sábado, 27 de junio de 2015

LA BELLEZA DE LO COSTUMBRISTA: El grupo de Santa Ana, la Virgen y el Niño de Esteban de Rueda para la iglesia de Santa María de Villavellid


En la iglesia parroquial de Santa Maria de Villavellid se custodia uno de los grupos escultóricos más bellos, delicados y de mayor calidad de cuantos se pueden contemplar a lo largo y ancho de la provincia vallisoletana. Se trata del conjunto de Santa Ana (98 x 74 x 52 cms.), la Virgen y el Niño (95 x 70 x 86 cms.), el cual ha llegado a ser denominado como “obra singularísima dentro de la escultura española del primer cuarto del siglo XVII, no solo por su calidad técnica sino especialmente por la originalidad en la agrupación de las figuras, la familiaridad de las expresiones y rareza de este tipo de composiciones. El juego, la ternura, el presentimiento, fueron sabiamente captados por el artista que supo trascender lo anecdótico para convertirlo en la insinuación de un acto de entrega y acogimiento”.

La ausencia del abuelo San Joaquín o del propio San José convierte en algo más intimista la escenificación, al incidir en la genealogía femenina de Cristo. El tema de Santa Ana, la Virgen y el Niño fue, desde el siglo XV, muy utilizado para simbolizar a la Inmaculada Concepción, dogma de fe que, aunque todavía no había sido promulgado, era defendido por los franciscanos. A medida que se imponen la iconografía inmaculista con la figura exclusiva de la Virgen, el tema pierde aquel significado y pasa a ser una escena devocional, inspirada en un evangelio apócrifo, bien en el Protoevangelio de Santiago o el Evangelio de Pseudo-Mateo. Además, hay que recordar que a Santa Ana se la invocaba para tener descendencia y como buena educadora de los hijos.

Aunque la relación maternal entre la Santa y la Virgen inspiró siempre escenas sentimentales, nadie había llegado a una interpretación tan naturalista como la que se ofrece en este grupo de Villavellid. Lo que se ha buscado aquí es una escena costumbrista familiar. Se busca introducirnos en la escena religiosa con un sentido de lo cotidiano, de manera que se desprende del grupo una convincente humanidad, desprovista de cualquier sentido mayestático Se busca un contraste evidente entre la figura de la Virgen con el Niño que evoca la idea de la joven maternidad y la de Santa Ana, como abuela caracterizada por sus profundas arrugas faciales. El Niño dirige sus brazos hacia la segunda, que ejerce una actitud de recibirlo con afecto. El plegado frapeante, con múltiple quebraduras, el de la Virgen dispone un amplio plegado de formas más amplias. El vestuario, sobre todo las tocas que llevan los personajes, contribuye a fijar las características con el mismo sentido costumbrista. De igual manera, los sillones sobre los que se encuentra sentadas están basados en el mobiliario del momento. Hoy se exhibe en una caja al nivel del altar, dentro de un retablo escenario posterior, pues es obra barroca del último tercio del siglo XVII.

En un principio el grupo escultórico fue atribuido a Juan de Juni, por la evidente dependencia que el rostro de Santa Ana tiene respecto a algunas cabezas originales de Juni, trabajadas como si se tratasen de obras en barro; posteriormente el conjunto se adscribió al escultor medinense Melchor de la Peña por la relación que presenta con el gran altorrelieve del retablo que, procedente del convento del Carmen Calzado de Medina del Campo, hoy se guarda en el Santuario Nacional de la Gran Promesa de Valladolid y que estuvo atribuido a este artista antes de documentarse como original de Esteban de Rueda. Cuando Martín González identificó un conjunto de obras de estilo similar como realizadas por dos maestros, Sebastián Ducete y Esteban de Rueda, cuyas maneras no estaban aún separadas, pasó a definirlas como propias de los Maestros de Toro, e incluyó en las mismas este grupo de Villavellid. Posteriores investigaciones han ido deslindando la actividad de cada uno de ellos, de manera que se ha supuesto que Ducete, que era el mayor y el de mayor prestigio, muerto entre 1619-1620, sería el que mejor asimilaría las composiciones y las formas ampulosas de Gregorio Fernández. La similitud de estilo con el referido relieve procedente del antiguo retablo de la Merced Calzada de Medina del Campo, si bien éste en posición invertida, inspirado en una xilografía de Alberto Durero de 1511, como ha indicado Vasallo, ha movido a Urrea a adscribir el grupo a Esteban de Rueda, pese a que la producción de este último presenta una huella juniana más evidente que la de Rueda.

