Desde
comienzos del siglo XVI Valladolid se había configurado como uno de los centros
escultóricos más potentes del país, así como un importante centro de producción
y consumo de la misma. A lo largo de la centuria se ubicaron en la ciudad
diversos talleres aunque siempre existió una figura que ejerció un liderazgo
indiscutible sobre el resto: el primer gran maestro fue Alonso Berruguete, al
que sucedió Juan de Juni, para a finales de la centuria contar con figuras tan
relevantes como Juan de Anchieta, Esteban Jordán o Adrián Álvarez,
representantes ya de un manierismo romanista que perdurará hasta comienzos del
siglo XVII, momento en el que la escuela logró considerar su esplendor, e
incluso aumentarlo gracias a la estancia de la Corte en Valladolid entre
1601-1606. Durante este lustro, la monarquía y los cortesanos exigen la mayor
exquisitez y refinamiento, motivos por los cuales llegará Pompeyo Leoni con sus
oficiales Milán Vimercato y Baltasar Mariano para ocuparse de las esculturas
del retablo mayor del convento de San Diego (1606-1607), y también de los bultos
funerarios de los Duques de Lerma (1601-1608), cuya fundición en bronce
dorado correría a cargo de Juan de Arfe y su cuñado Lesmes Fernández del Moral.
Sería, por lo tanto, en estos años de la Corte, cuando termine por asentarse la
prestigiosa “escuela vallisoletana de escultura”, de la mano de Gregorio
Fernández, pero también de Francisco del Rincón, como veremos a continuación.
Este prestigio no solamente se fundamentó en la máxima calidad de las obras que
se ejecutaban en estos talleres sino también en que estas se exportaron a gran
parte del territorio peninsular e incluso a las colonias americanas. Es por
ello que podremos encontrar obras fernandescas en Galicia, Asturias, Cantabria,
País Vasco, Aragón, Madrid, Extremadura, Portugal o Valencia.
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POMPEYO LEONI. Estatua orante del Duque de Lerma (1601-1608). Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
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POMPEYO LEONI. Estatua orante de la Duquesa de Lerma (1601-1608). Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
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POMPEYO LEONI Y TALLER. Esculturas del retablo mayor del Convento de San Diego (1606-1607). Museo Nacional de Escultura, Valladolid. Fotografía tomada de http://domuspucelae.blogspot.com/2015/06/theatrum-retablo-de-san-diego-restos.html |
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Reconstrucción del retablo mayor del Convento de San Diego de Valladolid según José Miguel Travieso. http://domuspucelae.blogspot.com/2015/06/theatrum-retablo-de-san-diego-restos.html |
1-1
EL NATURALISMO: FRANCISCO DEL RINCÓN Y GREGORIO FERNÁNDEZ (1600-1636)
A
pesar de su temprana muerte, Francisco del Rincón (h. 1567-1608) tiene
el honor de ser el precursor o “iniciador” de la escuela barroca vallisoletana,
si bien él nunca fue en rigor un escultor barroco. A él se debe el decisivo
paso del manierismo romanista al Barroco, etapa que se viene denominando como
“Naturalismo” debido a que la intención de los escultores ya no es idealizar la
naturaleza y a los personajes sino mostrarles de la manera más fidedigna y
realista posible. Trabajó con igual maestría tanto la madera como la piedra,
materiales ambos en los que dejó obras maestras. En piedra destacan las esculturas de la fachada de la iglesia penitencial de las Angustias (1605-1606), y en
madera una de las obras claves de la escultura española puesto que en 1604 ideó
y labró para la Cofradía de la Pasión el “paso” de La Elevación de la Cruz,
que venía a sustituir al primitivo realizado en papelón. Su importancia es
total puesto que fue el primer paso procesional con varias figuras de tamaño
natural realizadas en madera policromada, además de presentar una calculada
puesta en escena.
