El paso de la "Lanzada de Longinos" fue
encargado por la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y Quinta Angustia al
escultor vallisoletano Andrés de Oliveros. El contrato, firmado el 25 de abril
de 1673, obligaba al escultor a “hacer el
paso de Longinos con siete figuras para que dicha cofradía le haga sacar para
las procesiones de Viernes Santo”. El grupo procesional se realizaría
tomando como modelo el paso del mismo nombre que poseía la Cofradía de Nuestra
Señora de la Piedad de Valladolid. Este hecho nos ayuda a reconstruir en parte el paso vallisoletano, del cual subsisten en la actualidad un par de esculturas, como veremos próximanente en una nueva entrada. En esta ocasión volvemos a ver como los
pasos vallisoletanos marcaban la pauta dentro del territorio castellano.
En el contrato, Oliveros se obligaba a
realizar un Cristo crucificado. A los pies de este deberían estar las
esculturas de la Virgen, San Juan y la Magdalena. Detrás de estos, Longinos a
caballo y un mancebón sujetando las riendas. Todas las imágenes tendrían una
altura de siete pies, salvo el Cristo crucificado que sería de seis. El plazo
establecido para su ejecución era de cuatro meses, a contar desde el primero de
julio de 1673, y recibiría 5.000 reales en diferentes plazos. Como fiador de
Oliveros aparece una persona estrechamente vinculada al escultor el ensamblador
Juan de Medina Argüelles.
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ANDRÉS DE OLIVEROS. Cristo crucificado |
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ANDRÉS DE OLIVEROS. Longinos |
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ANDRÉS DE OLIVEROS. Mancebón sujetando las riendas |
Oliveros realizó el paso en el tiempo
estipulado, otorgando el 16 de abril de 1674 la carta de pago en razón de haber
recibido los 5.000 reales en que se concertó el paso. Sin embargo, poco más de
un año después, el 4 de julio de 1675, la cofradía contrata a otro escultor, el
también vallisoletano Francisco Díez de Tudanca, porque “el maestro que le hizo de lo que toca a escultura no lo hizo con todo
el arte y perfecion se ha de volver a enmendar”. Aunque esa frase nos puede llevar a creer que se requería
reparar alguna pieza concreta o alguna parte rota, el caso es que se quería
modificar el paso por completo, puesto que estaba “fuera de razón”. Tudanca debía mover las cabezas a algunas tallas,
cambiar ropajes, alargar la talla de Cristo, hacer más pequeño el caballo,
realizar un nuevo tablero porque “las
tablas han de yr atravesadas y no añadidas”, aligerar las efigies, porque “todo el paso solo le pueden llevar doce
personas”, quitar herrajes, etc. Además se obligaba a Tudanca a realizar
una nueva figura que representara un centurión “que le falta al paso”. Todos estos cambios tenían un valor de 2.300
reales, lo que da idea de la importancia de la reforma, casi la mitad de lo que
había costado.
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FRANCISCO DÍEZ DE TUDANCA. Centurión |
Al poco de haberse firmado esta
escritura con Tudanca llegó de nuevo a Medina de Rioseco el escultor Andrés de
Oliveros. La cofradía pide a la justicia local que sea apresado y que enmiende
el paso a su costa, como así ocurrió. Preso en la cárcel pública, Oliveros se
vio obligado a realizar los reparos. Por las reformas cobraría únicamente 500
reales y estaría bajo la estrecha vigilancia de la cofradía, pues se habilitó
parte de la ermita para que trabajara.
La
policromía del conjunto fue realizada por el dorador y estofador palentino
Antonio Téllez de Meneses, el cual la contrató el 27 de marzo de 1674. Entre
las condiciones dadas para policromar las tallas se indicaba que “quien a de pintar el dicho paso si se
ajustare en la cantidad que fuere justo con la dicha cofradía Diego de
Abendaño, estofador y pintor y dorador, vecino de esta ciudad”. El listado
de las condiciones indica puntillosamente la labor que se debía realizar y deja
claro que en el paso no estaba la talla del centurión aunque ya se pensaba en
realizarla, algo que ocurriría un año después. Una vez finalizada la
policromía, que costó 1.500 reales, se tendría que repasar buena parte de lo
realizado, ya que a los pocos meses se hacen los arreglos en rostros, pliegues,
posturas… de nuevo por Oliveros.
