martes, 30 de enero de 2018

UNA DOLOROSA DE PEDRO DE ÁVILA EN LA IGLESIA DE SAN MARCOS DE SEVILLA



Hoy os presento este artículo que escribí este año para la excelente revista del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, Laboratorio de Arte, cuya lectura os recomiendo fervientemente, además de agradecerla el que siga publicando artículos de investigación en papel. Si queréis descargaros el artículo pulsad aquí. Y si os interesa la figura del escultor Pedro de Ávila, podéis conocer más sobre su vida y obra en mi tesis doctoral, la cual podéis consultar aquí.
En la iglesia de San Marcos de Sevilla se conserva un busto de Dolorosa (62 x 45 cm.) de escuela vallisoletana que cabe atribuir a Pedro de Ávila, el mejor artífice con el que contó la ciudad del Pisuerga durante el primer tercio del siglo XVIII. Tan solo sabemos de ella que fue donada a la iglesia sevillana hace 10 o 12 años por un sacerdote vallisoletano que la tenía colocada en su oratorio privado. Actualmente se encuentra en el altar mayor a los pies de un Crucifijo.

PEDRO DE ÁVILA. Busto de Dolorosa. (Hacia 1714-1725). Iglesia de San Marcos. Sevilla © Jesús Romanov López-Alfonso
Aunque creo que ya hemos trazado alguna vez una breve biografía suya, cabe decir que Pedro de Ávila nació en Valladolid en 1678, siendo el cuarto de los hijos del matrimonio formado por el escultor Juan de Ávila y Francisca Ezquerra. Se formó con su padre, al cual ayudaría en alguna de sus grandes empresas, como el retablo mayor de la iglesia de Santiago de Valladolid (1698-1702), y posteriormente hacia 1700 con Juan Antonio de la Peña, otro de los grandes escultores vallisoletanos de la segunda mitad del siglo XVII y su futuro suegro. Con estos dos maestros, herederos de la tradición de Gregorio Fernández, Pedro de Ávila estaba encaminado a ser un maestro de similares características; sin embargo, un supuesto viaje a Madrid (entre 1705-1707), solo cabe esa posibilidad, cambió su rumbo ya que allí recibiría diversas influencias (madrileña, andaluza, italiana) ya que por entonces la capital de España era un crisol. El elemento más destacado que aprendió en Madrid fue el “pliegue a cuchillo” o “pliegue berninesco”, del cual fue su introductor en la escuela castellana hacia 1714. Este paño de configuración tan aristada, que surgiría en Madrid por la influencia de las esculturas napolitanas, aportaba mayor dinamismo y vértigo a las composiciones. De ahí, y de las diversas esculturas de Pedro de Mena y José de Mora que se conservaban en la Villa y Corte, sería de dónde aprendería esta técnica el artífice vallisoletano.
Tras volver a la capital del Pisuerga se convertiría en poco tiempo en el escultor de mayor prestigio del foco vallisoletano, llegando a ocupar cargos como el de maestro mayor de escultura del obispado de Valladolid. Su supremacía abarcó todo el primer tercio del siglo XVIII. Ya en la década de 1730 el escultor riosecano Pedro Sierra tras su aprendizaje en los Reales Sitios y en Toledo iría ganándole poco a poco la partida hasta que en 1739 el anciano escultor quedó ciego. Entre su numerosa obra, de la cual hay poca catalogada (aunque su estilo es tan particular que apenas presenta problemas de identificación), destacan el San José con el Niño (1714) de la catedral de Valladolid y las imágenes de San Pedro, San Pablo, la Magdalena, el Cristo del Olvido y la Inmaculada (1720) para el Oratorio de San Felipe Neri de la misma ciudad. Las dos últimas piezas están consideradas, con toda razón, como sus obras maestras.

PEDRO DE ÁVILA. San Pedro (1720). Oratorio de San Felipe Neri. Valladolid
PEDRO DE ÁVILA. San Pablo (1720). Oratorio de San Felipe Neri. Valladolid
Además del busto que presentaremos continuación, a Pedro de Ávila se le atribuyen con plena seguridad otros cuatros cuatro bustos de Dolorosa, además de la Virgen del Refugio conservada en la vallisoletana parroquia de El Salvador que puede ser considerada una derivación de esta tipología: se trata de los dos del Museo Nacional de Escultura, y los del Monasterio de Santa Brígida de Valladolid y Fundación Caja Cantabria de Santillana del Mar (Cantabria). Todos ellos son similares entre sí aunque cada uno con ciertas peculiaridades; y, además, el busto sevillano posee similares características a los anteriormente referidos: con todas ellas coincide en la disposición de los brazos y en la mirada hacia el cielo.