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Fachada de la iglesia penitencial de Nuestra Señora de las Angustias y las esculturas que FRANCISCO DEL RINCÓN talló entre 1605-1606 |
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Piedad |
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San Pablo |
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FRANCISCO DEL RINCÓN. La Elevación de la Cruz (1604). Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
En
el taller de Rincón trabajó como oficial, y no como discípulo, la personalidad
más descollante de la escultura vallisoletana y una de las cimas del barroco
patrio: Gregorio Fernández (1576-1636). Además de
todo ello fue el culmen del naturalismo castellano debido a su virtuosista
técnica extremadamente realista, la cual además se veía apoyada por la
cuidadosa incorporación de una serie de postizos que aumentaban aún más el
verismo: ojos de cristal o de pasta vítrea, dientes de marfil, uñas de asta de
toro, corcho para las heridas, cristal para las gotas de sangre que manan del
pecho, etc. Influido por Pompeyo Leoni, Francisco del Rincón, e incluso Juan de
Juni, cuya casa-taller llega a comprar para instalar la suya, configurará un
estilo muy personal que irá evolucionando y en el que primará ante todo la
mística, el sufrimiento y el dolor frente a la sensualidad más propia de la
escuela andaluza. Interesado por el desnudo desde sus comienzos, en los que aún
se observan caracteres propios del manierismo, como son las composiciones
elegantes o el alargamiento de los miembros del cuerpo, con el paso del tiempo
prenderá en él un naturalismo que llevará hasta el extremo. Este virtuosismo le
proporcionó tal fama que el propio rey Felipe IV al ver el San Miguel
que hizo para la Colegiata de Alfaro refirió que era “de mano del escultor
de mayor primor que hay en estos mis reinos”, y, además se atrevió a
pronosticar que “muerto este hombre no ha de haber en este mundo dinero con
qué pagar lo que dejare hecho”.
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GREGORIO FERNÁNDEZ. San Miguel (1635). Colegiata de San Miguel, Alfaro (La Rioja) |
Su
extraordinario conocimiento de la anatomía le llevó a ejecutar verdaderos
estudios anatómicos en los cuales se aprecia la blandura de las carnes, la
presencia de vasos bajo la piel e incluso cómo se marcan en la piel algunos
huesos. Los dos rasgos definitorios de su plástica son la utilización de
pliegues rígidos y acartonados denominados “plegados metálicos” y el especial
cuidado que pone en la labra de las manos y la cabeza para potenciar la
expresividad de sus imágenes.
Fernández
regentó un taller muy amplio y bien organizado que funcionaba con un sistema
casi empresarial puesto que era él el que firmaba los contratos, hacía los
dibujos y modelaba en cera o arcilla, mientras que los oficiales se encargaban
de desbastar y ejecutar las esculturas según los modelos que el propio maestro
les proporcionaba. El después las perfeccionaba ocupándose de las partes más
delicadas: las cabezas, las manos y los cabellos, si bien en algunos casos los
clientes llegaban a exigirle que toda la labra fuera obra personal. Su taller
estaba en la Acera del Sancti Spiritus (actual Paseo de Zorrilla) en unas casas
que habían pertenecido a Juan de Juni. Antes de esta compra, Fernández vivía en
las inmediaciones, pues consta que se trasladó desde la calle del Sacramento
(actual de Paulina Harriet). Conocemos los nombres de algunos de sus
colaboradores, siendo los más destacados Andrés de Solanes, Manuel del Rincón,
Miguel de Elizalde, Agustín Castaño, Antonio de Ribera, Francisco Fermín o Juan
Antonio de Estrada.
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GREGORIO FERNÁNDEZ. Ecce Homo (h. 1612-1615). Museo Diocesano y Catedralicio, Valladolid |
El
mayor mérito de Fernández, aparte de cantidad y de la calidad de su obra, y de
formar un amplísimo taller que expandió su estilo por todo el noroeste
peninsular, fue la creación de una serie de iconografías o tipos que gozaron de
gran éxito tanto en vida del escultor como después. De hecho, algunas de estas
iconografías siguieron repitiéndose hasta casi finalizado el siglo XVIII. Las
más populares fueron las de Cristo atado a la columna, el Crucificado, el
Cristo Yacente, la Virgen de la Piedad, la Inmaculada, la Virgen del Carmen,
Santa Teresa, San Francisco Javier, San Ignacio, San José, etc. Su producción
es extremadamente prolífica y plagada de obras maestras, como el Ecce Homo del Museo Diocesano de Valladolid (h. 1612-1615), pero hay que destacar que se
aplicó sobremanera a la imaginería de retablo, tanto en bulto redondo como en
relieve, y también a la escultura procesional, en la cual dejó alguna de sus
grandes aportaciones a la historia de la escultura española. Para la Cofradía
de la Vera Cruz ejecutó el Descendimiento (1623), la Flagelación
(1619) y la Coronación de Espinas (1620). De estos dos últimos pasos
actualmente tan solo procesionan las figuras principales: Cristo atado a la
columna y el Ecce Homo. Asimismo, para la Cofradía de la Pasión realizó el Camino del Calvario (1614), para la de las Angustias el denominado como Sexta
Angustia o también el Descendimiento (1619), y, finalmente, para la de
Jesús Nazareno el denominado de “Sed Tengo” (1612-1616). También abordó
otra serie de pasos procesionales no pasionistas, caso del San Martín
partiendo la capa con el pobre (1606) para la iglesia dedicada al santo, y
la Sagrada Familia (1620-1621) para la Cofradía de San José de Niños
Huérfanos.
