El
arte vallisoletano del siglo XVIII es tan desconocido como interesante. Para
los eruditos e historiadores del arte de comienzos del siglo pasado en
Valladolid solo existió Berruguete, Juni y Gregorio Fernández, y por supuesto
la extensa escuela formada por éste, llegando a despreciar el siglo XVIII.
Alguna vez he leído, y no recuerdo a quién, que la escultura del siglo XVIII no
valía para nada, asique, ¿para qué estudiarla?. Pues no señores, no es así. Salvo
la pintura, que en Valladolid nunca gozó de reconocimiento ni de buenos
talleres, salvo excepciones contadas, la escultura y la retablística brilló a
un alto nivel, si bien a finales del siglo se fue apagando la mecha y los pocos
escultores que fueron quedando llegaron a ser ciertamente mediocres, pondríamos
aquí el nombre de Claudio Cortijo, que a pesar de su medianía a mí me parece un
artífice lo suficientemente digno (no hay más que ver lo que se hacía en
provincias limítrofes, o más al norte).
Centrándonos
en la retablística hemos de señalar que parece que el interés por este tema se
agotó en el periodo churrigueresco, dejándose de lado el rococó, momento que
nos dejó alguno de los retablos más espectaculares de la ciudad, no hay más que
ver los retablos mayores de Santa Clara, San Andrés, o este de San Pedro. Amén
de estos, hay otros muchos retablos de pequeño tamaño destinados a capillas o
colaterales que componen una nómina importante tanto desde el punto de vista artístico
como numérico.
El
retablo mayor de la iglesia de San Pedro es quizás uno de los más bellos del
periodo rococó en Valladolid, y más ahora que ha sido restaurado y ha
recuperado todo su esplendor. Hay que dar las gracias a la anónima donante, así
como a la iglesia y Cofradía Penitencial y Sacramental de la Sagrada Cena, todos los cuales han
colaborado para poder sufragar su restauración. Ahora parece recién salido del
taller del anónimo ensamblador o tallista que lo realizó. Ahí nos encontramos
con uno de los dos grandes interrogantes de este retablo, el del nombre de su
autor. El otro sería el del nombre del autor o autores de las esculturas y
relieves. También cabría la posibilidad de que todo hubiera sido obra de un
mismo taller, puesto que hemos de recordar que en el siglo XVIII en Valladolid
se dio un fenómeno que no acaecía desde el Renacimiento: el de los escultores
que además de esculpir imágenes aunaban en su figura la de maestros ensambladores
y tallistas, es decir, los que fabricaban y decoraban los retablos. De este
grupo podemos destacar a Pedro Bahamonde, Pedro de Sierra o Juan Macías. Antes
de comenzar a tratar sobre el retablo me gustaría señalar una última cuestión
en lo referente a las esculturas: la nómina de escultores que trabajaron en
Valladolid durante la segunda mitad del siglo XVIII, momento al que pertenece
este retablo, es muy escasa, pero a la vez conocemos muy poca obra de ellos, y
de algunos ni siquiera tenemos noticia de ninguna obra, por lo que es
extremadamente complicado poder realizar atribuciones.
El
retablo mayor de la iglesia de San Pedro fue realizado hacia 1757-1758, puesto
que sabemos, por Ventura Pérez, que en este último año “se estrenó su retablo nuevo”, si bien no fue dorado hasta el año
siguiente de 1759. Tanto el retablo como su dorado fueron costeados por don
Juan Francisco Bugedo, secretario de Cámara de la Real Audiencia y
Chancillería. Es probable que el viejo retablo de la parroquia se encontrara en
muy mal y estado y, visto que unos años antes, entre 1748-1751, se había
llevado a cabo una intensa reforma del interior del templo, el donante pensaría
que ese remozado interior merecía un retablo a su altura. Poco sabemos del
antiguo retablo que ocupaba la capilla mayor del templo. Al parecer, presidía
la iglesia desde que fuera ermita de Santo Toribio, que con el tiempo creció y
se convirtió en parroquia de San Pedro. Este retablo, que se componía de 11
lienzos o tablas de pintura “con sus
bastidores dorados”, fue sufragado hacia finales del siglo XV o comienzos
del XVI por “Gómez de Revilla hijo de
Juan Sanz de Revilla y su mujer Antonia Martínez”.
