martes, 24 de enero de 2017

LOS HERMANOS HERNÁNDEZ: ORFEBRES Y ESMALTISTAS ART DÉCO III: Orfebrería, joyería y esmaltería


Osmundo y Eloy Hernández pertenecieron a esa brillante floración de artistas que Valladolid dejó marchar en el primer cuarto del siglo XX, y que lejos de su tierra natal lograron fama y reconocimiento a escala nacional, e incluso internacional. Nombres como Anselmo Miguel Nieto, Eduardo García Benito, Aurelio García Lesmes, Castro Cires, Joaquín Roca, Francisco Prieto, entre otros, pusieron bien de manifiesto ese espléndido momento artístico que vivió la ciudad, fruto en gran medida de la labor desplegada por su Escuela de Bellas Artes.
Desde el punto de vista estético la producción de ambos hermanos se adscribe plenamente a la corriente denominada Art Déco. Los años transcurridos en París durante su juventud y posteriormente su afán de constante renovación y puesta al día en cuanto a las modas que llegaban de fuera, daría a su obra una actualidad y sentido de la modernidad que convierte a los Hernández en unos de los mejores exponentes de esta tendencia en nuestro país. Por cierto, en los siguientes links encontrareis las distintas partes de las que se compone esta serie.
Dama del mantón (h. 1936)
Desnudo sobre pedestal (entre 1920-1930)
En la polifacética labor de los hermanos Hernández -esmaltes, orfebrería, escultura en metal, marfiles, joyas, azabaches, repujado en cuero, etc.- se cumple a la perfección uno de los objetivos preferentes del estilo: la voluntad de hacer arte, de hacer objetos estéticamente bellos. Preside toda su obra un refinado ornamentismo, que no excluye un punto de sofisticación y elitismo. Aunque a lo largo de su carrera se observa un cierto eclecticismo e inspiración en los más diversos estilos del pasado, la época de mayor interés de su trayectoria profesional coincide justamente con los años veinte y treinta, momento en que sus obras traducen perfectamente ese gusto por la estilización, esa elegancia del diseño y búsqueda de un depurado geometrismo que define a la nueva corriente.
Por otra parte, sus obras acusan un alto grado de conocimiento de la producción déco europea, lo que se explica por la información adquirida directamente en sus viajes y por su inspiración en catálogos y revistas francesas y alemanas que divulgaron ampliamente el nuevo estilo y sus motivos más característicos. Ambos hermanos, siguiendo los postulados del Art Déco, estuvieron siempre a favor del trabajo artesanal, recelando de la producción industrial. Conciben las joyas y los esmaltes para el goce estético, el recreo y fascinación de espíritu, buscando el refinamiento estético, y el decorativismo a ultranza.

Copa de los tres rostros (entre 1930-1940)
La atracción que ejerció en ambos hermanos el “estilo moderno” no les impediría revivir en otras muchas de sus obras todo el mundo antiguo de la tradicional orfebrería española, en especial la del Renacimiento. La imitación de los más variados estilos (medievales, renacentistas) constituye otra de sus especialidades, si bien no suele tratarse de mera reproducción literal o copia servil, sino que toman las tendencias del pasado como punto de partida para sus personales creaciones.
Un armonioso equilibrio entre clasicismo y modernidad preside buena parte de su producción -principalmente la escultórica en metal-, lo que permite descubrir a veces las más diversas inspiraciones, referencias que van desde el clasicismo helénico a la sugestión por el exotismo oriental, lo egipcio, el arte negro, lo bizantino o lo romántico. Decisiva fue la impronta que dejaría en ambos la contemplación de las joyas máscaras de orfebrería egipcias, así como los antiguos esmaltes que pudieron admirar en El Louvre, y que decidirían su vocación, al pretender emularlos.

Adán y Eva (copia de Juan de Arfe) (h. 1920)
Los hermanos Hernández constituyen, sin duda, un claro exponente del auge que conocieron las artes decorativas en España en los primeros decenios de nuestro siglo, momento en que se pretendieron revitalizar las distintas especialidades suntuarias, potenciándose las exposiciones y certámenes a ellas dedicadas. En este sentido, los años de la Segunda República representarían una etapa de extraordinaria brillantez, tanto en Barcelona como en Madrid. La obra de los hermanos Hernández puede relacionarse con esa moderna orientación y ofrece puntos de contacto y coincidencias estilísticas con algunos de los más interesantes representantes de la orfebrería y joyería de esta época.

