El presente artículo va dedicado al mayor amante del romanismo que conozco, Rubén Fernández, autor asimismo de una reciente monografía titulada "La imaginería medieval en Zamora (siglos XII-XVI)". Una
de las joyas que se conserva en Santuario Nacional de la Gran Promesa, templo
que en estos momentos celebra el Año de la Misericordia, es el retablo de los
López de Calatayud, el cual contiene uno de los Crucificados más bellos y
desconocidos de Valladolid. Este referido aspecto, el desconocimiento, se
extiende a muchas de las obras de arte que contiene el Santuario, y digo
contiene porque en su mayoría no son suyas sino que se trata de cesiones de
otras instituciones, o bien de obras de arte que han acabado recalando aquí con
motivo del cierre o desaparición de cofradías, conventos o iglesias. Este
último caso es el del retablo que hoy nos ocupa, el de los López de Calatayud,
en origen realizado para la cercana y desaparecida iglesia de San Antonio Abad
o de San Antón, de la que ya hablamos en este blog hace tiempo en sendos post
(en el primero se habló de su Historia y en el segundo de las Obras de Arte que poseyó).
Este mismo motivo, el de la desaparición de la iglesia para el que fue
realizada la escultura, es el que acaeció con el Cristo de la Humildad,
propiedad de la Cofradía de la Piedad. En aquel caso ya no conserva la iglesia
de San Antón, pero en este sí que existe la Cofradía de la Piedad, por lo que
el Cristo de la Humildad debería de volver a estar custodiado por sus legítimos
propietarios, los cuales deberían de darle un lugar más digno del que
actualmente ostenta en el Santuario, una simple peana en un rincón oscuro de la
capilla de Cristo Rey.
El retablo de los López de Calatayud o del Cristo de Burgos (así aparece reseñado en algunas fotos antiguas cuando se conservaba en la iglesia de San Antón) fue realizado entre los años 1572-1574 por el gran escultor de origen francés Esteban Jordán, a la sazón el maestro romanista más importante del foco vallisoletano. Las dos fechas señaladas no son baladí puesto que en 1572 los López de Calatayud eligen como su entierro la iglesia de San Antón, y en 1574 se acaba de realizar la capilla dado que ese año figura en la espléndida reja que la cerraba. En ocasiones se ha relacionado este retablo con Gaspar Becerra, sin embargo el estilo del Crucifijo no lo confirma.
En
la iglesia de San Antón presidía la referida capilla de los López de Calatayud,
ubicada en el lado de la epístola, a los pies del templo junto a la tribuna, es
decir a la derecha según se entraba por la puerta principal. La capilla,
bastante espaciosa, estaba separada de la nave de la iglesia por una gran verja
de hierro de primorosa labor y exquisito gusto; dicha capilla, que tenía,
asimismo, su coro alto, estaba consagrada al Santísimo Cristo de Burgos, que es
la pieza que preside el retablo que nos ocupa.
Fotografía de cuando el retablo encontraba en su capilla de la desaparecida iglesia de San Antón |
Poco
antes de la demolición de la iglesia de San Antón, acaecida el 28 de abril de
1939, el retablo y su Crucifijo pasarían al Santuario Nacional de la Gran
Promesa. El traslado a este templo no sería casual puesto que antiguamente el Santuario
fue la iglesia de San Esteban el Real, parroquia que cuando realizó ciertas
reformas y estas le impedían celebrar misas trasladaba sus cultos a la vecina
San Antón. La denominación de San Esteban el Real cambió a la de Santuario
Nacional de la Gran Promesa el 12 de agosto de 1933 tras una aprobación
concedida por el Papa Pío XI, sin embargo la consagración aún se demoró.
Tras
las modificaciones y puesta al día realizada en el Santuario por los Talleres
de Arte de Félix Grande, el retablo pasó a ocupar la capilla del crucero del Santuario
Nacional de la Gran Promesa. El contexto de nacionalcatolicismo en el cual se
concibió este nuevo destino le tituló con una advocación muy de la época:
“Altar de Jesucristo crucificado, Rey de los Mártires”.
