martes, 31 de marzo de 2020

MONUMENTOS DESAPARECIDOS: EL CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE LA LAURA


A todos aquellos nacidos en las últimas décadas no nos sonaría de nada el Convento de Nuestra Señora de la Laura de no ser por lo que hemos podido leer en libros y visto en fotografías. Desaparecido en el año 1998 para dar paso al Hospital del Campo Grande, fue un cenobio dominico que si bien desde el punto de vista arquitectónico era bastante modesto no lo fue en cuanto a historia y bienes artísticos. Por su fundación el convento estuvo ligado a la más alta aristocracia española: los Duques de Alba. Antes de continuar quisiera señalar que desconozco de dónde saqué las fotografías -fue hace mucho tiempo- exteriores del convento por lo que si algún autor las reconoce le pido que me lo señale para escribirlo.
Situación del Convento de Nuestra Señora de la Laura en el plano de Bentura Seco de 1753. Figura con el Nº 56
Situación del Convento de Nuestra Señora de la Laura en el plano de Diego Pérez Martínez de 1787

HISTORIA
Don García de Toledo, marqués de Villafranca, era primo de don Fernando Álvarez de Toledo, llamado el “Gran Duque de Alba”. Don García contrajo matrimonio con doña Victoria Colonna, de cuyo enlace nació en Nápoles en 1554 doña María, que pasado el tiempo se convertiría en la fundadora del convento. El padre fue designado Virrey de Barcelona, yendo toda la familia a residir allí. La niña fue puesta al cuidado de las monjas dominicas del Convento de Santa Catalina. En 1564 falleció doña Victoria Colonna, pidiendo a su marido que enviase a su hija María para que residiera en Castilla al cuidado de la Duquesa de Alba. Él seguidamente partió para Sicilia, donde había sido designado Virrey. Los Duques de Alba se hicieron cargo de su sobrina María en Alba de Tormes, localidad en la que doña Juana de Toledo, hermana del Duque don Fernando, atendió a su formación. La inclinación natural de la joven María era para el claustro, cuando hubo de cumplir el designio de su padre don García, quien antes de fallecer instó a su hija para que contrajera matrimonio con su primo don Fadrique Álvarez de Toledo para asegurar la sucesión ya que no cabía esperarla de don Fernando, hermano de doña María. Forzada contra su voluntad obedeció la voluntad paterna y de sus tíos los Duques de Alba, así contrajo matrimonio con don Fadrique en 1578. La pareja tuvo un hijo llamado Fernando, que falleció a los pocos meses de nacer, y poco después lo haría el propio don Fadrique, de suerte que en 1585 quedó viuda y sin descendencia, motivos que le llevaron a recuperar su primitiva vocación de ingresar en el estado religioso.

Mediante los consejos de su confesor el padre Yanguas determinó fundar un monasterio de dominicas. No pudo hacerlo en Alba de Tormes ni en Piedrahita, así que aceptó el ofrecimiento de su hermano don Fernando de realizarlo en Villafranca, donde poseía el marquesado. Aunque se construyó el convento, ya con la advocación de Nuestra Señora de la Laura, doña María quiso un mejor establecimiento por lo que decidió trasladarlo a Valladolid. Así, en 1606 dirigió una misiva al Ayuntamiento vallisoletano para solicitar la autorización de la fundación: “Siete años ha que N.S. encaminaba este santo monasterio a esa ciudad, y por sus secretos juicios hizo aquí primero la fundación del, y principio del santo instituto de Descalzas de nuestra Señora de la Laura de la Orden de Santo Domingo, que dos Sumos Pontífices han confirmado, y se constituyó por cabeza de este monasterio, que por seguir la orden que dirá a V. SS. el P. Fr. Jerónimo y los que con el darán a V. SS. esta carta, me resolví de trasladarle a esa ciudad, donde por la providencia d Dios y beneplácito de V. SS. pienso llevarle, y aunque por su antigüedad y nobleza está obligada a holgarse de tener ocasión de honrar un noble y valiente castellano que derramó la sangre en servicio de la Iglesia y de su Rey, y tiene su entierro en esta casa santa, me antepongo a V. SS., el elegir yo antes el ponerle en Valladolid que en Toledo, Salamanca o otras ciudades que me lo han pedido, antes me hallaré muy obligada que den lugar a tres cuerpos muertos que al cabo de algunos años que las olas de la tormenta nos han traído de una a otra parte, providencia d Dios nos saca a esta rivera, no hago cargo a V. SS. que los llevó de santos canonizados, y lo que Dios mira los santos vivos en una ciudad de que lleva tantas como religiosas la Laura, ni de que en ella se reciben sin dotes y que lo poco que dejare lo ha de mandar V. SS. distribuir después de mis días, sólo la voluntad con que en muchos años y ninguna salud por ser a su ciudad de V. SS. me animo a hacer mudanza tan notable, quiero que me reciba V. SS. en servicio y se persuada lo será de nuestro Señor hacernos merced; su majestad guarde y prospere a V. SS. como ya estos ángeles se lo comienzan a suplicar. Villafranca 9 de agosto de 1606. Doña María”. El consistorio aceptó encantado la propuesta, y dio comisión a dos caballeros regidores para que fuesen a Villafranca a besar la mano a la señora duquesa por la honra que trataba de dispensar a esta ciudad.


