En el centro de la actual plaza de San Miguel se hallaron hace unos pocos años los restos que quedaban de la primitiva iglesia de San Miguel. Dicha iglesia fue edificada en el siglo XI, aunque bajo la advocación de San Pelayo, siendo una de las dos parroquias con que contaba por entonces la villa. El primitivo templo cambio pronto su advocación por la de San Miguel, nombre con el que figura ya a mediados del siglo XII quizás debido a la estrecha relación que existía entre los benedictinos de Cluny, de quienes dependía la abadía fundada en la por entonces villa de Valladolid, y la propagación del culto al citado arcángel.
El primitivo edificio poseería las características propias de la arquitectura románica de esta zona: iglesia de pequeño tamaño (“su fábrica fue estrecha”, dice Canesi), probablemente de una sola nave rematada su cabecera por un ábside semicircular. El crecimiento de la villa provocó también el del núcleo poblacional que rodeaba originalmente el templo y aunque la actividad comercial de la villa se desplazó hacia el sur la parroquia no perdió importancia. Dicha importancia se fundamentaba en dos elementos, por una parte era el lugar donde se custodiaba el archivo donde Valladolid guardaba sus privilegios municipales; y por otra, en la espadaña de su templo estaba colgada la campana del Concejo que se tañía para llamar a queda –en verano a las 10 h y en invierno a las 9 h– a rebato o a reunión.
La iglesia mejoró sensiblemente su edificio en 1497 cuando dos personajes muy próximos a los Reyes Católicos, el comendador de la orden de Calatrava don Diego de Bobadilla y el doctor y consejero Gonzalo González de Portillo, reedificaron a sus expensas la capilla mayor, la cual hacía más de 30 años que estaba en el suelo sin que se conozcan los motivos, dotándola y dejándola “impartible para ellos y para sus sucesores, lo cual fue por conservar la gran amistad y parentesco que tenían”. El culto a San Miguel llegó a tener tal importancia en la villa que ésta se colocó bajo su patronato hasta que en 1746 la ciudad lo sustituyó por el de San Pedro Regalado.
Por un dibujo realizado por el ensamblador y diarista vallisoletano Ventura Pérez a mediados del siglo XVIII, pocos años antes de la demolición del templo, podemos conocer su aspecto exterior que se ajustaba, por los elementos formales y decorativos que se observan en él –ventanas con arcos apuntados, decoración de bolas, crestería de cuadrifolias, portada enmarcada por alfiz, jambas y arco cairelados– a los modos constructivos y ornamentales de la fase final del gótico coincidente con el reinado de los Reyes Católicos. Si a ello se une que la cronología de una escultura, que representando al arcángel San Miguel presidía la puerta del lado de la epístola, se considera como obra de finales del siglo XV y se relaciona con algunas de la que decoran la fachada del Colegio de San Gregorio, quedaría justificada también la colocación, “en un pilar de cuatro grandes… sobre que estriba su hermosa fábrica”, de un escudo con las armas de los referidos monarcas incluidas ya las del reino de Granada.
La desaparecida glesia de San Miguel según el dibujo de Ventura Pérez |
El plano de Valladolid que dibujó Ventura Seco en 1738 ofrece algunos datos más sobre el exterior de su edificio. Así puede comprobarse que el templo poseía un atrio dispuesto delante de la puerta del lado de la Epístola y un cercado posterior permite averiguar la ubicación del cementerio parroquial –que contó con un crucero de piedra– al que lógicamente se abría otra puerta, la del lado del Evangelio, en la que se hallaba colocada “la imagen de la Salutación de Nuestra Señora”, es decir un grupo escultórico que representaba a Gabriel anunciando a María su próxima concepción. Quizás se tratara del que figuraba a la entrada del Hospital de Santa María de Esgueva, y que en la actualidad se encuentra entre los fondos del Museo Nacional de Escultura.
Dibujo de la fachada del Hospital de Esgueva, realizado por Ventura Pérez en que se puede ver las dos imágenes de la Anunciación |
Su cabecera se encontraba orientada hacia el este (mirando hacia las actuales calle de León y San Blas), la construcción del templo aparentaba poseer una considerable solidez al haberse construido íntegramente en piedra y con gruesos contrafuertes jalonando sus muros, lo cual permite imaginar un interior de nave cubierto por bóveda y una capilla mayor, de testero plano, más destacada en altura que el resto del edificio y sobre la cual se alzaba el cuerpo de su torre en la que se alojaban siete campanas (2 grandes, 2 medianas, 2 pascualejas y 1 esquilón).
Al templo se accedía desde el exterior mediante dos puertas; la principal, abierta en el muro de la Epístola (enfrentada a la calle denominada entonces de los Escultores, hoy c/ San Antonio de Padua), y otra, practicada en el muro del Evangelio que daba paso al cementerio de la parroquia. En su testamento, el escultor Juan Antonio de la Peña ordenaba que se hiciera a sus expensas un cancel para la puerta principal, como así se hizo. El encargado de llevarla a cabo fue el insigne ensamblador vallisoletano Alonso Manzano, el cual lo ejecutó en 1708. Entre las condiciones para su realización destaca una que nos permite comprobar como aquel cancel es el que hoy posee la actual iglesia de San Miguel: “Es condición que la techumbre se ha de ejecutar conforme va dispuesta que corresponda a las puertas de abajo con sus tablicas de nogal almohadillados con sus molduras y en globo del medio se ha de pintar un San Miguel y alrededor se ha de poner que le dio Juan Antonio de la Peña maestro escultor, de limosna”. Dicha pintura de San Miguel, que pasa desapercibida se encuentra aún hoy en el referido cancel.
