viernes, 29 de diciembre de 2017

BREVE PANORÁMICA DE LA ESCULTURA BARROCA EN ESPAÑA


El día 7 de diciembre de este año, en que se celebra el aniversario del nacimiento de ese genio universal llamado Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), hemos celebrado en twitter el primer día del #OrgulloBarroco a iniciativa de @Investigart y @Cipripedia. Con este post, que dedico a ambos y a todos los que nos involucramos en la divulgación de ese hashtag, quiero finalizar el año conmemorando ese #OrgulloBarroco que nos sale de las venas. A ver si de una vez por todas acabamos con esos prejuicios que se han tenido hacia el Barroco desde los neoclásicos e ilustrados y que se prolongó hasta bien entrado el siglo XX. Antes de comenzar me gustaría señalar que este post se centra en las tres grandes escuelas barrocas (Andalucía, Castilla y Madrid), quedando por lo tanto fuera figuras de tanta categoría como Francisco Salzillo, y bien que me pesa.
La escultura barroca en España la podemos dividir en dos grandes bloques: la que aborda el siglo XVII y la englobada entre los años 1700-1750. Tres fueron los grandes focos: Castilla, con Valladolid a la cabeza, Madrid, gracias a la implantación de la Corte, y Andalucía, con los florecientes focos sevillano y granadino. Aún con sus momentos de luces y sombras estos tres núcleos se mantuvieron casi inmutables a lo largo de todo el barroco, tan solo cambió la jerarquía entre ellos: si en un primer momento Castilla y Andalucía monopolizaron el negocio gracias a genios como Gregorio Fernández, Martínez Montañés, Alonso Cano o Pedro de Mena, la absorción de los grandes artistas provenientes de todo el territorio español ya a finales del siglo XVII derivó en el fortalecimiento de la escuela madrileña y el bajón de las otras dos. A lo largo del siglo XVIII la diferencia entre Madrid y el resto de escuelas no hizo sino aumentar.

GREGORIO FERNÁNDEZ. La Sexta Angustia (1619). Museo Nacional de Escultura
JUAN MARTÍNEZ MONTAÑÉS. Inmaculada Concepción "La cieguecita" (1629-1631). Catedral. Sevilla

A- CASTILLA
Durante gran parte del siglo XVII la escuela castellana tiene casi como el único referente a Valladolid. La escultura vallisoletana tiene su máximo, y casi exclusivo, exponente en Gregorio Fernández (1576-1636), el cual extiende su influencia a lo largo de todo el noroeste español, desde Galicia hasta Navarra. También envió obra a Madrid, Extremadura, Valencia, Portugal e incluso América. Además de Valladolid, los otros focos escultóricos pujantes fueron Toro y Salamanca, los cuales mantienen su importancia tanto en el siglo XVII como en el XVIII. A comienzos de esta decimoctava centuria cobra especial relevancia Medina de Rioseco, con los Sierra como protagonistas.

Valladolid
El primer tercio del siglo XVII se vio monopolizado en un primer momento por Francisco del Rincón (h.1567-1608), introductor del naturalismo en Valladolid, y poco después por Gregorio Fernández (1576-1636), sus oficiales, discípulos e imitadores, entre los cuales cabe destacar a Andrés de Solanes. Tras el óbito de Fernández apenas existen obras que acusen una personalidad independiente, los comitentes demandaban modelos fernandescos y los artífices se doblegaban a ello. Todo ello condujo a una monotonía y similitud de estilos que hace que sea muy complicada la clasificación y atribución de multitud de obras anónimas que pueblan las iglesias, conventos y museos de gran parte de Castilla. Los artífices más importantes de estos momentos fueron Francisco Alonso de los Ríos (h.1595-1660), Bernardo del Rincón (1621-1660), Alonso de Rozas (h.1625-1681) y Juan Rodríguez (h.1616-h.1674). Rozas fue el “encargado” de evolucionar los modos y tipos de Fernández, otorgándoles un mayor movimiento y barroquismo.

