Aunque actualmente vemos que la capilla mayor de
la iglesia penitencial de Nuestro Padre Jesús Nazareno se encuentra presidida
por un frío, aunque interesante, retablo neoclásico, esto no siempre fue así
puesto que este vino a sustituir a otro barroco, que será el tema que
trataremos hoy.
Actual retablo mayor neoclásico, realizado entre 1815-1817 por Calixto Álvaro según traza de Pedro García Gonzá |
Todo comenzó el día 8 de mayo de 1702 cuando la
Cofradía Penitencial de Nuestro Padre Jesús Nazareno dio comisión a los
alcaldes de la misma y a otros dos cofrades para que tratasen “con los
maestros que les pereciere de la facultad de los retablos”, ya que el
depositario contaba con algunos fondos y se procurarían además los que fueren
menester. Dos fueron los ensambladores que presentaron trazas, justamente los
dos más prestigiosos del momento: Alonso Manzano (1656-h.1721) y Blas Martínez
de Obregón (h.1650-1716). El fallo del concurso se daría en el cabildo del día
30 de julio. Como cuestión previa, el cofrade Francisco Herrero sometió a
consideración el modo de resolver el concurso: si debía hacerse por medio de
maestros que se nombrasen al efecto, por elección del cabildo o por sorteo,
siendo acordado por mayoría de votos utilizar la primera de las tres soluciones
propuestas; pero esto, no obstante, el asunto se volvió a tratar, y a propuesta
de don Lope Quevedo quedó fijado que “se echasen cédulas, que con eso
quedaban todos bien”.
Se alzó con la victoria Alonso Manzano, quien ya
había dado notables muestras de su talento, como por ejemplo en el retablo mayor de la iglesia de Santiago
Apóstol, y se escogió una de las dos medias trazas que había presentado
juntas y se le mandó, en consecuencia, que comunicase las condiciones y
postura, y que se pregonase su remate; pero poco después surgió la oposición
por creer que era más conveniente el proyecto de Obregón. Todo lleva a pensar
que desde el principio la cofradía quería asignarle la obra a este segundo
ensamblador, como así finalmente sucedió puesto que se anularon todos los
acuerdos anteriores y se eligió la traza de Obregón.
Este maestro contaba con grandes influencias
dentro de la Cofradía, y al parecer estaba decidido a darle la obra, por cuanto
habiéndose hecho la subasta de la obra y pensado adjudicarla al ensamblador
Gregorio Díez de Mata (h.1645-1720), el 10 de septiembre de 1702 se celebró un
nuevo cabildo para encargar al autor del proyecto la construcción del retablo en
la cantidad de 16.000 reales. El maestro se comprometía a entregarle en un
plazo de dos años. Por su parte, la Cofradía le había de adelantar 4.000 reales
para compra de madera, pagando el resto durante el transcurso de dichos dos
años, excepto 2.000 reales que se le entregarían en el momento en el que unos
peritos diesen el visto bueno a la obra y examinasen si la obra estaba
ejecutada conforme a la traza.
Tal serie de arbitrariedades condujo a que por
orden del Procurador del Obispado los bienes de la Cofradía, así como el
metálico que obraba en poder de la depositaria, doña Catalina Carriedo, fueran
embargados y secuestrados. Con la intervención de éste, se dieron por válidos
los primeros acuerdos sobre la construcción del retablo; es decir, se abonó a
Alonso Manzano el importe de la traza, y posteriormente se pregonó el remate de
la obra sobre la traza de Obregón. El auto del Provisor fue notificado a Alonso
Manzano, ausente en Palencia (ocupado en la fabricación del retablo de Nuestra
Señora de la Calle), en la persona de su oficial Francisco Arribas, y a los “maestros
de la facultad de lo que mira a retablo”, Juan Herrera y Gregorio Mata,
mediante su procurador.
ALONSO DE ROZAS (atrib.). Jesús Nazareno (Tercer cuarto del siglo XVII). Iglesia Penitencial de N. P. Jesús Nazareno |
El día 23 de septiembre, después de varias pujas,
se adjudicó definitivamente el retablo a Martínez de Obregón en la cantidad de
13.000 reales: 4.000 reales de contado para materiales, 7.200 reales durante la
obra, a razón de 300 mensuales, y los últimos 1.800 una vez asentado el
retablo. El beneficio logrado ascendía a 3.000 reales, pero probablemente para
compensar a Obregón acordó la Cofradía abonarle otros seiscientos reales por el
trabajo que tuvo “en hacer la traza y condiciones”.
