Título: Cristo Yacente
Autor: Francisco de Rincón (atrib)
Año: Finales del siglo XVI
Material: Madera policromada
Medidas: 213 x 86 x 129 (Urna). 190 x 74 (Yacente)
Lugar donde se encuentra: Convento de Sancti Spiritus
El tema de “Cristo Yacente” surge en la Edad Media cuando la figura del Redentor se independiza del resto de personajes que configuraban el “Llanto sobre Cristo muerto”. Este que se presenta en la exposición, calificado con total acierto como “pieza clave de la escultura vallisoletana”, perteneció al desaparecido convento de San Nicolás o del Santísimo Sacramento. La imagen es tan excelsa que el pintor y tratadista Antonio Palomino lo creyó obra de Gregorio Fernández (1576-1636). A pesar de esto y de que durante una época se asignó su autoría a Francisco de la Maza (h.1540-1585) actualmente se atribuye sin discusión a Francisco de Rincón (h.1567-1608) en base a evidentes similitudes formales (manera de tallar el cabello, la barba, los ojos, etc.) con sus Cristos, especialmente con el de los Carboneros (h. 1606) de la Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de las Angustias.
FRANCISCO DEL RINCÓN. Cristo Yacente (Finales del siglo XVI). Convento de Sancti Spiritus, Valladolid |
FRANCISCO DEL RINCÓN. Cristo de los Carboneros (h. 1606). Iglesia Penitencial de Nuestra Señora de las Angustias, Valladolid |
Su importancia dentro de la escultura vallisoletana es capital ya que sirve de enlace entre Juni (Cristo del Santo Entierro (1542-1543) de la capilla de Fray Antonio de Guevara del desaparecido convento de San Francisco), a quien toma como modelo, y los Yacentes de Gregorio Fernández, de los cuales es precedente. Este hecho es especialmente perceptible en el del convento de San Pablo.
Se trata de un Cristo de tamaño natural que combina perfectamente el manierismo romanista visible tanto en la potente anatomía como en los pliegues paralelos y concéntricos del sudario y el perizonium, con un incipiente naturalismo. El cuerpo yace sobre el sudario y presenta una rigidez extrema en las extremidades. Por su parte, la cabeza reposa encima de dos almohadas. La violenta torsión del cuello, a la manera de Juni, permite que el espectador pueda ver el rostro de Cristo, el cual presenta gran serenidad y placidez, contraponiéndose de esta manera al tratamiento patético del cuerpo. Tanto de la llaga del costado como de las manos y pies brota gran cantidad de sangre. Es especialmente interesante la forma en que dispone ambas manos puesto que será copiada puntualmente por Gregorio Fernández para algunos de sus yacentes. Debido a sus grandes proporciones no ha podido trasladarse a la exposición el “sepulcro” en el que se le custodia en la iglesia conventual.
BIBLIOGRAFÍA
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