En
el edificio del Palacio de Villena del Museo Nacional de Escultura se puede
visitar durante estos días de Navidad el maravilloso Belén Napolitano, sin
ninguna duda el más grande, bello y valioso de cuantos “Nacimientos” pueblan la
capital del Pisuerga. En Valladolid se pueden visitar muchos Belenes (Diputación
Provincial, garita del Palacio Real, Iglesia Penitencial de Ntra. Sra. de las
Angustias, Iglesia de San Lorenzo, Academia de Caballería, Iglesia de San
Francisco, Iglesia de San Isidro, Colegio de Jesús y María, por supuesto el Colegio "La Salle", en fin… la lista es inmensa), pero os lo aseguro que no
hay otro como este.
A
primera vista no vemos un Belén tradicional, sino que se trata de un “Nacimiento”
adaptado a la época en que fue realizado (el siglo XVIII), y también al lugar
en que fue confeccionado (Nápoles). Pero ya si vamos observándole poco a poco
podemos ver miles de detalles que no dejarán de sorprendernos: personajes de lo
más diverso, multitud de oficios, de alimentos, de instrumentos musicales, de
objetos de plata… por no hablar ya de la majestuosidad y riqueza con que están
confeccionadas las estatuillas del Portal de Belén o de los Reyes Magos y su
séquito… Sin ninguna duda el grado de detallismo logrado nos ayuda mucho a la
hora de conocer como era, en parte, la zona napolitana por entonces, y también
por extensión el área mediterránea. Vamos, que es una delicia verlo. En la Navidad del año 2015 se realizó un nuevo montaje, aquí podéis verlo.
El
presente Belén, donado al Museo Nacional de Escultura por los hermanos García
de Castro, está realizado en multitud de materiales: hilo metálico, estopa,
vidrio, barro, tejido, madera… Fue realizado, como su propio nombre indica, en
Nápoles hacia 1776-1800. En una de las casas se puede leer “A. D. 1765”, ¿serán
las iniciales del nombre del escultor que las realizó, y el número el año en
que se talló?
Los belenes, nacimientos o pesebres son un fenómeno
común a todo el mundo cristiano que, iniciado en el siglo XIII, alcanza su
momento de máximo esplendor en el XVIII y en un territorio concreto; como
afirma el viajero Joseph Gorani, a finales del siglo XVIII: "Es en Nápoles en particular donde se
encuentran los más bellos pesebres de todo el mundo católico-apostólico-romano".
Durante los reinados en Nápoles de Carlos VII y
Fernando IV el pesebre napolitano vive su etapa de mayor esplendor, éste se
concibe como una compleja manifestación efímera de frecuencia anual, que se
sirve de elementos variables -el guion narrativo y el montaje escenográfico- y
de elementos constantes -las figuras, de todo tipo-, si bien al generalizarse
el uso de maniquíes articulados, la figuras humanas son también susceptibles de
ser modificadas. En su realización intervienen muy diversos artífices:
arquitectos, escultores, pintores, tallistas, plateros, ceramistas, sastres,
etc., pero la autoría final corresponde cada año al artista, generalmente
arquitecto o pintor, encargado de proyectar el montaje escenográfico en el que
todas las piezas se articulan para dar vida a la narración. En estas
representaciones, de libre inspiración en los textos bíblicos y apócrifos, casi
todo tiene cabida: vida popular y ceremonia nobiliaria, lo inmediato y lo
remoto, la referencia culta y la fantasía, convirtiendo el acontecimiento
religioso en una escena más, rescatada de la confusión por una espectacular
catarata angélica. Obra coral, abierta, en constante cambio, suma de
experiencias artísticas muy diversas, es la figura del comitente la que
determina la unidad y continuidad de cada conjunto, y le da nombre.
Para R. Causa este tipo de belén responde a un
planteamiento muy distinto al de los belenes de las iglesias, instrumentos al
servicio de la devoción, unidos al rito litúrgico. Se trata de una experiencia
fundamentalmente laica y festiva, un divertimento mundano y erudito; en suma,
una ostentación de grandeza en la que pocos podían rivalizar: la corte, la
nobleza y la burguesía más acomodada.
Las figuras humanas se suelen realizar con diversos
materiales: el cuerpo es un flexible armazón de alambre forrado de estopa, que
permite variar las posturas; piernas y brazos se tallan en madera; la cabeza,
definidora del carácter del personaje, es de barro cocido con los ojos de
cristal; se completan con los trajes y accesorios que precisan su papel en el
conjunto. Los animales, partícipes en la propia escena del Nacimiento,
adquieren un protagonismo creciente desde mediados del XVIII, se copian del
natural y hay artífices especializados en su realización. La credibilidad final
de la escena está garantizada por una suma de dispares elementos que establecen
o subrayan la identidad de espacios y personajes, contribuyendo al
abigarramiento y el desorden vital de la composición, los cuales reciben la
denominación genérica de accesorios (finimenti).
Pasada la etapa más brillante de formación y
enriquecimiento de los conjuntos belenísticos, se inicia su dispersión.
Decadencia nobiliaria, cambios políticos, herencias, repartos y desinterés
fragmentaron y desbarataron los grandes pesebres. Son raras pero afortunadas
las ocasiones en que magníficos conjuntos llegaron a los museos, como los de
Cucinello y Perrone en el Museo de San Martino (Nápoles) y el de Schmederer en
el Bayerisches Nationalmuseum (Munich).
