La historia constructiva de la iglesia de Santa María la Mayor se encuentra íntimamente relacionada con la repoblación de Arévalo ya que tras acaecer ésta el rey permitió al linaje de los Briceño construir la iglesia de Santa María, templo en el que parte de la familia estableció su enterramiento. El lugar elegido para su edificación fue uno de los extremos de la Plaza de la Villa –en el otro se encuentra la iglesia de San Martín–, uno de los parajes más destacados de la localidad. De la importancia que tuvo esta iglesia en siglos pasados habla bien el hecho de que desde ella salían las procesiones más importantes, o que las campanas de su torre eran las encargadas de dar los cien toques de “la queda” que marcaban el cierre de las puertas de la muralla.
La iglesia es de una sola nave, con dos puertas de acceso en los muros septentrional y meridional, cabecera formada por un ábside semicircular, y torre a los pies con la parte inferior abierta para permitir el tránsito de la calle. Construida en una fecha indeterminada entre los siglos XII y XIII, la iglesia debió de comenzarse a levantar por el ábside, continuándose por los muros septentrional y meridional y la torre. En centurias sucesivas vería como se le adosaban una serie de espacios en su muro meridional, como la sacristía, que fueron eliminados durante la restauración acometida en 1970. La supresión de estos espacios provocó un sucesivo deterioro que culminó en 1981 con el hundimiento de la armadura y del taujel del sotocoro. Por suerte en los últimos años ha podido acometerse una restauración integral del conjunto y del taujel. Fue declarada Monumento Nacional en 1931.
El ábside consta de dos tramos, uno recto y otro curvo ligeramente poligonal al exterior, decorados con tres pisos de arcos doblados ciegos que arrancan directamente del suelo, sin intermediar basamento. Los tres registros de arquerías alcanzan mayor altura en los dos muros del tramo recto debido a que los arcos van colocados dentro de una retícula. Las cabeceras con este tipo de decoración, que también se observa en las cercanas iglesias de Palacios Rubios o Fuente el Sauz, corresponden al llamado “modelo vallisoletano”. Para iluminar el interior se abren unas estrechísimas aspilleras en los arcos segundo, quinto y octavo del piso intermedio del tramo curvo. Por encima de esta triple arquería se dispone un recrecimiento de mampostería con verdugadas de ladrillo que otorga al ábside una gran esbeltez. A este espacio, del que desconocemos su verdadera función –pudo servir de granero, desván, archivo o tesoro para guardar los caudales–, se accedía por un hueco abierto sobre el arco toral. Probablemente su construcción fue posterior a la de la fábrica primigenia, pues existen en el ábside restos del cornisamento original.
Los paramentos exteriores del cuerpo de la iglesia están hechos en mampostería ritmada vertical y horizontalmente con verdugadas de ladrillo. Tanto en el muro meridional como en el septentrional, que van coronados por frisos de esquinillas, se abren una serie de ventanas de remate semicircular, así como una entrada al templo a cada lado.
Al interior, el ábside se abre al cuerpo de la iglesia mediante un arco triunfal de granito reformado en 1530 por Hernando Campero. El presbiterio, que se cubre con bóveda de cañón soportada por un arco fajón, tiene en los muros laterales una serie de arcos ciegos en dos alturas en las que los linajes de los Briceño y los Tapia dispusieron sus enterramientos. Sin duda, lo más destacable son las pinturas murales dispuestas sobre el tramo curvo del ábside: en la bóveda de horno se representa un cielo estrellado presidido por el Pantocrátor dentro de una mandorla mística y acompañado por el Tetramorfos –cada uno de los vivientes lleva una filacteria con su nombre–. Bajo todo este conjunto, fechable hacia 1384, corre una inscripción, parcialmente perdida, en letra cursiva gótica: “… e fizo el ano del señor de mil e (C)CCC X(X)… (añ)os (m)andolo fazer…”. La franja media del ábside, en la que se abren tres ventanales de remate semicircular, entre los que subsisten fragmentos de pintura mural –se vislumbren escenas de la infancia de Cristo: el Nacimiento, el anuncio a los pastores, la Epifanía o la Presentación en el templo–, se encuentra enmarcada por dos frisos de esquinillas, teniendo el superior una curiosa decoración a base de rostros humanos barbados. Aunque se desconoce su significado, algunos han querido ver en ellos a los ancianos del Apocalipsis. Por su importancia y belleza también cabe destacar el alfarje de lacerías que cubre el sotocoro, realizado, según Fernández-Shaw, hacia 1544 por Juan Cordero y Diego de Herrero.
Finalmente tenemos la torre, que se encuentra íntimamente ligada a las torres mudéjares turolenses, a la cual se accede por una puerta situada en el coro. Es de planta cuadrada y tiene el cuerpo bajo abierto para permitir el paso de la calle Santa María, que en tiempos atravesaba la población y comunicaba la puerta de Alcocer y la plaza del Real con la puerta septentrional de la muralla. Al exterior presenta dos cuerpos: el inferior, que está compuesto por cajas de mampostería con verdugadas de ladrillo, mismo material que se utiliza para reforzar las esquinas; y el superior únicamente por ladrillo. Mientras que en el cuerpo inferior se abren pequeñas ventanas para iluminar la escalera, en el superior, que es el campanario, se abren en cada lado dos arcos apuntados doblados y un friso de esquinillas encuadrados por un alfiz sobre el que se superpone otro friso de esquinillas que engloba la anchura de ambos arcos. Aunque hoy en día la torre remata en un chapitel barroco antiguamente existiría una terraza. Al interior la torre consta de dos espacios superpuestos abovedados y con los ejes cruzados comunicados por un pasadizo embutido en los muros y cubierto por bovedillas de cañón escalonadas.
BIBLIOGRAFÍA
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