FRANCISCO RINCÓN. Cristo de los Carboneros (1606). Iglesia Penitencial de Nuestra Señora de las Angustias. Valladolid
GREGORIO FERNÁNDEZ. Cristo atado a la columna (h. 1619). Iglesia Penitencial de la Santa Vera Cruz. Valladolid
BERNARDO RINCÓN. Cristo del Perdón (1656). Monasterio de San Quirce. Valladolid
FRANCISCO ALONSO DE LOS RÍOS. San Esteban (1631). Iglesia de San Andrés. Valladolid
Ya finales del siglo XVII y primeros años del XVIII los recuerdos de Fernández van paulatinamente desvaneciéndose. Es un momento de transición. Los pliegues se suavizan poco a poco, acabando por desaparecer las quebraduras a lo Fernández. En estos momentos los talleres vallisoletanos comienzan a vivir una segunda juventud: en la ciudad surgen grandes maestros como Juan de Ávila (1652-1702) y José de Rozas (1662-1725), a los que hay que añadir la llegada de otros artífices de primera categoría, caso del gallego Juan Antonio de la Peña (h.1650-1708).

ALONSO DE ROZAS. San Fernando (1671). Catedral. Palencia
JUAN ANTONIO DE LA PEÑA. San Martín partiendo la capa con un pobre (1674). Iglesia de San Martín. Valladolid
JUAN DE ÁVILA. San Juan Bautista (1699) del Oratorio de San Felipe Neri. Catedral. Valladolid
JOSÉ DE ROZAS. San José con el Niño (1688). Oratorio de San Felipe Neri. Valladolid
Ya en el siglo XVIII las lecciones de Gregorio Fernández han sido ya plenamente superadas. Es un periodo en el que entran de lleno las corrientes europeas, aunque muchos escultores no participarán de ellas. Dos son los artífices que nos muestran estos nuevos aires foráneos: Pedro de Ávila (1678-1755) y Pedro de Sierra (1702-1760/1761). Ávila será el primero que haga uso de los pliegues a cuchillos creados y popularizados por Gian Lorenzo Bernini más de medio siglo atrás. Es por tanto una influencia italiana. La otra, la francesa, tiene por embajador a Pedro de Sierra, el cual recibe influjos galos en las obras del Palacio Real de La Granja de San Ildefonso de manos de los escultores René Frémin y Jean Thierry. Esta influencia se hará notar en la delicadeza y dulzura de las tallas, con unas formas más bellas y agradables a la vista. El último gran escultor del barroco vallisoletano fue Felipe Espinabete (1719-1799).

PEDRO DE SIERRA. Inmaculada Concepción (1735). Museo Nacional de Escultura. Valladolid
PEDRO DE ÁVILA. Inmaculada Concepción. Oratorio de San Felipe Neri. Valladolid
FELIPE ESPINABETE. San Francisco de Asís (1787). Museo de San Antolín. Valladolid

Toro
Durante el siglo XVII trabajan allí dos maestros muy particulares que a lo largo de un amplio periodo de tiempo trabajaron codo a codo, formando una de las escasas compañías de escultores conocidas. Son los denominados “Maestros de Toro”: Esteban de Rueda (h.1585-1626/1627) y Sebastián Ducete (1568-1620). Ambos artífices basculan entre el Manierismo y el primer barroco. En ellos se perciben influjos de dos de los grandes maestros castellanos: en Rueda el de Juan de Juni y en Ducete el primer estilo de Gregorio Fernández. Cuando ambos escultores unen su talento crean obas que muestran una perfecta síntesis del estilo de ambas leyendas y de ellos mismos. Ya en el siglo XVIII germina uno de los clanes más importantes del país: los Tomé. El fundador fue Antonio Tomé, el cual engendró a los escultores Narciso (1690-1742) y Diego y al pintor Andrés Tomé. Otro miembro de la familia es Simón Gavilán Tomé (1708-h.1791), sobrino de Antonio y primo de Narciso, Diego y Andrés, que trabaja fundamentalmente para Salamanca. Los tres hermanos suelen trabajar de manera conjunta. Así, entre sus obras más destacadas se encuentra las esculturas de la fachada de la Universidad de Valladolid y, por supuesto, el Transparente de la Catedral de Toledo. Ambas obras son el cénit de la escultura civil y religiosa, respectivamente, de su momento.

