Actualmente se está
celebrando en la Sala de Exposiciones del Teatro Calderón la muestra “Félix
Cano. 50 años de pintura”, la cual repasa la obra del pintor Félix Cano
Valentín, a quien en este blog ya dedicamos una entrada, por lo que no nos repetiremos. Os animo a ir a visitarla puesto que se trata de uno de esos
artistas que consigue un estilo propio. Tal es así que cuanto te encuentras con
un óleo suyo que no sabes que le pertenece, con un solo vistazo reconoces su
autoría. La exposición se estructura principalmente en tres grandes bloques temáticos: vistas o paisajes, vida cotidiana y retrato; modalidad, esta última, en la que destaca como gran maestro. Tras un vistazo a las obras de la exposición queda claro el amor que siente hacia el mundo del toreo, especialmente hacia sus ritos y rituales.
Ha sido un placer
encontrarme al propio Félix Cano uno de los días que visité la exposición,
momentos que aproveché para oír sus mil y una anécdotas acerca de sus cuadros, del proceso creativo que sigue para plasmar sus ideas en el lienzo, de su etapa como tuno o su conflicto con el apoderado de un torero.
Recuerdo especialmente las anécdotas referidas a las pinturas Mi amigo Iñaki, Jubilado,
Una parrafada al encuentro, o El coloquio de los perros, pintura en la
que me llegó a reconocer que no estaba muy contento de cómo le habían quedado
las figuras de ambos cánidos. De todas las obras de la exposición me quedaría
con Bolero de Ravel (1995), en la cual
se muestra gran frescura y dinamismo, y que me sugiere una fusión de elementos
expresionistas y simbolistas. Por último, decir que aquí dejo la foto que le
pedí que quería hacerme con él. Así, cuando Félix visite el blog, que sé que lo
hace, pueda ver lo bien que quedamos en ella. Tan solo me queda darle las
gracias.
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Las gracias y los créditos de esta fotografía a la chica que nos la hizo ;) |
El resto de textos que
completan esta entrada están copiados del panel que preside la exposición, los
cuales fueron redactados por María Aurora Viloria, máxima autoridad en la obra
del pintor.
EL LARGO VIAJE DE UN
ARTISTA. Por María Aurora Viloria
Contemplar reunida la obra
de Félix Cano es penetrar en un universo lleno de color, un mundo particular en
el que el espectador tiene la sensación de que domina el rojo. Sin embargo, también
hay amarillos, azules, verdes, castaños, grises y hasta blancos que forman un
conjunto de manchas en movimiento en las que se integran los personajes para
contar una historia o detener un instante. Porque casi todos sus cuadros están
habitados y han nacido de la observación del mundo que le rodea, de una mirada
a veces irónica a comportamientos cotidianos.
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Batucada (1979) |
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Bolero de Ravel (1995) |
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Brueghel y yo (1983) |
Entiende la pintura como una
forma de comunicación, por eso en ella están sus aficiones, como la música
representada por Jazz en el río
Mississipi y El bolero de Ravel
en contraste con una batucada carioca o los tunos de los años de universidad,
y, naturalmente, sus experiencias. También aparecen los toros, simbolizados por
la soledad del banderillero jubilado o el picador de Eran dos monstruos. La larga estancia en Brasil, país en el que
colgó varias exposiciones y en el que inició la difusión internacional de su
obra, influyó sin duda en el cromatismo de los cuadros, casi siempre óleos
sobre tela, mientras que la austeridad castellana aparece en la síntesis de los
paisajes.
Admirador de las pinturas
negras de Goya y Brueghel, se acerca a Zorrilla para poner un título personal a
la exposición, “Mi última brega”, el que el poeta eligió en 1888 para describir
los rincones de Valladolid en el proyecto que presentó al Ayuntamiento como
cronista de la ciudad. Por eso ha reunido en ella cuadros realizados en
cincuenta años que resumen la trayectoria y entre los que hay una colección de
retratos de músicos, toreros o políticos que representan una de las facetas de
su obra.
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Consumatum est (1965) |
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Down by the river side (2001) |
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El coloquio de los perros (1984) |
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Gaudeamus Igitur (2002) |
Pintor de luces y sombras es
un creador de ambientes en los que cobran vida los personajes, algunas veces solitarios,
como el bebedor sin futuro o el que contempla cómo se extingue una vela. En
otras ocasiones forman parte de una escena de antiguos compañeros de colegio o
universidad que improvisan un coro en las bodas de oro, de jugadores de cartas,
frailes, monaguillos o mendigos. Incluso les acompaña el flautista de Hamelin
en una versión personal del relato. También les muestra en la vida diaria,
cerrando un trato de ganado o echando una parrafada al encuentro.
Incluso se acerca el artista
al Viernes Santo en Catilla o a la Procesión de la Soledad, ofrece una visión
inédita de Turégano y convierte a Dircinha, una joven brasileña, en
protagonista de dos óleos de fuerte cromatismo en los que su silueta destaca
sobre un paisaje de manchas en movimiento.
Resume así el artista una
trayectoria en la que ha ido evolucionando hasta rozar a veces la abstracción
de los fondos. Fiel a la norma de que lo que no conserva la memoria no merece
la pena ser pintado, su obra es el resultado de lo que ve, siente o le
sorprende en cada momento. Por eso nunca ha considerado un deber terminar el
cuadro empezado, sino que lo abandona simplemente para comenzar otro.
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Jubilado (1987) |
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Miguel Frechilla (1981) |
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Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña (1983) |
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Santiago López (1986) |
Rindió homenaje a Cervantes
en El coloquio de los perros, el
cuadro que entregó a la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción
el día de su recepción pública y ahora está colgado en la sala. Es una de las
excepciones en el conjunto de la obra, ya que prefiere pintar lo que ha visto y
le ha impresionado. Quizá por eso y porque raramente retoca o rectifica un
trabajo, todos transmiten una sensación de frescura.
Confiesa que en la soledad
del taller la crítica es siempre sincera pero no por ello acertada y que la
opinión del artista evoluciona con el tiempo y a veces gana en valor. Sin
embargo, resulta imposible retroceder, repetir lo ya hecho, moverse sobre la
misma línea. Incluso, puede juzgar positivamente la obra preferida pero otra
posterior ya no le gustaría, dijo en su discurso de ingreso en la Academia. En
el que reconoció que si el arte se llega a alcanzar el fin de la maduración es
muy probable que un paso más allá esté el abismo.
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Tejados de la Antigua (1981) |
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Tunos camino del Obradoiro (2010) |
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Una Faria antes de la faena (1994) |
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Una parrafada al encuentro (1986) |
La revista “Artspeak” de
Nueva York le describió en marzo de 1994 como un humanista con sentido del
humor, una forma de ser que no le impide ver la realidad y trasladarla a sus
cuadros para transmitir sensaciones, como la soledad del paisaje infinito de
Castilla. Por eso, al contemplar reunida la obra realizada durante medio siglo
es posible conocer la indudable y constante evolución sin perder nunca unas
características personales que la hacen irrepetible. También es evidente la
influencia del entorno, la diferencia de las luces, los colores y hasta la
temperatura, porque la pintura de Félix Cano es la consecuencia de un largo
viaje.