ORFEBRERÍA Y JOYERÍA
Aunque el carácter tan variado y versátil de la labor de Osmundo y Eloy Hernández dificulte encasillarles en una determinada especialidad artística, la actividad primordial y que mejor define su rica y multiforme producción sería, sin duda, la de orfebres, sin perjuicio de su dominio en otras muchas facetas que van desde las de escultores y esmaltistas a las de grabadores y miniaturistas.
Se sintieron siempre orfebres, en el sentido medieval de la palabra, trabajando artesanalmente, casi como en un taller de la Edad Media o del Renacimiento, negándose a mercantilizar e industrializar su arte. Auténticos continuadores de las antiguas dinastías de artífices, su obra venía a enlazar con la gloriosa tradición de la orfebrería castellana, y más exactamente de su ciudad natal, que había conocido su momento culminante en el siglo XVI. Exhumando viejas técnicas de origen medieval, como el esmalte, el nielado o el cincelado en plata y oro, los Hernández se convirtieron en herederos de los antiguos orfebres del Siglo de Oro, reaccionando frente a la producción en serie y la vulgaridad que sumían en el mero oficio y la pura industria el arte de embellecer aún más los metales y piedras preciosas.

Copa femenina y copa masculina (h. 1929)
Su pasión por la orfebrería les llevaría a estudiar todos los estilos históricos, desde los comienzos de la joyería artística hasta las más modernas creaciones, lo que les permitiría depurar el suyo propio con una tenacidad y perseverancia impropias de los tiempos actuales.
Aunque iniciada ya en la época de su primera formación vallisoletana, sería no obstante en París, en sus años de pensionados, cuando se despertaría con intensidad su vocación por la orfebrería. Allí, en las salas del Museo del Louvre dedicadas a la joyería y la escultura esmaltadas egipcias, contemplando las creaciones de los orfebres bizantinos o de los esmaltistas medievales de Limoges, se revelaría con nitidez su destino y voluntad de artistas. Especialmente llamarían vivamente su atención los ricos objetos suntuarios descubiertos en las tumbas egipcias, las piezas de metal esmaltado, las figuras broncíneas con aplicaciones de esmalte, lapislázuli y otras piedras semipreciosas, collares, brazaletes, anillos…, en los que se empleaba la más depurada técnica del “cloisonné” y se combinaba con exquisita habilidad el oro con la pasta vítrea y las más ricas gemas.

Pulsera (entre 1950-1960)
Decisiva sería también la impronta que dejaría en ambos la esmaltería medieval, aprendiendo en Francia los distintos procedimientos técnicos, de los que llegarían a ser consumados maestros. Asimismo, los refinados objetos suntuarios del Renacimiento llamarían poderosamente su atención, dedicándose más tarde a plasmar en artísticas bandejas de plata, copas de oro y marfil, cofres y selectas joyas todo el primor y sensibilidad de que fueron capaces los grandes orfebres de las principescas cortes italianas. Mayor interés suscitaría en ambos hermanos las espléndidas creaciones del Renacimiento español, reservando su más rendida admiración para esa insigne dinastía de plateros que integraron los Arfe, verdaderos “escultores en oro y plata”. Pese a esas raíces en la tradición y ese entusiasmo por la antigua orfebrería, su labor no tuvo nunca por meta imitar servilmente obras del pasado. Desde el primer momento se propusieron renovar y dar nueva vida a este arte, hermanando los nuevos gustos con las orientaciones clásicas.
Preside toda su obra una evidente intención de modernidad, el afán decidido de expresarse con un lenguaje de su época. De ahí, la deliciosa orientación déco que descubrimos en gran parte de su producción, su plena adscripción al estilo moderno y sofisticado de la orfebrería europea de los años veinte. La ornamentación geométrica y estilizada, que acusa la influencia de la vanguardia cubista y futurista, así como la elegancia y purismo decorativo constituyen los objetos de gran parte de su quehacer, en idéntica línea de la más actual platería en boga por entonces.