El
retablo se compone de un
solo cuerpo y ático. El cuerpo lo conforma una hornacina plana de remate
semicircular flanqueada por pares de columnas corintias divididas en tercios,
los extremos decorados con grutescos y el central entorchado. Las columnas
apean sobre pequeñas peanas con motivos de escamas y cabezas de querubines con
elementos botánicos. Los entablamentos se parten para alojar el Cristo y sobre
ellos van sentados Profetas, uno de los cuales es Habacuc, como indica un
letrero, que flanquean un gran relieve apaisado que representa la Bajada de Cristo al Limbo. Cristo está
en actitud de rescatar a las almas.
El Crucifijo es una excelente estatua, de porte
atlético, probablemente el mejor realizado por Jordán.
Esta corpulenta figura es
muy representativa del manierismo de la segunda mitad del siglo XVI. La
composición es muy clásica, equilibrándose la vertical del cuerpo con el
horizontalismo de los brazos, del cabello y del paño de pureza. Su fortaleza
física está inspirada en Miguel Ángel. La excelente encarnación a pulimento
permite acusar con más crudeza las llagas y los regueros de sangre.
Ya dijimos que durante algún tiempo se atribuyó a
Gaspar Becerra, algo no muy descabellado puesto que antiguamente cualquier obra
de la segunda mitad del siglo XVI que poseía calidad se le asignaba al escultor
baezano. Algo similar ocurrirá en el siglo XVII en Castilla con Gregorio
Fernández o en Andalucía con Pedro de Mena. A pesar de todo, hay que señalar
que el retablo responde a las características del estilo de Becerra; sin
embargo, la documentación del retablo del Calvario de la iglesia del Convento
de la Magdalena de Medina del Campo a favor de Esteban Jordán hizo que se le
pudiera atribuir con gran certeza este retablo procedente de la iglesia de San
Antón. Comparando ambos retablos, vemos que ambos poseen grandes similitudes,
tal y como explicó don Juan José Martín González: “la disposición general del retablo, con sus columnas y Profetas, se
asemeja mucho a la de Medina. El relieve superior del retablo se da igualmente
en otras obras de Jordán. La anatomía de Cristo responde a la medinense, pero
es más terrible de expresión el de Valladolid. Difiere, no obstante, la
disposición del paño de pureza, pero en cambio guarda parecido con otros paños
hechos por Jordán. Así, por su forma alargada y su disposición en pliegues
horizontales y paralelos, este paño repite el de la dicha figura de San Pedro
del retablo de Paredes. Por otra parte, los pliegues que caen verticales a cada
lado del cuerpo se ven en el Cristo del remate del retablo de Sancti Spiritus,
retablo atribuido con muchas verosimilitud a Jordán. También los Profetas, por
su tema, disposición y técnica, lo mismo que el relieve de la cumbre, son eminentemente
jordanescos”.
Esteban Jordán. Retablo del Calvario. Monasterio de la Magdalena. Medina del Campo |
Por
su parte, Parrado del Olmo describe maravillosamente el Crucifijo, de la
siguiente manera: “En este espléndido
Cristo, labrado hacia 1570, confluyen equilibradamente las influencias de los
tres grandes escultores Berruguete, Juni y Becerra, que caracterizan el
eclecticismo manierista de Esteban Jordán, sin duda el escultor de mayor
prestigio de la escuela vallisoletana en el último tercio del siglo XVI. Su
colosal corpulencia, magnífico estudio anatómico, de hercúlea viveza, contrasta
con la frialdad de otras creaciones suyas, como el gran retablo de la iglesia
de la Magdalena, de volumen amplio, elegantes, correctas y monumentales formas,
pero un tanto inexpresivas”.
Sería
interesante que un Cristo de tal calidad fuera aprovechado por alguna cofradía
para rendirle culto y procesionarle en Semana Santa.
BIBLIOGRAFÍA
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Esteban Jordán, Sever Cuesta, Valladolid, 1952.
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
- PARRADO DEL OLMO, Jesús María: “La escultura, la pintura y las artes menores de Valladolid en el Renacimiento”. En RIBOT GARCÍA, Luis Antonio (et. al.): Valladolid, corazón del mundo hispánico. Siglo XVI. Historia de Valladolid III, Ateneo de Valladolid, Valladolid, 1981, pp. 179-221.