Ya en la ciudad ocuparon unas casas propiedad de don Bernardino de Velasco, conde de Salazar, en el Campo Grande, linderas por una parte con el convento del Carmen Calzado y por otra con la ermita de San Juan de Letrán. La Duquesa mandó seguidamente construir un nuevo monasterio a sus expensas. Mientras tanto estableció su vivienda junto al convento, teniendo tribuna junto a la iglesia. Tenía autorización para entrar en clausura, siendo muy apreciada por la comunidad. Vestía con hábito de sayal y no salía de los dominios del convento, hasta el extremo de que la propia reina doña Margarita llegó a visitarla en este edificio. Dictó testamento en 1608 en el cual disponía ser enterrada en el convento. Mandaba que con su legado se fueran comprando terrenos para proseguir las obras, conforme a la traza diseñada por Francisco de Mora, arquitecto real. Por entonces no estaba construida la iglesia, por cuanto dejaba previsto: “mando que lo primero que después de mi vida se haga en esta fábrica sea la iglesia, con toda la hermosura que en la traza y en la instrucción pareciese”. Asimismo, disponía que en medio de la capilla mayor se habría de poner el sepulcro de su difunto marido, que sería “de jaspe, con grada bronce y piedra en torno de él y encima el bulto del Duque, de bronce, armado y de rodillas, con su sitial, y al lado el bulto de Fernando Álvarez de Toledo su hijo, teniéndole la rodela”. Según esto parece que la Duquesa quería imitar las efigies orantes de los Duques de Lerma del Convento de San Pablo. También dispuso fabricar el retablo mayor y los colaterales, preparados para colocar “ochenta medios cuerpos” para contener reliquias. En el retablo mayor se colocaría a Nuestra Señora de la Laura, de plata, y tendría seis columnas hechas con pasta de vidrio, todo pintado, de manera que pareciera de esmeralda y rubí. Ninguno de estos tres deseos llegaría a materializarse.