PEDRO DE ÁVILA (atrib.). Virgen del Refugio (Hacia 1716). Iglesia del Salvador. Valladolid
PEDRO DE ÁVILA (atrib.). Busto de Dolorosa (ca. 1714-1721). Monasterio de Santa Brígida. Valladolid
PEDRO DE ÁVILA (atrib.). Busto de Dolorosa (ca. 1721). Fundación Caja Cantabria. Santillana del Mar (Cantabria)
PEDRO DE ÁVILA (atrib.). Busto de Dolorosa (ca. 1714-1720). Museo Nacional de Escultura. Valladolid. © Museo Nacional de Escultura
En definitiva, se trata de un busto de tamaño cercano al natural realizado en madera policromada al pulimento. Está cortado horizontalmente un poco por debajo de la cintura, de tal manera que la aparición del manto en la parte baja proporciona una base y estabilidad a la pieza. La visión de la escultura es totalmente frontal, a pesar de lo cual se trata de una imagen que transmite cierto dinamismo.
Este busto de Dolorosa, al igual que el resto que se atribuyen a Pedro de Ávila, está directamente inspirado en la Dolorosa de la Vera Cruz que Gregorio Fernández realizó para el paso procesional del Descendimiento (1623) de la Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz de Valladolid. De ella toma la composición general, la vestimenta y la manera de levantar la mirada hacia el cielo buscando la visión del Hijo muerto siendo descendiendo de la cruz. Hay que reseñar que Pedro de Ávila llegó a realizar alguna copia literal de Fernández, si bien en ocasiones como en ésta tan solo se inspiró en su obra para a partir de ahí realizar una escultura más personal.

GREGORIO FERNÁNDEZ. Virgen de la Vera Cruz (1623). Iglesia Penitencial de la Santa Vera Cruz. Valladolid
La Virgen se lleva la mano derecha al pecho de una manera muy elegante y transmitiendo una profunda sensación de dolor contenido. No hemos de olvidar que se trata de una Dolorosa al pie de la cruz. Por su parte, la mano izquierda la levanta levemente realizando un típico gesto declamatorio. Se trata de unas manos muy delicadas y que forman una diagonal típicamente barroca, en la que sus dedos siguen un modelo estereotipado que es constante en la obra de Ávila: el pulgar y el meñique los mantiene casi inmóviles; en cambio, con el índice y el medio realiza una “V”, teniendo el primero de ellos algo doblado y el segundo estirado; por su parte, el anula lo dobla hacia abajo. Desconozco si las manos están talladas en el propio cuerpo o bien esculpidas aparte y unidas al conjunto mediante un vástago.
Viste túnica roja ceñida a la cintura por un cíngulo. Ávila simula a la perfección los numerosos pequeños pliegues formados por el ajustado entallado del cíngulo. Por encima tiene echado un manto azul que le cubre la cabeza, la espalda y parte del vientre. Por debajo del manto, tiene sobre la cabeza un pañuelo blanco que esconde por completo los cabellos. Este pañuelo se encuentra extendido de tal manera que cae en dos franjas a ambos lados del rostro hasta cruzarse a la altura del pecho, una de estas franjas se prologa hasta el cíngulo, el cual sirve para recogerlo. La policromía de todas estas prendas está realizada con colores planos, si bien en los bordes de las mangas y del cuello se observa una pequeña cenefa dorada.

