viernes, 13 de noviembre de 2015

ALONSO DE ROZAS, CREADOR DE UN MODELO ESCULTÓRICO DE SAN FERNANDO


Alonso de Rozas (h.1625-1681) no fue solamente el gran escultor del foco vallisoletano durante el tercer cuarto del siglo XVII, el que añadió un plus de barroquismo y de movimiento a los modelos heredados de Gregorio Fernández; también fue el creador de una iconografía que gozó de gran éxito si nos atenemos a las copias que le demandaron y los comitentes que se las solicitaron. Se trata de la efigie del rey santo Fernando III de Castilla (1198-1252). Su proceso de canonización se inició en 1632 por el pontífice Urbano VIII, aunque no se produjo hasta 1671 de la mano de Clemente X. Este acontecimiento, lógicamente, tuvo repercusiones artísticas en el reino que le había visto nacer.
En la actualidad le tenemos documentadas dos esculturas (catedrales de Palencia y Zamora), si bien una tercera, la de la seo vallisoletana, está fuera de todas dudas. A buen seguro que pudo realizar otras muchas puesto que por aquellos momentos acababa de ser canonizado (7 de febrero de 1671) por Clemente X. No hemos de olvidar el fervor que suscitaban en aquella época tan religiosa este tipo de celebraciones, y más si se trataba de santos locales o nacionales. A continuación trataremos de las tres efigies de manera más pormenorizada.

San Fernando, siguiendo el grabado de Claude Audran. Ignacio de Ries (atrib.). Ayuntamiento de Sevilla.
Para realizar su versión escultórica del santo, Rozas se basó con toda seguridad en el conocido como “Libro de Ynformación del Santo”, que será el Memorial de la excelencia santidad y virtudes heroicas de don Fernando III Rey de Castilla y León, publicado en Sevilla en 1627. Asimismo, según Urrea, el modelo procederá de una estampa que se editó en Roma en 1630 grabada por el artista francés Claude Audran y que se había convertido en la imagen oficial del monarca medieval. La temprana fecha del grabado de Audran explica la indumentaria con la que éste representó al soberano; incluso su autor se quiso retrotraer a la moda propia del reinado de Felipe II, con gola, puños almidonados y armadura entera semicubierta por el manto real para evitar mayores precisiones cronológicas y ambientales. El anacronismo de las representaciones tardías que se sirvieron de esta fuente de inspiración iconográfica queda así justificado.

San Fernando. Grabado de Claude Audran

SAN FERNANDO DE LA CATEDRAL DE PALENCIA
El 10 de marzo de 1671 Rozas se concertaba con don Francisco Rodríguez Mogrovejo, canónigo de la santa iglesia catedral de Palencia, para ejecutar “una hechura del santo rey D. Fernando” que se colocaría en la seo palentina. La escultura, que tendría una altura de seis pies (= 1,68 m.), seguiría de cerca “la estampa del Libro de la Información del Santo”, con excepción de que “el manto ha de estar el doble a mano izquierda con todo el vuelo que demuestra la estampa”. El Santo Rey aparecería tocado con corona imperial de suela. Por ella habría de recibir 1.450 reales, sin que en esta cantidad estuviese incluido el costo de la policromía ya que la escultura la tenía que entregar “en blanco”. También se especifica que la corona imperial sería de suela, los ojos de cristal y la cara y manos tallados en madera de peral.
La escultura se instaló en un retablo salomónico realizado por el ensamblador riosecano Juan de Medina Argüelles entre 1677-1679. Se compone de cuerpo único con cuatro columnas corintias de orden gigante, con tres calles verticales, y ático. Consta de escultura y pintura, sabiamente combinadas en clave barroca. El retablo se decora además con una escultura de Santa Catalina (1679) y con cinco pinturas que representan diferentes pasajes de la vida del santo Rey pintadas por el sevillano Diego Díez Ferreras.
En la parte inferior la reina Doña Berenguela abdica sus derechos en el futuro reunificador de los reinos de Castilla y León, y, al otro lado, cierra el ciclo la Muerte del Rey San Fernando. Más arriba, a la izquierda, el Rey orando. A la derecha se observa su Coronación por un dignatario eclesiástico, prueba de la identificación Corona-iglesia que se trata de realizar en esta serie. En el ático se desarrolla su pasaje más conocido: la entrada de Fernando III el Santo en Sevilla.