SEBASTIÁN DUCETE Y ESTEBAN DE RUEDA. Relieve de Santa Ana, la Virgen y el Niño (h. 1619). Santuario Nacional de la Gran Promesa. Valladolid
ANTONIO TOMÉ. San Martín partiendo la capa con un pobre (1721). Iglesia de San Martín. Valladolid
NARCISO TOMÉ. Retablo del Transparente (1729-1732). Catedral. Toledo

Salamanca
Tampoco hay que menospreciar la labor del foco salmantino. En él florecieron un buen número de escultores y ensambladores. Hay que destacar la relación de ida y vuelta existente entre Valladolid y Salamanca durante este período: en un primer momento fue muy importante la influencia de Gregorio Fernández, sobretodo en el escultor salmantino Antonio de Paz (h.1585-1647), cuyos modelos continua de manera brillante; posteriormente llegan desde Valladolid el escultor Juan Rodríguez (h.1616-h.1676), que deja una buena cantidad de obras en la capital charra, y el ensamblador Juan Fernández (h.1630-h-1695), el cual lleva a cabo uno de los retablos españoles más importantes de este periodo: el retablo mayor de la Clerecía. Entre los escultores locales sobresale Bernardo Pérez de Robles (h.1621-1683). Será uno de los escasos ejemplos de artista castellano que marcha a trabajar a América, dejando allí buenas muestras de su arte. Desde la vuelva de América observa Martín González en su estilo “el recuerdo de Martínez Montañés”. Otros escultores más secundarios, aunque también interesantes, son Pedro Hernández (h.1580-d.1655) y Jerónimo Pérez (h.1570-d.1643).
 
ANTONIO TOMÉ. Santiago Matamoros (1645). Iglesia de Sancti Spiritus. Salamanca
BERNARDO PÉREZ DE ROBLES. Crucificado (h. 1671). Iglesia de la V.O.T. Salamanca. Fotografía tomada de http://dondepiedad.blogspot.com.es/
En el siglo XVIII la escultura salmantina se ve reforzada gracias a uno de los mejores escultores españoles del momento: el vallisoletano Alejandro Carnicero (1693-1756). El iscariense llegó a trabajar en la obra de decoración del nuevo Palacio Real, lo que nos da buena muestra de su valorado que era su arte. Maestro de este, y seguramente también vallisoletano, fue José de Larra Domínguez (h.1665-1739). A él se deben gran parte de las esculturas que pueblan los retablos salmantinos de ese momento. En el haber de Carnicero también figura el adiestramiento de uno de los maestros neoclásicos más importantes del país: el salmantino Manuel Álvarez de la Peña, alias “El Griego” (1727-1797).

ALEJANDRO CARNICERO. San Miguel. Iglesia de los Santos Juanes. Nava del Rey (Valladolid)
MANUEL ÁLVAREZ DE LA PEÑA. Estatua ecuestre de Felipe V Museo de la Real Academia de San Fernando. Madrid

Otros focos castellanos
Burgos sobresale en la retablística, aunque cuenta con un déficit de escultores que le obliga a nutrirse de escultores foráneos, en su mayoría provenientes de la Merindad de Trasmiera (Santander). Hay una dispersión de talleres, por lo que la ciudad de Burgos no tendrá especial importancia. En la retablística destacan Policarpo de la Nestosa y Fernando de la Peña. Un caso similar ocurre en Segovia en que sobresale su retablística gracias, en parte, a artífices madrileños, pero también a los notables arquitectos y ensambladores locales como José Vallejo Vivanco y Juan de Ferreras. Tiene gran importación la aparición de José de Churriguera trabajando en el retablo mayor de la capilla del Sagrario, o de los Ayala, de la catedral. El panorama no será tan rico en lo referente a escultura. Las mejores tallas proceden del foco vallisoletano (Gregorio Fernández, Juan Imberto) y del madrileño (José Ratés y Antonio de Herrera Barnuevo).