De este modo quedó compuesto el paso, si
bien no debía ser de alta calidad, como se observa en las tallas que se
conservan del primer conjunto. La cofradía no quería volver a repetir los
errores anteriores y, así, se indica a Oliveros que su trabajo entonces sería
sólo reformar el paso existente porque “en
esta escritura no entra la hechura del centurión que está comprendida en la
escritura de Francisco Díez de Tudanca”. El centurión se localiza en la
delantera del conjunto, al lado izquierdo del caballo.
Las virtudes escultóricas de Oliveros o
Tudanca, mediocres seguidores del estilo de Gregorio Fernández, no eran muchas,
debido a lo cual la cofradía decide en 1696 sustituir las tallas de San Juan,
María Magdalena y la Virgen por otras nuevas, añadiendo otro sayón, en el lado
contrario al centurión, figura que no poseía el conjunto primitivo. Estas
cuatro tallas fueron encargadas al escultor Tomás de Sierra, que por aquel
entonces se encontraba realizando las esculturas y relieves del retablo mayor
de la ermita de la cofradía.
Las cuatro imágenes realizadas por Tomás
de Sierra elevan mucho el valor del paso, puesto que son obras magistrales de
este gran escultor. Sierra se inspira en las imágenes suprimidas y recoge la
influencia vallisoletana: las actitudes de San Juan y la Virgen recuerdan
poderosamente a las imágenes del mismo tema en el Paso Nuevo de Nuestra señora y San Juan, obra atribuida a Francisco
Díez de Tudanca y su círculo. Pero Sierra imprime a las esculturas un nuevo
estilo, las reforma y dota de un talante personal y propio. La huella de
Fernández se suaviza, los pliegues se ablandan tomando formas que anuncian la
arista, casi como si se tratara de un moldeado.
La delicadeza y belleza formal de la
Virgen al pie de la cruz, llena de movimiento a pesar de lo cerrado de la
composición, se encuentra entre las mejores salidas de este artista y esboza lo
que será una brillante trayectoria. Sus dedos, entrelazados, sostienen un
pañuelo y el rostro, fuertemente influenciado por el arte del escultor gallego
(Santa Teresa del Carmen Extramuros, Nuestra Señora de la Vera Cruz), eleva
la mirada al Crucificado. Los pliegues del manto, recogido en un cíngulo, como
en el tipo de santa Teresa que creó Fernández, son de un naturalismo y una
delicadeza completamente novedosa. Lo mismo puede decirse de las tallas de San
Juan, en actitud clamorosa, los abultados rizos indican un barroco pleno, dieciochesco,
o la Magdalena, arrodillada. El sayón de la lanza, conocido como “el
chatarrilla”, muestra el grado de naturalismo que logra Tomás de Sierra,
partiendo de los modelos vallisoletanos, produciendo una obra propia y
novedosa. Bien lejano está su estilo y su calidad de los que conserva aún el
paso realizados por Tudanca y Oliveros. Hay lugar para lo anecdótico en el
pliegue de la camisa que, fortuitamente sale a la luz debajo del jubón. El
rostro evidencia un tratamiento de las calidades, de los pliegues y una finura
de talla que enlazará con lo dieciochesco.
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TOMÁS DE SIERRA. Virgen |
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TOMÁS DE SIERRA. San Juan |
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TOMÁS DE SIERRA. Magdalena |
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TOMÁS DE SIERRA. Sayón de la lanza |
El resumen de nombres de este paso
sería: Andrés de Oliveros se encargó de realizar en un principio todas las
figuras del paso, aunque en la actualidad solo se conservan el Cristo
Crucificado, Longinos y el sayón de las riendas; Francisco Díez de Tudanca del
centurión; y Tomás de Sierra de la Virgen, San Juan, María Magdalena y el sayón
de la lanza.
El paso en la actualidad se encuentra
custodiado en la Capilla de los Pasos de la ciudad de los almirantes. Uno de
los momentos más emotivos de la Semana Santa riosecana es cuando tanto este
paso, como el del Descendimiento son sacados a pulso de la capilla, teniendo
que realizar algunas maniobras debido a la altura de la puerta.
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Medina de Rioseco. Capilla de los Pasos |
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Placa a la entrada de la Capilla de los Pasos |
BIBLIOGRAFÍA
- ALONSO PONGA, José Luis (coord.): La Semana Santa en la tierra de Campos vallisoletana, Grupo Página, Valladolid, 2003
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