Montero y Calvo no es sólo una calle de
Valladolid, Arturo Montero y Calvo fue sin duda el pintor vallisoletano más
dotado del siglo XIX, cuya prometedora carrera truncó la muerte en plena
juventud. Fue asimismo el pintor local más al tanto de las novedades que por
entonces se impusieron en la pintura española desde mediados de siglo y quien
más contactos muestra con la obra de la gran figura del momento, el madrileño
Eduardo Rosales (1836-1873).
Arturo Montero Calvo |
Nacido en Valladolid en 1859, realizó sus
primeros estudios en la Escuela de Bellas Artes de Valladolid, en donde
permaneció muy poco tiempo, pasando enseguida a la de San Fernando de Madrid.
En Valladolid debió de recibir lecciones del valenciano Martí y Monsó, quien es
posible que, antes las aptitudes del joven pintor, le recomendase a su amigo D.
Federico de Madrazo. Lo cierto es que debió de vivir muy poco tiempo en la
ciudad, trasladándose muy joven con su familia a Madrid en donde tuvo efecto su
verdadera formación.
En Madrid asistió a las clases de dibujo y
escultura de la Escuela en donde se distinguió como uno de los mejores alumnos.
En el tiempo que duró su aprendizaje obtuvo catorce premiso en las asignaturas
de Dibujo Natural, Perspectiva, Anatomía y Modelado. En la Academia de San
Fernando estudió escultura y pintura con José Piquer y Federico de Madrazo
respectivamente. Aunque nunca llegó a exponer en público, cultivó también con
acierto la escultura, por la que sintió siempre gran afición. No obstante se
vería obligado a renunciar a ella, absorbido totalmente por la pintura, su
auténtica vocación. En su abandono de la escultura jugó un importante papel el
fallecimiento de su primer maestro en la Academia de San Fernando, el escultor
valenciano José Piquer quien, viendo sus facultades, trató de orientarle hacia
el cultivo de este arte. Precisamente, en la Escuela de San Fernando dejaría
Montero algunos altorrelieves en yeso de tema mitológico que por su calidad
servirían de modelo para los estudiantes más jóvenes de dicho centro.
Flores de Ávila |
En las clases de pintura, su maestro será sin
embargo D. Federico Madrazo, una de las figuras más relieves del panorama
pictórico español de entonces y sin duda el más prestigioso profesor de la
Escuela, quien enseñaría al pucelano su seguridad y exquisitez en el dibujo.
Además de ambos artistas, el joven pintor iba a dirigir su atención de una
manera especial hacia la obra de Eduardo Rosales, figura clave del momento, a
quien se debe una nueva orientación de la pintura española hacia un mayor
realismo que entroncaba con la mejor tradición de la pintura española.
A lo largo de su breve carrera, Montero y Calvo
sintió una profunda estimación por la pintura de Rosales, a quien siempre
consideró como el mejor modelo a imitar. En los escasos cuadros que llegó a
pintar Montero Calvo se nos mostrará en todo momento como un fiel seguidor del
célebre autor del Testamento de Isabel la
Católica. Su factura abocetada, su pincelada suelta, esa pintura
“inacabada”, esa sobriedad e ideal de sencillez que los contemporáneos
apreciaban en las obras de Montero procedían indudablemente de Rosales, que
debe ser considerado como su verdadero maestro. Incluso su misma biografía
–como veremos– guarda alguna semejanza con la del pintor madrileño. También fue
Montero hombre frágil, constantemente enfermo, que moriría joven, victima
asimismo de una cruel dolencia. Sin llegar siquiera a rozar la altura de
Rosales, Montero fue como él un malogrado, cuya carrera se truncó cuando apenas
si se había iniciado.
El Rapto |
Vivió los años de mayor auge de la pintura de
historia, género que tiene especial representación dentro de su obra, aunque
tampoco desdeñó otros temas como la pintura de género y el paisaje. Asimismo le
atrajeron los asuntos literarios. Aficionado a la lectura de Cervantes,
especialmente del Quijote, en ocasiones tomaría como tema de sus obras algún
pasaje de la célebre novela, así como de las Novelas Ejemplares.