ANTONIO DE HERRERA BARNUEVO. Inmaculada Concepción (1621). Catedral. Segovia
El foco santanderino/cántabro, si bien no destaca especialmente por su calidad, presenta unas particularidades que le hacen digno de ser reseñado. A diferencia de lo que ocurre en la mayoría de territorios españoles durante el siglo XVII, en Cantabria tiene un papel primordial el patronazgo de la nobleza. También es característico de esta zona el amplio desarrollo que gozó la escultura funeraria en piedra. Suelen representar al finado de rodillas, sobre un cojín, con las manos juntas en actitud de plegaria. Es decir, son de “tipo orante”. El foco cántabro ha sido siempre muy generoso ya que sus mejores artífices, dedicados a todas las artes, marcharon a trabajar a otros puntos. Es reseñable la gran cantidad de arquitectos trasmeranos que militaron dentro del foco clasicista vallisoletano.
Durante el siglo XVIII la actividad de los tres territorios decae de forma notable, tan solo se salva la retablística burgalesa, lo que sin duda favoreció a la escultura. En cambio, en este momento surgen otros dos focos pujantes: Medina de Rioseco y Palencia. Si bien Rioseco ya había gozado de buenos artífices durante el siglo XVII no fue hasta la llegada del berciano Tomás de Sierra (h.1654-1726) cuando la escuela cobra gran vigor. El legado de Sierra a Rioseco no solo fue el de cuantiosas creaciones sino el de una amplia saga familiar que se prolongaría hasta finales del siglo XVIII. La generación siguiente fue la de sus hijos: los escultores Pedro (1702-1760/1761), José (1694-1751) y Francisco (1681-1760), el pintor Tomás de Sierra “el joven” (1687-1753) y el ensamblador y religioso Fray Jacinto (1698-¿?). A estos les sucedieron los hijos, sobrinos y algún nieto de José. Rioseco durante el barroco y parte del neoclasicismo aparece indisolublemente unido a esta gran familia. Palencia, por su parte, cuenta en el siglo XVII con la familia de escultores Sedano, cuyo artífice más destacado, Mateo Sedano (h.1612-1686), emparenta con nuestro Juan de Ávila, siendo, asimismo, abuelo de Manuel de Ávila. En el siglo XVIII Palencia destaca en el campo de la retablística con Gregorio Portilla (a.1691-d.1752), Pablo Villazán (1680-d.1731) y Juan Manuel Becerril (h.1730-d.1781). La escultura de este momento llega desde los territorios limítrofes: Valladolid, Medina de Rioseco, Cantabria y Burgos.

TOMÁS DE SIERRA. Virgen de los Pobres (h. 1700). Museo de San Francisco. Medina de Rioseco (Valladolid)
FRANCISCO DE SIERRA. San Pedro. Iglesia de San Pedro (1743). Mucientes (Valladolid)
MATEO SEDANO. Inmaculada Concepción (1653). Catedral. Palencia
JUAN MANUEL BECERRIL. Retablo mayor (1773). Iglesia de Santa María. Frechilla (Palencia)

