El
día 7 de diciembre de este año, en que se celebra el aniversario del nacimiento
de ese genio universal llamado Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), hemos
celebrado en twitter el primer día del #OrgulloBarroco a iniciativa de
@Investigart y @Cipripedia. Con este post, que dedico a ambos y a todos los que
nos involucramos en la divulgación de ese hashtag, quiero finalizar el año
conmemorando ese #OrgulloBarroco que nos sale de las venas. A ver si de una vez
por todas acabamos con esos prejuicios que se han tenido hacia el Barroco desde
los neoclásicos e ilustrados y que se prolongó hasta bien entrado el siglo XX. Antes
de comenzar me gustaría señalar que este post se centra en las tres grandes
escuelas barrocas (Andalucía, Castilla y Madrid), quedando por lo tanto fuera
figuras de tanta categoría como Francisco Salzillo, y bien que me pesa.
La
escultura barroca en España la podemos dividir en dos grandes bloques: la que
aborda el siglo XVII y la englobada entre los años 1700-1750. Tres fueron los
grandes focos: Castilla, con Valladolid a la cabeza, Madrid, gracias a la implantación
de la Corte, y Andalucía, con los florecientes focos sevillano y granadino. Aún
con sus momentos de luces y sombras estos tres núcleos se mantuvieron casi
inmutables a lo largo de todo el barroco, tan solo cambió la jerarquía entre
ellos: si en un primer momento Castilla y Andalucía monopolizaron el negocio
gracias a genios como Gregorio Fernández, Martínez Montañés, Alonso Cano o
Pedro de Mena, la absorción de los grandes artistas provenientes de todo el
territorio español ya a finales del siglo XVII derivó en el fortalecimiento de
la escuela madrileña y el bajón de las otras dos. A lo largo del siglo XVIII la
diferencia entre Madrid y el resto de escuelas no hizo sino aumentar.
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GREGORIO FERNÁNDEZ. La Sexta Angustia (1619). Museo Nacional de Escultura |
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JUAN MARTÍNEZ MONTAÑÉS. Inmaculada Concepción "La cieguecita" (1629-1631). Catedral. Sevilla |
A-
CASTILLA
Durante
gran parte del siglo XVII la escuela castellana tiene casi como el único
referente a Valladolid. La escultura vallisoletana tiene su máximo, y casi
exclusivo, exponente en Gregorio Fernández (1576-1636), el cual extiende su
influencia a lo largo de todo el noroeste español, desde Galicia hasta Navarra.
También envió obra a Madrid, Extremadura, Valencia, Portugal e incluso América.
Además de Valladolid, los otros focos escultóricos pujantes fueron Toro y
Salamanca, los cuales mantienen su importancia tanto en el siglo XVII como en
el XVIII. A comienzos de esta decimoctava centuria cobra especial relevancia
Medina de Rioseco, con los Sierra como protagonistas.
Valladolid
El
primer tercio del siglo XVII se vio monopolizado en un primer momento por Francisco
del Rincón (h.1567-1608), introductor del naturalismo en Valladolid, y poco
después por Gregorio Fernández (1576-1636), sus oficiales, discípulos e
imitadores, entre los cuales cabe destacar a Andrés de Solanes. Tras el óbito
de Fernández apenas existen obras que acusen una personalidad independiente,
los comitentes demandaban modelos fernandescos y los artífices se doblegaban a
ello. Todo ello condujo a una monotonía y similitud de estilos que hace que sea
muy complicada la clasificación y atribución de multitud de obras anónimas que
pueblan las iglesias, conventos y museos de gran parte de Castilla. Los
artífices más importantes de estos momentos fueron Francisco Alonso de los Ríos
(h.1595-1660), Bernardo del Rincón (1621-1660), Alonso de Rozas (h.1625-1681) y
Juan Rodríguez (h.1616-h.1674). Rozas fue el “encargado” de evolucionar los
modos y tipos de Fernández, otorgándoles un mayor movimiento y barroquismo.
