico de Valladolid y su provincia, Ministerio de Educación, Valladolid, 1970, p. 139.
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo VI. Antiguo partido judicial de Valladolid, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1973, p. 45.
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