Pulsera
A lo largo de su carrera profesional, los Hernández se interesarían por todas las técnicas de la orfebrería, trabajando las más diversas materias preciosas. Así, las operaciones del repujado y del cincelado en plata y oro no ofrecían secretos para ellos. A fuerza de golpes de martillo, y de dentro a fuera, conseguían abombar y dar forma a láminas de plata o de cobre, que posteriormente solían esmaltar.
En sus comienzos, allá por los años veinte, se dedicarían durante algún tiempo al delicado arte del nielado, casi por entonces desaparecido. Por otra parte, el perfecto dominio de los procedimientos tradicionales les llevaría a experimentar nuevas modalidades, como por ejemplo a grabar al aguafuerte sobre plancha de cobre cubierta de piel o a trabajar piedras y materiales difíciles de labrar, tales como lapislázuli, cristal de roca, marfil, azabaches, etc. Este último, de tanta tradición en tierras galaicas, llegarían a cultivarlo con singular destreza, no sólo como aplicaciones en piezas de joyería o en esmaltes, sino tallando en él verdaderas esculturas en considerable tamaño.

Cuchillo y figuras de azabache
La rica policromía con que decoraban sus obras la obtenían a través del esmalte -faceta que dominaban como los más grandes especialistas europeos de su tiempo-, bien por medio del concurso de la pedrería. Sus piezas y joyas nos ofrecen admirables labores en duras gemas primorosamente talladas, camafeos, jade, coral, marfil, alabastro, etc.
Especial interés tendrían sus trabajos de carácter religioso, con los que pretendían continuar la tradición de la orfebrería española, la cual por entonces conocía una profunda crisis, habiéndose perdido prácticamente por completo su secular prestigio. Los hermanos Hernández, como Félix Granda, el sacerdote artista, se propusieron resucitar la vieja orfebrería, de tan gloriosa tradición española, y crear un arte cristiano moderno, incorporando muchas veces rasgos de modernidad a los viejos estilos de otros siglos.

Expositor de la custodia de la catedral de Valladolid (1931)
Custodia de la iglesia de Santiago el Mayor de Vigo (1950)
Mayor importancia tuvo su dedicación a la platería civil, actividad que les supondría numerosos encargos y un bien merecido prestigio en todo el ámbito nacional. A lo largo de su dilatada trayectoria profesional realizarían gran número de notables objetos artísticos, destinados a multitud de centros, corporaciones y sociedades varias: desde valiosísimos trofeos deportivos o bellísimas placas acreditativas de premios u homenajes, hasta deslumbrantes condecoraciones y medallas, lujosas cubiertas de libros, exquisitas pitilleras, deliciosos ceniceros, etc. Fueron especialmente celebradas sus copas y trofeos para torneos futbolísticos, labrados en plata y con admirables labores esmaltadas representando alegorías deportivas.

Broche ondas (h. 1930-1940)
Como los orfebres del Renacimiento, muchas veces harían exquisitas y selectas piezas suntuarias no destinadas a la venta, sino para ser expuestas en certámenes y exposiciones, obras que guardaban celosamente para sí, con la intención de poder crear algún día un museo público de sus mejores creaciones.
Pero es sin duda en el difícil arte de la joyería donde ambos hermanos ofrecen la mejor medida de su habilidad como orfebres. A partir de su estancia en París van a iniciar una intensa actividad en el campo del diseño y producción de la joya artística. Desde sus primeras realizaciones, los Hernández van a acometer la empresa nada fácil de dignificar la joyería artística, que en su opinión se había comercializado y banalizado en exceso. Frente a la decadencia que ofrecía la moderna joyería, ostentosa y exenta de inspiración estética, los Hernández trabajarían incansablemente para hallar una nueva tipología, para crear piezas originales y de elegante diseño.

Reloj de Eloy Hernández (h. 1930-1940)
ESMALTERÍA
La gran especialidad de los hermanos Hernández, la modalidad en que su arte raya más alto y a la que dedicaron mayor atención fue, sin duda, el esmalte, faceta en la que harán gala de una depurada destreza y de un estilo muy personal. En ella alcanzarían auténtico prestigio internacional, situándose entre los mejores cultivadores españoles de este género. Verdaderos virtuosos en este campo, los hermanos Hernández cultivaron todas las técnicas y abordaron todos los temas, aunándose su prodigioso dominio del oficio con una sólida formación e insaciable curiosidad por el estudio y conocimiento de las diferentes escuelas y talleres de la esmaltería medieval.
Tras haber gozado de considerable tradición, el arte del esmalte tenía en España a comienzos de siglo escasos cultivadores. No obstante, el estallido del Modernismo, con su renovación de la joyería, supondría una revitalización de todas estas técnicas, y en especial de la del esmalte. Esta hermosa y difícil especialidad tendría en el ámbito catalán su mejor expresión, concretamente en las refinadas creaciones modernistas de los hermanos Masriera, y posteriormente en la Escuela Massana de Barcelona, a través de destacadas figuras como Mariano Andreu y Miguel Soldevila.