SAN FERNANDO DE LA CATEDRAL DE ZAMORA
El Ayuntamiento de Zamora nada más conocer la noticia del reconocimiento de la santidad de Fernando III, nombró una comisión para organizar la conmemoración con la debida brillantez, pensando, como es lógico, en realizar una buena escultura del nuevo santo local y, aunque en un principio, el cabildo municipal y el eclesiástico decidieron costear conjuntamente la obra, finalmente sería el primero quien corrió con los gastos.
Un par de meses después de finalizar la escultura del Rey San Fernando para la catedral de Palencia contrata un nuevo ejemplar para la ciudad de Zamora. El 14 de septiembre se concierta con don Francisco de Valderas, regidor de la ciudad de Zamora, para hacer “una hechura del santo rey D. Fernando para el dicho D. Francisco de Valderas de seis pies de alto conforme el que hizo para la santa iglesia de Palencia”. A diferencia de lo que ocurría en el contrato palentino, en esta ocasión se obligaba a “darle pintado, dorado y estofado y encarnado”, en cambio si que coincidiría en la “corona de suela y ojos de cristal guardando en todo la forma de la dicha hechura que hizo para la dicha santa iglesia de Palencia”.
El manto iría “dorado y estofado en sus orillas de cuatro dedos de ancho estofadas de cogollos sobre oro bruñido y el manto todo él por la parte de afuera ha de ir en lugar de bocado, castillos y leones oscurecidos y realzados sobre oro”: Mientras que el forro del manto iría “imitado de armiños con toda perfección conforme arte. La cabeza y las manos “encarnadas al natural”. La barba y el cabello “peleteado de oro molido”. Finalmente, las arma irían “plateadas, bruñidas de plata, los perfiles de dichas armas dorados de oro bruñido y pintar los ojos de cristal y la corona se ha de dorar”.

Asimismo tuvo que tallar una rica peana “en forma de andas del ancho que cogiere la planta del santo a los lados y a la parte de atrás dorada de oro bruñido y a la parte de atrás dorada de oro bruñido y los brazos plateados”. La intención era sacar al nuevo santo en procesión “en hombros de sacerdotes o en carro triunfal si determinare que se lleve en hombros de que se le ha de dar avisto en tiempo al dicho Alonso de Rozas ha de echar en dichas andas ocho palos todos plateados con todos sus tornillo y si determinare se lleve en carro triunfal no ha de llevar dichos paños y ha de echar los tornillo necesarios que atraviesen andas y carro triunfal para que vaya seguro el santo y no se caiga”.
El escultor se comprometió a tenerlo todo acabado “de madera pintado”, además de la correspondiente caja para su transporte, para el día 20 de octubre de 1671, de manera que al día siguiente se trasladara a Zamora. No cumpliendo con los referidos plazos, de manera que la ciudad pudiera celebrar “su procesión (…) recibirá gran daño en no lo cumplir y además de ello ha de pagar cien reales cada día por razón del carruaje y personas que han de venir a llevar el santo de todo el tiempo que lo dilatare”.  Alonso de Rozas cobraría 3.100 reales “por la hechura y pintura y andas, tornillos y caja, acabado todo en toda perfección en la forma que va expresado”, además de “los dicho palos en las andas”; en caso de no llevar los palos tan solo se le abonarían 3.000 reales.
El artista no cumplió con la fecha de entrega puesto que tres días más tarde en el pleno municipal el regidor don Juan de Gavilanes informaba que aún no la había concluido y que, según su parecer, podría estar acabada y celebrarse la solemne procesión el día 15 de noviembre. Finalmente el día 21 la escultura se colocó sobre su peana y presidió las fiestas con que honró Zamora la memoria de su ilustre hijo.