Doña María falleció el 2 de diciembre de 1612, siendo enterrada en el monasterio viejo. Varios años después se concluyó el nuevo, pero las previsiones de lujo que dejó la fundadora no se cumplieron ni de lejos, de suerte que fue uno de los conventos más modestos de la ciudad. Los testamentarios cambiaron el lujo por la modestia. En 1615 el escultor Antonio Riera se reservaba el hacer retablo, nichos, bultos de mármol, bultos y sillería del convento, pero parece que no llegó a realizar nada de aquello. Los restos del duque y la duquesa reposaron en el convento hasta su desaparición, no quedando más testimonio de ello que unas simples lápidas.
Desde entonces la historia del convento no generó apenas noticias de especial significación. En 1806 vivían en él 29 religiosas, pero la Guerra de la Independencia tuvo especial incidencia en la Comunidad. Señala Hilarión Sancho en su Diario de Valladolid que las monjas tuvieron que abandonar su convento el 4 de junio de 1812 con motivo de la Guerra de la Independencia y por mandato de las autoridades francesas (“En 4 [de junio] se intimó orden por medio del Sr. Obispo a las monjas del convento de las Lauras para que le desalojasen, como lo hicieron, pasándolas al de Santa Ana. Esto fue para empezar hacer desde dicho convento hasta el de Filipinos (ambos en el Campo Grande por la parte de atrás) varias zanjas y maniobras de fortificaciones, etc.”), y que no regresaron hasta el 13 de agosto de 1814 ( “En 13 dicho Agosto [de 1814] se restituyeron a su convento las monjas de la Laura, que se hallaban en el de Santa Ana desde que fueron destituidas de su convento por los enemigos franceses para hacer en él el festín, y fue derrotado, como asimismo la iglesia”). Posteriormente, con la gran transformación que la zona de la Plaza de Colón experimentó en los últimos años del siglo XIX, se expropió una parte de los terrenos que poseía este convento. Finalmente, fue demolido en 1998 y tras su desaparición sus bienes se repartieron entre otros establecimientos de la orden dominica, caso de los conventos vallisoletanos de Corpus Christi, Porta Coeli y Santa Catalina, el de San Pedro Mártir de Mayorga de Campos, los palentinos de la Piedad y San Pablo, y posiblemente otros más. Por desgracia la falta de vocaciones provocó que años después se cerrara el de Santa Catalina de forma que los bienes fueron nuevamente dispersados, de suerte que alguno de los bienes de las Lauras que fueron a parar a Santa Catalina se encuentran hoy en el Convento de San Pablo y en otros cenobios de la comunidad. En fin, un lio, y esto parece que solo es el principio.




LA IGLESIA Y EL CONVENTO
Como ya hemos referido, la Duquesa encargó las trazas del convento al arquitecto regio Francisco de Mora, que no sabemos si al final llegó a realizarlas. La construcción comenzó en septiembre de 1608 cuando el maestro de obras Antonio López se convino con un representante de la Duquesa para edificar la “casa e iglesia junto al Hospital de San Juan de Letrán, extramuros de esta ciudad, levantándola desde sus cimientos, ansí por vivienda de las dichas monjas como por iglesia”. El edificio no guardaba la menor huella del estilo de Mora, por lo que su traza debió de esquematizarse al máximo tal y como proponen Martín González y Plaza Santiago. La fachada era monótona, disponiéndose en tres pisos sin separación, con un alero mudéjar de tejas voladas. El interior forma un enjambre de habitaciones, a lo largo de inmensos pasillos; los techos son de vigas y bovedillas de yeso lisas. Por su parte, la iglesia estaba remetida y realizada en ladrillo. Al interior tenía una sola nave con cuatro tramos cubiertos con bóvedas de arista decoradas con motivos geométricos de planísimo relieve, y había abiertos vanos termales para ventanas. Corría por las paredes un entablamento liso, sin que siquiera los fajones descansen en pilastras. A los pies se disponían los coros, bajo y alto; el alto volaba como balcón teatral, con sus rejas de cuadrillo. La sencillez del interior se deberá, según Fernández del Hoyo, a la prematura muerte de la fundadora, que se vio impedida de dotarle convenientemente tal como había sido su deseo, ya que la escogió para descanso de sus restos y los de su esposo.


Por la iglesia se repartían cinco retablos neoclásicos, dos al lado del Evangelio, el retablo mayor, y otros dos al lado de la Epístola. El principal contenía una escultura en madera policromada de la Asunción y a los costados las estatuas de Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís. Los colaterales estaban dedicados los del lado del evangelio a la Oración en el huerto y a la Soledad y los de la epístola a San Agustín y Santa María Magdalena, siendo los primero y tercero pinturas en lienzo, y la segunda y cuarta escultura en maderas, la última muy aceptable.