Su interior lo podemos imaginar de manera muy aproximada. El primitivo presbiterio debió de tener una disposición peculiar que hace pensar en un tipo de cabecera similar a la del templo dominico de Santo Tomás de Ávila, una de cuyas “características más peregrinas… es que el altar mayor está elevado sobre una bóveda rebajada, sin duda para que pudiera seguirse la misa desde el coro”, cuya cronología, curiosamente se hallaba muy próxima a la del templo vallisoletano. Sin embargo en 1603 se ordenó desmontar y disponerlo de forma similar a las demás iglesias, es decir, a la misma altura del suelo.
Desde la capilla mayor se accedía a la sacristía, abierta en el muro del Evangelio en el que también se situaba la Capilla del Santo Entierro o de la Concepción, propia del Doctor Salado, cerrada con reja de hierro; asimismo. En la referida capilla mayor se encontraba su retablo principal fabricado en 1606 por el ensamblador Cristóbal Velázquez, con esculturas de Gregorio Fernández y pinturas de Francisco Martínez, y otros dos colaterales: el del Evangelio, dedicado a Nuestra Señora de la Esperanza, concertado en 1603 con el escultor Pedro de la Cuadra, y el de la Epístola, dedicado a Cristo junto a cuyo altar se hallaba “un nicho… con dos bultos echados, que dice el rótulo ser patrono de aquel nicho Gonzalo González de Aragón y arrimado a la pared, un entierro de bulto y debajo de la peana… una sepultura que es de la fundación del Doctor Gonzalo González de Portillo”.
Encima de la puerta por donde se entraba a la sacristía y se subía a la torre se hallaba una alacena o armario enrejado que albergaba el archivo sobre el que campeaban “las armas reales… y a sus lados dos escudos de armas que son de esta ciudad a lo antiguo con un rótulo que dice aquí se guardan los privilegios de esta villa…”, los cuales dibujó en 1686 el pintor Diego Díez Ferreras a petición de don Antonio Sangariz cura párroco de San Miguel.
En los muros de la nave se abrían diferentes capillas, algunas cerradas con rejas. En el lado del Evangelio se disponía el altar dedicado a Nuestra Señora del Rosario, propio de la misma cofradía, y la capilla de San Gregorio, perteneciente al doctor Pedro Colina, cubierta con bóveda de crucería, que a fines del siglo XVII, siendo propia de D. Jacinto de la Parra y Dª Margarita de San Martín vecinos de Aranda de Duero pasó a denominarse de San Cayetano los cuales la vendieron en 1729 a D. Miguel de Landa. La escultura del santo titular, San Cayetano, que en la actualidad se guarda en el coro de la iglesia de San Miguel fue obra del vallisoletano José de Rozas.
En el lado de la Epístola se disponían: la Capilla de San Juan, “que está apartada, con su reja de hierro”, propia de la parroquia; la Capilla del Crucifijo, propiedad del licenciado Cristóbal de Benavente, situada “entrando por la puerta principal a mano derecha” que se cerraba con reja. A continuación se abría la puerta principal; hacia los pies del templo, junto a un pozo y próxima a la pila bautismal se hallaba la capilla de Santa Ana cerrada por una reja de madera, en cuyo interior había un retablo de pintura antigua, colocándose en él, en 1663, la imagen de Nuestra Señora de la Cerca procedente del convento de Mercedarios calzados.
A los pies del templo y sostenido por postes se situaba la tribuna del coro que, en 1658, contaba con “un órgano con sus cañones y demás instrumentos”.
Una cédula expedida por el monarca Carlos III el 22 de agosto de 1769 ordenaba que las parroquias de San Miguel y San Julián se fundieran en una sola estableciéndose la nueva parroquia resultante en la Casa Profesa de San Ignacio que la Compañía de Jesús acababa de abandonar por haber sido suprimida la orden dos años antes. Según Ventura Pérez, el 11 de noviembre de 1775 se trasladaron las imágenes de las iglesias de San Miguel y San Julián al nuevo templo. Finalmente, a mediados de septiembre de 1777 “empezaron a demoler las iglesias de San Miguel y San Julián” bajo la supervisión de la Junta de Hacienda de la parroquia de San Miguel que se comprometió a dejar libre de escombros el solar de ambas iglesias.
Si bien algunas de las obras de arte citadas se conservan en la iglesia de San Miguel, de otras ignoramos su paradero. Si existen, intentemos buscarlas para, de esta manera, ir reconstruyendo el glorioso pasado artítstico de nuestra ciudad.
BIBLIOGRAFÍA
- MINGO, Luis Alberto y URREA, Jesús: “La antigua iglesia parroquial de San Miguel en su plaza de Valladolid”, B.R.A.C., tomo XLII, 2007, pp. 115-122.
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