Antiguo retablo de la Merced Calzada de Medina del Campo (Santuario Nacional de la Gran Promesa. Valladolid)
La inestabilidad en las posturas, el movimiento centrípeto de las imágenes, la tensión espiritual del encuentro que desprende el relieve del Santuario Nacional de la Gran Promesa, se ha transformado en Villavellid en serenidad y ponderación. El Niño abandona ese movimiento impetuoso que le impulsaba hacia los brazos de su abuela; ésta ya no se inclina para recogerlos, sólo abre los brazos con intención de llamarlo; y la Virgen permanece firmemente asentada, arropada por unas pesadas telas que la envuelven. Del mismo modo, los plegados son menos violentos y aristados, aunque mantienen idéntica apariencia de pesadez, y las facciones de las caras son más blandas y afables que las del tablero vallisoletano. El modelo de la Virgen recuerda mucho la Virgen de Belén de la Catedral de Zamora y la cabeza de Santa Ana está muy emparentada con la que presenta la misma Santa conservada en la parroquia de Casasola de Arión (Valladolid), aunque ésta sea obra de inferior calidad. En el rostro de Santa Ana, Rueda ha logrado una de las cumbres naturalistas de la escultura barroca española. En palabras de Martín González, la imagen refleja una “faz llena de verismo, vibrante de emoción aldeana” que, repite los rasgos de la de Valladolid –incluso se han acentuado las señales de la veje–, se ha dulcificado, como animada ante la visión del nieto.

Santa Ana (Iglesia parroquial de Casasola de Arión. Valladolid)
Virgen de Belén (Catedral. Zamora)
Vasallo ha indicado que la imagen de la Virgen con el Niño aparece citada en el testamento de Esteban de Rueda, redactado en octubre de 1626 como hecha por él para el cura Francisco Hernández de Villavellid. Indica que hacía tiempo que había discusión sobre el precio de esta imagen ante el vicario de Toro. Dadas las diferencias estilísticas entre la Virgen y Santa Ana, esto plantea la posibilidad de que el grupo se hubiera hecho años antes, si es que había discusión por el precio, y que por entonces la Santa Ana hubiera sido ejecutada por Ducete antes de morir, pues es sorprendente que tratándose de un grupo no cite a esta escultura en el testamento. También es posible, como indica Vasallo, que muriera Ducete sin llevar a cabo la talla definitiva y que Rueda siguiera un modelo de su maestro para concluir el encargo.

Se sabe que en 1634 el pintor Sebastián de Matallana recibía dinero a cuenta del dorado de la escultura de Santa Ana, aunque no se indica si se trataba de pagos atrasados de una cantidad mayor, por un trabajo hecho años atrás, o por el contrario era una deuda contraída por un encargo reciente. De ser esto último se trataría de algún arreglo ya que no es probable que la escultura permaneciera sin policromar muchos años, máxime cuando sus estofados coinciden con modelos reiterados por artistas zamoranos desde finales del siglo XVI. Sea como fuere, la policromía de ambas imágenes es muy rica y de gran calidad, con distintos motivos vegetales y algunos grutescos de amplio trazado entrelazado a punta de pincel. Los esgrafiados se reservan para las tocas de las dos imágenes. De igual manera son de destacar los motivos pintados en las orlas de manto y túnica de la Virgen sobre fondo rojo.

BIBLIOGRAFÍA
  • URREA, Jesús: “Santa Ana con la Virgen y el Niño”. En SÁNCHEZ DEL BARRIO, Antonio: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. El encuentro, Fundación Museo de las Ferias, Medina del Campo, 2014.
  • VASALLO TORANZO, Luis: Sebastián Ducete y Esteban de Rueda: escultores entre el manierismo y el barroco, Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”, Zamora, 2004.
  • VV.AA.: Las Edades del Hombre. Remembranza, Edades del Hombre, Zamora, 2001.

lunes, 22 de junio de 2015

LAS PINTURAS MURALES DE LA VILLA ROMANA DE ALMENARA-PURAS


La Villa romana de Almenara-Puras se encuentra situada entre los pueblos de Almenara de Adaja y Puras, en territorio jurisdiccional de ambos, en el pago llamado “La Tierra de los Santos”, muy próxima a la carretera Valladolid-Madrid, Km. 137. La primera noticia sobre ella nos la da en 1887 Venancio M. Fernández de Castro, el cual habla de un gran mosaico del Bajo Imperio. Tras unas excavaciones en 1942-1943 por Gratiniano Nieto, el doctor Palol comienza en 1969 unos trabajos continuados por Balil, Germán Delibes, M. V. Romero y Tomás Mañanes. El convenio firmado por la Diputación con la Junta de Castilla y León en 1990 culmina en la primavera de 2003 con la inauguración del Museo de las Villas Romanas, anejo a la restaurada Villa de Almenara-Puras. Hoy no nos ocuparemos de la Villa en sí, sino de las pinturas murales, género muy escaso en la Península Ibérica y cuya calidad no puede ser comparada con los restos conservados en Roma o en Nápoles, por ejemplo.