Asunción (Pedro de Sierra, atrib., Segundo tercio del siglo XVIII)
San Francisco de Asís (Francisco Alonso de los Ríos, atrib., Segundo tercio del siglo XVII)
Santo Domingo de Guzmán (Francisco Alonso de los Ríos, atrib., Segundo tercio del siglo XVII)
La Oración en el Huerto (Anónimo. Primera mitad del siglo XVII)
Virgen de la Soledad (Juan de Ávila, atrib., hacia 1690)
La Visión de San Agustín (Anónimo. Siglo XVIII)
Santa María Magdalena (Juan de Ávila, atrib., hacia 1690)
El retablo mayor era de un solo cuerpo y contenía una efigie de la Asunción (115 cm) asignable a Pedro de Sierra. Anteriormente a éste hubo otro barroco que según Canesi fue colocado en 1690, mismas fechas en que se construyeron los colaterales. Los tres desaparecieron durante la Guerra de la Independencia. Este primitivo retablo, construido por el ensamblador Francisco Billota y dorado por Alonso Gutiérrez, se componía de las siguientes imágenes: en la hornacina central se encontraba Nuestra Señora de la Laura, titular del convento; a los lados Santa María Magdalena y Santa Rosa de Lima; y en el ático dos ángeles que quizás portaran las Arma Christi o estandartes. Del retablo anterior se reaprovecharía la Virgen titular del convento, mientras que las dos santas y los ángeles se fabricarían por entonces.
Además, a ambos lados del altar mayor se encontraban las lápidas de los Duques de Alba: en el lado del Evangelio la del Duque: “Aquí yace el Excmo. Señor D. Fadrique Álvarez de Toledo, duque de Alba. Requiescat in pace”, y en el de la epístola la de la Duquesa: “Aquí yace la Excma. Señora D. María de Toledo y Colonna, duquesa de Alba, fundadora de este convento, Requiescat in pace”. Debajo de cada lápida, se añade: “Los duques de Berwick y de Alba hicieron colocar esta lápida en memoria de sus ilustres antepasados en el año 1625”. Finalmente, en la sacristía había tres pinturas: Santo Tomás escribiendo (como veremos pasó al Monasterio de San Pedro Mártir de Mayorga de Campos), del siglo XVII; La Traslación de San Pedro Regalado, y San Jerónimo, ambas del siglo XVIII.


Santo Tomás de Aquino (Anónimo. Siglo XVII)
El convento ofrecía, además, la curiosidad de un lienzo del Santo Sudario, en el que se hallaba impresa la imagen de Cristo difunto, que fue sin duda la más preciada de las muchas reliquias de santos y preciosos ornamentos y vasos sagrados con que la fundadora dotó este convento. Era un lienzo blanco finísimo, en el que aparece grabada la sagrada imagen del cuerpo difunto de Cristo. El jesuita Juan de Loyola narra la historia del origen de esta valiosa reliquia: “Que hallándose este [don Fadrique] en guerra contra los lombardos y sabiendo que el duque de Saboya tenía en Chamberí la verdadera Sábana Santa y que se hallaba vinculada en su familia, movido de devoción como otros muchos, quiso verla y venerarla. Prendado de tan santo objeto, pidió licencia para sacar una copia, y habiéndosela concedido, llevó consigo los pintores, quienes poniendo el lienzo en el caballete comenzaron a tirar los primeros trazos. Estando en esta operación fue avisado D. Fadrique de que el enemigo estaba cerca y los suyos tocaban a rebato, por lo que mandó extender el lienzo sobre la Sábana Santa para llevar siguiera el contacto: pero ¿cuál sería su asombro y el de los circunstantes cuando vieron al levantarle la misma imagen del Salvador llagada y ensangrentada lo mismo que la otra, sin poder distinguir cual fuese el original, cual la milagrosa?”. Durante siglos el Santo Sudario (207 x 80 cm) fue objeto de veneración tradicional de los vallisoletanos. Las monjas solían exponerlo a pública veneración de los fieles durante los tres días de la Pascua de Resurrección, en los cuales celebran solemnes cultos, y el pueblo acudía a la iglesia a venerarle en piadosa y animada romería, titulada por ello del Santo Sudario. La fiesta continuaba en las casetas instaladas por el Campo Grande y el Paseo de Filipinos. Tras el cierre del convento pasó a Santa Catalina y posteriormente a Porta Coeli, en donde se haya en la actualidad.