El
presente retablo mayor es una gigantesca máquina que se adapta perfectamente a
la forma del ábside y que está compuesto por un amplio banco, un cuerpo con
tres calles y un ático de remate semicircular. En el banco se abren a los lados
sendas puertas decoradas con rocallas, amén de servir de base en la calle
central al tabernáculo que hace que la hornacina del cuerpo principal quede
desplazada hacia la parte superior, otorgándole preeminencia a San Pedro.
Asimismo, en el banco asientan cuatro grandes netos que sustentan las cuatro
columnas de orden gigante con las que se estructura el cuerpo del retablo.
Estas columnas, clásicas, aunque totalmente acanaladas y decoradas con multitud
de festones y motivos de rocalla, separan las tres calles. En las laterales se
abren hornacinas con remate en forma de venera en la que asientan las
esculturas de San Juan Bautista y San Antonio de Padua. La presencia de
estos dos santos quizás se explique por cuanto fueran los santos de los nombres
de los patronos de la obra: San Juan Bautista por Juan Francisco Bugedo, y San
Antonio de Padua quizás porque su esposa se llamara Antonia. La hornacina
central contiene a San Pedro en cátedra,
que viene a ser una de las últimas repercusiones del San Pedro de la misma
tipología que creerá Gregorio Fernández (h. 1630) con su efigie del franciscano
Convento del Scala Coeli en El Abrojo, cerca de la localidad de Tudela de Duero
(Valladolid). También procede de Fernández la iconografía del San Juan Bautista, que fue multiplemente repetido por los talleres vallisoletanos hasta bien entrado el siglo XVIII. San Pedro imparte la bendición con la mano derecha mientras que
con la izquierda agarra las dos llaves. Su cabeza se encuentra tocada con la
tiara papal. La hornacina en la que se halla el primer Papa es una complicada
arquitectura realizada a base de curvas y contracurvas que me ha hecho recordar
algunas creaciones del arquitecto y religioso italiano Guarino Guarini. Esta
calle central presidida por San Pedro, en la parte superior, y por el
tabernáculo, en la inferior, se halla adelantada con respecto al resto del
retablo, de manera que el presente un perfil sinuoso y movidísimo, diríase
Borrominesco.
Finalmente
tenemos el ático, que se encuentra presidido por la Inmaculada Concepción, de perfil muy movido y que pertenece a una
tipología de la que existen diversos ejemplares a lo largo de la provincia. A
sus lados se abren pequeños “ventanales” dentro de los cuales se hayan dos
relieves que a buen seguro están inspirados en grabados, que efigian a San
Pedro en la cárcel, y el Arrepentimiento de San Pedro. Se trata de pequeños
relieves en los que el autor demuestra su torpeza al no lograr dar la sensación
de tridimensionalidad ni de perspectiva. Remata el ático en su parte cimera una
tarjeta con abundante decoración vegetal que exhibe los atributos de San Pedro
(Tiara papal y las dos llaves).
Toda
la superficie del retablo se halla adornada con multitud de decoraciones
vegetales crespas y rocallas, como podemos ver, por ejemplo, en las partes
superiores de las hornacinas laterales, o en las formas abovedadas del ábside.
A pesar de todo eso vemos algunos elementos clásicos que parecen anunciar el
neoclasicismo, como por ejemplo las superficies lisas de la línea de imposta
que separa el cuerpo del ático, o los dentellones que aparecen sobre esta
cornisa. Aunque su ejecución, como hemos dicho, se viene atribuyendo a Antonio
Bahamonde pienso que es demasiado rococó para lo que de él conocemos. Habría,
quizás, que pensar en alguno de esos anónimos tallistas que trabajaron a
mediados del siglo XVIII y de los que apenas conocemos obra; estaríamos en la
órbita de los discípulos de Pedro de Sierra, o con nombres como los de José
Álvaro, Bentura Ramos, etc… En cuanto a las esculturas, nos encontramos ante un
artífice de alta calidad, aunque tampoco podemos atribuírselo a ninguno en
concreto. Aunque podría tratarse de José Fernández, del que sabemos que trabajó
para el retablo de la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores sito en la
misma iglesia, y realizado por las mismas fechas, pienso que no posee tanta
calidad como la demostrada por este artífice. Para finalizar os dejo unas fotografías de cómo se encontraban el conjunto antes de ser restaurado. Sin duda, un cambio espectacular.
BIBLIOGRAFÍA
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
- URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “Noticias documentales sobre la Catedral de Valladolid”, B.S.A.A., Tomo XXXVI, 1970, pp. 529-537.