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GREGORIO FERNÁNDEZ. La Flagelación (1619). Cofradía de las Angustias y Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
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GREGORIO FERNÁNDEZ. La Coronación de Espinas (h. 1620). Iglesia de la Santa Vera Cruz y Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
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GREGORIO FERNÁNDEZ. El Descendimiento (1623). Iglesia penitencial de la Santa Vera Cruz, Valladolid |
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GREGORIO FERNÁNDEZ. Camino del Calvario (1614). Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
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GREGORIO FERNÁNDEZ. Sed Tengo (1612-1616). Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
1-2
DISCÍPULOS DE GREGORIO FERNÁNDEZ Y OTROS MAESTROS CONTEMPORÁNEOS (1600-1660)
Por
las mismas fechas en que trabajó Fernández y hasta pasada la mitad de la
centuria laboraron sus discípulos más inmediatos, así como otros maestros
contemporáneos que a pesar de tener un estilo propio al final se vieron también
influidos por el del genio gallego. Al haber carecido este de un alumno
aventajado el panorama de la escuela se integra por seguidores adocenados y
meros copistas. En estos momentos apenas existen obras que acusen una
personalidad independiente puesto que los comitentes demandaban modelos
fernandescos y los artífices se doblegaban a ello. Efectivamente, se utilizaban
los modos de Fernández… pero no eran Fernández. Todo ello condujo a una
monotonía y similitud de estilos que hace que sea muy complicada la
clasificación y atribución de multitud de obras anónimas.
A
pesar de esta escasa originalidad Valladolid no perdió la condición de centro
de la escultura barroca castellana tanto como punto de encargo de obras de
cierta calidad como por ser polo de atracción de maestros foráneos. En opinión
de Martín González esto se debía a “la existencia de
buenos talleres, de ambiente artístico y de trabajo, pues, aun contando con la
decadencia de la ciudad, precisa saber que las poblaciones de la periferia
vivían una vida más lánguida”. Esta etapa se prolongaría aproximadamente
hasta 1660, año en el que acaecen los fallecimientos de Francisco Alonso de los
Ríos y Bernardo del Rincón, últimos competidores y discípulos del gran maestro.
Entre
sus discípulos y colaboradores más cercanos descuella Andrés de Solanes (h.
1595-1635), que sigue puntualmente el estilo del maestro. Por desgracia
apenas sabemos nada de su vida, y su catálogo productivo también es bastante
escueto, si bien su merecida fama se debe a la ejecución del paso de la Oración del Huerto (1629-1630) para la Cofradía de la Vera Cruz de
Valladolid, compuesto originalmente por Cristo, el Ángel, Judas y un par o tres
de sayones. Además de copiar el estilo del maestro también hizo lo propio con
sus modelos, lo que debió de conferirle prestigio. Buen ejemplo de ello son las
efigies pasionistas que talló para la capilla del relicario del Monasterio de
la Santa Espina, de la que restan unas buenas imágenes de Cristo atado a la
Columna, el Ecce Homo y el Cristo Yacente (1634), conservadas
respectivamente, tras la Desamortización, en Urueña, Villabrágima y San Cebrián
de Mazote.