PEDRO DE ÁVILA. Busto de Dolorosa. (Hacia 1714-1725). Iglesia de San Marcos. Sevilla © Jesús Romanov López-Alfonso
El rostro adquiere los estilemas propios del escultor durante su segunda etapa, en la cual ya ha pasado por Madrid y posee un estilo más personal y evolucionado, pero a la vez estereotipado, motivo por el cual es muy sencilla la identificación de nuevas obras del maestro vallisoletano. Esta estereotipación no será pura puesto que en el rostro de cada escultura introduce ciertos matices para crear diversidad. Así, el rostro acusa un perfecto juego de calidades. La forma de la cabeza tiende al rectángulo, si bien en las figuras femeninas, como es el caso, abandona la rectitud de la parte inferior en pos de una curva pronunciada con algo de papada y un potente mentón. La frente es amplia y despejada. Los ojos, realizados en tapilla vítrea, son almendrados y con cierto rehundimiento. Cejas rectas con el ceño liso. Nariz recta, potente y geometrizada, con el tabique nasal ancho y aplastado; desde la parte superior de la nariz hasta la inferior va creciendo en anchura, formando algo parecido a un triángulo isósceles. Las aletas nasales están levemente pronunciadas mientras que las fosas nasales van perforadas, detalle que aporta un mayor grado de realismo. Esta forma tan característica de nariz es uno de los elementos que más ayudan a identificar las obras de este maestro. Boca pequeña y entreabierta en la cual podemos observar la fila de dientes superior. Los labios son muy finos y con las comisuras pronunciadas. Pómulos algo abultados y con entonaciones rosáceas.

PEDRO DE ÁVILA. Busto de Dolorosa. (Hacia 1714-1725). Iglesia de San Marcos. Sevilla © Jesús Romanov López-Alfonso
Las prendas presentan el consabido pliegue a cuchillo. Es especialmente destacable la finura que logra en la parte superior del manto, la que le cubre la cabeza. Llega a adelgazar la madera de forma tan virtuosa que no puede por menos de recordarnos las creaciones de Pedro de Mena, especialmente los bustos de Dolorosa.
Dado el tamaño y su visión frontal es probable que este busto estuviera en origen dentro de un escaparate y que hiciera pareja con un Ecce Homo, algo muy usual en la escultura barroca castellana, y también en la andaluza. No es fácil determinar una cronología puesto que solo contamos con el pliegue a cuchillo para poder delimitarla un poco: Ávila comienza a utilizarlo hacia 1714 y en 1739 ya no trabajaba puesto que se había quedado ciego. Como con el paso de los años los pliegues a cuchillo los fue haciendo más profundos, y en esta pieza no son excesivamente cortantes, podríamos establecer una cronología hacia 1714-1725.
Aunque se trata de una escultura de bastante calidad no llega al nivel excelso y de gran minuciosidad que Pedro de Ávila logra en la mayoría de sus creaciones personales por lo que no podríamos perder de vista otras dos opciones: que se trate de una obra con amplia participación de taller en la que el maestro dio las pautas y la ejecución corrió a cargo en su práctica totalidad de los oficiales; o bien, que hubiera sido realizado por su hermano Manuel, el cual se formó a su lado. Su personalidad artística se nos muestra aún en la penumbra dado que siempre permaneció a la sombra de su hermano. De él podemos decir que posee los estilemas del hermano aunque con unas formas menos aristadas. Además, el rostro, y especialmente la forma de la nariz y la boca de la Virgen, son similares a los de algunas de sus obras como puede ser el San Isidro del retablo mayor de Fuentes de Valdepero (Palencia).

BIBLIOGRAFÍA
  • BALADRÓN ALONSO, Javier y BRASAS, José Carlos: “Una Dolorosa castellana, obra del escultor vallisoletano Pedro de Ávila, en la iglesia de San Marcos de Sevilla”, Laboratorio de Arte, Nº 29, 2017, pp. 447-454.
  • BALADRÓN ALONSO, Javier: Los Ávila: una familia de escultores barrocos vallisoletanos [Tesis doctoral], Universidad de Valladolid, Valladolid, 2016.
  • BURRIEZA SÁNCHEZ, Javier: Civitatis Domina. La Virgen de las Angustias y las gentes de Castilla, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2009.
  • GARCÍA MARTÍN, Enrique: Virgen de Pasión, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2002.
  • RÉAU, Louis: Iconografía de la Biblia. Nuevo testamento, Ed. del Serbal, Barcelona, 2000.
  • TRENS, Manuel: María: iconografía de la virgen en el arte español, Plus Ultra, Madrid, 1946.
  • VV.AA.: Pequeñas imágenes de la Pasión en Valladolid [exposición abril-mayo 1987 Palacio de Villena], Ministerio de Cultura, Madrid, 1987.

martes, 23 de enero de 2018

LA PINTURA MURAL DEL "JUICIO FINAL" DE GORDALIZA DEL PINO (LEÓN)


