Pasaron
dos siglos y debido al cambio de gusto o a que el retablo se hallaba en mal
estado de conservación, la cofradía que regentaba el templo decidió
sustituirle. Así, el 22 de julio 1761 el ensamblador Agustín Martín se ajustó
con Antonio Seco y Manuel García, comisarios nombrados al efecto por la
Cofradía de San Antón Abad, para construir el nuevo retablo mayor y custodia de
la iglesia del hospital de San Antón. Martín, que percibiría por su hechura la
nada desdeñable cantidad de 8.200 reales -se le entregarían en cuatro plazos:
2.200 reales de inmediato “para la compra de maderas y materiales”, 2.000
reales “de la fecha de ella en cuatro meses”, otros 2.000 reales “dentro de
otro igual término”, y los últimos 2.000 reales “finalizado que sea dicho
retablo sentado en la citada iglesia de San Antón Abad, y reconocido por
personas inteligentes que para ello se han de nombrar”-, se comprometía a
tenerlo acabado y asentado “en el preciso término de un año, que dio principio
en el día veinte del corriente”. Ambas partes cumplieron lo pactado, de tal
manera que el 24 de agosto de 1762 el ensamblador otorgó carta de pago en razón
de haber percibido “mil reales de vellón resto de ocho mil y doscientos en que
ajusté y construí el retablo mayor para la iglesia de dicho convento, con cuya
cantidad queda enteramente pagado y satisfecho”. Según las condiciones y trazas
presentadas por el ensamblador, pero que habían sido proyectadas por su hijo
Fernando Martín, asimismo maestro ensamblador, se reutilizarían para el cuerpo
de dicho retablo “dos historias de medio relieve y dos lienzos de los que hay
en el retablo viejo”. En el cerramiento, que tendría tres hornacinas, se debían
colocar a los lados “dos santos que se hallan en la cornisa del retablo viejo”,
y en la caja del medio “donde está diseñada la cruz” una imagen de Nuestra
Señora de la Asunción que también provendría de ese antiguo retablo. Este nuevo
retablo, que como ya dijimos tenía previsto incorporar algunas esculturas y
relieves del primitivo, traía como novedades la custodia, que estaría
conformada por columnas estriadas sujetando un cascaron que se podía “abrir y
desabrir”, y una nueva escultura de San Antonio Abad para la hornacina
principal, imagen atribuida a Felipe de Espinabete.
San Antonio Abad |
Una
vez fabricado el retablo rococó se retiraría el renacentista y se colocaría en
otra parte del templo, ya fuera fragmentariamente o en su totalidad –en una
fotografía del inédito Catálogo Monumental de la Provincia de Valladolid
redactado por Francisco Antón se observa parte del retablo dispuesto frente a
la capilla de los Calatayud, justo tapando una entrada cegada de la iglesia
situado en la nave de la epístola–. Unos
años antes del derribo del templo (1939) sabemos, según el testimonio de
González García-Valladolid, que lo visitó hacia el año 1900, que el retablo
rococó se encontraba sin dorar ni policromar -mismo testimonio que aportó a
finales del siglo XIX Rafael Floranes-. Asimismo, le llamó “la atención la
imagen del Santo Titular que descansa sobre un dragón de siete cabezas”. Por
esas mismas fechas también visionaría el retablo Martí y Monsó dedicándole no
muy buenas palabras en comparación con el primitivo: “Fue sustituido por el
actual con no muy buen acuerdo”. Buena parte de la mazonería del primitivo
retablo se conserva en el Museo Nacional de Escultura, al igual que el
Crucificado, el grupo de la Asunción, San Pedro, San Pablo, y los relieves de
las tentaciones de San Antón. Desconocemos el paradero del relieve del Noli me
tangere, al igual que el de las pinturas de tema ignorado y de la Oración del
Huerto; las otras dos, el Descendimiento y la Ascensión, se guardan en el
Centro Diocesano de Espiritualidad.
Regresando
al retablo rococó, la traza diseñada por Fernando Martín, y que se encargaría
de materializar su padre, poseería una disposición similar al mueble antiguo.
