Si
hace unos meses hablábamos sobre el magnífico retablo mayor (1689-1690) del Oratorio de San Felipe Neri, templo que conserva en su interior el mejor
conjunto barroco (arquitectura, escultura, retablística y pintura) existente en
Valladolid, hoy toca hablar de los retablos colaterales de la iglesia,
magníficas construcciones que poseen una traza que cosechó bastante éxito tanto
en la ciudad como en la provincia.
Los
retablos colaterales fueron realizados por el ensamblador Francisco Billota,
uno de los maestros vallisoletanos más descollantes del momento. Ajustados el 7
de octubre de 1698, no debió de darlos por fenecidos hasta el mes de mayo del
año siguiente. En la Congregación celebrada el 18 de mayo de 1699 se acuerda
buscar maestros para reconocer los retablos y ver si estaban ejecutados conforme
a la traza y condiciones suministradas por el propio artista. Con anterioridad
a estos dos retablos debieron de existir otros dos provisionales: el altar del
lado del Evangelio lo presidía una pintura del Descendimiento de la cruz y el del lado de la Epístola otra de Santa Rosalía de Palermo, ambos con
marcos dorados.
Los
retablos son gemelos, la única diferencia reside en que el de San Juan Bautista
tiene el banco y una de las columnas perforadas en su parte inferior para
permitir la entrada a la sacristía. Se estructuran en banco, un único cuerpo y
ático. En el banco se localiza el sagrario, a cuyos lados hay dos netos con
decoraciones vegetales. El cuerpo del retablo se organiza a través de cuatro
columnas salomónicas, dos columnas a cada lado, las centrales algo más salientes
que las otras extremas, con lo cual se crea un efecto claroscurista típicamente
barroco y también movimiento en planta. En medio de este cuerpo está la
hornacina principal, con remate semicircular, que está rodeada por una especie
de marco de tarjetillas con decoración vegetal. Justo encima, irrumpiendo tanto
en el cuerpo como en el ático, se encuentra una gran tarjeta cactiforme con
hojas crespas. El ático se conforma a partir de una caja que da cabida al
altorrelieve, a cuyos lados hay sendas columnas salomónicas que sostienen un
entablamento partido, en cuyo centro hay otra tarjeta cactiforme rematada por
una corona y una cruz. La decoración es la principal protagonista de ambos
retablos, y los llena por completo; es un verdadero “horror vacui”.
Ambos
retablos se encontraban aún sin dorar en 1701, puesto que el día 3 de agosto de
ese año la Congregación pide ayuda económica a sus miembros para afrontar dicha
tarea. Del dorado se encargó el mismo artífice que realizó el del retablo
principal: Manuel Martínez de Estrada. Los retablos se doraron a lo largo del
año 1702, terminando de cobrar su trabajo ese mismo año.
Retablo de San Juan Bautista |
Por
su parte, las esculturas que adornan ambos retablos fueron contratadas por Juan
de Ávila en el año 1699. El escultor se comprometió entonces a realizar un San Francisco de Sales y los relieves de San Juan Bautista predicando en
el desierto y San Francisco de Sales
predicando. Ávila percibiría 500 reales por la escultura del santo y otros
500 reales por los dos relieves, es decir 250 reales cada uno. El retablo de la
Epístola era el de San Francisco de Sales, mientras que el del Evangelio estaba
dedicado a San Juan Bautista. Aunque la escultura del “Precursor” no aparece
citada en el libro de cuentas no hay ninguna duda de que también fue esculpida
por Ávila. La elección de estos santos para los retablos colaterales no fue
baladí: se trataba de dos grandes oradores y predicadores, acciones
declamatorias en las cuales les podemos ver representados en los relieves, e
incluso en las esculturas de bulto redondo.
Retablo de San Francisco de Sales |
Antes
de entrar a comentar las esculturas, hay que hacer referencia al trasiego que
ha llevado a que las dos esculturas de San Francisco de Sales y San Juan
Bautista no se encuentren en sus respectivos retablos: en el año 1964 se
comenzaron a desmantelar los retablos de la iglesia, lo que condujo a que las
imágenes de las seis capillas laterales fueran cambiadas de sitio o
arrinconadas, siendo sustituidas por esculturas modernas de nula calidad,
situación que aún no se ha corregido en su totalidad. Lo mismo sucedió con los
retablos colaterales: El San Francisco de
Sales fue sustituido por un grupo de San
José con el Niño, obra de José de Rozas, que anteriormente se encontraba
situado en el retablo de la tercera capilla del evangelio, pero que en origen
fue tallado para el retablo mayor. La escultura del fundador de los salesianos
fue a parar a la iglesia del Monasterio de la Visitación de las Salesas. Por su
parte, el San Juan Bautista fue
sustituido por una pintura de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Sería
deseable que tanto los dos retablos colaterales como los de las seis capillas
recuperaran las esculturas que en su día se pensó para ellas. Como sentencia
Urrea, no deja de ser una “falta de
respeto por las ideas que originalmente presidieron la mentalidad religiosa de
los que concibieron el ornato de este templo”.