En 1878, residiendo en Madrid,
oposita, sin conseguir superar las pruebas, a una plaza vacante en la Academia
Española en Roma, en la Sección de Pintura de Historia. Montero
hubo de competir con otros treinta aspirantes, finalmente no conseguiría la
plaza, la cual iría a parar al jienense Manuel Ramírez. En este mismo año se
dará a conocer plenamente en la Exposición Nacional de Bellas Artes de dicho
año con una escena del Quijote titulada ¿Señor
Quijada quien ha puesto a vuestra merced de esta suerte?, no obteniendo
ningún premio. Presentó además otros dos cuadros: el retrato de la señorita C.M.C. (por las iniciales
posiblemente fuese una hermana del pintor), y un Estudio de una cabeza. También en este año acude al certamen
artístico organizado por la prestigiosa revista “La Ilustración Española y
Americana”, presentando el dibujo al temple titulado El rapto, que narraba un episodio de la Novela Ejemplar de
Cervantes “La fuerza de la sangre”, que mereció el segundo accésit. Según el
jurado: “… el grupo principal está muy bien entendido; la elección del
asunto es acertada; hay en él un sentimiento poético que le hace merecedor de
encomio, y es acreedor, por tanto, a la recompensa…”.
Rinconete y Cortadillo |
En la Exposición Nacional de 1881
obtendrá su primer, aunque modesto, triunfo. A ella acude con Muerte de Abel, Una caricia, Callejón de los
muertos en Toledo y Rinconete y
Cortadillo. Con esta última obra, inspirada en una escena cervantina,
obtuvo una Medalla de Tercera Clase. Montero situó la acción en el Patio de
Monipodio, verdadera escuela del hampa sevillana, donde los dos pícaros
recibieron sus primeras lecciones. A raíz de este galardón, la
prensa madrileña comenzó a fijarse en el pintor, comentado su cuadro en
términos bastante elogiosos. Así los críticos de entonces alababan la
corrección del dibujo, el realismo de los tipos, la fidelidad en la
indumentaria y la perfecta ambientación del cuadro.
No obstante, iba a ser el cuadro de historia, tan
de moda por esos años, lo que más interesara a Montero Calvo. Así, en la
Exposición de Bellas Artes de 1884, presentó un célebre tema de historia
medieval, La muerte del Rey Don Pedro I
de Castilla, su obra más ambiciosa hasta ese momento. La escena narra la
lucha cuerpo a cuerpo entre Don Pedro el Cruel y su hermano bastardo Don
Enrique de Trastámara y el momento en que el caballero francés Beltrán
Duguesclin sujeta al monarca castellano para que Don Enrique pueda clavarle la
daga, poco después de haber pronunciado la conocida frase: “Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”.
La composición, largamente meditada por el pintor y el efecto dramático de la
terrible escena, gustó tanto al tribunal que le concedió una Medalla de Tercera
Clase. El lienzo, adquirido por el Estado, fue cedido a la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, en donde se encuentra en la
actualidad.
La muerte del Rey Don Pedro I de Castilla |
En la Exposición Artístico-Literaria de
Madrid de 1885 participa con tres cuadros: una composición titulada Flores de Mayo, un paisaje, Desembocadura del Cifuentes, y un
estudio de una Cabeza de Mujer. La
primera, por la que obtuvo Diploma de Mérito, fue enviada en depósito de nuevo
a Zaragoza, ignorándose su paradero.
La prensa vallisoletana se hace eco de los
rápidos avances del joven pintor, congratulándose todos los periódicos de sus
primeros triunfos. En consecuencia, la opinión pública pide a las autoridades
ciudadanas protección y ayuda para el artista vallisoletana, que en 1885
consigue de la Diputación Provincial la anhelada pensión para estudiar en Roma.
En noviembre de ese año marcha a Roma, instalando su modesto taller a orillas
del Tiber, en Vía Ripetta. Con su amigo, el pintor vallisoletano Luis de
Llanos, recorrió todos los museos, iglesias y ruinas de la capital italiana,
admirando con entusiasmo el arte romano. De carácter bondadoso y afable, se
sabe que era muy querido y estimado por sus compañeros de la colonia española
de artistas, quienes le apodaron como “Beato Arturo”.
Estudio |
En 1886, y precisamente en Zaragoza, se
celebró una importante Exposición artística organizada por el Ayuntamiento
zaragozano a la que concurrieron los más prestigiosos pintores del país. A ella
concurrió con un cuadro titulado Futuros
artistas, con el que consiguió medalla de primera clase. El pequeño lienzo
se conserva en el Museo de Bellas Artes de Zaragoza, en donde figura con el
título de Estudio.