El 27 de febrero de 1673 el cabildo recibía una carta de la Reina acompañada de un Breve Pontificio, declarando fiesta de guardar la del Santo Rey Don Fernando. El día 11 de abril de ese año, el Cabildo veía en su sesión capitular una nueva carta de la Reina Madre: “en que manda que en la parte más deferente de esta Santa Iglesia, se haga un altar donde se ponga la hechura del Santo Rey San Fernando”. En 1750 el escultor Manuel de Castro recibía 169 reales por componer “a San Fernando y al pintor por dorarle y colores y componer el arco del Santo”. Esta imagen gozó de bastante devoción en Zamora, constando en Actas, como alguna vez se prestó a la iglesia de San Juan.
San Fernando aparece de pie, con el manto doblado sobre el brazo izquierdo, permitiendo contemplar la totalidad de la armadura con que se viste. Adopta una actitud decidida blandiendo su espada con la mano derecha en alto para defender su reino cristiano simbolizado en la esfera que sostiene su mano izquierda. Primo hermano de San Luis, rey de Francia, sus importantes victorias contra los musulmanes le convirtieron en perfecto adalid de la monarquía católica y sólido respaldo del trono español.
La escultura se custodia en la capilla de Santa Inés. En los paramentos laterales se abren dos hornacinas gemelas, realizadas todas ellas en yesería, con arcos de medio punto acasetonados en su intradós y enmarques acodillados de los que penden guirnaldas de frutas de abultada labra. La de la derecha es la que alberga la talla del rey San Fernando.

SAN FERNANDO DE LA CATEDRAL DE VALLADOLID
La escultura de San Fernando de la catedral vallisoletana ha sido atribuida desde hace muchísimo tiempo a Alonso de Rozas. Aunque el primero en sospechar que el gallego pudo ser su autor fue Martín González, el que aporta datos concretos sobre las diferentes vicisitudes de la escultura, aunque sin poder confirmar su autoría, es Urrea. El investigador sospecha que por las mismas fechas en que Rozas confeccionaba la escultura de San Fernando para la catedral palentina también se encontraba enfrascado en la elaboración de una imagen semejante para el cabildo vallisoletano.
Los canónigos vallisoletanos para aumentar el brillo de los actos de la canonización del monarca nacido en Valparaíso acordaron en cabildo ordinario, celebrado el lunes 13 de abril de 1671, “que el señor deán sepa el coste que tendrá hacer la efigie del Santo Rey don Fernando y que dé cuenta para ver cuándo se podrá determinar la procesión que se ha de hacer”. Al día siguiente, en reunión extraordinaria, se aprobó poner en conocimiento de la Ciudad “que las fiestas que el cabildo tiene determinado de la procesión que no puede disponerse por no estar echa la efigie hasta mediado julio”, días después, en cabildo ordinario, se ratificó en que el señor deán “ponga en ejecución el hacer la efigie del santo Rey D. Fernando el tercero de este nombre y que acabada se dé cuenta a la ciudad para señalar el día que se ha de hacer la procesión”. El viernes 12 de junio se acordó decir a la ciudad “que están solicitando se acabe la efigie y que acabando se dará cuenta del día” en que podría celebrarse la procesión; tres días después acordó “se libren 1.000 rs. contra el Sr. arcediano de Valladolid a favor de Sr. Deán (don José de Escobar) para que vaya socorriendo al escultor que hace la efigie del Santo Rey don Fernando”.