Así, se compondría de un banco, dos pisos con tres calles y ático, estando
articulado por cuatro grandes columnas “arregladas al arte y adornadas de talla
según demuestra la traza”. En los extremos del banco se dispondrían los dos
relieves de las tentaciones de San Antonio Abad, de manera análoga a como lo
estaban en el retablo primitivo, mientras que el centro lo ocuparía la
custodia, que estaría conformada por columnas estriadas sujetando un cascaron
que se podía “abrir y desabrir”. La hornacina principal del primer piso iría
presidida por el San Antonio Abad que, atribuido por Urrea a Felipe Espinabete, se encuentra actualmente en el Monasterio de Santa María de
Valbuena de Duero (Valladolid); mientras que en las calles laterales
encontrarían acomodo dos pinturas de las cuatro que poseyó el antiguo retablo.
En el segundo piso habría otras tres hornacinas: en las laterales habrían de colocarse
“los dos santos que se hallan en la cornisa del retablo viejo”, es decir, las
efigies de San Pedro y San Pablo; y en la “caja del medio donde está diseñada
la cruz se ha de poner Nuestra Señora de la Asunción que se halla hoy en el
retablo viejo”. Quizás el conjunto lo culminara, como es típico en los retablos
de este momento, un ático rematado por un medallón con Dios Padre o la paloma
del Espíritu Santo rodeada de rayos. Ni que decir tiene que el retablo no gustó
en absoluto al abate talibán Antonio Ponz (“La ermita de San Antón hay un buen
retablo de escultura, y arquitectura semejante al de San Benito, el cual servía
antes de principal, y tuvieron la gracia de quitarlo para gastar el dinero en
otro sumamente monstruoso, y ponerlo en aquel sitio, del cual son dignos
acólitos los dos colaterales”).
Esta
era la idea, sin embargo cuando se materializó hubo una serie de cambios ya que
no se llegaron a reaprovechar todas las esculturas, relieves y pinturas que se
pensaba. Así, nos consta por un “Inventario de alhajas y muebles que de la
pertenencia de la Excelentísima señora Vizcondesa de Valoria existen en la
iglesia de San Antonio Abad de Valladolid” realizado hacia el año 1900 –quizás
1906– que el retablo estaba compuesto por su tabernáculo y por “las efigies de
San Antonio Abad, San Agustín, San Ambrosio, San Joaquín y Santa Ana y Nuestra
Señora de la Asunción y demás que constituyen dicho altar mayor”. No cabe duda,
como veremos, que las dos imágenes principales de cada uno de los pisos se
veían complementada por otras dos: San Antonio Abad iría acompañado de San
Agustín, cuya regla seguía la orden Antonita, y San Ambrosio, quizás por lindar
con el jesuita Colegio de San Ambrosio; mientras que la Asunción se encontraría
flanqueada por sus padres, San Joaquín y Santa Ana.
La
escultura de San Antón (195 x 164 x 124 cm) es una magnífica imagen llena de
fuerza, energía y vigor. El santo es efigiado como un anciano de largas y
ampulosas barbas y ondulados cabellos. En su rostro es perceptible el esfuerzo –tanto
en la mirada angustiada como en las venas pintadas en la frente– que está
desarrollando para vencer a la serpiente de siete cabezas que tiene a sus pies.
Figura de pie sobre la referida hidra, en dinámica actitud, simulando la lucha
contra la bestia, para ello adelanta la pierna izquierda. Viste túnica blanca
decorada con una serie de motivos dorados y picados a lustre, y capa y
escapulario negros. La capa, que tiene echada una capucha, se ve enriquecida
por una fastuosa orla policromada con flores florales, al igual que el
escapulario, en cuya parte superior figura la tau o cruz potenzada, símbolo
característico del santo y de la vida futura en al antiguo Egipto (lugar donde
nació San Antón). Las telas de todas las prendas se hallan recorridos por sinuosos
plegados muy aristados que aportan un gran dinamismo y agitación al santo. En
las manos, de dibujo elegante, trazo mórbido y perfectamente definidas en todos
sus detalles –venas y articulaciones–, porta un bastón o báculo abacial que
alude a su condición de fundador de una Orden, y del cual podría haber pendido
una esquila, atributo con el que los ermitaños rechazaban los ataques de los
demonios; y quizás una cadena desaparecida, con la cual sujetaría alguna de las
cabezas del monstruo.