Primeras excavaciones en la villa romana de La Calzadilla (1943)
Plano de la Villa Romana de Almenara-Puras
La decoración interior de la vivienda romana era escasa ya que las casas estaban semivacías de elementos decorativos. Una de las formas de cubrir gran cantidad de muros de la vivienda era mediante el enlucido de cal, en varias capas, y en las casas principales con pintura. En la mayoría de las pinturas se usa un sistema mixto: el color de fondo, uniforme, se aplica al fresco y el resto de la pintura al temple.
Esta pintura rara vez sobrepasa la realización artesanal, de ahí que no se encuentren temas figurativos, sino y sobre todo, temas geométricos. Bien es verdad que de la pared no hallamos más que la parte baja o zócalo, por lo que no podemos saber cómo sería el resto de la misma.

Antes de aplicar la pintura, la pared se revocaba con varias capas de cal., la más próxima a la pared, que la alisa, se llama “trullissatio”. Entre ella y la primera de las “directiones” (capa de estuco) se emplea un sistema de trabazón formado por acanaladuras en (uve) V o espiga. Sobre ella se aplican otras capas, en total siete. Sobre la última capa se aplica la pintura. En la parte interior de la pared, la pintura es una faja uniforme de colores planos, ocres o amarillo. A veces sobre él se pone una decoración geométrica, tales como solanges, círculos colocados entre triángulos que imitaban incrustaciones de placas de mármol de diferentes colores. Otras veces esta decoración geométrica se dispone en un friso superior. Entre ambas decoraciones geométricas, superior e inferior, se desarrolla el papel pintado donde se realiza la pintura propiamente dicha.
Por lo que se refiere a la pintura de la villa de Almenara comprobamos que la mayor parte de las habitaciones que se han descubierto, a pesar que de las paredes rara vez levantan más de un metro, estaban cubiertas de estuco sobre el que se realizó la decoración pictórica. Por tanto tenemos que tener en cuenta que lo que conocemos es la parte del zócalo y la parte superior es por ahora desconocida.

En una de las habitaciones, la 1ª sala trilobulada, es donde mejor se ha comprobado cómo era la pintura. Esta se alza sobre un zócalo o rodapié oscuro de poca altura. A continuación, “sobre fondo claro, unas estrechas bandas oscuras delimitan cinco paneles, tres anchos y dos estrechos, alternando. Los anchos tienen en su centro un círculo más oscuro rodeado por una corona de círculo del mismo color que las bandas de los compartimentos; del punto de unión de las bandas verticales con otra horizontal inferior más ancha, nacen otras bandas oblicuas que deberían cortarse en el centro del círculo, pero que quedan interrumpidas al tomar contacto con él. Los dos paneles más estrechos presentan un losange inscrito cuyo vértice apoya en el punto central de la banda inferior correspondiente al panel. Es de color más oscuro que el fondo y está delimitado por un filete de color de las bandas; a poca distancia de él, y por el interior del losange, corre paralelamente otro filete; sus dos extremos se unen mediante un tercero y se obtiene de esta manera una clara impresión de relieve”.
En las recientes excavaciones se han recuperado un gran número de fragmentos de estas pinturas murales, caídas sobre los pavimentos de mosaico. Algunas de estas pinturas, procedentes en su mayoría de la habitación octogonal pavimentada con el mosaico de Pegaso, se muestran en el Museo de las Villas Romanas de Almenara-Puras. Otros fragmentos que todavía no han sido casados se conservan en el Museo de Valladolid y se mostraron en una exposición sobre la Villa.

La decoración de esta gran sala de aparato estaba organizada en varios frisos. Lugar preeminente ocupa una sinuosa guirnalda vegetal de aspecto naturalista sobre fondo oscuro: ramas que se enrollan sobre sí mismas formando una especie de roleos o zarcillos que cobijan figuras de animales, de los que sólo se nos muestra la parte anterior del cuerpo: un felino, un herbívoro, un posible cánido... Fuera de los zarcillos se muestran una serie de figuras de aves y tallos poblados de hojas verdeazuladas y vistosas flores rojas.
Enmarcando este friso figurado, se disponen dos orlas que imitan revestimientos de placas de mármol de diversos tipos y vistosos colores, recortadas para formar motivo y temas de carácter geométrico: rectángulos alargados horizontales que contienen rombos con círculos inscritos, cuadrados... todos ellos enmarcados a su vez por estrechas cenefas de otros colores.
Por debajo se muestra un zócalo más sencillo, que simula una alternancia de placas cuadradas de mármoles rojos y verdes. Y en la parte superior, de nuevo un esquema geométrico en el que una serie de rectángulos aparecen enmarcados por rectángulos más alargados, cuadrados, cenefas..., volviendo a aparecer los rectángulos alargados conteniendo rombos con círculos inscritos, sólo que ahora en disposición vertical. El resultado es una decoración colorista y abigarrada que ilustra muy bien cómo debía de ser el interior de las estancias de la villa.