Hoy dejamos Valladolid para trasladaros a la próxima provincia de León, y más concretamente a un pequeño pueblecito llamado Gordaliza del Pino, enclave situado en la Tierra de Campos, no muy lejos de Sahagún. En esta “modesta” iglesia, puesta bajo la advocación de Nuestra Señora de Arbás, y que Grau Lobo califica como “característico ejemplo de arquitectura mudéjar de época plenomedieval en esta zona sureste de la actual provincia leonesa, con reformas posteriores de envergadura”, se han descubierto hace no muchos años dos conjuntos de pintura mural de calidad y de cierta relevancia, tal es así que uno de ellos, el del “Caballero” llamó la atención de algunos medios de comunicación de ámbito estatal. Dos de los programas que se hicieron eco de este último descubrimiento fueron Mileno 3 de la Cadena Ser y Cuatro Milenio del canal de televisión Cuatro, ambos dirigidos por el admirado Iker Jiménez.
El otro mural, que es el que hoy nos interesa, tiene como tema principal “el Juicio Final”. Estas pinturas se hallan en el frente del ábside del evangelio y hasta 1997 estuvieron ocultas por un retablo que ocupaba toda la superficie (aproximadamente 230 cm. de ancho y 400 cm. de alto). En el año 2005 se procedio a su restauración puesto que hasta entonces había partes poco visibles. Tal y como indica Grau Lobo, y por lo que se puede percibir en algunas partes del templo, no sería extraño que este mural tuviera mayor extensión, ni que existieran otros a lo largo de la iglesia ocultos bajo las diferentes capas de cal y policromía.
Las pinturas que engloban el Juicio Final se disponen en el interior y contorno del arcosolio que ocupa el ábside, quizá el espacio reservado para un enterramiento de privilegio que justificó, en su día, la reforma arquitectónica de ese mismo espacio.

El interior del arcosolio contiene unas pinturas murales con el ciclo de la vida de San Bartolomé, santo a cuyo nombre correspondería el del comitente que pudo encargar la obra. Este ciclo se dispone como un retablo gótico de la época, divido en tres “tablas”, la central, de mayor altura la ocupa la imagen titular de San Bartolomé efigiado según su iconografía más habitual: en su mano izquierda porta un cuchillo (hace referencia a que murió desollado, y en la derecha una cadena con la cual sujeta del cuello al diablo. Según Grau Lobo llama la atención la presencia de dos cuchillos, quizá subrayando que, según algunas versiones, fue despellejado y después decapitado. La Leyenda Dorada, el repertorio por antonomasia de la iconografía de los santos, lo describe como un hombre “de estatura corriente, cabellos ensortijados y negros… barba espesa y un poco entrecana, vestido con una túnica blanca estampada con dibujos rojos…”. Por lo demás es apóstol poco mencionado y que no aparece ninguno de los relatos canónicos. Identificado con Natanael, su conversión en una especie de “Marsias cristiano”, el cual también fue despellejado.

En las dos “alas” laterales de este “retablo” figuran dos escenas superpuestas en cada una de ellas. Como señala Grau Lobo, estas “corresponden a episodios de su supuesta predicación oriental, en la que llegó a convertir a la hija del rey Polimio y al propio monarca tras promover la eliminación de los dioses paganos y sus representaciones idolátricas; la alocución desde un púlpito posiblemente haga referencia a su predicación después de desollado, y el bautismo de un joven que está metido en una pila goticista al milagro de resurrección del hijo del Rey, mientras que a su hermana la liberó del demonio”. Todo ello va rodeado de los típicos recursos perspectivos (pavimento del santo en damero) y ambientaciones arquitectónicas (arcos conopiales, cresterías…) característicos del gótico tardío.

En el muro que rodea el arcosolio nos hallamos con unas curiosas escenas de la resurrección de los muertos, las cuales forman un todo -el Juicio Final- con el Cristo Juez que figura encima en el arco apuntado. La resurrección de los muertos se divide simétricamente en dos partes, estando estas separadas por la punta del arcosolio inferior: en la parte derecha son efigiados los elegidos, los cuales resucitan saliendo de los sepulcros labrados con arquerías y molduraciones y entonando alabanzas a base de filacterias; mientras que en la izquierda se encuentran los condenados, en el cual hallamos un castillo incendiado y numerosos diablos que conducen y atacan a los humanos. Uno de estos personajes, situado en la base del castillo, y que resulta ser el de mayor tamaño, porta un collar, queriendo quizás con ello indicar su mayor importancia (quizás un Rey); mientras que a su izquierda hallamos un obispo con su mitra.

