En
la localidad de Torrelobatón, concretamente en su iglesia de Santa María, se
encuentra otro de esos magníficos retablos mayores de los cuales puede presumir
la provincia de Valladolid. Es sin ninguna duda una de esas obras de arte que
ningún interesado en el tema puede perderse puesto que a su soberbia
arquitectura se une una magnífica imaginería y una no menos fastuosa policromía
que ayuda a resaltar el retablo con sus brillantes dorados y colores. Su
magnificencia se incrementó a raíz de su restauración, lo que llevó al retablo a
parecer recién salido del obrador. Si al retablo unís el resto de retablos y
esculturas que se encuentran diseminadas por el templo este conjunto hace de
esta iglesia un lugar de visita obligada.
El
retablo, que se organiza mediante un banco, dos cuerpos, ático, tres calles y
dos entrecalles, se ajusta perfectamente a la forma poligonal del presbiterio
para lo cual sus calles laterales se incurvan levemente a la manera de un
tríptico con las alas abiertas. No es fácil concretar el estilo del retablo.
Según el profesor Parrado del Olmo, la disposición de los cuerpos es
clasicista, si por la abundante ornamentación que le cubre bien sería
plateresco. Por tanto, habría que emplear una denominación para la mazonería y
otra para la decoración.
El
banco se encuentra plagado de relieves, no dejando espacio vacío. Los plintos
de las esquinas acogen las figuras, en el lado del Evangelio, de San Jerónimo, revestido como cardenal con
muceta y capelo, escribiendo en un libro abierto. Aparece sentado sobre el león
amansado y blandiendo báculo de patriarca (doble travesaño). En la esquina
opuesta es San Agustín quien porta
báculo en una mano y en la otra una maqueta de la iglesia –su atributo habitual,
tiene el significado de ser el fundador de una Orden–, aparte de ir tocado con
tiara. En los enveses de ambos pedestales se representan a las Virtudes: Prudencia y Templanza rodean a San Jerónimo; Fortaleza y Justicia
hacen lo propio con San Agustín. Las columnas que flanquean las entrecalles y
que enmarcan el paño central se apoyan en parejas de mensulones avolutados con
hojas en las caras visibles, formando dos pequeños nichos donde se incluían las
esculturas de San Andrés y Santiago Apóstol. La imagen de Santiago fue robada
el 14 de octubre de 1979 y nunca más se ha vuelto a saber nada de ella. San
Andrés recuerda vivamente a los modelos de Alonso Berruguete. Los dos relieves
que se sitúan entre las ménsulas y los pedestales están dedicados a la Adoración de los Pastores y la Epifanía.
En
el primer cuerpo encontramos en cada una de las calles una hornacina con forma
de arco de medio punto. Las calles laterales presentan altorrelieves, mientras
que la central contiene una escultura en bulto redondo de la Virgen con el
Niño. Los relieves laterales, más bien altorrelieves son el Camino del Calvario y la Oración en el Huerto.
El
relieve del Camino del Calvario posee
una superpoblación de personajes que llega casi a sobrepasar las jambas. Es
éste un consabido recurso manierista que obliga a distorsionar las figuras para
hacerlas entrar en el escaso sitio disponible. Esta casilla se ha puesto en
relación con la homónima del retablo mayor de la parroquial de la Asunción de
Villabáñez, destacando su similitud en la composición aunque la escultura sea
diferente, y de ahí que Parrado del Olmo haya apuntado que la traza de esta
escena fuera aportada por Francisco de la Maza, autor a su vez de aquel
conjunto. Por eso, quizás, se produzca también ese desbordamiento espacial,
teniendo en cuenta que fue un método muy empleado por Juan de Juni, de quien
fue alumno De la Maza. Además, el escultor se vale de tipos propios del artista
francés, con los cabellos ensortijados con bucles o las barbas enroscadas y
bífidas. No falta en este panel ninguno de los personajes típicos de este
pasaje: la Verónica que va a enjugar el rostro de Cristo, Simón de Cirene que
sujeta la cruz por el palo vertical y por el “patibulum” con sus manos
extendidas y cinco soldados y sayones que acompañan al reo esgrimiendo
amenazantes sus armas. La elegancia de las figuras se ve reforzada por los
estofados de las ropas a punta de pincel. Llama la atención el detalle de la
cartela con las inicias “S.P.Q.R.” que preside los estandartes de las legiones
romanas.
En
el lado opuesto vemos la Oración en el
Huerto, concebido al modo convencional que indica San Lucas: Jesús ora de
rodillas en el centro de la escena mientras un ángel volandero situado en un
nivel superior sostiene una cruz, alegoría de la Pasión que iba a sufrir. Los
tres apóstoles –San Juan, San Pedro y Santiago–, los mismos que acompañaron a
Cristo en la Transfiguración del Monte Tabor, duermen plácidamente. Jesús los
despertó hasta tres veces. Un pequeño árbol al fondo simboliza el huerto de los
Olivos.