El belén del Museo Nacional Colegio de San Gregorio
era el más notable conjunto belenístico del coleccionismo privado en España
cuando fue adquirido por el Estado, en 1996, a los hermanos Carmelo y Emilio
García de Castro que reunieron durante años de búsqueda paciente, apasionada y
crítica, piezas procedentes del anonimato del comercio de antigüedades y de
colecciones conocidas: las de los Catello, la antigua de la duquesa de Parcent,
la del duque de Hernani, o la de la Casa Real española.
Lo componen ciento ochenta y cuatro figuras humanas
que abarcan toda la variedad de personajes indispensables y de tipos
habituales: la Sagrada Familia, el coro angélico, los Reyes Magos y su
espléndido séquito oriental de georgianas, turcos, negros, dignatarios, músicos
y criados; pastores con zamarras, burgueses atildados, artesanos, vendedoras,
campesinos, cíngaros y un mendigo, espléndido ejemplar modelado completamente
en barro.
Resulta de especial interés el conjunto identificado
como parte de un envío de figuras de Francesco Celebrano que Fernando IV hace a
su hermano Carlos IV en España; representaban a una pareja de cada región
napolitana, cuyo nombre constan en pequeños letreros bajo los ropajes:
Terlizzi, Nardo, etc. Este interés por el documento etnográfico es un nuevo
rasgo del pesebre en el último cuarto del siglo XVIII, sensible una vez más a
las inquietudes culturales del momento. Estilísticamente forman un grupo muy
homogéneo con el rostro de facciones anchas, pómulos marcados, nariz prominente
y cuadrado mentón, que se repite sin apenas variantes: jóvenes de pelo liso y
compacto, largo hasta la nuca, calvos maduros y mujeres de sólidos moños, engalanadas
con ricos pendientes.
Una pieza singular es la figura masculina realizada
sólo en madera, en forma de maniquí articulado, solución propia de las figuras
del pesebre genovés con las que comparte también rasgos estilísticos. Sommariva
la considera una de las 100 figuras realizadas por Pascuale Navone (1746-1791)
para el nacimiento del príncipe Carlos de Borbón, enviadas desde Génova en
1786.
Los animales están representados con notable calidad
en su habitual diversidad: el variado rebaño de ovejas y cabras, el robusto
ganado vacuno con un espléndido ejemplar tumbado; las caballerías de tiro, de
carga y de monta; y los que corren entre los personajes, se acogen a sus
corrales o cuelgan de sus manos con oscuro destino. Son escasos los procedentes
de lejanos países, aunque con un protagonismo indiscutible: los camellos
pacientes y ceremoniosos, el elefante en decidida marcha y los galgos de líneas
estilizadas.
El conjunto de accesorios es abundante y diverso:
vegetales, singulares despieces de animales, peces y mariscos exhibidos
ordenadamente en cestas, vajillas, utensilios, armas, plata; algunos son
delicadas miniaturas o pequeñas naturalezas muertas de acertada composición que
combinan materiales, técnicas y colores, como las cestas de frutas (barro,
cera, madera, mimbre). Mención especial merece el magnífico grupo de
instrumentos musicales, fieles reproducciones a escala de los reales,
detenidamente estudiado por Joaquín Díaz.
Lamentablemente, al igual que la mayoría de estos
conjuntos, carece de elementos escenográficos de la época. Sin embargo, como
señala R. Causa, separadas del contexto originario que es su razón de ser,
estas figuras pierden relevancia, quedan reducidas a un objeto de adorno y su
sola identidad artística, innegable, no permite experimentar la compleja
realidad del espectáculo casi total que constituía el pesebre napolitano. Para
salvar en la medida de lo posible esta limitación, en la exposición se ha
mantenido el aparato escenográfico y el consiguiente discurso narrativo que diseñaron
sus anteriores propietarios: un ámbito urbano con la arquitectura popular del
sur de Italia, en el que se integran, sin solución de continuidad, la vida
rural de su periferia y la arruinada grandeza de la edificación que aloja el
Misterio, inspirada en un dibujo preparatorio de Luca Giordano para la
escenografía de un pesebre, de los pocos documentos conservados sobre este
tema.
BIBLIOGRAFÍA
- ARBETETA MIRA, Letizia: “El Belén palaciego dieciochesco: Nápoles y España”. Ya vienen los Reyes: Belenes en Castilla y León, Valladolid, 2002, pp. 220-232.
- DÍAZ GONZÁLEZ, Joaquín: “Instrumentos musicales en el belén napolitano del Museo Nacional de Escultura”, Boletín del Museo Nacional de Escultura. Valladolid, 2001, Nº 5, pp. 22-32.
- FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Rosario. Belén: Museo Nacional Colegio de San Gregorio: colección / collection, Madrid, 2009, pp. 272-277.
- URREA FERNÁNDEZ, Jesús, y FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Rosario: El Belén napolitano del Museo Nacional de Escultura, Valladolid, 2000.
- PÁGINA DEL MUSEO NACIONAL DE ESCULTURA: http://ceres.mcu.es/pages/Main