Plato de mujer acariciando el cabello (entre 1920-1932)
En el resto de España, la contribución al resurgimiento y puesta en boga de la esmaltería se nos ofrece dispersa, pero no de menor significación. Y así pueden mencionarse, al lado de los hermanos Osmundo y Eloy, a los hermanos Arrúe en San Sebastián, al doctor Victoriano Juaristi, en Pamplona y en Madrid, a Félix Granada. Las obras de todos ellos se mostraban como una esperanza de un renacimiento del esmalte español, que volviera a situar en un puesto decoroso a esta preciada industria artística, en decadencia por entonces prácticamente en toda Europa.
Pocas veces el esmalte ha alcanzado entre nosotros una perfección tan acabada y bella como vemos en la variada y original producción de los hermanos Hernández. Difícilmente se puede sacar más provecho a las grandes posibilidades decorativas que el esmalte ofrece, mayor vistosidad y atractivo a los maravillosos colores e irisaciones que posee, o más inventiva en los temas y combinaciones con otros materiales.

Diana cazadora (entre 1920-1930)
Prácticamente autodidactas en este arte, comenzaron a esmaltar muy jóvenes: “No tuvimos en un principio ninguna escuela de esmalte. Tuvimos que inventárnoslos nosotros… Después, ya cuando comenzamos a orientarnos, viajamos mucho, viendo en peregrinación artística Cluny, El Louvre, Limoges… Simplemente para ver lo que se hacía no para imitar”. En su vocación por el esmalte sería decisivo la contemplación del célebre frontal de Silos en el Museo de Burgos. Fue en ese momento cuando se propusieron hacer algún día una reproducción lo más fiel posible de esta pieza maestra de la esmaltería medieval (“Esto hemos de hacerlo nosotros”), iniciando entonces tímidamente sus experimentos y su interés por esta compleja especialidad.
Fue constante preocupación de ambos artífices luchar por no industrializar su trabajo, rechazando la producción en serie, al estilo de algunas empresas esmaltistas catalanas. Conscientes de la superior condición de una modalidad tan delicada y laboriosa, siempre defenderían su entidad artística, protestando contra el tópico de considerar artesanía al esmaltado.

Tríptico de Diana cazadora (entre 1950-1955)
Su dominio de oficio abarcaba todos los distintos modos de esmaltar, tanto el tabicado o “cloisonné”, como el excavado o “champlevé”, el pintado o el denominado transparente de Limoges. Para perfeccionar esta última técnica -la de mayor dificultad por no existir tabiques que eviten los corrimientos y mezclas y por requerir múltiples cocciones-. Manejaron también una cuarta modalidad, denominada el “Champlevé modificado”, que se obtiene con la incorporación a la plancha de un repujado en diversas materias ricas, obteniendo auténticos bajorrelieves esmaltados. Esta técnica -según reconocían los propios artistas- les fue inspirada en los barros cocidos de Juan de Juni y en algunas obras del vallisoletano Museo Nacional de Escultura. De los procedimientos citados, los más cultivados por ambos hermanos serían los bajorrelieves esmaltados y los esmaltes simplemente campeados, formando en ambos casos deliciosos cuadritos, trípticos o artísticos platos, de la más variada y original temática.

Ninfas (entre 1920-1930)
Su destreza técnica y afán de experimentación les llevaría a no conformarse simplemente con la ejecución de placas esmaltadas, aplicando también el esmaltado a esculturas y bustos de cobre y de plata. Hábiles repujadores, los Hernández trabajaban con suma pericia las láminas de cobre, golpeándolas y abombándolas, de dentro a fuera y a fuerza de martillazos, para después esmaltarlas con el mayor esmero.
Los esmaltes realizados sobre figuras repujadas, y concretamente los bustos esmaltados, constituían una modalidad que renombrados artistas durante mucho tiempo habían ensayado sin lograr los resultados apetecidos. Otra singularidad importante de sus esmaltes que llamaría poderosamente la atención sería sus considerables proporciones. Puede decirse sin temor a la exageración que nadie en la historia del esmalte español ha realizado piezas de tan gran tamaño. De entre ellas, la mayor que llegaron a ejecutar en su taller sería la placa de esmalte del Cid Campeador (1937), obra en bajorrelieve que alcanzaba metro y medio de altura.