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ANDRÉS DE SOLANES. La Oración (h. 1629-1630). Cofradía de la Vera Cruz y Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
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ANDRÉS DE SOLANES. Ecce Homo (1634). Iglesia de Santa María, Villabrágima (Valladolid) |
También
cabe destacar entre sus discípulos, aunque no lo fuera directo, a Bernardo
del Rincón (1621-1660), que debe toda su fama al magnífico y devoto Cristo del Perdón (1656) de la Cofradía de Nuestra Señora de la Pasión. Se trata de una
de las imágenes más impresionantes de la Semana Santa vallisoletana debido a la
crudeza del dolor que provoca su descarnada espalda. Bernardo fue hijo de
Manuel del Rincón y a su vez nieto de Francisco del Rincón.
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BERNARDO DEL RINCÓN. Cristo del Perdón (1656). Iglesia de San Quirce, Valladolid |
En
cuanto a maestros contemporáneos se pueden destacar a tres: Juan Imberto, Pedro
de la Cuadra y Francisco Alonso de los Ríos. El primero de ellos, Juan
Imberto (h.1580-1626), fue hijo del escultor segoviano Mateo Imberto y
trabajó fundamentalmente por tierras segovianas, aunque también dejó su huella
en Valladolid capital ya que corrió a cargo de la parte escultórica del retablo mayor del Convento de Santa Isabel (1613-1614), en la cual se
muestra como un fiel seguidor del primer estilo de Gregorio Fernández, aquel
caracterizado por la huella manierista. Sus personajes poseen un canon alargado
y rostro inexpresivo.
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Relieve de la "Aparición de Cristo Resucitado a la Virgen" del retablo mayor del Convento de Santa Isabel (1613-1614), obra de JUAN IMBERTO |
El
segundo maestro que hemos citado, Pedro de la Cuadra (h.1572-1629) es un
escultor más tosco que transitó desde el manierismo romanista hacia un estilo
claramente influido por Fernández, cuya popularidad le arrastrará y le obligará
a irse adaptando a él hasta el punto de copiarle servilmente, como queda claro
en sus Crucificados, y también en los dos pasos procesionales que
ejecutó para Grajal de Campos: un Atado a la columna y un Nazareno.
No deja de ser curioso que un escultor que copiara tanto a Fernández en vida
con el paso de los siglos lograra que una imagen suya, el primitivo Nazareno
de la Cofradía de Jesús Nazareno, presidiera un paso de aquél, como es el del
Camino del Calvario. Cuadra principalmente se aplicó a la escultura funeraria
en alabastro y a la imaginería de retablo. Entre los retablos en los que
participó hemos de destacar el retablo mayor del Hospital de Simón Ruiz de
Medina del Campo (1597), el retablo mayor de la iglesia del Salvador de
Valladolid (1603), del que tan solo resta el grupo principal de la
Transfiguración, y el retablo mayor de Velilla (1613), en el que la
copia de los modelos de Fernández es también muy clara, especialmente en las
imágenes de la Asunción, San Pedro y San Pablo. Por su parte, entre la
escultura funeraria destacan las estatuas orantes de don Antonio Cabeza de
Vaca y su mujer doña María de Castro (1607) en la capilla mayor del clausurado
Convento de Santa Catalina.
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PEDRO DE LA CUADRA. Cristo atado a la columna. Iglesia parroquial. Grajal de Campos (León) |
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PEDRO DE LA CUADRA. Esculturas del retablo mayor (1613-1614). Iglesia de la Asunción, Velilla (Valladolid) |
El
tercer maestro contemporáneo de Gregorio Fernández, y sin lugar a dudas el
mejor de todos ellos, es Francisco Alonso de los Ríos (h.1595-1660).
Parece ser que fue discípulo de Pedro de la Cuadra debido a las concomitancias
que posee su primer estilo con el de aquel, si bien con el paso del tiempo
adquirió una maniera personal, aunque influenciada en determinados aspectos por
Gregorio Fernández. Sus figuras son carnosas, con pliegues duros que conforman
grandes claroscuros. Su obra maestra es la parte escultórica del retablo mayor de la capilla de las Maldonado de la iglesia de San Andrés de Valladolid
(1631) a excepción del Crucificado, obra de Pedro de la Cuadra, que viene a
sustituir al Calvario original que actualmente se conserva en el Seminario
Diocesano.