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FRANCISCO RINCÓN. Cristo de los Carboneros (1606). Iglesia Penitencial de Nuestra Señora de las Angustias. Valladolid |
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GREGORIO FERNÁNDEZ. Cristo atado a la columna (h. 1619). Iglesia Penitencial de la Santa Vera Cruz. Valladolid |
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BERNARDO RINCÓN. Cristo del Perdón (1656). Monasterio de San Quirce. Valladolid |
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FRANCISCO ALONSO DE LOS RÍOS. San Esteban (1631). Iglesia de San Andrés. Valladolid |
Ya
finales del siglo XVII y primeros años del XVIII los recuerdos de Fernández van
paulatinamente desvaneciéndose. Es un momento de transición. Los pliegues se
suavizan poco a poco, acabando por desaparecer las quebraduras a lo Fernández.
En estos momentos los talleres vallisoletanos comienzan a vivir una segunda
juventud: en la ciudad surgen grandes maestros como Juan de Ávila (1652-1702) y
José de Rozas (1662-1725), a los que hay que añadir la llegada de otros
artífices de primera categoría, caso del gallego Juan Antonio de la Peña
(h.1650-1708).
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ALONSO DE ROZAS. San Fernando (1671). Catedral. Palencia |
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JUAN ANTONIO DE LA PEÑA. San Martín partiendo la capa con un pobre (1674). Iglesia de San Martín. Valladolid |
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JUAN DE ÁVILA. San Juan Bautista (1699) del Oratorio de San Felipe Neri. Catedral. Valladolid |
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JOSÉ DE ROZAS. San José con el Niño (1688). Oratorio de San Felipe Neri. Valladolid |
Ya
en el siglo XVIII las lecciones de Gregorio Fernández han sido ya plenamente
superadas. Es un periodo en el que entran de lleno las corrientes europeas,
aunque muchos escultores no participarán de ellas. Dos son los artífices que
nos muestran estos nuevos aires foráneos: Pedro de Ávila (1678-1755) y Pedro de
Sierra (1702-1760/1761). Ávila será el primero que haga uso de los pliegues a
cuchillos creados y popularizados por Gian Lorenzo Bernini más de medio siglo
atrás. Es por tanto una influencia italiana. La otra, la francesa, tiene por
embajador a Pedro de Sierra, el cual recibe influjos galos en las obras del
Palacio Real de La Granja de San Ildefonso de manos de los escultores René
Frémin y Jean Thierry. Esta influencia se hará notar en la delicadeza y dulzura
de las tallas, con unas formas más bellas y agradables a la vista. El último
gran escultor del barroco vallisoletano fue Felipe Espinabete (1719-1799).
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PEDRO DE SIERRA. Inmaculada Concepción (1735). Museo Nacional de Escultura. Valladolid |
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PEDRO DE ÁVILA. Inmaculada Concepción. Oratorio de San Felipe Neri. Valladolid |
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FELIPE ESPINABETE. San Francisco de Asís (1787). Museo de San Antolín. Valladolid |
Toro
Durante
el siglo XVII trabajan allí dos maestros muy particulares que a lo largo de un
amplio periodo de tiempo trabajaron codo a codo, formando una de las escasas compañías
de escultores conocidas. Son los denominados “Maestros de Toro”: Esteban de
Rueda (h.1585-1626/1627) y Sebastián Ducete (1568-1620). Ambos artífices
basculan entre el Manierismo y el primer barroco. En ellos se perciben influjos
de dos de los grandes maestros castellanos: en Rueda el de Juan de Juni y en
Ducete el primer estilo de Gregorio Fernández. Cuando ambos escultores unen su
talento crean obas que muestran una perfecta síntesis del estilo de ambas
leyendas y de ellos mismos. Ya en el siglo XVIII germina uno de los clanes más
importantes del país: los Tomé. El fundador fue Antonio Tomé, el cual engendró
a los escultores Narciso (1690-1742) y Diego y al pintor Andrés Tomé. Otro
miembro de la familia es Simón Gavilán Tomé (1708-h.1791), sobrino de Antonio y
primo de Narciso, Diego y Andrés, que trabaja fundamentalmente para Salamanca.
Los tres hermanos suelen trabajar de manera conjunta. Así, entre sus obras más
destacadas se encuentra las esculturas de
la fachada de la Universidad de Valladolid y, por supuesto, el Transparente de la Catedral de Toledo.