La policromía de la talla corrió por cuenta del pintor Diego Fuertes Blanco, el cual contrajo la correspondiente obligación el 17 de junio. Se comprometía a darla acabada en doce días, percibiendo 1.300 reales, con las siguientes condiciones: “todas las armas han de ir imitadas de acero y no plateadas porque la plata se vuelve negra, y todas las orillas doradas con sus despojos de guerra dibujados y el campo de oro picado de lustre, imitando armas naturales; la capa por dentro y por fuera se ha de dorar y por de fuera ha de ir de púrpura y pintados unos castillos y leones realzados de oro molido y el campo rajado, ha de llevar la capa por de fuera una orilla de cinco dedos de cogollos de punta de pincel sobre campo de oro limpio con sus pájaros y frutas entre medias de los cogollos y la capa por de dentro ha de ir blanca con sus armiños y el campo rajado”. La cabeza y las manos se habrían de “encarnar de pincel a lo natural y el cabello peloteado de oro molido con sus pestañas naturales en los ojos, y los ojos los ha de pintar y fijarlos”. Y como la escultura se destinaba a procesionar, sus andas habrían “de ir doradas y los banzos plateados si se quisiese que vayan plateados y sino de un color el mejor que pareciere”. El ornato de la figura se completó con una corona de plata, que pesó 37 onzas y 2 ochavos, fabricada por el platero Pedro Álvarez cuyo precio se ajustó en 280 reales.
Los canónigos se anticiparon al deseo de la Reina doña Mariana de Austria que en 1673 les escribió una carta mandándoles “se haga retablo con la efigie del santo rey para que se aumente la devoción de los fieles” a la cual contestaron los capitulares que “así está ejecutado desde la procesión”.

El retablo se ajustó en el año 1680, “con los mismos maestros que hicieron el retablo de la capilla de Nuestra Señora del Sagrario que está asentado en la segunda capilla de la nave del evangelio, hacer otro según la planta que les he dado en 400 ducados y más las vigas que tuvieran menester de a 40 y sesma de a 22 pies a razón de a ducado pagando yo la demasía a Francisco Fernández maderero”. Estos maestros eran el ensamblador Pedro de Cea y sus colaboradores Tomás de Medina y Pedro Santiz que, en efecto, cobraron 5.450 reales por el retablo. A esta cantidad hubo que sumar los 4.300 reales que importó su dorado que se efectuó en 1683.
La actual capilla de San Fernando estuvo dedicada con anterioridad a San Ildefonso, Arzobispo de Toledo. El fundador de la capilla fue el Secretario de Cámara de la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid, don Juan de Santisteban, hijo legítimo de Gabriel de Santisteban y de Ana de Montoya y casado con doña Magdalena de Salcedo con la que no tuvo descendencia. En el testamento cerrado que hizo, ante Ambrosio de Cisneros el 30 de diciembre de 1585 así como en su codicilo redactado el 21 de enero de 1586, expresó que su voluntad “ha sido y es tomar y dotar una capilla donde mi cuerpo sea trasladado y pasados los huesos de mis padres, hermanos y difuntos y en la que asimismo se puedan mandar enterrar todos mis deudos…”.
Mientras se fabricaba la capilla en la nueva catedral su cabildo, en 1613, entregó a los Santisteban la que había en el ábside de la nave del evangelio de la antigua iglesia colegial, dedicada a San Ildefonso y en la que los testamentarios del racionero Juan de Valderas habían fundado en 1578 diversas memorias. Llegado el al año 1671 el cabildo tomó la resolución de dedicar esta capilla al Santo Rey Don Fernando que la Iglesia había canonizado ese mismo año y para cuyo culto el cabildo mandó fabricar una escultura además de solemnizar festivamente la ocasión.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: “Noticias documentales sobre la Catedral de Valladolid”, B.S.A.A., Tomo XXVI, 1960, pp. 188-196.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “Capillas y patronos de la catedral de Valladolid”, B.R.A.C., Tomo XL, 2005, pp. 107-124.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “Nº 11. San Fernando Rey”. En VV.AA.: Remembranza, Las Edades del Hombre, Zamora, 2001, p. 121.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “San Fernando en Castilla y León”, B.S.A.A., Tomo LII, 1986, pp. 484-487.