San Agustín |
El
dragón de siete cabezas serpentiformes que se haya a sus pies posee un gran
atractivo tanto por su policromía, que imita a la perfección las escamas, como
por las de muecas sarcásticas y burlescas que buscan reflejar el mal, y
concretamente los siete pecados capitales. Esta iconografía vendría a
representar el triunfo de San Antonio, en primer término, y del cristianismo,
en último, sobre el mal, y por lo tanto sobre Satanás. Urrea, primero en
atribuirla a Espinabete, la define como una como una escultura con mucha fuerza
y “energía vigorosa (…) La figura del santo descansa sobre un dragón de siete
cabezas y las arremolinadas telas de su manto, escapulario y hábito ofrecen el
convencional nerviosismo en sus pliegues. La cabeza del ermitaño, de largas y
afiladas barbas presenta una gran relación con otras que se pueden encontrar en
los numerosos relieves de las sillerías de Villavendimio (Zamora) y del Museo
Diocesano de Valladolid”. No figura a su lado su inseparable compañero, el
cerdo.
En
lo que respecta al resto de imágenes que componían el retablo parecen haberse
conservado algunas. Así, creemos haber localizado tres de ellas, las de San
Agustín, San Ambrosio y Santa Ana, que serán las conservadas en sendas capillas
de la catedral, las dos primeras en la de San Pedro y la última en la de San
Fernando. Ignoro el paradero de las otras dos, San Joaquín y la Virgen de la
Asunción. Las tres esculturas referidas son similares entre sí, compartiendo
con la de San Antonio Abad la disposición general del cuerpo, el tipo de plegados,
los rasgos faciales y hasta la colocación de los pies. Asimismo, el tipo de
policromía, con orlas doradas, y la decoración mediante puntillado, concuerdan
con las presentes en otras obras de Espinabete. A pesar de todo, y aunque las
tres imágenes poseen idéntica peana, pienso que tan solo pueden asignársele las
de San Agustín y San Ambrosio, existiendo mayores dudas en la de Santa Ana.
San Ambrosio |
Ambos
Padres de la Iglesia son retratados erguidos en idéntico ademán, de suerte que
elevan el brazo derecho, en cuya mano sostendrían un báculo, mientras que con
la izquierda sujetan un volumen cerrado (San Ambrosio) y un libro que sirve de
peana a la maqueta de una iglesia (San Agustín), símbolo de fundador de una
Orden religiosa. Visten túnica, roquete, capa pluvial y tiara de acuerdo a su
condición de obispos. A pesar de la frontalidad con la que han sido concebidos,
Espinabete ha sabido dotarles de dinamismo a través del contrapposto, y de una
composición abierta y asimétrica basada en la disposición de las articulaciones
en distintos planos y alturas. La utilización en la parte baja de las túnicas
de pliegues muy aristados también les aporta vitalidad, al tiempo que les
confiere un carácter pictórico. En ellos se observan los clásicos estilemas del
primer Espinabete, ya referidos con anterioridad. Además, la efigie de San
Agustín resulta ser una versión previa del que acometerá años después para La
Seca (Valladolid) ya que mantiene la misma disposición, vestimentas y plegados,
diferenciándoles tan solo el hecho de que el ejemplar lasecano ya muestra una
cabeza plenamente espinabetiana con sus típicos ojos con los lacrimales
recurvados, uno de los elementos definitorios de su plástica. Aún hay un
detalle más que apoya esta adscripción a Espinabete: la similitud que guardan
las ampulosas barbas de ambos santos con la que exhibe San Antón, si bien el
acabado no es tan minucioso y pormenorizado.
Santa Ana |
En
cuanto a Santa Ana, y aunque compositivamente es idéntica a los Padres de la
Iglesia, con los que además comparte el mismo sistema de plegados y de peana,
no es posible adjudicársela a Espinabete pues su rostro difiere en demasía de
sus planteamientos formales, por lo que quizás se trate de una obra de taller,
o bien habría que pensar que la parte escultórica del retablo hubiera corrido a
cargo de dos maestros, quedándose Espinabete con la ejecución de las efigies
del primer cuerpo (San Ambrosio, San Antón y San Agustín), y el otro maestro
con las del segundo (San Joaquín, la Asunción y Santa Ana). La madre de la
Virgen porta una túnica negra idéntica a la de los Padres de la Iglesia, un
manto que forma una diagonal sobre el cuerpo de la santa, y una toca que le
enmarca el rostro y le recoge la cabellera. Gira el rostro hacia la izquierda,
al mismo tiempo que se lleva la mano izquierda al pecho como en actitud de
sometimiento, mientras que la otra la extiende realizando un gesto
declamatorio. Posiblemente, en el retablo se encontraría observando a la
Asunción.
Si
quieres saber más sobre el retablo renacentista al que sustituyó el retablo
rococó:
BIBLIOGRAFÍA
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