La obra comenzó inmediatamente para poder
concluirse antes de los dos años estipulados, en febrero de 1704. Cuando el
retablo iba a medio construir, se celebró un cabildo en el mes de mayo
de 1703 en el que se determinó qué imágenes debían de fabricarse para el nuevo
retablo mayor, y además se acordó avisar a los maestros escultores para que
pujaran por la obra. En agosto de
ese mismo año se mandaron hacer los modelos para las historias que llevaría en
el segundo cuerpo y, sin que se pueda precisar la fecha, la
ejecución recayó en José de Rozas, quien debía de esculpir una Oración del Huerto; dos “historias”,
cuya identidad ignoramos; dos relieves
del Salvador y la Virgen, y dos
Ángeles para el ático. El conjunto lo completaban una Inmaculada dispuesta en el tabernáculo, y las efigies de San Pedro y San Pablo. Estas dos últimas imágenes, que se venían también asignando a Rozas, en realidad son obra de su hijastro José Pascual, por lo que
es probable que fuera el propio Rozas el que sugiriera a la cofradía el nombre
de su hijastro para acometer la ejecución de ambos santos. Sea como fuere, el
29 de noviembre de 1703, José Pascual se concertó con Juan Martínez para
realizar “dos hechuras de talla de bulto
de cuerpo entero la una de San Pedro y la otra de San Pablo” para el retablo
que la cofradía “está haciendo para la capilla mayor”. Pascual, que
percibiría por su ejecución 800 reales, las debía de tener acabadas para el día
de San José de 1704. El escultor cumplió con el plazo establecido ya que el 11
de marzo de 1704 otorgó carta de pago.
En
definitiva, además de la efigie de Jesús Nazareno, que sería la que presidía el
retablo, las esculturas que se mandaron realizar fueron una “historia grande de la Oración del Huerto
y las dos historias de los lados, y dos ángeles del tamaño del natural que
están sobre el macizo de los machones y las dos medallas del Salvador y María,
de entre los machones”, cuyo precio fue 1.600 reales la primera, otros
1.600 las dos pequeñas, 880 los ángeles y 150 los medallones. En total 4.230
reales que se terminaron de pagar el 25 de agosto de 1704. Por un inventario
efectuado en el año 1752 conocemos el resto de imágenes que lo componían: una Inmaculada
Concepción sobre el tabernáculo, las efigies de San Pedro y San
Pablo; y encima de las pilastras, en la coronación, dos ángeles con
atributos de la Pasión. El retablo fue dorado por el maestro Dionisio
García al precio de 22.620 reales. La custodia del retablo es algo posterior,
fue tallada en 1713 por José Díaz de la Mata.
Gracias al diarista Ventura Pérez sabemos que la
imagen Jesús Nazareno regresó a su retablo el 30 de marzo de 1704: “En 30 de
marzo de 1704 se trasladó a su retablo nuevo, sin dorar, a Jesús Nazareno. La
víspera hubo mucho y muy buen fuego de mano y árbol; estuvo Su Majestad
patente; predicó un monje de San Benito el Real de ésta ciudad”.
Las esculturas de San Pedro y San Pablo, y
la de Jesús Nazareno
fueron las únicas esculturas del retablo que se conservaron tras el incendio acaecido
en la penitencial en 1799, si bien el retablo no pereció entonces, sino que
quedó tan maltrecho que los cofrades decidieron venderlo (desconocemos a dónde
fue a parar y si aún existe). Con motivo de la fabricación del nuevo retablo
mayor, ya neoclásico, se decidió estucar los vestidos de San Pedro y San Pablo
para darles una apariencia marmórea. De esta tarea se ocupó Anastasio Chicote en
1811. El nuevo retablo neoclásico, comenzado en 1815 y asentado en 1817, corrió
a cargo de Calixto Álvaro, si bien hubo de someterse a la traza y condiciones
del importante arquitecto Pedro García González.
JOSÉ PASCUAL. San Pedro (1704). Iglesia Penitencial de N. P. Jesús Nazareno. Valladolid |
JOSÉ PASCUAL. San Pablo (1704). Iglesia Penitencial de N. P. Jesús Nazareno. Valladolid |
Al
desconocer cómo serían el resto de esculturas y relieves que compondrían el
retablo, así como el aspecto de éste, tan solo trataremos brevemente sobre las
esculturas conservadas de San Pedro y San Pablo, ya que la escultura de Jesús
Nazareno nos la reservamos para una monografía, pues así lo merece “el señor de
Valladolid”. Tan solo decir de Jesús
Nazareno que sigue la típica iconografía vallisoletana de este tipo en el
que aparece Cristo camino del Calvario con una rodilla en tierra y sujetando en
uno de sus brazos la cruz. Atribuida antiguamente a artistas tan dispares como
Pedro de la Cuadra, Juan Antonio de la Peña o Juan de Ávila, parece que la opción
más correcta, y que más consensos posee en la actualidad, es la asignación a
Alonso de Rozas, casualmente el padre de José de Rozas, quien fabricó la
mayoría de las esculturas del retablo.