B- ANDALUCÍA
Andalucía fue junto con Castilla los centros de producción escultórica más importantes del siglo XVII, si bien el primero se beneficia de una mayor variedad de artífices. En Castilla la personalidad de Fernández lo acaparó todo. Existen dos grandes escuelas: la sevillana y la granadina, cada una de las cuales ejerció influencia sobre otras provincias andaluces. A pesar de su “disputa artística” ambas urbes mantienen intercambios (Montañés se forma en Granada, mientras que Alonso Cano reside durante cierto tiempo en Sevilla) y características similares. Ambos fabrican junto a Gregorio Fernández las obras maestras de la escultura española de siglo XVII. La escultura andaluza tiene la particularidad, entre otras muchas, de haber desarrollado la escultura de barro cocido, en Castilla apenas la había practicado Juan de Juni. Muchas de las grandes personalidades de la escultura andaluza marcharon a Madrid con la intención de conseguir el prestigioso título de “escultor del Rey”, por ejemplo, José de Mora y Luisa Roldán “Roldana”. No hay que obviar que la escultura andaluza tuvo mucho tirón en la capital, casi más que la castellana, la cual apenas cuenta con lo realizado por Gregorio Fernández. Autores andaluces representados en la corte son Alonso Cano, Juan Martínez Montañés, Andrés de Ocampo, José de Mora, Pedro Roldán, Alonso de Mena, Pedro de Mena, la “Roldana”…

Sevilla
Los grandes maestros del barroco sevillano fueron Juan Martínez Montañés (1568-1649), en el siglo XVII, y Pedro Duque Cornejo, en el XVIII. El “Lisipo andaluz” nos ha legado una gran cantidad de obras maestras, lo cual hizo que Martín González le calificara como “una de las cúspides de la estatuaria española”: el Cristo de la Clemencia y la Inmaculada de la catedral sevillana, el San Jerónimo penitente del Monasterio de Santiponce, el San Ignacio de Loyola de la catedral de Sevilla… Montañés es sin duda el contrapeso andaluz al castellano Fernández.

JUAN MARTINEZ MONTAÑÉS. San Cristóbal (1597). Iglesia del Salvador. Sevilla
Continuador de la estética montañesina, aunque con caracteres propios, es Juan de Mesa (1583-1627), a quien se le debe alguna de las más bellas imágenes procesionales de la ciudad: el Jesús del Gran Poder. Tras un tercio central de siglo bastante anodino, en el que tan solo destacan la familia Ribas, especialmente Felipe de Ribas (1609-1648), y el flamenco José de Arce (h.1600-1666); ya a finales de la centuria surgen tres grandes figuras: Pedro Roldán (1624-1699), la hija de este, Luisa Roldan “la Roldana” (1652-1706, escultora de cámara de Carlos II) y Francisco Ruiz Gijón (1653-1720). Ya en el siglo XVIII el artífice más cualificado es Pedro Duque Cornejo (1677-1757), también miembro de la familia Roldán ya que era hijo de José Duque Cornejo y Francisca Roldan, esta última hija del fundador de la estirpe, Pedro Roldán.

JUAN DE MESA. Cristo de la Misericordia (1622). Convento de Santa Isabel. Sevilla
FELIPE DE RIBAS. Niño Jesís bendiciendo. Museo Nacional de Escultura. Valladolid
JOSÉ DE ARCE. Jesús de las Penas (1655). Sevilla
PEDRO ROLDÁN. Entierro de Cristo (1670-1673). Hospital de la Caridad. Sevilla
FRANCISCO ANTONIO RUIZ GIJÓN. Cristo de la Expiración "El Cachorro" (1682). Basílica del Santísimo Cristo de la Expiración. Sevilla
LUISA ROLDÁN. San Miguel venciendo al demonio (1692). Monasterio de San Lorenzo. El Escorial (Madrid)
PEDRO DUQUE CORNEJO. San Estanislao de Kostka. Iglesia de San Luis de los Franceses. Sevilla