Santo Sudario (Anónimo. Siglo XVII)


PATRIMONIO ARTÍSTICO Y SU POSTERIOR DISPERSIÓN
A continuación, vamos a reseñar algunos de los bienes que poseyó el convento y de los cuales he logrado seguir la pista en otros establecimientos de la Orden Dominica. Hemos de recordar nuevamente que el sucesivo cierre de conventos ha provocado que algunas piezas hayan residido sucesivamente en varios conventos.

VALLADOLID. CONVENTO DE PORTA COELI
Es, quizás, el cenobio al que marcharon un mayor número de obras. Así tenemos las esculturas de la Virgen de la Soledad (130 cm) y de María Magdalena (125 cm) que, atribuidas a Juan de Ávila (1652-1702), presidieron sendos retablos en la iglesia, si bien la segunda también ocupó en tiempos una de las hornacinas del retablo mayor. Ambas piezas son fechables hacia el año 1690. También se conserva en este convento de las “Calderonas” una efigie vestidera de Santo Domingo de Guzmán (principios del siglo XVIII), vestido con cogulla dominica y escapulario, y que lleva rosario y Crucifijo; y un buen Crucifijo (165 cm) de hacia 1600 que figura en expiración que las Lauras tenían en el cementerio y que desde hace muchos años conforma el paso “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Para acabar también podemos citar un gracioso Niño Jesús vestido de sacerdote (64 cm), obra de algún buen escultor vallisoletano de finales del siglo XVII.
Santo Domingo de Guzmán (Anónimo. Siglo XVIII)
Crucificado (Anónimo. Hacia 1600)
Niño Jesús vestido de sacerdote (Anónimo vallisoletano. Finales del siglo XVII)

VALLADOLID. CONVENTO DE SAN PABLO
Aunque habrá algunos bienes más que desconozco, tan solo puedo citar por el momento un buen lienzo que se encuentra en el crucero del templo y que representa un Milagro de San Ignacio de Loyola (140 x 195 cm) obra atribuible al círculo de Francisco Martínez y fechable en el primer cuarto del siglo XVII. Pudiera tratarse de un cuadro votivo ya que a la izquierda parece que figura una donante.
Milagro de San Ignacio de Loyola (Círculo de Francisco Martínez. Primer cuarto del siglo XVII)

VALLADOLID. CONVENTO DEL CORPUS CHRISTI
Tan solo citaremos cuatro piezas, aunque hay bastantes más. Aquí vino a parar la Virgen titular de Las Lauras, es decir Nuestra Señora de la Laura (160 x 42 x 30 cm), que en origen presidió el altar mayor de su convento hasta que fue sustituida en fecha ignota por la Asunción. Fechable en la segunda mitad del siglo XVII, se trata de una escultura de vestir -con una serie de vestimentas muy ricas- que tan solo tiene tallados el rostro y las manos. Además, las extremidades superiores están articuladas, facilitando así la tarea de vestirla y colocar las manos en diferentes posiciones. Hace pocos años formó parte de la exposición “Stabat Mater. Arte e iconografía de la Pasión”. También tenemos una deliciosa pintura de un Ángel custodio del paraíso (171 x 121 cm) fechable en el segundo tercio del siglo XVI y que por su elegancia y esmero recuerda el estilo del pintor Diego Valentín Díaz (1586-1660), el maestro más importante del barroco vallisoletano, a quien se atribuye. El ángel guarda la puerta de la nueva Jerusalén, impidiendo con su espada en la mano derecha y bengala en la izquierda que los demonios se acerquen. Dentro hay un jardín sobre el que se haya recostado el cordero del Agnus Dei, bajo el cual se sitúa la leyenda “qui pascitur inter lilia”. Al pie del ángel figura otra leyenda: “Custos paradisi deliciarum Christi”. Quizás la pieza más sorprendente sea una excelente Urna del Santísimo Sacramento (35 x 31 x 22 cm) realizada en cristal y plata sobredorada. Está decorada con “termes” y querubines, y lleva la inscripción “Qui manducat hunc panem vivet in eternum J.Vº de la Mota Ft. 1691”, que significa “El que come de este pan vivirá para siempre”, el resto será el nombre del paltero y el año de ejecución. Para finalizar inventariamos una Sagrada Cena de escuela vallisoletana de la primera mitad del siglo XVII.