Ambas obras son el cénit de la escultura civil y religiosa, respectivamente, de
su momento.
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SEBASTIÁN DUCETE Y ESTEBAN DE RUEDA. Relieve de Santa Ana, la Virgen y el Niño (h. 1619). Santuario Nacional de la Gran Promesa. Valladolid |
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ANTONIO TOMÉ. San Martín partiendo la capa con un pobre (1721). Iglesia de San Martín. Valladolid |
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NARCISO TOMÉ. Retablo del Transparente (1729-1732). Catedral. Toledo |
Salamanca
Tampoco
hay que menospreciar la labor del foco salmantino. En él florecieron un buen
número de escultores y ensambladores. Hay que destacar la relación de ida y
vuelta existente entre Valladolid y Salamanca durante este período: en un
primer momento fue muy importante la influencia de Gregorio Fernández,
sobretodo en el escultor salmantino Antonio de Paz (h.1585-1647), cuyos modelos
continua de manera brillante; posteriormente llegan desde Valladolid el
escultor Juan Rodríguez (h.1616-h.1676), que deja una buena cantidad de obras
en la capital charra, y el ensamblador Juan Fernández (h.1630-h-1695), el cual
lleva a cabo uno de los retablos españoles más importantes de este periodo: el retablo mayor de la Clerecía. Entre los
escultores locales sobresale Bernardo Pérez de Robles (h.1621-1683). Será uno
de los escasos ejemplos de artista castellano que marcha a trabajar a América,
dejando allí buenas muestras de su arte. Desde la vuelva de América observa
Martín González en su estilo “el recuerdo
de Martínez Montañés”. Otros escultores más secundarios, aunque también
interesantes, son Pedro Hernández (h.1580-d.1655) y Jerónimo Pérez
(h.1570-d.1643).
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ANTONIO TOMÉ. Santiago Matamoros (1645). Iglesia de Sancti Spiritus. Salamanca |
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BERNARDO PÉREZ DE ROBLES. Crucificado (h. 1671). Iglesia de la V.O.T. Salamanca. Fotografía tomada de http://dondepiedad.blogspot.com.es/ |
En
el siglo XVIII la escultura salmantina se ve reforzada gracias a uno de los
mejores escultores españoles del momento: el vallisoletano Alejandro Carnicero
(1693-1756). El iscariense llegó a trabajar en la obra de decoración del nuevo
Palacio Real, lo que nos da buena muestra de su valorado que era su arte.
Maestro de este, y seguramente también vallisoletano, fue José de Larra
Domínguez (h.1665-1739). A él se deben gran parte de las esculturas que pueblan
los retablos salmantinos de ese momento. En el haber de Carnicero también
figura el adiestramiento de uno de los maestros neoclásicos más importantes del
país: el salmantino Manuel Álvarez de la Peña, alias “El Griego” (1727-1797).
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ALEJANDRO CARNICERO. San Miguel. Iglesia de los Santos Juanes. Nava del Rey (Valladolid) |
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MANUEL ÁLVAREZ DE LA PEÑA. Estatua ecuestre de Felipe V Museo de la Real Academia de San Fernando. Madrid |
Otros
focos castellanos
Burgos
sobresale en la retablística, aunque cuenta con un déficit de escultores que le
obliga a nutrirse de escultores foráneos, en su mayoría provenientes de la
Merindad de Trasmiera (Santander). Hay una dispersión de talleres, por lo que
la ciudad de Burgos no tendrá especial importancia. En la retablística destacan
Policarpo de la Nestosa y Fernando de la Peña. Un caso similar ocurre en
Segovia en que sobresale su retablística gracias, en parte, a artífices
madrileños, pero también a los notables arquitectos y ensambladores locales como
José Vallejo Vivanco y Juan de Ferreras. Tiene gran importación la aparición de
José de Churriguera trabajando en el retablo mayor de la capilla del Sagrario,
o de los Ayala, de la catedral. El panorama no será tan rico en lo referente a
escultura. Las mejores tallas proceden del foco vallisoletano (Gregorio
Fernández, Juan Imberto) y del madrileño (José Ratés y Antonio de Herrera
Barnuevo).
