Hoy
volvemos a tierras de Peñafiel para ver otra obra maestra de nuestra retablística.
Se trata del retablo mayor de la iglesia de Santa María de Curiel de Duero, que
en origen no pertenecía a dicha iglesia, sino que procede de la iglesia de San
Martín, también de esta localidad, desde donde fue trasladado en la década de
1950 al arruinarse aquélla.
El
retablo se estructura a través de un pequeño sotabanco, banco, dos cuerpos,
tres calles y ático. El estrecho sotabanco sobre el que se asienta el retablo
presenta decoración plateresca. Así, en el lado epistolar apreciamos “putti”
volanderos que sujetan cintas colgantes, guirnaldas con frutos y tarjas dentro
de cueros recortados. En cambio, en el lado opuesto se divisan dos mujeres
desnudas tenantes de una tarja encuadrada igualmente dentro de cueros
recortados. En las esquinas, dos dados más avanzaos que el resto del basamento
exhiben bustos.
El
banco o predela contiene dos bajorrelieves alusivos a Adán y Eva: El Pecado Original en el lado del
Evangelio, y la Expulsión del Paraíso
en el de la Epístola. Entre los relieves corren en los extremos del banco unas
pilastras con exedras aveneradas en las que se alojan una Santa Lucía en el borde derecho, en tanto que en el borde izquierdo
se ha perdido la estatuilla original.
En
el centro del banco tiene cabida el Sagrario, proveniente de otro retablo
diferente aunque al compartir estilo resulta un conjunto muy armonioso. En la
puerta figura un relieve de Cristo atado
a la columna, escoltado a los lados por sendas figuras de San Pedro y San Pablo. Limitando con la custodia, dos plintos sirven de apoyo a
los órdenes de los cuerpos y que, en el de la banda del Evangelio, luce un
busto femenino en el centro encima del cual se coloca una mujer de cuerpo
entero con “putti” y, el de la banda contraria, se decora con matronas, trofeos
y cabezas de serafines desde las que parten guirnaldas con frutas. Los enveses
están revestidos de calaveras, trapos colgantes, cintas entrelazadas y cabezas
de querubines.
El
relieve el Pecado Original está
formado por las figuras desnudas de Adán y Eva, con las partes pudendas ya
cubiertas. En el centro de la escena se halla el Árbol de la Ciencia el Bien y
del Mal, aquel del que Dios les prohibió comer. Es el instante de la tentación
en el que el diablo, en forma de serpiente con forma de mujer enroscada en un
árbol frutal, se dirige en términos engañosos a una Eva que está a punto de
tomar la manzana. Un segundo episodio pintado al fondo de la tabla nos muestra
el instante de la creación de Eva.
En
la Expulsión del Paraíso encontramos
otra vez Adán y Eva desnudos aunque con sus “partes” cubiertas por unos troncos
quebrados. Un ángel que blande una espada bajo el quicio de la puerta del
paraíso les está echando del mismo. La puerta aparece representada por un arco
de medio punto.
Hablando
ya del primer cuerpo. El Nacimiento de
Jesús ocupa el lado del Evangelio. San José figura en primer plano, algo
infrecuente en las composiciones del siglo XVI, apoyando u mano diestra en un
cayado. Es una imagen manierista, en movimiento, como la de María, que adora a
su Hijo con las manos juntas en ademán devoto. El Niño descansa sobre el suelo
rocoso y mira complaciente a su Madre, pero un ángel le tiende una sábana de
suaves pliegues a modo de cuna en una bonita y singular forma de describir el
evento.
La
hornacina central de este primer piso debería cobijar a San Martín de Tours como santo titular de la parroquia de
procedencia, pero desapareció. En la actualidad ocupa su lugar una Asunción gótica, flanqueada por seis
ángeles, datable en la segunda mitad del siglo XV.
La
Adoración de los Reyes Magos completa
el primer cuerpo. Los personajes irradian elegancia, aunque llama poderosamente
la atención la exquisita belleza de la Virgen y de sus ricas vestiduras de
brocados. Los Magos también se atavían con distinción, particularmente el Rey
blanco de pie, que alardea, además, de un refinado casco. El recién nacido mira
al espectador y es, asimismo, una imagen de dulce faz. San José, en cambio,
rompe la armonía reinante en el encasamiento, pasa a una discreta posición y
queda distanciado anímicamente de la situación.
Ascendiendo
al sobrecuerpo, en los plafones de los lados nos topamos con un San Marcos que está escribiendo en un
pergamino sentado sobre lajas de piedra, acompañado de su animal distintivo, el
león. En la casilla de la Epístola, distinguimos a un San Andrés con la cruz aspada donde fue martirizado que atraviesa
todo el espacio. Ambos tableros tienen en común unos fondos arquitectónicos que
solamente se insinúan.
En
el centro de este segundo cuerpo descubrimos la Anunciación, en la que actúa en Arcángel San Gabriel volandero con
la vara de azucenas en su mano izquierda en la que se enrolla una filacteria
con la leyenda “Ave María Gratia Plena”. La otra mano está gesticulando, con el
dedo índice curvado, en el momento de pronunciar el anuncio a María. Con el
búcaro de flores en el suelo, símbolo de la castidad mariana, una cabeza de
serafín alado descorre un telón, aunque falta el ángel simétrico del otro lado
porque este panel está amputado en el extremo derecho. La imagen de la Virgen
es también deliciosa en sus facciones y manto y describe una línea serpentinata
en la forma de volverse hacia el mensajero, girando, pies, sobre su eje de
izquierda a derecha, postrada ante un reclinatorio con un libro abierto. La
paloma del Espíritu Santo preside el suceso desde las alturas.
En
el ático, vemos el Calvario de rigor
dentro de un frontispicio, con el Crucifijo, la Virgen y San Juan. El casillero
está definido mediante columnas pareadas a los lados y en el tímpano la figura
de Dios Padre, que bendice con una mano y con la otra sostiene la bola del mundo. Dos
tondos con pinturas, que representan a Jesús
Nazareno con la Cruz a cuestas y a una Dolorosa
se asientan a modo de remate en las calles laterales. Sobre los ejes de las
pulseras se aposentan unos jarrones con flores.
Las
esculturas han sido atribuidas por el profesor Parrado del Olmo a Manuel
Álvarez, concretamente a su primera etapa. Se trata de figuras de refinada
belleza, que se mueven, donde la búsqueda de la perfección formal es norma. Las
imágenes se ensalzan con carnaciones a pulimento que depuran sus facciones.
Mejillas sonrosadas aumentan el atractivo de los tipos empleados, a lo que
contribuye no poco la aplicación de la técnica de relieve aplastado que Álvarez
copia de Alonso Berruguete y, sobre todo, de Juan de Juni.
Posteriormente,
Parrado del Olmo habla de dos maestros que intervienen en esta fábrica. A
Manuel Álvarez le adjudica el bajorrelieve de San Marcos, el de la Expulsión
del Paraíso y, con dudas, el de San
Andrés. A Juan Ortiz Fernández le asigna el Pecado Original, Nacimiento,
Anunciación y Epifanía, matizando, además, que en estas tablas hay un menor
interés por los fondos arquitectónicos que en las talladas por Álvarez.
Asimismo propone el año 1560 como el de creación del retablo.
BIBLIOGRAFÍA
- MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.
- VALDIVIESO, Enrique: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo VIII. Antiguo partido judicial de Peñafiel, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1975.
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