Ángel custodio del paraíso (Diego Valentín Díaz, atrib., Segundo tercio del siglo XVII)
Nuestra Señora de la Laura (Anónimo. Segunda mitad del siglo XVII)
Urna del Santísimo Sacramento (Juan Bautista de la Mota, 1691)
Sagrada Cena (Anónimo vallisoletano. Primera mitad del siglo XVII)

MAYORGA DE CAMPOS. MONASTERIO DE SAN PEDRO MÁRTIR
Salimos de la ciudad y nos dirigimos a la provincia, concretamente al Monasterio de San Pedro Mártir de Mayorga de Campos, cenobio al que llegó un buen lote de obras, entre la que destaca la Cabeza de San Pablo (41 x 35 cm) realizada por de Felipe Espinabete (está firmada y fechada: “Espinabete Valld. Año 1778”) que formaba parte de un “pack” de dos cabezas que el escultor regalaría al convento de las Lauras con motivo del ingreso en el mismo de una de sus hijas. También tenemos una serie de pequeños retablos-relicarios, obras de elegante diseño de los primeros años del siglo XVII que contienen multitud de reliquias, tal vez las que la Duquesa de Alba poseía en su oratorio y que deberían haberse colocado en los medios cuerpos que encargó en Roma, y que nunca llegarían a su destino. También podemos citar un cuadro de la Asunción (173 x 172 cm) atribuido a Diego Díez Ferreras, y otro de Santo Tomás de Aquino, ambos fechables en la segunda mitad del siglo XVII. Pero sin duda la obra maestra que fue a parar a este monasterio fue una magnífica Cruz de nácar (94 cm) de la primera mitad del siglo XVIII. Se trata de una cruz de madera chapeada con placas de nácar y amplia base trapezoidal. La cruz toma forma de cruz latina a la que se le añaden otras cinco cruces conformando la típica cruz de Jerusalén, adornada con resplandores en la unión de ambos tramos. Las placas de nácar grabadas e impregnadas de pigmento negro, actúan como elemento parlante. La cruz se inicia con la inclusión de otra cruz de Jerusalén de reducidas dimensiones y a la misma altura vuelve a representarse a San Francisco con cruz, para continuar con la figura de María con espada clavada en el corazón. El siguiente busto figurativo se relaciona con los otros tres que se encuentran en la parte superior y en la terminación del tramo horizontal, representado a los cuatro evangelistas. En la parte inferior, escena de la traslación de San Pedro Regalado.


Cabeza decapitada de San Pablo (Felipe de Espinabete, 1778)
Retablos-relicarios (Anónimo. Primera mitad del siglo XVII)
Detalle de uno de los retablos relicarios
Asunción (Diego Díez Ferreras, atrib., Segunda mitad del siglo XVII)
Cruz de nácar (Anónimo. Primera mitad del siglo XVIII)

PALENCIA. CONVENTO DE SAN PABLO
A este convento pasaron las esculturas de San Francisco de Asís (158 cm) y Santo Domingo de Guzmán (158 cm), cercanas al estilo de Francisco Alonso de los Ríos, que hemos visto que flanqueaban a la Virgen de la Asunción en el retablo mayor de las Lauras poco antes de su demolición; y una buena pintura del primer cuarto del siglo XVII que efigia a Santo Domingo de rodillas ante el Crucifijo (102 x 76 cm).
 
Santo Domingo arrodillado ante el Crucifijo (Anónimo vallisoletano. Primer cuarto del siglo XVII)

PALENCIA. CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE LA PIEDAD
Frontero del convento de San Pablo, aquí tenemos noticia de que marcharon dos de las mejores piezas de las Lauras: un busto de Ecce Homo (década de 1640. 66 cm) atribuido a Francisco Alonso de los Ríos, y la Virgen de la Asunción que, atribuida a Pedro de Sierra, presidía el retablo mayor conventual. El primero, que asienta sobre una peana de gallones y volutas, se haya dentro de una vitrina de la época y posee una altísima calidad. Sigue el modelo iconográfico creado por Gregorio Fernández en el Ecce Homo conservado en el Museo Diocesano. Se trata de un busto cortado horizontalmente un poco más abajo del paño de pureza, que posee ojos de cristal y una exquisita policromía con abundantes regueros de sangre y heridas.