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ANTONIO DE HERRERA BARNUEVO. Inmaculada Concepción (1621). Catedral. Segovia |
El
foco santanderino/cántabro, si bien no destaca especialmente por su calidad,
presenta unas particularidades que le hacen digno de ser reseñado. A diferencia
de lo que ocurre en la mayoría de territorios españoles durante el siglo XVII,
en Cantabria tiene un papel primordial el patronazgo de la nobleza. También es
característico de esta zona el amplio desarrollo que gozó la escultura
funeraria en piedra. Suelen representar al finado de rodillas, sobre un cojín,
con las manos juntas en actitud de plegaria. Es decir, son de “tipo orante”. El
foco cántabro ha sido siempre muy generoso ya que sus mejores artífices,
dedicados a todas las artes, marcharon a trabajar a otros puntos. Es reseñable la
gran cantidad de arquitectos trasmeranos que militaron dentro del foco
clasicista vallisoletano.
Durante
el siglo XVIII la actividad de los tres territorios decae de forma notable, tan
solo se salva la retablística burgalesa, lo que sin duda favoreció a la
escultura. En cambio, en este momento surgen otros dos focos pujantes: Medina
de Rioseco y Palencia. Si bien Rioseco ya había gozado de buenos artífices
durante el siglo XVII no fue hasta la llegada del berciano Tomás de Sierra
(h.1654-1726) cuando la escuela cobra gran vigor. El legado de Sierra a Rioseco
no solo fue el de cuantiosas creaciones sino el de una amplia saga familiar que
se prolongaría hasta finales del siglo XVIII. La generación siguiente fue la de
sus hijos: los escultores Pedro (1702-1760/1761), José (1694-1751) y Francisco
(1681-1760), el pintor Tomás de Sierra “el joven” (1687-1753) y el ensamblador
y religioso Fray Jacinto (1698-¿?). A estos les sucedieron los hijos, sobrinos
y algún nieto de José. Rioseco durante el barroco y parte del neoclasicismo
aparece indisolublemente unido a esta gran familia. Palencia, por su parte,
cuenta en el siglo XVII con la familia de escultores Sedano, cuyo artífice más
destacado, Mateo Sedano (h.1612-1686), emparenta con nuestro Juan de Ávila,
siendo, asimismo, abuelo de Manuel de Ávila. En el siglo XVIII Palencia destaca
en el campo de la retablística con Gregorio Portilla (a.1691-d.1752), Pablo
Villazán (1680-d.1731) y Juan Manuel Becerril (h.1730-d.1781). La escultura de
este momento llega desde los territorios limítrofes: Valladolid, Medina de
Rioseco, Cantabria y Burgos.
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TOMÁS DE SIERRA. Virgen de los Pobres (h. 1700). Museo de San Francisco. Medina de Rioseco (Valladolid) |
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FRANCISCO DE SIERRA. San Pedro. Iglesia de San Pedro (1743). Mucientes (Valladolid) |
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MATEO SEDANO. Inmaculada Concepción (1653). Catedral. Palencia |
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JUAN MANUEL BECERRIL. Retablo mayor (1773). Iglesia de Santa María. Frechilla (Palencia) |
B-
ANDALUCÍA
Andalucía
fue junto con Castilla los centros de producción escultórica más importantes
del siglo XVII, si bien el primero se beneficia de una mayor variedad de
artífices. En Castilla la personalidad de Fernández lo acaparó todo. Existen
dos grandes escuelas: la sevillana y la granadina, cada una de las cuales
ejerció influencia sobre otras provincias andaluces. A pesar de su “disputa
artística” ambas urbes mantienen intercambios (Montañés se forma en Granada,
mientras que Alonso Cano reside durante cierto tiempo en Sevilla) y características
similares. Ambos fabrican junto a Gregorio Fernández las obras maestras de la escultura
española de siglo XVII. La escultura andaluza tiene la particularidad, entre
otras muchas, de haber desarrollado la escultura de barro cocido, en Castilla
apenas la había practicado Juan de Juni. Muchas de las grandes personalidades
de la escultura andaluza marcharon a Madrid con la intención de conseguir el