SAN
JUAN BAUTISTA
La
escultura de San Juan Bautista, que
durante mucho tiempo se dio como “irremisiblemente
perdida”, se realizó para presidir la hornacina principal del colateral del
Evangelio; si bien en la actualidad se encuentra expuesta en el Museo Diocesano
y Catedralicio de Valladolid. La “vida” de esta escultura no ha sido fácil ya
que en el mes de junio de 1947 estuvo a punto de ser vendida a la iglesia de
San Juan Bautista. El párroco de esta iglesia se dirigió al Ministro de la
Congregación deseando adquirirla para su parroquia, estando dispuesto a pagar
por ella las 1.500 pesetas en que la había tasado una “persona competente”. Recientemente, en 2016, y con motivo de la exposición Corpus Christi (comisionada por Alejandro Rebollo) celebrada en la catedral de Valladolid, la escultura fue excelentemente restaurada por Jaime Tesón y Hugo Pastor.
Como
hemos dicho, la escultura no está documentada, aunque su autoría en favor de
Ávila no está en discusión. La problemática radica en el por qué no figura en
el libro de cuentas. Lo más probable es que algún particular se ofreciera a
sufragarla. Estilísticamente, todo en ella nos conduce hacia la paternidad de
nuestro escultor. Si aun así quedaran dudas no habría más que compararla con la
imagen del santo que Ávila talla para el relieve superior de ese mismo retablo,
o con el San Juan Bautista que modela un año antes para el retablo mayor de la iglesia de Santiago apóstol de Valladolid.
San Juan Bautista tallado por Gregorio Fernández para el retablo mayor de las Huelgas Reales de Valladolid (1613) |
San
Juan Bautista sigue de cerca una tipología muy usual en el territorio
vallisoletano y en las zonas anejas: se le representa de pie sobre un tronco,
con una pierna adelantada. En una mano sujeta un báculo mientras que con la
otra nos señala el cordero, el Agnus Dei. Los orígenes de este modelo parecen a
Gregorio Fernández, concretamente a los San Juan Bautista que éste talló para
el retablo mayor de la iglesia de los
Santos Juanes de Nava del Rey (1612) y para el retablo mayor del Monasterio de las Huelgas Reales de Valladolid
(1613). El “Precursor” aparece de pie, vestido con su típica piel de camello.
El pellejo del animal, solamente anudado por el lado derecho, permite al escultor
realizar un apurado estudio anatómico, dejándonos ver los brazos, las piernas,
parte del torso y también de la cadera. Porta un manto rojo, con labores
doradas a punta de pincel, sobre el hombro izquierdo que cae por la espalda. El
borde del tejido lo adorna una rica cenefa decorada con motivos vegetales,
aspecto también muy repetido dentro de los policromados de las esculturas de
Ávila. Con la mano derecha señala un cordero que hay a sus pies, mientras que
con la izquierda sostiene un báculo. El cordero, que se encuentra sentado con
las patas flexionadas, es todo él un conjunto de mechones de pelo circulares.
RELIEVE
DE SAN JUAN BAUTISTA PREDICANDO EN EL DESIERTO
El
relieve del ático representa la Predicación
de San Juan Bautista en el desierto. San Juan se sitúa a la izquierda sobre
un peñasco con rocas y serpiente, su particular púlpito natural. Con su mano
izquierda sujeta un báculo rematado en forma de cruz, mientras que el otro
brazo lo mantiene levantado en actitud de predicar con vehemencia. Este pasaje
nos es relatado por San Lucas: “Después,
pues, a las muchedumbres que venían para ser bautizadas por él: Raza de
víboras. ¿Quién os ha enseñado a huir de la ira que llega? Haced, pues, dignos
frutos de penitencia y no andéis diciéndoos: Tenemos por padre a Abraham.
