Sobre el solar de la primitiva Puerta del Carmen o de Puente Duero, erigida a mediados del siglo XVII, se levantó durante el reinado de Carlos III una nueva puerta monumental que, por su situación, fue conocida indistintamente con los nombres de “Puertas del Carmen” o “Puertas de Madrid”. En menos ocasiones se la mencionó como “Puerta del Campo” o “Puerta del Campo Grande”, confundiéndose de esta manera con el Arco de Santiago, situado a comienzo de esa calle. Su situación en la actualidad sería en el Paseo Zorrilla a la altura del antiguo Hospital Militar.
Las primeras noticias
acerca de su construcción datan de 1758, fecha en la que los Libros de Actas
municipales recogen las primeras gestiones encaminadas a edificar una puerta,
contigua al Convento del Carmen Calzado, correspondiente a lo que se merecía
esta ciudad, con sus casas de registro, dado que la que existía allí entonces
se encontraba en muy mal estado. Sería el gremio del vino, según costumbre, el
encargo de costear la obra, para la que había adelantado ya 100 doblones. En
octubre de ese año había comenzado ya el señalamiento de línea, puesto que se
solicitaba permiso para cortar el Pinar de Antequera 150 machones de 18 pies (3,78
m.) necesarios “para la obra que se está
trazando en las Puertas del Carmen".
Puertas del Carmen. No recuerdo de donde la tomé, créditos a quien corresponda |
Situación de la Puerta de Madrid según el plano de Ventura Seco (1738) |
Situación de donde estaría la Puerta de Madrid en la actualidad. Según la web www.valladolidweb.es |
Desde este momento
hasta 1774 hay absoluto silencio acerca de la marcha de estos trabajos, por lo
que debió existir una paralización en los mismos. En esta fecha los
Procuradores del Común de Valladolid solicitaron de la Hacienda Real se les
concediera, “para continuar la obra de la
Puerta que dice del Campo Grande, ciertas porciones de ladrillo y piedra de que
están revestidas las paredes interiores de dos antiguos pozos que hay fuera de
la ciudad y sirvieron para encerrar nieve” y que se consideraban de
propiedad real.
De nuevo se produce el
silencio hasta 1776. En agosto de este año, por una cuestión de pagos, aparece
por primera vez el nombre del autor de la obra. Se trata de Anacleto Tejeiro,
maestro de obras, “con quien se remató la
de los Arcos de la Puerta el Carmen”. El Concejo debía tener dificultades
para financiar la prosecución de la obra, porque los Diputados y Procuradores
del Común solicitaron permiso para aplicar el producto de las Comedias “en las dos temporadas de Pascua de
Resurrección de este año hasta la Cuaresma del próximo, a fin de concluir la
obra principiada de la Puerta del Carmen”.
Aunque los problemas
financieros parece que se solucionaron y la obra prosiguió su marcha, dos años
más tarde, en abril de 1778, se plantearon otros de índole técnica. El
Municipio no debía estar satisfecho de la labor de Tejeiro porque encargó a los
arquitectos Francisco Álvarez Benavides y Pedro González Ortiz que reconocieran
la obra de la puerta. Su informe fue desfavorable pues consideraron que “la mayor parte de la fábrica que tiene
asentada se halla sin arreglo al proyecto, por no haber hecho montea general”,
instándose a que la hiciera, “de la misma
magnitud que ha de quedar la obra”. Se ignora si Tejeiro se ajustó a lo indicado.
Situación de la Puerta de Madrid en el plano de Diego Pérez (1787) |
En junio de 1779
notificó el ayuntamiento “que sólo
faltaba para la conclusión de la obra de la Puerta del Campo el poner la
suscripción”. En vista de ello el Ayuntamiento decidió un nuevo
reconocimiento, que fue realizado también por Francisco Álvarez Benavides,
acompañado ahora por el arquitecto Juan Manuel Rodríguez. Sus declaraciones
fueron discordantes y hubo de acudirse a un tercero, Juan de Sagarvinaga, “maestro arquitecto de los Reales Cuarteles
de Medina del Campo”. Se debió de aceptar la obra después de escuchar a los
tres peritos, ya que la inscripción de la puerta se consignó el año de 1780
como fecha de su terminación. Todavía en abril de 1781 hubo una última
declaración de dos maestros de obras, Manuel Rodríguez y Gabriel Mozo, que informaron
favorablemente acerca de la construcción, por lo que recomendaron se pagase “al dicho Anacleto el resto que alcanza en la
obra principal y accesoria”.
En enero de aquel año
estaban hechas las puertas de madera que habían de cerrar los arcos pero
faltaba colocar los sillares sobre los que debían jugar y también “la coronación y adorno que es preciso sobre
ellas”. Fue Juan Abella, maestro carpintero, quien hizo la obra de madera,
reconocida por el citado Manuel Rodríguez. En abril se mencionada a José
Miguel, pintor, que pide 447 reales “por
haber pintado las Puertas del Carmen”, y a José Terán, maestro herrero, “por la obra ejecutada” en ella. Nada se
dice sin embargo, del maestro que llevó a cabo la parte escultórica, tan
importante por otra parte. Así se concluye la construcción. La inscripción se
hará en letras fondeadas rellenas de betún negro para que se pueda percibir con
toda nitidez.