prestigioso título de “escultor del Rey”, por ejemplo, José de Mora y Luisa
Roldán “Roldana”. No hay que obviar que la escultura andaluza tuvo mucho tirón
en la capital, casi más que la castellana, la cual apenas cuenta con lo
realizado por Gregorio Fernández. Autores andaluces representados en la corte
son Alonso Cano, Juan Martínez Montañés, Andrés de Ocampo, José de Mora, Pedro
Roldán, Alonso de Mena, Pedro de Mena, la “Roldana”…
Sevilla
Los
grandes maestros del barroco sevillano fueron Juan Martínez Montañés
(1568-1649), en el siglo XVII, y Pedro Duque Cornejo, en el XVIII. El “Lisipo
andaluz” nos ha legado una gran cantidad de obras maestras, lo cual hizo que
Martín González le calificara como “una
de las cúspides de la estatuaria española”: el Cristo de la Clemencia y la Inmaculada
de la catedral sevillana, el San Jerónimo
penitente del Monasterio de Santiponce, el San Ignacio de Loyola de la catedral de Sevilla… Montañés es sin
duda el contrapeso andaluz al castellano Fernández.
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JUAN MARTINEZ MONTAÑÉS. San Cristóbal (1597). Iglesia del Salvador. Sevilla |
Continuador
de la estética montañesina, aunque con caracteres propios, es Juan de Mesa
(1583-1627), a quien se le debe alguna de las más bellas imágenes procesionales
de la ciudad: el Jesús del Gran Poder.
Tras un tercio central de siglo bastante anodino, en el que tan solo destacan la
familia Ribas, especialmente Felipe de Ribas (1609-1648), y el flamenco José de Arce (h.1600-1666); ya a finales de la
centuria surgen tres grandes figuras: Pedro Roldán (1624-1699), la hija de
este, Luisa Roldan “la Roldana” (1652-1706, escultora de cámara de Carlos II) y
Francisco Ruiz Gijón (1653-1720). Ya en el siglo XVIII el artífice más
cualificado es Pedro Duque Cornejo (1677-1757), también miembro de la familia
Roldán ya que era hijo de José Duque Cornejo y Francisca Roldan, esta última
hija del fundador de la estirpe, Pedro Roldán.
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JUAN DE MESA. Cristo de la Misericordia (1622). Convento de Santa Isabel. Sevilla |
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FELIPE DE RIBAS. Niño Jesís bendiciendo. Museo Nacional de Escultura. Valladolid |
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JOSÉ DE ARCE. Jesús de las Penas (1655). Sevilla |
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PEDRO ROLDÁN. Entierro de Cristo (1670-1673). Hospital de la Caridad. Sevilla |
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FRANCISCO ANTONIO RUIZ GIJÓN. Cristo de la Expiración "El Cachorro" (1682). Basílica del Santísimo Cristo de la Expiración. Sevilla |
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LUISA ROLDÁN. San Miguel venciendo al demonio (1692). Monasterio de San Lorenzo. El Escorial (Madrid) |
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PEDRO DUQUE CORNEJO. San Estanislao de Kostka. Iglesia de San Luis de los Franceses. Sevilla |
Granada
El
foco granadino de la decimoséptima centuria se asienta sobre tres grandes
pilares, quizás de los más acreditados de su época: Alonso Cano (1601-1667),
Pedro de Mena (1628-1688) y José de Mora (1642-1724). El primero es un artista
polifacético ya que además de su faceta escultórica cultiva de manera
sobresaliente la pintura e incluso diseña trazas arquitectónicas para edificios
y para retablos. Las llamadas de la Corte le vinieron en su calidad de pintor,
no de escultor. Sus imágenes se caracterizan por ser de pequeño tamaño, pero
con un acabado muy perfecto. Uno de sus mayores logros fue la creación de un
modelo de Inmaculada, de forma ahusada, que goza de gran repercusión e
influencia en épocas posteriores tanto en Andalucía como en Madrid. Uno de los
escultores que trabajó el modelo canesco de Inmaculada fue Pedro de Mena. No le
siguió servilmente, sino que tomándola como ejemplo la personalizó, de manera
que consiguió una Inmaculada completamente nueva y característica de su autor.