Pasando
ya a hablar de las efigies de San Pedro y San Pablo, talladas como ya hemos
dicho por José Pascual, hijastro de José de Rozas, estas no dejan de ser sino un
remedo de originales creados por Gregorio Fernández, concretamente de los que
el gallego esculpió para el desaparecido retablo mayor de la iglesia de San
Miguel en 1606. Tanto el San Pedro
como el San Pablo que Fernández talló
para el referido retablo sirvieron de inspiración a gran parte de los
escultores vallisoletanos, y castellanos, que trabajaron durante los siglos XVII
y XVIII. Así, nos encontramos diversas versiones (los tipos iconográficos
quedan inmutables tan solo evoluciona el tipo de pliegue) en muchos retablos de
la provincia vallisoletana: Casasola de Arión, Marzales, Torrecilla de la Abadesa,
Villanueva de Duero…; la mayoría son obras anónimas, con la excepción de las de
Velilla (Pedro de la Cuadra, 1613), Cigales (Andrés de Oliveros, 1668),
Villalba de los Alcores (San Pedro, obra de Manuel Ordóñez, y San Pablo, de
Antonio Vázquez, 1691-3. El San Pedro es obra de Manuel Ordóñez y el San Pablo
de Antonio Vázquez), Colegiata de Lerma (San Pablo de Juan de Ávila, 1692),
Santa María de Pozaldez (Andrés de Pereda, 1696), y Oratorio de San Felipe Neri
de Valladolid (Pedro de Ávila, 1720).
GREGORIO FERNÁNDEZ. San Pedro y San Pablo (1606). Iglesia de San Miguel. Valladolid |
Se
trata de copias literales, en las que el escultor introduce variaciones mínimas,
quizás la mayor divergencia resida en el tipo de pliegue: el fernandesco ha
dejado paso a otro de paños redondeados y suavemente incurvados, que es el
drapeado que desarrollaron durante el último cuarto del siglo XVII Juan de
Ávila, Juan Antonio de la Peña y José de Rozas, entre otros. Pascual fue uno de
sus últimos cultivadores ya que pocos años después Pedro de Ávila introduciría
en tierras castellanas el pliegue a cuchillo, o pliegue berninesco. Ambos
santos poseen actitudes contrapuestas a la vez que complementarias, tanto en el
movimiento de las cabezas, como de las manos, piernas y pies. Cada uno de ellos
porta, además del tradicional libro que les acredita como apóstoles, su
atributo más usual: San Pedro sujeta las llaves, mientras que San Pablo agarra
la espada con la que fue decapitado. El primer Papa viste túnica y manto, este
último arremolinado a la altura del tórax y elaborado a través de complicados bullones
sobre los que asienta un libro que lee con atención. La forma de concebir las
manos y su elegante disposición es clara herencia de Fernández. Pascual retrata
a San Pedro con una amplia calva, y no con un copete de pelo en la frente como
hacía el maestro gallego. Por su parte, San Pablo porta las mismas vestimentas,
si bien los plegados están mejor concebidos, son más finos y le aportan cierto
dinamismo. En esta ocasión el manto se dispone en diagonal sobre el torso, de
tal manera que de la cadera derecha pasa a enrollarse en el brazo izquierdo. Al
contrario que San Pedro, San Pablo porta un libro cerrado, si bien la nobleza
de la mano con la que lo sujeta es similar. Posee amplias melenas con bucles dispuestos
simétricamente.
A
pesar de que se trata de dos efigies apreciables, no se rastrea en ellas ni la
fuerza ni el vigor presente en las creaciones de Fernández. Aunque en los
rostros intenta conseguir cierta blandura, los rasgos son bastante duros. Lo
más apreciable del conjunto es la cabeza de San Pablo, con esas ampulosas
barbas que recuerdan lejanamente a las del Moisés
de Miguel Ángel Buonarroti.
MICHELANGELO BUONARROTI. Moisés. Iglesia de San Pietro in Vincoli. Roma |
BIBLIOGRAFÍA
- ARRIBAS ARRANZ, Filemón: La Cofradía Penitencial de N.P. Jesús Nazareno de Valladolid, Imprenta y librería Casa Martín, Valladolid, 1946.
- BALADRÓN ALONSO, Javier: “Noticias biográficas, obras documentadas y atribuciones de escultores vallisoletanos del siglo XVIII: de José Pascual a Claudio Cortijo”, BSAA Arte, Tomo LXXXIII, 2017, pp. 211-234.
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
- PÉREZ, Ventura: Diario de Valladolid (1885), Grupo Pinciano, Valladolid, 1983.
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