Como decíamos, corona todo el conjunto un Cristo Juez en el tímpano. Cristo aparece sentado en un trono, levantando la mano derecha para bendecir, mientras que en la izquierda porta un orbe terráqueo. Le rodean a ambos lados la Virgen, y una serie de santos y de ángeles, algunos de los cuales portan Arma Christi, mientras que otros tocan instrumentos de viento y cuerda.
Este conjunto de pinturas murales sería realizado hacia los años 1460-1480 por un anónimo pintor que tuvo en cuenta la obra realizada por el pintor Nicolás Francés –protagonista del estilo internacional e introductor de maneras flamencas– en la catedral de León. No cabe duda de que el anónimo pintor de Gordaliza del Pino se inspiró en el desaparecido Juicio Final pintado por el maestro Nicolás para la catedral leonesa, lo que abundaría en la presencia de sus seguidores y en la dispersión posible de su taller por la zona sur de la provincia. En ese sentido cabe resaltar la pertenencia de la villa de Gordaliza al mayorazgo que Diego Fernández de Quiñones otorgó a su hijo segundo en 1435, el afamado Suero, el de la lid para la que Nicolás Francés ejecutó un faraute o rey de armas, registrándose así un nuevo vínculo de este linaje con el ámbito de las decoraciones pictóricas y, especialmente, con las formas del “internacional”.

Según relata el profesor Gutiérrez Baños, en 1452 el cabildo de la catedral de León encargó a Nicolás Francés que fuese a Salamanca a contemplar el mural del Juicio final que en su catedral había pintado Nicolás Florentino, pues había de pintar el mismo tema en la catedral leonesa. En 1459 y en 1462 recibía aún pagos por esta obra, de la cual, por desgracia, nada subsiste. Fue completamente eliminada en el siglo XIX debido a su mal estado de conservación, pero también por considerarse escandalosos sus desnudos. Se disponía en el reverso de la fachada occidental de la iglesia, a los pies de la nave central de la iglesia (de acuerdo con un emplazamiento de este tema más acorde con la tradición). Pese a su radical destrucción, siempre ha suscitado un especial interés. Yarza Luaces sugería, recientemente que una tabla de esta temática de finales del siglo XV que, procedente de Valderas, se custodia en el Museo Catedralicio-Diocesano de León, recogiese, acaso el eco del mural catedralicio, a la vista de sus peculiaridades compositivas e iconográficas.
El propio Gutiérrez Baños piensa que este Juicio Final de Gordaliza es el eco más preciso del perdido conjunto de Nicolás Francés, puesto que además de las cuestiones formales, hay una enorme similitud entre el espacio a decorar en Gordaliza del Pino y en León (en ambos casos, una superficie plana vaciada en su parte inferior por un arco apuntado, correspondiente, en el caso de León, al acceso a la nave central, y, en el caso de Gordaliza del Pino, al arcosolio del altar), que facilitaría un similar desarrollo de la composición; asimismo hay una similitud en el inusual carácter del gesto de la mano derecha de Cristo juez de Gordaliza del Pino, que puede remitir, en último término, al gesto de la mano derecha del Cristo juez de Salamanca, fuente documentada (aunque ignoremos hasta qué punto seguida) del mural leonés; y, finalmente, también existen concomitancias en la presencia en Gordaliza del Pino de desnudos de cierta crudeza en la parte del Infierno (existentes, asimismo, en León, donde fueron causa de la destrucción del mural), donde demonios y condenados muestran grandes miembros viriles de inflamada punta.

BIBLIOGRAFÍA
  • GRAU LOBO, Luis A: “Murales góticos de la provincia de León. Perfil a propósito de algunas novedades”, Brigecio: Revista de estudios de Benavente y sus tierras, nº 7, 1997, pp. 123-148.
  • GUTIÉRREZ BAÑOS, Fernando: “La pintura gótica en la Corona de Castilla en la primera mitad del siglo XV. La recepción de las corrientes internacionales”. En La pintura gótica durante el siglo XV en Aragón y otros territorios peninsulares, Zaragoza, 2007, pp. 74-87.