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FRANCISCO ALONSO DE LOS RÍOS. Esculturas del retablo mayor de la capilla de las Maldonado (1631). Iglesia de San Andrés, Valladolid |
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Detalle de ¿San Esteban? |
1-3
LOS PRIMEROS MAESTROS “BARROCOS” (1661-h.1685)
Entramos
en una época en la que ya han desaparecido todos los protagonistas de la
escuela vallisoletana que convivieron con Gregorio Fernández, por lo que ya tan
solo queda de él su estilo e iconografías. Aparte de la inexistencia de una
gran figura que hiciera olvidar a Fernández aún seguía vigente otro problema.
Se trata del hecho de que los propios comitentes que les solicitaban obra
seguían demandando los modelos popularizados por Fernández, y cuánto más se
pareciera a ellos mejor. Si esta clientela no podía conseguir un original suyo
al menos aspiraban a tener “algo” que se le pareciera. Como vemos, aún existe “una verdadera fiebre
por copiar a Fernández”. Sin embargo, “algunas copias son
tan hábiles que han pasado frecuentemente por originales de aquél, caso del
Nazareno (h. 1667) de la localidad palentina de San Cebrián de Campos,
obra que actualmente se adscribe a Alonso de Rozas. En todos los escultores de
este periodo se aprecia un incremento de las quebraduras, lo que aumenta el “carácter pictórico
del paño barroco y del movimiento”.
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ALONSO DE ROZAS (atrib.). Jesús Nazareno (h. 1667). Iglesia de los santos Cipriano y Cornelio, San Cebrián de Campos (Palencia) |
Uno
de los motivos por los cuales la escuela vallisoletana de estos momentos
mantuvo el prestigio y una nutrida clientela fue, además de por la demanda de
copias de Gregorio Fernández, por la fabricación de pasos procesionales, a
imitación de los vallisoletanos, para diferentes puntos de la actual comunidad
de Castilla y León. Los más generalizados fueron la Oración del Huerto, Cristo
atado a la Columna, el Ecce Homo, el Camino del Calvario, el Despojo, el
Descendimiento y el Santo Entierro.
La
ciudad de Valladolid contaba por entonces con muy pocos artífices, siendo sus
mayores figuras Francisco Díez de Tudanca y Alonso de Rozas. Francisco Díez
de Tudanca (1616-1689) fue un maestro mediocre que fundamentó su supremacía
en el mercado artístico en lo económico de sus precios. Su popularidad llegó a
tal extremo que no solamente fue uno de los maestros más solicitados en cuanto
a obra, sino que además se trata del maestro del que se han localizado más
contratos de aprendizaje. Formado con algún discípulo directo de Gregorio
Fernández, de él tomó tanto su estilo como sus modelos (Inmaculada, Cristo
Yacente, etc.). Descolló por ser un especialista de la escultura procesional ya
que le demandaron numerosas copias de los pasos procesionales vallisoletanos.
Debido a este hecho tuvo que estudiar pormenorizadamente los realizados por
Fernández, pero también el Cristo del Perdón de Bernardo del Rincón, del
cual llegó a esculpir al menos tres copias para otros tantos conventos de
Trinitarios Descalzos en Valladolid (h. 1664), Pamplona (1664) y Hervás
(1677). Otros pasos procesionales fueron el Paso del Azotamiento para la Cofradía de la Pasión de Valladolid (c. 1650) (realizado junto con
Antonio de Ribera), los Pasos del Descendimiento y del Santo Sepulcro para Medina de Rioseco (Valladolid)
(1663), este último desaparecido, o el Cristo atado a la
columna de Mojados (1672), que viene a ser una réplica del que hizo años
atrás para el “paso” del Azotamiento que acabamos de ver. Otra obra importante
fue el retablo mayor de la iglesia de la Asunción de Bercero
(1657), en el que se repartió la escultura del mismo a partes iguales con Juan
Rodríguez. Sin embargo, de todo, su mayor logro fue adiestrar en el oficio a
José Mayo y sobre todo a Juan de Ávila, una de las figuras descollantes de la
escuela vallisoletana de finales del siglo XVII.