Porque yo os digo que puede Dios suscitar de estas piedras hijos a Abraham. Ya
el hacha está puesta a la raíz del árbol; todo árbol que no dé buen fruto será
cortado y arrojado al fuego. Las muchedumbres le preguntaban. Pues ¿qué hemos
de hacer? Él respondía: El que tiene dos túnicas, dé una al que no la tiene, y
el que tiene alimentos haga lo mismo. Vinieron también publicanos a bautizarse
y le decían: Maestro, ¿qué hemos de hacer? Y les respondía: No hagáis extorsión
a nadie ni denunciéis falsamente y contentaos con vuestra soldada. Hallándose
el pueblo en ansiosa expectación y pensando todos entre sí de Juan si sería él
el Mesías, Juan respondió a todos, diciendo: Yo os bautizo en agua, pero
llegando está otro más fuerte que yo, a quien no soy digno de soltarte la
correa de las sandalias; Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. En
su mano tiene el bieldo para limpiar la era y almacenar el trigo en su granero,
mientras la paja la quemará con fuego inextinguible” (San Lucas: 3, 7-17).
Viste
a la usanza con la que le suele representar Ávila, además de la misma manera:
típico ropaje hecho de piel de camello, y por encima del brazo izquierdo le cae
un manto rojo con labores doradas. Los asistentes a la predicación del Bautista
figuran a la derecha. Los hay de dos tipos, esculpidos y pintados. Del primer
grupo hay tres personas con actitudes muy variadas y dinámicas subrayadas por
la posición de los brazos. La composición posee una clara línea diagonal que va
desde la mirada de los fieles al rostro y brazo derecho del santo. Los pliegues
son los habituales: dulces, levemente curvados; aquí no aparecen los verticales
de desarrollo paralelo hasta chocar contra el suelo. No existen las dobleces
rectas. Hay que achacar al escultor la simplificación que ha hecho de su modelo
de Bautista ya que ni las anatomías, ni el manto ni la piel de camello están
tan elaborados ni apurados en su detalle. El relieve no es donde mejor se
desenvuelve Ávila. Tienden a un gran ingenuísimo y a una falta de perspectiva y
proporción. Un claro ejemplo de esto lo tenemos en el canon achaparrado del
santo, así como los errores de perspectiva en el grupo de los tres fieles.
SAN
FRANCISCO DE SALES
San
Francisco de Sales (1567-1622) sobresale por su faceta de gran predicador,
puesto que consiguió rescatar a un gran número de católicos que se habían
convertido en calvinistas en Chablais (Francia). Su gran aportación al cristianismo
fue la fundación en Annecy, en el año 1610, junto con Juana Francisca de
Chantal, de la congregación de las hijas de la Visitación, no en honor de la
Visitación de la Virgen sino en alusión al hecho de que una de las labores de
estas hermanas era la de visitar enfermos. También son conocidas como
salesianas en honor a su fundador. Era un santo muy reciente, pues acababa de
subir a los altares en 1665. Tres años antes, el mismo papa que le había
canonizado, Alejandro VII, también le había concedido la consideración de
beato. Destacó como escritor, siendo su obra más conocida la Introducción a la vida devota (1608), la
cual se convirtió enseguida en uno de los textos más populares del siglo XVII.
La
hechura de San Francisco de Sales se
realizó para presidir la hornacina del retablo colateral de la epístola. En la
actualidad ocupa otro, fechable hacia el año 1900, en la iglesia de los
Sagrados Corazones, de las Salesas. El santo aparece en pie, con una rigidez en
los pliegues de las vestimentas que le resta bastante naturalismo. Viste
túnica, sobrepelliz, capa corta y muceta. La policromía imita a la perfección
el brocado de la sobrepelliz, por lo demás es la típica a la que nos tiene
acostumbrados la imaginería de Ávila, pero no obstante fue realizada por uno de
los Martínez de Estrada. No falta la típica cenefa en el borde de la capa ni
las labores vegetales doradas.
Ávila
efigia al santo con la cabeza elevada, mirando a los cielos, justo en el
momento en que recibe la inspiración divina. Según el parecer de Martín González,
el santo se encuentra en “actitud de
predicar”. Con su mano derecha sujeta una pluma, referencia a su faceta de
escritor, predicador y Doctor de la Iglesia, mientras que con la izquierda hace
lo propio con un libro cerrado que serviría de apoyo a una maqueta de iglesia,
que aludiría a su vertiente como fundador de una Orden. Es probable también que
sobre el libro no apareciera la citada maqueta sino un corazón, como así lo
deja entrever un inventario del año 1806, en clara alusión a su promoción del
culto al Sagrado Corazón de Jesús.