Granada
El foco granadino de la decimoséptima centuria se asienta sobre tres grandes pilares, quizás de los más acreditados de su época: Alonso Cano (1601-1667), Pedro de Mena (1628-1688) y José de Mora (1642-1724). El primero es un artista polifacético ya que además de su faceta escultórica cultiva de manera sobresaliente la pintura e incluso diseña trazas arquitectónicas para edificios y para retablos. Las llamadas de la Corte le vinieron en su calidad de pintor, no de escultor. Sus imágenes se caracterizan por ser de pequeño tamaño, pero con un acabado muy perfecto. Uno de sus mayores logros fue la creación de un modelo de Inmaculada, de forma ahusada, que goza de gran repercusión e influencia en épocas posteriores tanto en Andalucía como en Madrid. Uno de los escultores que trabajó el modelo canesco de Inmaculada fue Pedro de Mena. No le siguió servilmente, sino que tomándola como ejemplo la personalizó, de manera que consiguió una Inmaculada completamente nueva y característica de su autor. A Mena le debemos la fijación de una gran cantidad de iconografías, especial relevancia tienen los diversos tipos de busto de Ecce Homo y Dolorosa, los cuales fueron ampliamente distribuidos. Encontramos ejemplos por todos los lados: Madrid, Valladolid, América, Zamora, Aragón, etc… No podemos olvidar otras dos iconografías que ayudó a popularizar, aunque durante algún tiempo se creyó que podía haberlas creado él: el San Francisco de Asís muerto y la Magdalena penitente. Desde entonces, y sobre todo en Castilla y en Madrid, el número de copias es francamente abrumador. La fama de Mena fue tan sobresaliente que llegó a ser llamado desde la Corte madrileña por don Juan José de Austria. Además, llegó a ostentar el título de escultor de la catedral primada de Toledo.

ALONSO CANO. San Juan Bautista (1634). Museo Nacional de Escultura. Valladolid
PEDRO DE MENA. La Magdalena Penitente (1664). Museo Nacional de Escultura. Valladolid
El tercer artífice en discordia es José de Mora, miembro de un taller familiar a la manera de los Ávila, Tomé, Churriguera, Mena, Roldán, Sierra, etc… El patriarca fue Bernardo de Mora, nacido en Palma de Mallorca, aunque posteriormente se traslada a Granada. Engendró a otros dos escultores: José y Diego de Mora, el primero de ellos el más importante de todos. José llegó a realizar para Carlos II “diferentes efigies de su devoción”, lo cual le llevaría a ostentar el título de “escultor del rey”. A pesar de su fama se le conocen muy pocas obras documentadas, lo que no ayuda a establecer una evolución.
JOSÉ DE MORA. Santo Cristo de la Misericordia (1695). Iglesia de San José. Granada

Granada ve todavía en el siglo XVIII la actividad de importantes escultores. Son los casos de José Risueño (1655-1721) y Torcuato Ruiz del Peral (1708-1773). El primero se distinguió por la escultura en pequeño formato y por haberse aplicado tanto a la escultura en barro, en donde sin duda se muestra como uno de los mejores artífices, como a la madera. Por su parte, Ruiz del Peral fue discípulo de José de Mora. Al igual que Risueño practicó tanto la escultura como la pintura. Su obra más conocida es una Cabeza de San Juan Bautista que viene a ser un eslabón más dentro de la colección de santos degollados que se desarrolla en España a lo largo de los siglos XVII y XVIII, aunque con antecedentes en el XVI.

JOSÉ RISUEÑO. La Virgen con el Niño y San Juanito (h. 1712-1732). Museo Nacional de Escultura. Valladolid
TORCUATO RUIZ DEL PERAL. Cabeza de San Juan Bautista. Catedral. Granada

C- MADRID / LA CORTE
La ciudad de Madrid nunca había destacado en la práctica de la escultura. Hasta este momento no contaba con artífices locales cualificados, tan solo fue residencia temporal de algunos artistas importantes como Francisco Giralte o Pompeo Leoni, a quienes puede considerarse como semillas en las que habría de germinar la escuela barroca madrileña, la cual iría “in crescendo” durante todo el siglo XVII. Al “olvido” de la escultura contribuyó de manera decisiva la preferencia en la Corte por la pintura.
Los encargos más importantes, realizados fundamentalmente por el Rey y la nobleza, se hacían tanto a Castilla como a Andalucía. Del bando castellano las obras llegaban del taller de Gregorio Fernández, “el escultor de mayor primor que hay en mis Reinos”, según palabras de Felipe IV, y Juan Rodríguez. Pero no solo llegaron obras de estos dos puntos. En Madrid se dieron cita algunos de los mejores escultores españoles, y europeos del momento. Son los casos del portugués Manuel Pereira (1588-1683); los castellanos Pedro Alonso de los Ríos (1641-1702), Alonso Grana (1690-1768), Juan Sánchez Barba (1602-1673), Manuel Gutiérrez; los catalanes Antonio Riera y José Ratés; los andaluces Martínez Montañés, Alonso de Mena, Pedro de Mena, Alonso Cano, José de Mora, la Roldana, Pedro Duque Cornejo etc…