Busto de Ecce Homo (Francisco Alonso de los Ríos, atrib., Década de 1640)
Asunción (Pedro de Sierra, atrib., Segundo tercio del siglo XVIII)

TORO. MONASTERIO DE SANCTI SPIRITUS
Aquí fueron a parar un buen lote de obras, de suerte que fue uno de los cenobios a los que llegó un mayor número de piezas. Tenemos, por ejemplo, la Cabeza de San Juan Bautista (47 x 36 cm) realizada en 1778 por Felipe de Espinabete (se haya firmada y fechada: “Vlld. Espinabete año 1778”) y que ya hemos dicho que hacía pareja con otra Cabeza de San Pablo que actualmente está en Mayorga de Campos. También se encuentran en el museo del convento toresano una pequeña efigie de Santa Teresa (60 cm) de finales del siglo XVII y que imita el modelo de Gregorio Fernández; un Niño Jesús de Pasión (60 cm), obra de un buen escultor vallisoletano de finales del siglo XVII, que lleva túnica de Nazareno, corona, cruz y lanza en la mano y un cestillo con la soga y emblemas de la Pasión; un cuadro de San Agustín (145 x 140) de la segunda mitad del siglo XVII firmado por un desconocido “Frater Dominicus Rodríguez, Agustinianus”; una buena pintura, del siglo XVI y del estilo de Gregorio Martínez, que representa a la Virgen con el Niño con dos santas (81 x 102 cm); el Retrato de don Fadrique Álvarez de Toledo (182 x 97 cm), del último cuarto del siglo XVI y seguramente copia de un cuadro de Alonso Sánchez Coello; un excelente Bargueño (Último cuarto del siglo XVII. 143 x 113 x 43 cm) compuesto por dos piezas (la inferior sirve de armario y la superior es el bufete, con la tapa que sirve de mesa. Placas de nácar con escenas grabadas; y un Niño Jesús (26 cm) hispano-filipino de marfil fechable en la primera mitad del siglo XVII. Otra pieza de altísima calidad que recaló, y que se conserva en una de las capillas del claustro, es una Inmaculada Concepción que habría que asignar al taller del reputado escultor barroco napolitano Giacomo Colombo (1663-1731).
Cabeza decapitada de San Juan Bautista (Felipe de Espinabete, 1778)
Santa Teresa (Anónimo. Finales del siglo XVII)
¿Niño Jesús de Pasión? (Anónimo. Siglo XVII)
La Visión de San Agustín (Anónimo. Siglo XVIII)
La Virgen con el Niño y dos santas (Círculo de Gregorio Martínez. Finales del siglo XVI)
Retrato de don Fadrique Álvarez de Toledo (Anónimo. Finales del siglo XVI)
Bargueño (Anónimo. Último cuarto del siglo XVII)
Niño Jesús bendiciendo (Escuela hispano-filipina. Primera mitad del siglo XVII)
Inmaculada Concepción (Taller de Giacomo Colombo. Primer tercio del siglo XVIII)

OTROS
Desconocemos dónde fueron a parar una serie de pinturas de bastante calidad como eran dos cuadros de Santa María Egipciaca y Santa María Magdalena realizados por el pintor madrileño Francisco Solís, y los retratos de una mujer (¿Duquesa de Fernandina?, 193 x 101 cm) y de un niño (193 x 101 cm), ambos ejecutados por un buen pintor de la escuela madrileña de mediados del siglo XVII. Estos dos son los típicos retratos cortesanos a la manera de Velázquez. Estas son las obras de arte que he logrado localizar hasta el momento, esto no quiere decir que en los citados cenobios hayan alguna más que desconozco. Asimismo, a otras muchas piezas les perdimos el paradero, como por ejemplo los restos del retablo mayor y las lápidas de los Duques de Alba que adquirió un particular.

Retrato de una mujer ¿Duquesa de Fernandina? (Anónimo madrileño. Mediados del siglo XVII)
Retrato de un niño (Anónimo madrileño. Mediados del siglo XVII)

BIBLIOGRAFÍA
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