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FRANCISCO DÍEZ DE TUDANCA Y ANTONIO DE RIBERA. Paso del Azotamiento de la Cofradía de la Pasión (h. 1650). Iglesia de San Qurice y Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
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FRANCISCO DÍEZ DE TUDANCA. Cristo del Perdón (h. 1664). Museo Diocesano y Catedralicio, Valladolid |
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FRANCISCO DÍEZ DE TUDANCA. Paso del Descendimiento (1663). Capilla de los Pasos Grandes, Medina de Rioseco |
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FRANCISCO DÍEZ DE TUDANCA. Cristo atado a la columna (1672). Ermita del Cristo, Mojados (Valladolid) |
Por
su parte Alonso de Rozas (h. 1625-1681) fue en términos artísticos el
gran maestro del tercer cuarto de siglo de la escuela vallisoletana. Nacido en
Galicia hacia 1625 le encontramos ya avecindado en 1654 en Valladolid y
formando parte del círculo del escultor Juan Rodríguez, con quien pudo aprender
el oficio dadas las concomitancias estilísticas entre ambos. En Valladolid se
encontró un ambiente totalmente impregnado por la “maniera” de Gregorio
Fernández, y ese será el punto de partida desde el que desarrollará el suyo,
que se definirá por un progresivo barroquismo palpable tanto en el dinamismo de
las poses como en el movimiento de las ropas, singularizado en la
multiplicación de los pliegues. La Asunción (1660)
que talla para el retablo mayor de la iglesia de Santa María de Tordesillas, da
buena muestra de ello. Entre sus logros se encuentran la creación de un modelo escultórico del rey San Fernando, del que realizó al menos cuatro
ejemplares con motivo de la canonización del monarca en 1671. Actualmente se
conservan los de las catedrales de Palencia, Zamora y Valladolid, habiéndose
perdido el que ejecutó para el Santo Tribunal de la Inquisición de esta última
ciudad. Su obra más célebre es el “paso” del Santo Sepulcro,
también apodado “el de los Durmientes” de la Cofradía de Nuestra Señora de las
Angustias de Valladolid (1674). Actualmente son suyos las figuras de los
soldados romanos puesto que los dos ángeles sufrieron un accidente y tuvo que
realizarlos de nuevo su hijo José de Rozas.
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ALONSO DE ROZAS. Asunción (1660). Iglesia de Santa María, Tordesillas (Valladolid) |
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ALONSO Y JOSÉ DE ROZAS. Paso del Santo Sepulcro (1674 y 1696). Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
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ALONSO DE ROZAS (atrib.). San Fernando (1671). Catedral, Valladolid |
Otro
escultor a destacar es el salmantino Juan Rodríguez (a.1616-d.1674), que
dejó en la ciudad muestras de su buen hacer hasta que marchó a Salamanca en
1661, como por ejemplo el grupo de la Virgen con el Niño (1658) del
retablo mayor del Convento de Jesús y María, o la réplica en piedra que
esculpió para la desaparecida portada del cenobio primigenio. Fue un artista
fecundo y con una clientela bastante distinguida, como por ejemplo la Marquesa
de Astorga. Ya en un plano inferior se sitúan otros maestros más mediocres
apodados “fernandescos” que se caracterizan por realizar copias mediocres de
modelos iconográficos creados por Gregorio Fernández. Entre ellos tenemos a José
Mayo (1642-1679/1680), discípulo de Díez de Tudanca; a Pedro Salvador
“el joven” (1635-1684), hijo y sobrino de oficiales de Gregorio Fernández;
o a Andrés de Oliveros (1639-1689), del que cabe destacar el “paso” del Longinos
(1673) que realizó para Medina de Rioseco y cuya importancia reside más que en
la calidad en el hecho de que copia el perdido paso homónimo de la Cofradía de
la Piedad de Valladolid que fue el prototipo. De este último, del que tan solo
se conservan las imágenes de Longinos, San Juan y la Virgen, se sabe que fue
realizado por un escultor anónimo a mediados del siglo XVII.
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JUAN RODRÍGUEZ. Virgen con el Niño del retablo mayor (1658). Convento de Jesús y María, Valladolid |
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ANDRÉS DE OLIVEROS, TOMÁS DE SIERRA Y FRANCISCO DÍEZ DE TUDANCA. Paso del Longinos (1673). Capilla de los Pasos Grandes, Valladolid |
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