MANUEL PEREIRA. San Bruno (h. 1652). Museo de la Real Academia de San Fernando. Madrid
JUAN SÁNCHEZ BARBA. Cristo de la Agonía (h. 1650). Oratorio del Caballero de Gracia. Madrid
Todos estos se unieron a los escasos escultores madrileños de renombre que por entonces ejercían su oficio. Gente como Antonio de Herrera Barnuevo (h.1585-1646), Sebastián de Herrera Barnuevo (1619-1671), Domingo de la Rioja o Miguel de Rubiales (1647-1713), del cual se conservan fotos de un espléndido paso procesional del Descendimiento, que contrasta bastante con el paso homónimo que Gregorio Fernández talló para la Cofradía Penitencial de la Santa Vera de Valladolid. Una personalidad muy definida es la de Fray Eugenio Gutiérrez de Torices, uno de los escasos cultivadores de la escultura en cera.

DOMINGO DE RIOJA. Cristo de los Dolores (h. 1642-1643). Capilla de la V.O.T. Madrid
MIGUEL DE RUBIALES. El Descendimiento (1690). Desapareció en 1936 en la iglesia de Santa Cruz de Madrid
FRAY EUGENIO GUTIÉRREZ DE TORICES. Fundación de la Orden de la Merced (1698). Convento de las Huelgas Reales. Valladolid
La importación de esculturas italianas tuvo gran trascendencia, especialmente de la napolitana. Son obras de firmas tan destacadas como Pietro Tacca, Gian Lorenzo Bernini o Domenico Guidi. Ejemplares napolitanos llegaron en número crecido, siendo las de mayor calidad las realizadas por el prolífico Nicola Fumo. También cuentan las iglesias y clausuras madrileñas con hechuras de Michele Perrone, Giacomo Colombo o Michelangelo Naccherino.
Llegado el siglo XVIII la escultura madrileña sobrepasa en importancia a otras escuelas, quedándose poco a poco, a lo largo del siglo, como el foco de mayor importancia. En esta centuria encontraremos dos tipos de escultura: la tradicional y la cortesana. Entre los participantes del barroco castizo figuran artífices tan acreditados como los asturianos Juan Alonso Villabrille y Ron (h.1663-h.1732) y Juan de Villanueva y Barbarles (1681-1765), el jienense Pablo González Velázquez, los vallisoletanos Luis Salvador Carmona (1708-1767) y Alejandro Carnicero (1693-1756), el toledano Juan Pascual de Mena (1707-1784) o el valenciano Felipe del Corral. La pujanza de la Corte derivó en la orfandad de diferentes territorios dado que sus hijos más celebrados emigraron a trabajar a Madrid conscientes de su valía.

JUAN ALONSO VILLABRILLE Y RÓN. Busto de San Pablo ermitaño (h. 1715). Meadows Museum. Dallas
PABLO GONZÁLEZ VELÁZQUEZ. San Joaquín y Santa Ana (h. 1701-1725). Museo Nacional de Escultura. Valladolid
LUIS SALVADOR CARMONA. La Virgen del Rosario. Oratorio del Olivar. Madrid
FELIPE DEL CORRAL. Virgen de las Angustias (antes de 1718). Ermita de la Vera Cruz. Salamanca
JUAN PASCUAL DE MENA. San Antonio con el Niño. Iglesia del Sacramento. Madrid

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: “Cabezas de santos degollados en la escultura barroca española”, Goya: revista de arte, nº 16, 1957, pp. 210-213.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca en España, 1600-1770, Cátedra, Madrid, 1983.