Cid Campeador
Exponente de su perfecto dominio del esmalte de la manufactura de Limoges sería la magnífica reproducción a su tamaño del Frontal de Silos. Además de esta singular obra, su inspiración en la esmaltería románica puede comprobarse, asimismo, en varias cruces y calvarios, realizados sobre cobre en esmalte champlevé, que imitan célebres ejemplares que los Hernández pudieron estudiar en los museos españoles, tales como la cruz de altar del Museo Diocesano de la Seo de Urgel (Lérida) o la placa esmaltada con la escena del Calvario del Instituto Valencia de Don Juan (Madrid). A excepción del frontal de Silos, en todas estas piezas procurarían introducir, sin embargo, motivos de su invención, interpretando los modelos medievales, sin copiarlos literalmente.

Frontal de Silos (entre 1934-2006)
Con mucha frecuencia les atraerían también los motivos jacobeos, ejecutando piezas alusivas con destino a exposiciones conmemorativas del Año Santo en Santiago de Compostela. Así, por ejemplo, pueden citarse el Cofre esmaltado con atributos del peregrino y las escenas de Santiago en la batalla de Clavijo y la Traslación de su cuerpo, arqueta regalada a Alfonso XIII por el Cabildo de Compostela en 1927; o un precioso Tríptico del Pórtico de la Gloria, ejecutado según la técnica champlevé.

Cofre de Santiago (h. 1927)
Pórtico de la Gloria (h. 1950)
Otras veces iban a realizar obras de temática religiosa, pero con un tratamiento netamente moderno y de su personal creación. Esmalte de considerable tamaño y con figuras repujadas, como La Anunciación (50 cm) o la deliciosa interpretación del Pecado original, figuran al lado es espléndidos esmaltes campeados como La Piedad, premiada con la Medalla de Oro de la Exposición Nacional de Estampas de la Pasión celebrada en mayo de 1946, o como la moderna y estilizada Nuestra Señora de los Mares, entre otros.

Anunciación
Pecado original (entre 1930-1940)
Nuestra Señora de los Mares (h. 1950)
Muy sugestivos y de inspiración netamente déco son muchos de sus cuadros esmaltados, en los que acostumbraban a combinar con el esmalte otros materiales como el marfil o el azabache. Especialmente atractivo resulta a este propósito el titulado Salomé, cuya danzante figura, a la vez sensual y enormemente trágica, sostiene entre sus manos la cabeza marfileña del Bautista sobre la bandeja, como fruto de su orgía macabra, todo ello destacando sobre el fondo totalmente esmaltado de negro.

Salomé (entre 1945-1974)
Sin embargo, sus esmaltes más celebrados y seductores, los que les valieron los premios y galardones, fueron los de temas modernos y profanos, verdaderos caprichos decorativos, auténticas delicias para la vista, cuya originalidad y actualidad sintonizaba perfectamente con la ola internacional. Son obras de un espíritu muy déco -muchas de ellas estilizados y graciosos desnudos femeninos-, que sorprenden por su rica policromía y hábil juego de tonos y luces de sus refinados esmaltes, piezas que van desde placas esmaltadas formando preciosos trípticos o cuadritos encuadrados en marcos de ébano, hasta bellos objetos totalmente esmaltados, como originales y modernos jarrones, platos, copas, etc.
Sería sobre todo en el desnudo femenino y la mitología donde los hermanos Hernández encontrarían su principal fuente de inspiración. Bacantes, ninfas, Dianas cazadoras, Orfeos y otros muchos personajes de la Antigüedad desfilan por sus creaciones. Obra maestra y de excepcional tamaño, dentro de esta temática, es el delicioso friso titulado el Rapto de Europa (1929) en cuatro piezas totalmente ajustadas.

Rapto de Europa I (entre 1920-1930)
Rapto de Europa II (h. 1929)
Mayor importancia tendría dentro de su obra los trípticos o cuadros con temas paisajísticos. Unas veces tratan rincones de viejas ciudades y pueblos, principalmente gallegos, mientras que otras ofrecen el impresionante paisaje de Castilla, por el que siempre sintieron extraordinaria admiración.

Tríptico de las rúas de la aldea (entre 1920-1930)
Tríptico de los labriegos castellanos (h. 1937)

BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: Los hermanos Hernández. Orfebres y esmaltistas Art Déco, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2003.
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: “Los hermanos Hernández”. En GONZÁLEZ, Félix Antonio: Personajes vallisoletanos, II, Diputación de Valladolid, Valladolid 2004, pp. 245-256.
  • BRASAS EGIDO, José Carlos [at. al.]: Os Hernández orives de Vigo, Concello de Vigo, Vigo, 2006.

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