A Mena le debemos la fijación de una gran cantidad de iconografías, especial
relevancia tienen los diversos tipos de busto de Ecce Homo y Dolorosa, los
cuales fueron ampliamente distribuidos. Encontramos ejemplos por todos los
lados: Madrid, Valladolid, América, Zamora, Aragón, etc… No podemos olvidar
otras dos iconografías que ayudó a popularizar, aunque durante algún tiempo se
creyó que podía haberlas creado él: el San
Francisco de Asís muerto y la Magdalena
penitente. Desde entonces, y sobre todo en Castilla y en Madrid, el número
de copias es francamente abrumador. La fama de Mena fue tan sobresaliente que
llegó a ser llamado desde la Corte madrileña por don Juan José de Austria.
Además, llegó a ostentar el título de escultor de la catedral primada de
Toledo.
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ALONSO CANO. San Juan Bautista (1634). Museo Nacional de Escultura. Valladolid |
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PEDRO DE MENA. La Magdalena Penitente (1664). Museo Nacional de Escultura. Valladolid |
El
tercer artífice en discordia es José de Mora, miembro de un taller familiar a
la manera de los Ávila, Tomé, Churriguera, Mena, Roldán, Sierra, etc… El
patriarca fue Bernardo de Mora, nacido en Palma de Mallorca, aunque
posteriormente se traslada a Granada. Engendró a otros dos escultores: José y
Diego de Mora, el primero de ellos el más importante de todos. José llegó a
realizar para Carlos II “diferentes
efigies de su devoción”, lo cual le llevaría a ostentar el título de
“escultor del rey”. A pesar de su fama se le conocen muy pocas obras
documentadas, lo que no ayuda a establecer una evolución.
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JOSÉ DE MORA. Santo Cristo de la Misericordia (1695). Iglesia de San José. Granada |
Granada
ve todavía en el siglo XVIII la actividad de importantes escultores. Son los
casos de José Risueño (1655-1721) y Torcuato Ruiz del Peral (1708-1773). El
primero se distinguió por la escultura en pequeño formato y por haberse
aplicado tanto a la escultura en barro, en donde sin duda se muestra como uno
de los mejores artífices, como a la madera. Por su parte, Ruiz del Peral fue
discípulo de José de Mora. Al igual que Risueño practicó tanto la escultura
como la pintura. Su obra más conocida es una Cabeza de San Juan Bautista que viene a ser un eslabón más dentro
de la colección de santos degollados que se desarrolla en España a lo largo de
los siglos XVII y XVIII, aunque con antecedentes en el XVI.
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JOSÉ RISUEÑO. La Virgen con el Niño y San Juanito (h. 1712-1732). Museo Nacional de Escultura. Valladolid |
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TORCUATO RUIZ DEL PERAL. Cabeza de San Juan Bautista. Catedral. Granada |
C-
MADRID / LA CORTE
La
ciudad de Madrid nunca había destacado en la práctica de la escultura. Hasta
este momento no contaba con artífices locales cualificados, tan solo fue
residencia temporal de algunos artistas importantes como Francisco Giralte o
Pompeo Leoni, a quienes puede considerarse como semillas en las que habría de
germinar la escuela barroca madrileña, la cual iría “in crescendo” durante todo
el siglo XVII. Al “olvido” de la escultura contribuyó de manera decisiva la
preferencia en la Corte por la pintura.