sábado, 7 de noviembre de 2015

EL MONUMENTO A FELIPE II, EL REY PRUDENTE


En la plaza de San Pablo de Valladolid, en la antigua Plaza Real, rodeada del Palacio Real, el Convento de San Pablo –iglesia palatina– y el Palacio de Pimentel –la casa donde nació– se encuentra la estatua dedicada al gran rey vallisoletano Felipe II, el monarca más universal de la historia.
En esta ciudad hemos sido de homenajear poco a nuestras grandes figuras, ya fueran reales, políticas, artísticas, etc… muchas veces se ha dicho que no había dinero para levantarles estatuas o monumentos; pero sí que lo había para otras bobadas y “me lo llevo”. Parece mentira, pero hasta 1964 Valladolid no levantó ninguna estatua en honor de su hijo, “el Rey prudente”. La presente escultura, copia de un original de Leone y Pompeyo Leoni, siempre me ha dejado un tanto frío. Pienso que su ciudad debía de haberle dedicado una estatua que podríamos denominar “propia”, y no una simple copia de una estatua ya preexistente y que, además, posee otra copia exacta en las calles de Madrid. Los monumentos deben ser arte, y el arte nunca debe ser copia.

Fotografía tomada de http://vallisoletvm.blogspot.com.es
Hasta el año 1964, los intentos por dedicar a dicho Monarca alguna calle, edificio, monumento, etc., no había llegado a materializarse, habiendo sido, como fue, un Rey atento siempre al engrandecimiento de la Villa a la que en 1597 elevó a rango de ciudad.
Por otra parte, resulta sintomático que el nuevo ambiente surgido tras la Guerra Civil considerara oportuno, como sucedió en otras ciudades españolas, dedicar todo tipo de honores a un Monarca cuyo reinado va tan unido a un momento de particular protagonismo de España en la historia europea, protagonismo que en los años de la Dictadura se quiso reinterpretar en tantas ocasiones en paralelo a la España de la segunda mitad de siglo XVI.
Ciertamente, estas ideas se hacían valer cuando el Ayuntamiento de Valladolid presidido por don Fernando Ferreiro solicitó en mayo de 1964 de la Dirección General de Bellas Artes el permiso para hacer a su costa una reproducción de la escultura en bronce de Felipe II, original conservado en el Museo del Prado del escultor Leone Leoni, y terminado en 1564 en España por su hijo Pompeo Leoni, ambos destacados artistas en la Corte de Carlos V y Felipe II.

Momentos de la instalación de la escultura de Felipe II. Fotografías tomadas del Archivo Municipal
Se volvía así, en este duplicado consciente de una escultura que en origen venía a magnificar la imagen del poder del estado personificada en Felipe II, a retomar la antigua idea del retrato de estado o de aparato tan cara a las cortes europeas de la Edad Moderna, trasplantada ahora al ámbito público para recuerdo y ejemplo de futuras generaciones. Se volvía, en suma, y salvando las distancias, a un tipo de escultura historicista, de clara simbología, carente de las confusiones suscitadas por anteriores ejemplos de carácter más vanguardista en la crítica institucional y popular.
La Corporación vallisoletana se decidió por esta escultura de los Leoni pues meses antes de la solicitud comentada el hermano del alcalde, don Ramón Ferreiro, había podido contemplar en Madrid un modelo en escayola de la misma realizado por el escultor Federico Coullaut Valera. Esta escultura había sido levantada junto a la Catedral de la Almudena en 1961 con motivo del centenario de la capitalidad.
Felipe II aparece representado a la edad de veinticuatro años, cuando aún era príncipe. Figura de pie, revestido con su armadura y manto que sujeta con la mano derecha. En la izquierda, lleva el bastón de mando apoyado sobre la pierna y al lado derecho pende una espada con el pomo en forma de cabeza de águila.
La coraza está ricamente decorada, y ofrece un bello ejemplo de los ornamentos de las armas del siglo XVI. Un medallón central contiene en relieve una figura de la Virgen sobre una cabeza de ángel y bajo unas culebras. A cada lado, otras figuras terminan en follaje, junto a tritones y nereidas en medio de las olas. La hombrera izquierda está adornada con tres medallones representando temas clásicos: el grupo de las Tres Gracias, Mercurio y una figura femenina con un jarro.