En noviembre de ese mismo año mandó a la
Exposición que anualmente organizaba la Academia de Bellas Artes de Valladolid,
un cuadro al óleo de un Gladiador romano,
que fue calificado como de “mérito relevante”. Era su primer envío como
pensionado, y con él quería dar a conocer a sus paisanos toda la medida de su
aplicación e interés. Para este cuadro, elige un desnudo de tamaño mayor del
natural en el que estudia con acierto la musculosa anatomía de un atleta. La
pintura obtuvo un premio especial del jurado.
Gladiador romano |
Al poco de su estancia en Roma, el
pintor enferma gravemente de asma, dolencia que le llevaría a la muerte en
plena juventud. En 1887 Montero se afanaba en Roma por acabar la que iba a ser
su obra póstuma y la que mayor prestigio le llegaría a proporcionar: Nerón ante el cadáver de su madre Agripina.
Pintada con destino a la Exposición Nacional d ese mismo año y cuando ya la
enfermedad minaba su cuerpo, puso en ella todas sus esperanzas. Su compañero,
Luis de Llanos, escribía desde allí, refiriéndose al cuadro de Montero: “Es el que más se acerca de todos los de
estos tiempos a la manera sincera, saludable y franca de Rosales, en el pensar,
en el componer y hasta en la pincelada larga y potente del gran maestro
contemporáneo”. Cuando le faltaba muy poco para terminarlo, el pintor
empeoró en su enfermedad, siendo necesario trasladarle en junio de ese mismo
año a Madrid. Con él vino su cuadro que amigos y parientes se encargaron de
presentar al certamen nacional.
Nerón ante el cadáver de su madre Agripina |
Para el tema se inspiró en el relato del
historiador romano Suetonio, cuando Nerón en la Domus Aurea destapa con cinismo
el cuerpo de su madre muerta, mostrándolo a sus compañeros de bacanal. El
rostro del emperador lo copió directamente de un conocido busto de Nerón
conservado en el Museo Capitolino de Roma. Montero buscaba en esta obra,
pintada bajo la sugestión de la “Muerte de Lucrecia”, lo mismo que Rosales
había pretendido con el célebre lienzo: un tema dramático tratado con
sobriedad, que hiciese estremecer e impresionase al público. Su estilo
“poco concluido” –como decían los críticos de la época– pretendía igualmente
imitar el de Rosales.
El vallisoletano no llegó a ver expuesto su
cuadro, falleciendo a los pocos días de haber sido premiada su obra como una
medalla de segunda clase. La pintura mereció además un dictamen favorable del
jurado calificador y el elogio de la crítica y prensa madrileñas. El enorme
lienzo, que se expuso sin concluir del todo y con la cabeza de Nerón abocetada,
suscitó también la curiosidad morbosa del público, compadecido de la muerte del
joven artista. Moría Montero y Calvo en Madrid, el 13 de julio de 1887, dejando
tras de sí la desilusión de su ciudad que tantas esperanzas había puesto en tan
prometedor artista.
Arturo Montero y Calvo
a lo largo de su vida participó también en las Exposiciones del Círculo de
Bellas Artes y en las organizadas en la Galería del Señor Hernández en Madrid
con los cuadros Una devota, ¿Desafinará?, Abstracción y Un abanico.
En 1897 se dió su nombre a una céntrica calle de
Valladolid, anteriormente conocida como calle de los "Caldereros",
"del Lobo", o "del Verdugo", esta última por vivir éste en
dicha calle.
BIBLIOGRAFÍA
- BRASAS EGIDO, José Carlos; La pintura del siglo XIX en Valladolid, Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 1982
- BRASAS EGIDO, José Carlos: Pintores castellanos y leoneses del siglo XIX, Junta de Castilla y León, Valladolid, 1989
- GONZÁLEZ GARCÍA VALLADOLID, Casimiro: Datos para la historia biográfica de la M. N. M. N. H. y Excma. ciudad de Valladolid, Tomo II, Maxtor, Valladolid, 2003
Hola.
ResponderEliminarLlevo ya un rato leyendo entradas de pintores, y tengo que felicitarte porque además de ser interesantísimas, son entrañables; mucho.
Me resulta fascinante descubrir cuántos grandes artistas ha tenido Valladolid, y qué vidas tan increíbles.