El
segundo piso se distribuye de una manera similar, si bien las hornacinas no
tiene forma de arco sino que es rectangular. En la calle de la Epístola nos
encontramos con la Flagelación. El
altorrelieve no presenta especiales peculiaridades, puesto que Cristo permanece
atado a la columna del palacio de Poncio Pilatos, que cruza de arriba abajo el
tablero, como también fue norma en el siglo XVI, y se abraza a ella según es azotado
por dos feos sayones. Se vuelve, pues, a utilizar por el autor la técnica de la
caricaturización de los esbirros, acentuando así el contraste entre la
inocencia del Señor y el salvajismo de sus torturadores, que dotan de
movimiento a la composición al voltear los látigos con los que golpean al
Salvador.
Enfrente
de este altorrelieve nos encontramos con la Coronación
de Espinas. Tres lacayos de repugnante aspecto están colocando con unas
cañas la corona de espinas a Cristo, que ocupa el centro del compartimento. Nos
atrevemos a hablar de una cierta simetría entre las dos hornacinas de esta
segunda altura: Jesús está siendo atormentado en ambas, fealdad de los esbirros
y fondo arquitectónico que se insinúa.
En
la calle central de este cuerpo campea una bellísima Piedad, con una Virgen de delicadas facciones y serena expresión
que aguanta en su regazo el cuerpo exánime del Hijo, con la cruz desnuda al
fondo. La anatomía del cadáver ha sido labrada con un suave modelado.
El
ático, como suele ser habitual, está presidido por un Calvario, albergado en un pabellón columnado, compuesto por el
Crucificado, la Virgen y San Juan. En los remates de las calles laterales nos
encontramos con sendos tondos con pinturas de San Francisco y San Jerónimo,
de finales del siglo XVI. Sobre los ejes de las columnas se asientan las cuatro
Virtudes. Encima de los frontones rectos que coronan los tres encasamentos se
poyan figuras reclinadas hacia jarrones de frutas.
En
las entrecalles hallamos imágenes sobre peanas. Las del primer piso son las de
San Pedro y San Pablo, mientras que en el segundo se encuentran San Miguel y
San José, todas ellas con sus respectivos atributos, alguno de los cuales se ha
perdido. Dentro de estos intercolumnios se esconden niños recostados sobre unos
pequeños frontones y, debajo de éstos, unas filacterias con el nombre en latín
del santo que cobijan. Estamos ante unas figuras refinadas, algunas de ellas en
ligero contraposto, con unas ricas vestiduras engalanadas con labores de
pincel. Pueden recordarnos las del retablo mayor de la iglesia parroquial de la
Asunción de Tudela de Duero, pero debemos apostillar con Parrado del Olmo que,
aunque se incluyen en la tercera fase del escultor Manuel Álvarez, cuando se
acercó a postulados romanistas, es lo cierto que son imágenes aún expresivas,
exentas del hieratismo definidor de esta corriente artística. Parecen exceder
del marco formado por las columnas, recurso este propio de un retablo
manierista.
La
decoración que anima el retablo es prolija. Los tercios bajos de las columnas
corintias están ornados con figuras masculinas y femeninas dentro de tarjetas
de cueros recortados, colgantes de frutas o caras de ángeles. Los frisos se
exornan con tarjas con “putti” afrontados al igual que sucede con las enjutas
de los arcos de medio punto del primer cuerpo. Las entrecalles exhiben florones
en los dinteles. En el paño central, todas las casillas llevan casetones, pero
solamente con florones en el caso de la Virgen con el Niño.
La
escultura cae dentro de la tercera etapa, llamada también “vallisoletana”, del
escultor palentino Manuel Álvarez, en la que se aproxima al romanismo en el
sentido de la utilización de unas figuras de tipos monumentales y hieráticos
que debían conmover a los feligreses, conforme a las instrucciones del Concilio
de Trento. Las ropas se extienden en plegados, conforme que realzan el volumen
de las imágenes. Las composiciones tienden a la simetría, desapareciendo los
fondos paisajísticos e insinuando los arquitectónicos, como ocurre en este
retablo. Pero Parrado del Olmo matiza que Álvarez no renuncia a la fuerza
expresiva, por lo que no llegó a ser un romanista en la acepción más literal
del término. Francisco de la Maza se ocuparía, por su parte, de la parte
arquitectónica y suministraría alguna traza, como la del Camino del Calvario. En cuanto a la fecha de elaboración de esta
máquina, Parrado estima que oscilará entre 1577 y 1580.
Históricamente
la autoría de este retablo ha recibido numerosas candidaturas. Álvarez de la
Braña se lo adjudicó a principios del siglo XX a Inocencio Berruguete y Juan
Bautista Beltrán. El alemán Georg Weise se lo asignó a Isaac de Juni y
relacionó su escultura con la del retablo mayor de la parroquial de Geria. José
María Azcárate opina que posiblemente fue realizado por Adrián Álvarez, hijo de
Manuel. Parrado del Olmo, gran estudioso de la escultura del siglo XVI,
entiende que en su fábrica trabajaron Manuel Álvarez y Francisco de la Maza,
así como sus hijos, apuntando para ello las analogías de la Piedad con la conservada en Tordesillas,
obra de Adrián Álvarez.
BIBLIOGRAFÍA
- MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.