Felipe II. Leone y Pompeyo Leoni (1551-1568)
Detalle de Las Tres Gracias
El cinturón está decorado con una doble hilera de pequeños relieves; la primera está compuesta por máscaras, cabezas de carnero y motivos vegetales, que repiten alternativamente; la segunda por trece escenas de 6 cms. de altura en las que aparecen, también repetidos, los siguientes temas: una figura femenina danzando, Mercurio, figura femenina con un jarro y Hércules. Por último, las sandalias, llevan también máscaras y cabezas de carnero.
Los restos de la inscripción citada más arriba en el tahalí, han sido interpretados como la firma: “LEO. ARETINVS FABAT”, de la que sólo pueden leerse las tres últimas letras ya que lo demás ha sido borrado. Esta escultura aparece citada en una carta de Leone Leoni a Ferrante Gonzaga, el 3 de noviembre de 1551, en la que el escultor da cuenta de la fundición, y en otra de este último a Carlos V, el 28 de diciembre de 1553, junto a las piezas realizadas para María de Hungría por Leoni. Fue también incluida por Diego de Villalta entre las obras de este artista, y descrita por Ceán en el jardín de San Pablo del palacio del Buen Retiro. Su destino pudo haber sido el palacio de Cigales, cerca de Valladolid, donde se instaló María de Hungría, a su regreso de Flandes, pero todo hace suponer que, así como las estatuas del emperador no llegaron a Yuste, ésta tampoco llegó a su lugar, ya que la hermana de Carlos V murió el 18 de octubre de 1558, sólo dos meses después que él. Por lo tanto, en 1582, estaba, junto a las otras esculturas, en el taller de Pompeo Leoni, en Madrid, de donde pasó en 1608 a las bóvedas del Alcázar.
Quizá formó parte del grupo de estatuas que Felipe III ordenó que se trasladara a Aranjuez en 1620, veintisiete en total de mármol y bronce, y que pasó al Buen Retiro por una real orden del 5 de mayo de 1634. Llegará así al emplazamiento, el jardín de San Pablo del Buen Retiro, donde, como ya se ha dicho, fue vista por Ceán, junto a la de María de Hungría y Carlos V y el Furor. En 1647 Felipe IV ordenó su traslado al Palacio Real con objeto de ser restaurada.

Leone y Pompeyo Leoni. Carlos V y el Furor (1551-1555)
María de Hungría. Leone y Pompeyo Leoni (1553-1564)
Esta obra guarda relación con el Carlos V y el Furor, que Leoni había realizado tan sólo unos meses antes. Se inspiró en las estatuas de la tumba de Maximiliano I en Innsbrück, no sólo en la postura sino también en la profusión de detalles de la armadura, en la que deja patente, una vez más, su dominio de la técnica de orfebrería. Plon destaca el realismo y la fría altivez con que ha sido representando el príncipe, mientras que Barrón señala la importancia que se ha dado al tratamiento del detalle, lo que la convierte en una obra de primer orden, como el Carlos V y el Furor. Como advirtió Proske, las virtudes y figuras mitológicas de la armadura están tomadas de reversos de medallas del propio Leoni. En concreto, el grupo de Las Tres Gracias aparece en la de la emperatriz Isabel, y la figura femenina danzante, en la de Hipólita Gonzaga.
Una versión en mármol que Plon dio por desaparecida ha sido identificada recientemente en el palacio de Aranjuez en muy mal estado de conservación.
Como réplica se puede citar el busto de bronce del Museo del Prado, atribuido a Jonghelinck, así como el de la colección de la reina de Inglaterra, en el castillo de Windsor, que perteneció al duque de Alba.

Jacques Jonghelinck (atrib.). Busto de Felipe II. Hacia 1571
BIBLIOGRAFÍA
  • CANO DE GARDOQUÍ GARCÍA, José Luis: La escultura pública en la ciudad de Valladolid, Universidad de Valladolid, Valladolid, 2000.
  • VV.AA.: Los Leoni (1509-1608): escultores del Renacimiento italiano al servicio de la corte de España [exposición], Museo del Prado, Madrid, 1994.