Ávila
retrata al santo según su iconografía tradicional: calvo, con una pequeña barba
y sin mitra, a pesar de su condición de obispo. El rostro, de gran dulzura,
presenta grandes similitudes con el del San Isidro que había tallado un año
antes para su ermita de Valladolid. Ojos vivaces, bien abiertos, nariz amplia,
boca entreabierta que permite ver parte de la dentadura y la punta de la
lengua. Sobre la frente ha plasmado una serie de venas. El tipo de barba aquí
desarrollada es novedoso ya que está compuesto de largos y sinuosos mechones
compactos dispuestos con total simetría. El gran parecido del rostro tallado
por Ávila con otras pinturas de la época evidencia que nuestro escultor manejó
grabados o estampas.
La
disposición de las manos es muy elegante. Destaca la derecha, encargada de
sostener la pluma, la cual está presionada por solo dos dedos, estando el resto
desplegados, sobre todo el meñique. La mano izquierda se encuentra doblada para
abarcar y sostener con mayor fuerza el libro, el pulgar presiona la parte
superior del mismo, mientras que el índice lo sostiene con una de las tapas, el
resto por debajo. Individualiza cada una de las uñas, dedos y falanges, así
como la piel tensionada de los tendones al estar separados los dedos. También
talla las venas, algo muy típico del escultor. La colocación de los pies muy
juntos, formado un ángulo de unos 90 grados, será una de las características
típicas de su hijo Pedro de Ávila.
Referente
a esta imagen comentó Martín González: “apreciamos
en el arte de Juan de Ávila una disyunción en el modo de hacer los pliegues.
Estos se han ido haciendo progresivamente más suaves, constituyéndose por unas
líneas paralelas que se adhieren al cuerpo. Esta tendencia se acusa ya en el
San Francisco de Sales de la Oratorio de San Felipe Neri. Pero es curioso que
al mismo tiempo sigue utilizando los pliegues con quebraduras, típicos del
siglo XVII”.
RELIEVE
DE SAN FRANCISCO DE SALES PREDICANDO
El
relieve nos presenta a San Francisco de
Sales en el momento de predicar desde un púlpito octogonal con labores
vegetales brocadas, emparentando de esta manera con el de San Juan Bautista,
Interesa resaltar la faceta de grandes oradores. Gesticula con los brazos, los
cuales han perdido las manos. Los fieles, situados a la derecha escuchan
atentamente, unos sentados y otros incorporados. En este último Ávila ha
resuelto muy mal el contraposto. Concretamente efigia a tres personas, igual
que en el relieve del Bautista; de la misma manera el resto de oyentes aparecen
plasmados en el fondo pictórico. Son tallas bastante más toscas y rudas que la
figura de San Francisco de Sales, la cual denota una gran calidad, sobre todo
en rostro. Hay una clara diferencia de calidad entre esta imagen y la frontera
de San Juan Bautista, menos cuidada. El fondo pictórico emparenta completamente
con el del Bautista. Tras el santo figura un paisaje, en este caso
arquitectónico. La parte de los fieles se ve aumentada por gran número de ellos
en las más diversas actitudes. Sobre ellos nubes y cabezas aladas de ángeles.
Para finalizar, os presento el aspecto que tendrían ambos retablos si se procediese a restablecer a sus esculturas originales. Las reconstrucciones han sido realizadas por mi buen amigo Alberto San José. Si deseáis informaros más acerca de estos retablos o de sus autores, os recomiendo leer mi tesis doctoral “Los Ávila: una familia de escultores barrocos vallisoletanos”. Podéis verla pinchando aquí:
Para finalizar, os presento el aspecto que tendrían ambos retablos si se procediese a restablecer a sus esculturas originales. Las reconstrucciones han sido realizadas por mi buen amigo Alberto San José. Si deseáis informaros más acerca de estos retablos o de sus autores, os recomiendo leer mi tesis doctoral “Los Ávila: una familia de escultores barrocos vallisoletanos”. Podéis verla pinchando aquí:
BIBLIOGRAFÍA
- BALADRÓN ALONSO, Javier: Los Ávila. Una familia de escultores barrocos vallisoletanos, Universidad de Valladolid, Valladolid, 2016.
- GARCÍA CHICO, Esteban: Documentos para el estudio del arte en Castilla. 2, Escultores, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1941.
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959.
- REBOLLO MATÍAS, Alejandro: La Iglesia-Oratorio de San Felipe Neri de Valladolid: breve guía de su historia y patrimonio, Congregación de San Felipe Neri y de Nuestra Señora de la Presentación, Valladolid, 2008.
- URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “El oratorio de San Felipe Neri de Valladolid”, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, Tomo XXXIII, 1998, pp. 9-23.