PINTURA MURAL ROMANA
A continuación vamos a hacernos una leve idea de en qué constaba la pintura mural romana y sus etapas, puesto que los fragmentos vallisoletanos no nos lo permiten.
Las pinturas de la antigüedad pocas veces han sobrevivido, ya que este es un medio mucho menos durable que la piedra o el bronce usado en las esculturas. Pero gracias a la antigua ciudad romana de Pompeya podemos rastrear la historia de la pintura mural romana. La ciudad fue enterrada por completo bajo la ceniza volcánica en el año 79, cuando hizo erupción el Vesubio, esto permitió preservar, durante miles de años, los vivos colores de las pinturas en las casas y monumentos de la ciudad, hasta su redescubrimiento. Estas pinturas muestran una secuencia ininterrumpida de dos siglos de evidencia. Es gracias al académico alemán del siglo XIX, August Mau, que hoy contamos con una clasificación de los cuatro estilos de pintura mural pompeyana.
Los cuatro estilos que observó Mau en Pompeya no eran exclusivos de la ciudad y también se pueden observar en otros lugares como Roma y algunas provincias; sin embargo, en Pompeya y las ciudades aledañas enterradas por el Vesubio exhiben la mayor fuente de evidencia del periodo Las pinturas murales en Pompeya que Mau categorizó fueron verdaderos frescos (o buon fresco) lo que significa que el pigmento fue aplicado en yeso fresco para fijar la pintura al muro. A pesar de la durabilidad de esta técnica, la pintura no deja de ser un medio frágil, por lo que una vez expuesta a la luz y al aire se puede desvanecer significativamente, es por ello que las pinturas descubiertas en Pompeya fueron ciertamente un hallazgo sin igual.

Pinturas murales del jardín de la Villa de Livia en Primaporta (Roma. Hacia 38-30 a.C.)
Mau observó cuatro estilos distintos en las pinturas que sobrevivieron en Pompeya. Los dos primeros fueron populares durante la Republica, los cuales surgieron a partir de las tendencias griegas (ya que Roma acababa de conquistar Grecia); mientras que los otros dos se pusieron de moda durante el Imperio. Su descripción cronológica de la progresión estilística ha sido desde entonces cuestionada por los eruditos pero generalmente confirman la lógica del enfoque de Mau con algún refinamiento y adiciones teóricas. Más allá de seguir la evolución de los estilos, las categorización de Mau se enfocó en el modo en que el artista dividió el muro, así como el uso de la pintura, el color, la imagen y la forma, ya sea para abrazar o para contrarrestar la superficie plana de la pared.


Primer Estilo o “Estilo de incrustación” (150-90 a.C.)
Mau denominó al Primer Estilo "Estilo de incrustación" y creía que sus orígenes databan del periodo helenístico, en el siglo III a.C. en Alejandría. El Primer Estilo se caracteriza por muros pintados de brillante colorido en una mezcla de mármol falso. Cada rectángulo de “mármol” pintado se unía mediante molduras de estuco las cuales añadían un efecto tridimensional. En templos y otros edificios oficiales, los romanos usaron mármoles importados, muy costosos y de diversos colores para decorar los muros.
Los romanos comunes no podían costear este gasto, así que decoraban sus hogares con imitaciones pintadas de los lujosos mármoles amarillos, morados y rosas. Los pintores adquirieron tal habilidad para imitar ciertos mármoles que las grandes losas rectangulares las reprodujeron vetadas y jaspeadas sobre la pared, exactamente como si fueran piezas de roca verdadera. Los mejores ejemplos del Primer Estilo pompeyano pueden encontrarse en la Casa del Fauno y la Casa de Salustio, ambas localizadas en Pompeya.