Los
encargos más importantes, realizados fundamentalmente por el Rey y la nobleza,
se hacían tanto a Castilla como a Andalucía. Del bando castellano las obras
llegaban del taller de Gregorio Fernández, “el
escultor de mayor primor que hay en mis Reinos”, según
palabras de Felipe IV, y Juan Rodríguez. Pero no solo llegaron obras de
estos dos puntos. En Madrid se dieron cita algunos de los mejores escultores
españoles, y europeos del momento. Son los casos del portugués Manuel Pereira
(1588-1683); los castellanos Pedro Alonso de los Ríos (1641-1702), Alonso Grana
(1690-1768), Juan Sánchez Barba (1602-1673), Manuel Gutiérrez; los catalanes
Antonio Riera y José Ratés; los andaluces Martínez Montañés, Alonso de Mena,
Pedro de Mena, Alonso Cano, José de Mora, la Roldana, Pedro Duque Cornejo etc…
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MANUEL PEREIRA. San Bruno (h. 1652). Museo de la Real Academia de San Fernando. Madrid |
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JUAN SÁNCHEZ BARBA. Cristo de la Agonía (h. 1650). Oratorio del Caballero de Gracia. Madrid |
Todos
estos se unieron a los escasos escultores madrileños de renombre que por
entonces ejercían su oficio. Gente como Antonio de Herrera Barnuevo
(h.1585-1646), Sebastián de Herrera Barnuevo (1619-1671), Domingo de la Rioja o
Miguel de Rubiales (1647-1713), del cual se conservan fotos de un espléndido
paso procesional del Descendimiento,
que contrasta bastante con el paso homónimo que Gregorio Fernández talló para
la Cofradía Penitencial de la Santa Vera de Valladolid. Una personalidad muy
definida es la de Fray Eugenio Gutiérrez de Torices, uno de los escasos
cultivadores de la escultura en cera.
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DOMINGO DE RIOJA. Cristo de los Dolores (h. 1642-1643). Capilla de la V.O.T. Madrid |
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MIGUEL DE RUBIALES. El Descendimiento (1690). Desapareció en 1936 en la iglesia de Santa Cruz de Madrid |
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FRAY EUGENIO GUTIÉRREZ DE TORICES. Fundación de la Orden de la Merced (1698). Convento de las Huelgas Reales. Valladolid |
La
importación de esculturas italianas tuvo gran trascendencia, especialmente de
la napolitana. Son obras de firmas tan destacadas como Pietro Tacca, Gian
Lorenzo Bernini o Domenico Guidi. Ejemplares napolitanos llegaron en número
crecido, siendo las de mayor calidad las realizadas por el prolífico Nicola
Fumo. También cuentan las iglesias y clausuras madrileñas con hechuras de
Michele Perrone, Giacomo Colombo o Michelangelo Naccherino.
Llegado
el siglo XVIII la escultura madrileña sobrepasa en importancia a otras
escuelas, quedándose poco a poco, a lo largo del siglo, como el foco de mayor
importancia. En esta centuria encontraremos dos tipos de escultura: la
tradicional y la cortesana. Entre los participantes del barroco castizo figuran
artífices tan acreditados como los asturianos Juan Alonso Villabrille y Ron
(h.1663-h.1732) y Juan de Villanueva y Barbarles (1681-1765), el jienense Pablo
González Velázquez, los vallisoletanos Luis Salvador Carmona (1708-1767) y
Alejandro Carnicero (1693-1756), el toledano Juan Pascual de Mena (1707-1784) o
el valenciano Felipe del Corral. La pujanza de la Corte derivó en la orfandad
de diferentes territorios dado que sus hijos más celebrados emigraron a
trabajar a Madrid conscientes de su valía.
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JUAN ALONSO VILLABRILLE Y RÓN. Busto de San Pablo ermitaño (h. 1715). Meadows Museum. Dallas |
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PABLO GONZÁLEZ VELÁZQUEZ. San Joaquín y Santa Ana (h. 1701-1725). Museo Nacional de Escultura. Valladolid |
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LUIS SALVADOR CARMONA. La Virgen del Rosario. Oratorio del Olivar. Madrid |
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FELIPE DEL CORRAL. Virgen de las Angustias (antes de 1718). Ermita de la Vera Cruz. Salamanca |
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JUAN PASCUAL DE MENA. San Antonio con el Niño. Iglesia del Sacramento. Madrid |
BIBLIOGRAFÍA
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: “Cabezas de santos degollados
en la escultura barroca española”, Goya:
revista de arte, nº 16, 1957, pp. 210-213.
- MARTÍN
GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca
castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959.
- MARTÍN
GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca en
España, 1600-1770, Cátedra, Madrid, 1983.