Ya en el siglo XIX, en
1808 según los cronistas, se sustituyeron las puertas de madera de los tres arcos,
por verjas de hierro dulce procedentes del Convento de San Pablo, ante cuya
capilla mayor habían estado colocadas.
Fotografía de B. Maeso (1865) |
Quedan abundantes
testimonios gráficos y documentales sobre este edifico que no llegó a alcanzar
el siglo de vida. Constituyó en su momento una de las puertas municipales y sin
duda la más monumental de la ciudad. Fue estimada por casi todos los
historiadores locales como una muestra arquitectónica de correcta factura
neoclásica, reflejo, a nivel provincial, de la que por aquellos mismos años se
habían en Madrid, donde en el siglo XVIII surgieron o se reformaron una serie
de puertas como las de Atocha, Recoletos, San Vicente y Alcalá. Idéntico
sentido tuvieron otras construcciones levantadas en provincias como el Arco del
Mercado en Palencia, un poco más tardío.
La del Carmen de
Valladolid tenía tres entradas dispuestas bajo arcos de medio punto,
ligeramente de mayor luz y altura el central; construida con sólida fábrica de
sillería; su fachada principal, de orden dórico, miraba al camino de Madrid.
Los pilares entre los arcos se adornaban con pilastras rehundidas. Un
entablamento adornado con triglifos y cornisa sobresaliente soportaba un ático
abalaustrado en sus lados y macizo en el centro, donde se situaba un frontón
conteniendo un gran escudo real, con las armas de Castilla y León, orlado de
carnosas guirnaldas. El ático se rematada por doce floreros colocados a plomo
sobre las pilastras y un gran pedestal central sobre el que se erguía la
estatua de Carlos III, a cuyos pies, entre trofeos militares, descansaba el
león español. En su pedestal se leía la inscripción conmemorativa: “Reinado
Carlos III, año MDCCLXXX, a costa de los caudales de los propios”.
Vista de Valladolid según Alfred Guesdon. En la parte inferior la Puerta de Madrid |
La opinión de Antonio
Ponz, que vio la puerta tres años después de ser construida, es la primera vez
que conocemos y, seguramente, por su exigencia, fue la menos favorable. La
calificó de poco apropiada para su función de carecer de la robustez que, a su
parecer, debían tener estos edificios de entrada a las ciudades, juzgando
además que la estatua real que la remataba no era el elemento decorativo más
idóneo para este tipo de construcciones en las que, según él, deberían
colocarse “figuras alegóricas,
representaciones de ángeles, etc.”. Ciertamente, su remate se apartaba de
la imagen habitual en este tipo de construcciones. Sangrador y González Moral
alabaron la solidez de su fabricación y lo proporcionado de sus dimensiones.
Alonso Cortés la reputó como la más notable de la ciudad; Agapito y Revilla
consideró que en realidad se trataba de un monumento en homenaje a Carlos III,
reconociendo su monumentalidad y valor decorativo, aunque calificó de “no bella” su línea arquitectónica; Gaya
Nuño la ha comparado con las puertas monumentales de Madrid, ensalzando el
perfecto dibujo clásico del friso de triglifos y del frontón en que se situaba
el escudo.
A ambos lados de la puerta
se alzaban sencillas tapias, y junto al Convento de Sancti Spiritus se
encontraba la casilla del fielato. Esta fue, como hemos señalado, la principal
entrada de la ciudad, cuya existencia, sin embargo, iba a resultar efímera.
Ya en 1844 fue reparada
y un año después, con motivo de la apertura de la nueva carretera de Madrid, se
pretendió trasladarla a la entrada de ésta. Pero fue en 1854 cuando se propuso
el derribo de “todo el edificio de piedra
que constituye la entrada por la carretera antigua dejando sólo un portillo
bien decorado”. A pesar de esta amenaza, todavía sobrevivió unos años hasta
que en 1873, por motivos supuestamente “urbanísticos”, en los que no es difícil
percibir un trasfondo político, se decidió hacerla desaparecer. Efectivamente,
el 4 de noviembre de este año, el ayuntamiento republicando presidido por
Manuel Pérez Terán acometió una política de amplias transformaciones
urbanísticas acordando varias disposiciones relativas a obras públicas,
solares, construcciones, etc., entre las que se presentó la proposición,
suscrita por varios regidores, de derriba “la
parte de muralla y fachada del Hospital Militar”. Por fin, el 17 de
noviembre comenzó el derribo de las tapias colindantes para continuar después
con la puerta.
BIBLIOGRAFÍA
- AGAPITO Y REVILLA, J., Las Calles de Valladolid: Nomenclator histórico, Tip. Casa Martín, Valladolid, 1937
- GAYA NUÑO, J.A., La arquitectura española a través de sus monumentos desaparecidos, Madrid, 1961
- FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Desarrollo urbano y proceso histórico del Campo Grande, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 1981
- SANGRADOR, Matías, Historia de Valladolid (1851), tomo I, Grupo Pinciano, Valladolid, 1979