Casa de Salustio (Pompeya)
Casa de Salustio (Pompeya)
Casa del Fauno (Pompeya)
Segundo Estilo o “Estilo arquitectónico” (90-25 a.C.)
Este Segundo Estilo se separó del Primer Estilo aunque incorporó algunos elementos como los bloques de imitación de mármol a lo largo de la base de los muros. Mientras que el Primer Estilo adoptó lo plano de la pared, el Segundo Estilo pintó imágenes que generaran en el espectador la ilusión de estar mirando a través de una ventana. En el Segundo Estilo descrito por Mau, los elementos arquitectónicos distribuidos en las pinturas generan imágenes fantásticas en las columnas, edificios y estopas.
Uno de los ejemplos más famosos del Segundo Estilo es el dormitorio de P. Fannius Synistor en Boscoreale (ahora reconstruido en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York), en el que el artista utiliza múltiples puntos de fuga.  Esta técnica cambia la perspectiva dentro de la habitación, y muestra desde balcones a fuentes y columnatas que se pierden en la distancia, la mirada del espectador se mueve continuamente a través de ella, pues apenas puede registrar lo que hay dentro de una habitación pequeña. 

Pinturas murales del dormitorio de la Villa de P. Fannius Synistor en Boscoreale
Las pinturas Dionisiacas de la Villa de los Misterios de Pompeya también se incluyen en el Segundo Estilo por su ilusionismo. Las figuras son ejemplos de megalografía, un término griego que se refiere a las pinturas de tamaño real. El hecho de que las figuras sean de tamaño real, y la forma en que las figuras están sentadas frente a las columnas que dividen el espacio, da la sensación de que la acción se lleva a cabo alrededor del espectador que entra al cuarto.

Pinturas murales dionisiacas de la Villa de los Misterios (Pompeya)

Tercer Estilo o “Estilo ornamentado” (25 a.C.– 40 d.C.)
El Tercer estilo abrazó la superficie plana del muro a través del uso de amplios planos monocromáticos de color, tales como el negro o el rojo oscuro salpicados por diminutos e intrincados detalles. Este estilo era  arquitectónico pero más que implementar elementos arquitectónicos reales que pudieran verse en lo cotidiano (y que funcionaran desde el punto de vista de la ingeniería), incorporó frontones y columnas fantásticas y estilizadas que solamente podrían existir en el espacio imaginario de una pared pintada. Ciertamente el arquitecto romano Vitrubio no era admirador del Tercer estilo, por lo que criticaba las pinturas que representaban monstruosidades en vez de cosas reales. Por ejemplo, cañas puestas en lugar de columnas; apéndices estriados con hojas rizadas y volutas, en vez de frontones; candelabros que sostenían representaciones de santuarios y, hasta arriba de los frontones, numerosos tallos verdes y volutas que crecían desde las raíces teniendo figuras humanas insensatamente sentadas sobre ellas. El centro de las paredes comúnmente representaba pequeñas viñetas, como paisajes sacro-idílicos, las cuales son escenas bucólicas representando al campo, el ganado y los pastores, templos, santuarios y colinas. El Tercer Estilo también muestra la introducción de los temas e imaginería egipcios al incluir escenas del Nilo, así como deidades y elementos egipcios. Los mejores ejemplos los encontramos en la Casa de Marcus Lucretius Fronto en Pompeya.

Pinturas murales de la casa de Marcus Lucretius Fronto (Pompeya)
Cuarto Estilo o “Estilo intrincado” (a partir del año 40)
Este Cuarto estilo representa la combinación de los tres estilos previos. Al igual que en el Primer estilo, los bloques de imitación de mármol a lo largo de la base de las paredes encuadran escenas naturalistas arquitectónicas del Segundo estilo, a la vez que combinan los enormes planos de color y los finos detalles arquitectónicos del Tercer estilo. También el Cuarto estilo incorpora paneles de retratos centrales, aunque en una escala mucho más grande que en el Tercer estilo y con una gama más amplia de temas, al incorporar imágenes de la mitología, género, paisajes y bodegones. Según Plinio el Viejo este último estilo había sido desarrollado por el excéntrico, aunque talentoso, pintor llamado Famulus quien decoró el famoso Domus Aurea de Nerón. Algunos de los mejores ejemplos provienen de la Casa dei Vettii de Pompeya.

Pinturas murales de la Casa dei Vettii
BIBLIOGRAFÍA
  • MAÑANES, Tomás: La villa romana de Almenara-Puras (Valladolid), Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 1992.
  • WATTENBERG GARCÍA, Eloisa y PÉREZ RODRÍGUEZ, Fernando: Villas romanas de Valladolid: guía de la exposición, Museo de Valladolid, Valladolid, 2013.
  • https://es.khanacademy.org/humanities/ancient-art-civilizations/roman/wall-painting/a/roman-wall-painting-styles